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martes, 16 de abril de 2013

MindBook - 24: Control

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23

El tipo estudiaba divertido el rostro del sujeto que le miraba fijamente desde el único monitor activado de los seis que conformaban su puesto de control. Accionó el zoom digital aún a costa de perder resolución. Deseaba captar en toda su intensidad la expresión de su rostro y relacionarla con sus constantes vitales, un tanto alteradas. Incluso estaba activada la casilla <sudoración> –estos smartchips son una maravilla tecnológica, pensó–. La jornada de guardia, normalmente aburrida, estaba resultando bastante entretenida. Su mindyname era Control24762 y hoy, domingo, era el inspector asignado a la cuadrícula a la que pertenecía Inquieto. Pertenecía al primer nivel del personal administrativo de MindBook, seleccionado de entre los miembros de la tribu a partir de complejos y sofisticados algoritmos que garantizaban el nivel de amoralidad suficiente para no sentir remordimientos de ningún tipo en llevar una doble vida y controlar a sus semejantes. En particular, el primer filtro se basaba en el protocolizado cumplimiento de una determinada combinación de sus constantes vitales –pulsaciones, presión sanguínea y temperatura– durante el visionado de noticias catastróficas, películas morbosas o programas basura que exacerbasen los instintos básicos. Adicionalmente a la licencia para invadir impunemente la intimidad del prójimo, sus incentivos se complementaban con una escala salarial dos niveles superior a la que le correspondería en el convenio colectivo universal y con la disposición «sólo para sus ojos» de canales adicionales de contenido acorde con los gustos particulares y la moralidad del personaje. Como contrapartida, los inspectores se comprometían por contrato a soportar el nivel de control –nivel 5– asignado a Inquieto al empezar su jornada –desde hacía unos treinta minutos, su monitor mostraba un amenazante número 10 en rojo intermitente–. A partir de este colectivo básico de funcionarios se extraían de forma piramidal el resto de niveles, lo que aseguraba, por destilación continuada, la progresiva afirmación de los valores esenciales de la clase dirigente, hasta conformar una organización universal cuya cúspide, estructura y funcionamiento estaba vedada al conocimiento del conjunto de los administrados.

El nivel de control era la expresión del interés que despertaba el sujeto en el sistema y se movía en una escala de uno a diez, donde uno era el nivel predeterminado –entry level, el de nacimiento, digamos– y diez el máximo –critical level, nivel, obviamente, nada recomendable–. Los niveles de control se asignaban automáticamente, basándose en el permanente análisis del aluvión de datos disponibles, tanto históricos como en tiempo real. El nivel uno era el que formalmente conocía el pueblo: a) grabación de todas las sesiones, b) muestreo de bajo impacto y grabación discrecional sin sesión –stand-by– y c) identificación presencial unívoca y ficha médica por smartchip, nivel que, ingenuamente, suponía único y vigente durante toda su vida. A partir de aquí, los niveles incrementaban paulatinamente su poder bidireccional invasivo, activo y pasivo, hasta llegar al tope de escala. Particularmente, el nivel cinco, el que Inquieto había tenido asignado hasta hacía un ratito, representaba, en adición al nivel básico, la monitorización y grabación permanente de la cámara en stand-by y la grabación de las constantes vitales.

La clave del sistema se encontraba en el smartchip, dotado –como bien había sospechado el padre de Inquieto– de importantes funciones bidireccionales secretas. Sus funciones de salida –outputs– eran: a) baliza electrónica de identificación unívoca con un alcance aproximado de quince metros –pública–; b) canal de audio de refuerzo del micro de pantalla, con el objeto de contrarrestar el recurso al susurro –secreta–; c) lectura bajo demanda y transmisión de las coordenadas cerebrales del área activada –en coordenadas del mapa del proyecto Brain de 2013; secreta– y d) transmisión continua de las constantes vitales –cardiograma, presión sanguínea, temperatura, sudoración; secreta–. Las funciones de entrada –inputs– eran: a) activación del modo atención/escucha en un área cerebral determinada –secreta–; b) generación de efectos físico-mentales directos –en la actualidad, por limitaciones tecnológicas y de seguridad, sólo on-off de dolor de cabeza; secreta– y c) mantenimiento de la ficha médica –pública–. La sofisticada y adecuadamente planificada combinación de estímulos sensoriales de audio y video en forma de programación de canales de noticias y de entretenimiento emitidos por las pantallas –las super-evolucionadas smartTV clásicas–, del análisis de grabaciones –o monitorización en tiempo real– de las sesiones o chats de los usuarios y de las potentes funciones de input-output de los smartchips conformaban un hiper-eficiente sistema de control personalizado universal, un flexible y polifacético arsenal de armas neuronales que reducían las periclitadas «armas de destrucción masiva» al nivel de inofensivos juguetes infantiles.

Gracias a este ingenioso sistema se podía sacar partido al incipiente estado de la neurociencia, el cual todavía no permitía la estimulación neuronal directa. Conocido el mapa cerebral, el prosaico método de prueba y error combinado con la lectura de la actividad nerviosa, proporcionó información precisa de los trenes de pulsos eléctricos que identificaban las áreas activadas en cada momento. Una vez conseguido esto, resultaba un juego de niños conocer los sentimientos que despertaba en cualquier sujeto –placer, excitación, solidaridad, etc.– un asesinato o, en el otro extremo del espectro sentimental, la comisión de acciones caritativas. Esta importante información, en forma de coordenadas del mapa cerebral, la proporcionaba el smartchip, gracias a su contacto físico con las terminaciones nerviosas de la epidermis. Como consecuencia de estas investigaciones, no se tardó en advertir que la estimulación nerviosa con los trenes de pulsos mapeados ponía las neuronas de la zona correspondiente en estado de «espera», lo que las hacía, durante un cierto tiempo, «estar atentas» a los estímulos sensoriales del sujeto. Esto cerraba el ciclo de control. Pero todavía faltaba la guinda. Dado que resultaba –todavía– imposible la activación neuronal directa, la entrada de información debía realizarse a través de la vista y el oído del sujeto, y además de forma que le debía pasar inadvertida. El problema quedó resuelto con la inclusión de información subliminal entre frames de video, técnica utilizada desde tiempo inmemorial en publicidad y adoctrinamiento político, en una aplicación tecnológica de la frase atribuida a Goebbels, ministro de propaganda nazi: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Esta técnica, utilizada esporádicamente por MindBook para propósitos generales, se mostró muy eficaz para la transmisión de mensajes selectivos a un individuo específico dirigiéndolos a su sesión particular, tras haber puesto «en escucha» el área deseada.

Toda esta parafernalia técnica era la que se encontraba a disposición de Control24762 para tener a Inquieto40320 bajo atención especial. Y a fe que la utilizaba con suma competencia. Aprovechó la momentánea tranquilidad que le permitía la pasividad de su objetivo –el cual seguía mirando hipnóticamente a la pantalla con una profundidad que le resultaba ligeramente incómoda–, para repasar los interesantes acontecimientos de la jornada. Mientras, siguiendo el protocolo especificado para un critical level, seguía a la espera de las instrucciones de su supervisor, decisión que ya se estaba retrasando mucho.

Continuará...

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