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sábado, 23 de junio de 2012

Yo, mi propio líder

No descubriré nada si dejo aquí constancia del desprestigio en que se encuentra el término líder. Y no sólo el término, sino el concepto que subyace en el mismo. Mi opinión al respecto ya ha quedado fundamentada en la entrada “Líder o Caudillo” del blog Empresarial, por lo que no me voy a repetir. Todo lo que allí se dice es perfectamente extrapolable al ámbito que nos ocupa. También dejamos establecido que “la Vida es una Empresa”. Por lo tanto, veamos cómo podemos aplicar el liderazgo a la Empresa que es nuestra Vida,

Una vez establecida y aceptada (1) nuestra función en la vida, patentizada en los compromisos externos (qué hacer) e internos (cómo hacer), nos encontramos ante toda una colección de actividades ordinarias y extraordinarias que deben ejecutarse para dar satisfacción a nuestro entorno y, cómo no, a nuestra persona.

En mi opinión, nuestra existencia queda evidenciada por los efectos causados por nuestras acciones. Por lo tanto, “quien no hace nada, no existe”. De hecho, para hablar con propiedad (en filosofía, los términos todo o nada, así como las afirmaciones o negaciones absolutas no se sostienen) deberíamos matizar: “en el improbable supuesto de que existiese alguien que no ejecutase ninguna acción, nadie se apercibiría de su existencia”(2).

Dada la obviedad de nuestra existencia (en mi caso, como mínimo manifestada por la escritura de esta entrada, la cual espero que lea alguien) resulta indudable que estamos constantemente ejecutando actividades, cuyos efectos sobre nuestro entorno y sobre nuestra persona son los que dan sentido al Yo.

No voy a entrar en las profundas disquisiciones a que nos llevaría analizar en profundidad el significado del concepto, fundamentalmente por mi ignorancia en el tema, en absoluto paliada por el conocimiento superficial de las distintas corrientes de pensamiento que le han dedicado atención en la historia de la filosofía. Pero voy a exponer mi particular punto de vista que, con toda seguridad, será juzgado de simplificación extrema.

Yo, mi líder, cómodo
Entiendo el Yo como algo empírico, como el resultado de todas nuestras sensaciones y percepciones. Es lo que nos da conciencia de nuestra propia existencia y lo que nos convierte en el Sujeto de todos nuestros actos. Cuando decimos “Pienso, luego existo”, o mi variante “Actúo, luego existo” quien piensa y actúa soy Yo. No es egoísmo. Es realismo. En estos supuestos, soy El Sujeto. Y actuando en su nombre (que es el mío) es cuando interacciono con mi entorno. Por lo tanto, Yo soy lo más importante.

Pienso también que el equilibrio, la Excelencia del Yo reside en la adecuación del bucle recursivo Yo -> Actos -> Efectos -> Percepción -> Yo a los compromisos internos y externos adquiridos conscientemente y que definen nuestra función en la vida. En este ciclo recursivo permanente, resulta lógico que la percepción de los efectos de actos inadecuados (3) puede afectar, incluso desestabilizar, al Yo más pintado.

Ni que decir tiene, que una gestión adecuada (incluso defensiva) del Yo incluye la adaptación permanente de nuestros compromisos a la realidad de nuestro entorno. Esto no debe ser tomado como un planteamiento cómodo o posibilista. Es un planteamiento realista, situado en los antípodas de dogmatismos y fundamentalismos. Adaptación al medio y las antenas (nuestros sentidos) siempre atentas a los cambios que, inevitablemente, se producen. A título de ejemplo: de nada sirve seguir llevando a nuestro hijo a la escuela de tenis (se supone que en su día, le proporcionaba satisfacción) si ya no le satisface y no nos hemos dado cuenta de ello. Peor todavía es insistir en ello a sabiendas, con la peregrina justificación de que el pobre todavía no sabe lo que le conviene. Con el paso del tiempo nuestro Yo (y el de nuestro hijo) se verá afectado por sentimientos tales como la incomprensión, el desagradecimiento y muchos más. Ejemplos de este fundamentalismo o autismo los podemos ver constantemente en cualquier ámbito (personal, empresarial o político).

Quiero hacer también una reflexión sobre el desprestigio del Yo en determinados foros o ámbitos. Se argumenta que la conciencia del Yo es egoísta e insolidaria. Incluso se le atribuye el origen de todos los males que asolan a la humanidad. A esto únicamente argumentaré que no es el mismo Yo el de Hitler que el de Gandhi. Leamos atentamente la frase al pie y creo que sobran más palabras. Un ejemplo de Yo y de líder. De la humanidad, pero empezado por sí mismo. ¿Era Gandhi un egoísta?

Por lo tanto, el Yo debe ser gestionado adecuadamente. Sin olvidar que el término gestión incluye mejora. ¿Por quién? Por nosotros mismos. Yo debo ser mi propio líder. Controlar mis actos, procurar que respondan a mis compromisos (que deberían ser coherentes con mis convicciones). En resumen: mantener el Yo estable; asegurar la propia identidad.

"He tomado sobre mis espaldas el monopolio de mejorar sólo a una persona, y esa persona soy yo mismo, y sé cuán difícil es conseguirlo" (Mahatma Gandhi)

1 – Este punto es de importancia capital. Implica el reconocimiento de nuestras capacidades y limitaciones con el objeto de descartar estados crónicos de frustración e insatisfacción.
 A pesar de todo, prefiero la primera afirmación. No hay forma de evitar la aparición de términos como “nadie” o “ninguna”. A pesar de la incongruencia lógica que representa la doble negación: “no hacer nada” es hacer algo. Deberíamos decir “hacer nada”. A pesar de ello, mantenemos la construcción gramatical al uso.
3 – Nos referimos a la adecuación a los compromisos vigentes en cada momento.

martes, 12 de junio de 2012

Pensar antes de actuar

De hecho, esta entrada debía titularse “Yo, mi propio líder” y debo reconocer que no me resultó fácil elegir el título, Ya he explicado que, a diferencia de muchos, yo empiezo por el título. Esto me ha valido muchas descalificaciones, entre las que destaco la más frecuente como la más alejada de la realidad: “Esto es empezar la casa por el tejado”. En mi opinión, esperar a terminar un escrito para decidir el título no tiene ningún mérito. Esta actitud es muy cómoda y puede (digo puede) indicar que se piensa con la pluma (o con el teclado del PC). Cito aquí una frase de Schopenhauer con la que, excepción notable, estoy de acuerdo: “Pensar con la pluma en la mano es una gran facilidad para el escritor, pero una gran dificultad para el lector”.

En mi caso, es muy difícil que empiece a escribir sin tener absolutamente claro el esquema, fondo o idea (como lo queramos llamar) del tema a desarrollar. Esto es lo que representa para mí la comodidad máxima. Nada peor para un escritor (por lo menos, para mí) que estar sentado y estático ante un papel (o un “doc”) en blanco. La pesadilla de un escritor (esto sí que lo reconocen todos).

Si al título le llamamos “el envase”, esta forma de trabajar diluye el tradicional sentido peyorativo que la atribuimos a la fachada y a la tópica (por frecuente) preocupación por la Forma (el título) frente al Fondo (las ideas, el contenido). Para mí, en este caso (1), tienen la misma importancia.

Evidentemente, no pretendo extender esta conclusión a todos los escritores que ponen el título tras terminar la obra. Si el título llega tras un consciente análisis de tu propia obra y llegas a la conclusión sincera que expresa lo mejor de ella, título y contenido se confunden en un todo. El título es la obra. Pero, esto no es demasiado frecuente. Pienso, por ejemplo, en los escritores que permiten poner el título al editor o a la sangrante y ofensiva traducción de títulos cinematográficos.

En cambio, el ejercicio de abstracción que representa “pensar” el título, es absolutamente necesario para saber lo que has de escribir. Es lo que en gestión de la Calidad, referido al diseño y desarrollo de nuevos productos, se llama definir “los elementos de entrada”, lo que, en resumen, viene a decir “no empieces a diseñar nada si no sabes lo que quieres diseñar”. Una obviedad, pero el mundo se ha llenado de malos productos (y de malas obras) por no respetar este sencillo y obvio principio.

Y llegado a este punto, con el esquema ya maduro en mi mente, decidí darle vida propia a la extensa introducción y cambiarle el título, dejando el tema original para la próxima publicación. Me pareció muy apropiado hacer un alto en el camino e introducir una reflexión clave en todos los ámbitos, pero, especialmente, en el ámbito personal (2).

Pensar es la clave
“Pensar antes de actuar”. Ignoro la paternidad, que no me atribuyo, pero la realidad es que esta frase (3) la he utilizado hasta la saciedad en mi experiencia profesional, tanto en el ámbito empresarial como en el docente. Llegué a esta frase, tras la compleja descripción que habitualmente se da del concepto “planificación”. Los alumnos se pierden entre terminología especializada (fase, actividad, camino crítico, gráfico de Gantt, gráfico Pert, etc.) que, sin enfatizar lo verdaderamente importante, les aleja de comprender la importancia de lo que se trata. Es decir, de “planificarcorrectamente. Y esto, que nos lo enseñan en Gestión Empresarial, es absolutamente extrapolable al ámbito personal. En mi opinión, debería incorporarse a nuestra Ética.

Filosóficamente, incluye dos conceptos de gran carga: El pensamiento y el acto. Y los pone en secuencia. Es decir, se trata de un proceso (4) de dos actividades (su mínima expresión) pero de gran densidad. Un gran “destilado”.

No me voy a meter en berenjenales relacionados con el pensamiento. Maestros tiene la Iglesia (5). Pero si me permitiré, para terminar, algunas reflexiones sobre el acto.

Acto” es un concepto aristotélico que nació contrapuesto al de “Potencia” en un intento, acertado a mi entender, de explicar el movimiento o el cambio. También veo en esto el embrión del principio de causalidad. Y dado que ya nos vamos alargando, resumiré, aún aceptando ser tildado de superficial.

La Potencia precede al Acto. Todo acto ejecutado, tenía, antes de ejecutarse, la condición de potencia (6). Tenía una potencialidad no manifestada en la realidad perceptible. Es decir, era una intención (un pensamiento), todavía no manifestada, cuya existencia, en sí misma, no era garantía de que el acto se ejecutara. Un ejemplo puede ser una central hidráulica. La energía almacenada en el pantano se llama “potencial” y no se convertirá en “cinética” (en este caso, “eléctrica”) hasta que la corriente de agua (ayudada por la gravedad) mueva los generadores y, esto, depende del simple acto de pulsar un interruptor. Causa y efecto.

Por lo tanto, el “pensar” es lo que crea la potencia en nuestra mente. Es un pre-requisito. Sin ella no habría acto. Y lo deseable es que este proceso sea racional y consciente. Dicho en pocas palabras: “hagamos lo que queremos hacer”. Lo que nosotros queremos hacer. Que nos lo dejen hacer o no es otro discurso. Así de fácil.

“Movimiento es el paso de la potencia al acto” (Aristóteles)
“Todo lo que se mueve es movido por otro” (Aristóteles)
“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado, fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos” (Buda).

1 - Evidentemente, esta reflexión no es aplicable a una lata (el continente) y las sardinas (el contenido).
2 – En repetidas ocasiones he manifestado mi convicción de que la Calidad y Excelencia de todo (la Empresa, la Política) es reflejo de la persona.
3 – Creo que es más que una frase.
4 – Aún no sé en que ámbito, pero “Procesos y Sistemas” es un serio candidato a una publicación.
5 – Licencia literaria. Pido perdón a ateos y agnósticos. Soy un simple mortal que también cae en el tópico.
6 – Abandono desde aquí la mayestática mayúscula. Bajamos al terreno del día-a-día.

lunes, 4 de junio de 2012

¿Tenemos clientes?

Una de las frases más tópicas en la Excelencia empresarial es “hacer las cosas bien a la primera”. Cuando la escuché por primera vez, probablemente en los años 70, no le dí más sentido que el literal, aunque ya entonces me pareció una expresión basada en el sentido común (1). Más o menos por la misma época, tomé contacto con el concepto “cero defectos”, el cual, obviamente, es consecuencia de la tópica frase anterior. Ya por entonces (todavía no habían despertado mis inquietudes filosóficas), empecé a considerar el “cero defectos” como un desiderátum: algo inalcanzable. Esto no significaba una descalificación, sino más bien un realismo que, ya entonces, empezó a chocar con los gurús de la Excelencia, los cuales defendían el concepto con un “trascendentalidad” digna del mejor filosófo. De hecho, creían en él y le atribuían, como al bálsamo de Fierabrás, todas las virtudes. A pesar de ello, siempre he procurado mantenerme lo más próximo a ambos tópicos, pero sin fundamentalismos: no siempre se puede “hacer las cosas bien a la primera” ni es posible conseguir los famosos “cero defectos”.

Viene todo esto a cuento porque ahora, con la perspectiva de la experiencia, creo que, como tantos otros, estos tópicos no lo son tanto y son perfectamente extrapolables a nuestra vida personal. Reflexionemos juntos:

En la entrada del blog empresarial “Valor versus Coste” proponemos la frase “quien no hace nada, no existe”(2), frase que aquí, en el ámbito personal, retomamos por su aplicación directa y natural. Por lo tanto, dado que existimos, hacemos cosas. Pero… ¿qué cosas hacemos?, ¿todas las cosas que hacemos son importantes? ¿todas deben ser hechas bien a la primera?

También hemos dicho que la percepción que tienen “los otros” de nosotros la tienen a través del efecto de nuestros actos, nuestras funciones, las cuales son, ni más ni menos, su causa, las cosas que hacemos.

También sabemos “Que hacer, Cómo hacer”, por lo tanto, creo llegado el momento de ponerle cara y ojos a “los otros”. Es decir, a los que disfrutarán de nuestros tópicos “hacer las cosas bien a la primera”, con “cero defectos”.

En línea con la definición “oficial”(3), llamamos cliente a la “persona que recibe un producto”. Por lo tanto, nuestros clientes son las personas u organizaciones que forman nuestro "entorno próximo y lejano", los que son objeto de nuestros compromisos, adquiridos racional y voluntariamente. El producto que les proporcionamos son nuestros actos. Éstos son nuestros clientes. Los de nuestra Empresa, Los de nuestra Vida. Procuremos entonces hacer las cosas bien y sin defectos.

Pero no debemos creer que con esto ya esté todo hecho. Falta lo más importante: preocuparnos de que los efectos de nuestros actos sean los esperados, tanto por nosotros como por nuestros clientes. Esto implica extremar la atención sobre estos efectos. Si no conocemos estos efectos, no podremos tomar acciones para corregir los “defectos” que, a pesar de ser ejecutados con la mejor de las intenciones, acompañan a todo acto humano.

Esta preocupación y el compromiso de corregir errores son característicos de la Calidad y la Excelencia y, ambos, deben ser incorporados a nuestra Ética personal. Nuestros clientes son lo más importante. Podría decirse que son todo lo que tenemos. Cuidémoslos.

“Los clientes no esperan que seas perfecto. Lo que esperan es que arregles las cosas cuando se complican” (Donald Porter)

(1) No lo puedo evitar: el menos común de los sentidos (aunque esto no sea un tópico, sino una verdad como un templo).
(2) Basada en “Pienso luego existo”. Pensar ya es hacer algo.
(3) ISO 9000: 2005, 3.3.5