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domingo, 23 de febrero de 2014

Un Equipo no es un Club


«Para ser miembro de un equipo deberás ceder una parte de ti. Si no estás dispuesto, podrás tener un carnet, pero no más que eso, que es bien poco».

Supongo que la proposición del título podrá ser reconocida como verdadera por la mayoría de personas. Resulta evidente que, por ejemplo, en el caso del fútbol, no es lo mismo el Equipo (1) que el Club (2). Por lo tanto, si esto es así, podría pensarse que la proposición, por obvia, no debería dar mucho más de sí. Podría quedarse en una simple declaración irrebatible, una perogrullada, una tautología retórica similar a tantas otras –p.e., el hielo no está caliente– que no precisan demostración alguna.

Pero de lo que ya no estoy tan seguro es que, aceptando su diferencia, la gente no confunda su significado. Es más, estoy seguro que muchas personas piensan –y defienden– que están en un Equipo y se comportan como si estuvieran en un Club. Y este es el núcleo de la entrada de hoy, resumido en la reflexión introductoria, con la que se pretende, de entrada, ir al fondo de la cuestión: la vinculación personal, la diferencia fundamental que existe entre integración (en un Equipo) y afiliación (a un Club). A eso vamos.

Dado que el género humano es gregario por naturaleza –los solitarios son etiquetados invariablemente de «bichos raros»– la adscripción vegetativa, voluntaria o forzada a un colectivo es la norma, por lo que la posición inteligente consiste en tener plena conciencia de ello, asumir, en cada caso, el papel adecuado, minimizar los inconvenientes y maximizar las ventajas de los largos períodos de «existencia colectiva».

Porque, de hecho, todos pertenecemos a algún colectivo. Incluso quien exhibe su individualismo con una diferenciación extremada –sea de fondo o de forma– olvida que se ha afiliado al mayor de los rebaños: el de los «distintos».      

Y, puestos a elegir, mi opinión es que el Equipo se sitúa en la cúspide cualitativa de todos los colectivos. Aunque para justificar esta afirmación es preciso detallar con precisión los rasgos diferenciadores que lo caracterizan:
  • Un Equipo –como un cuerpo humano– tiene miembros (un Club tiene socios, afiliados o simpatizantes).
  • Por la misma razón, uno debe sentir –y aceptar– que pertenece al Equipo, al que le ha cedido parte de su autonomía (en cambio, nadie le pertenece a un Club).
  • Un Equipo siempre está orientado a la producción de un resultado concreto (un Club está ahí, es una comunidad de simpatías, afinidades o intereses, pero nada más).
  • Como miembro de un Equipo debes ejecutar la(s) Tarea(s) asignada(s) por el Jefe (3), lo que le da una componente activa a tu participación (en un Club no se puede hablar propiamente de participación, más allá de actividades puramente pasivas o contemplativas, tales como asistir a un partido de fútbol –bueno, puedes desgañitarte o hacer la ola– o a la lectura de una obra literaria).
  • Del mismo modo, como miembro de un Equipo puedes –y debes– aportar sugerencias o conocimientos que enriquezcan el fin común, supeditándolas sin recelos al escrutinio de la mayoría y a la autoridad del Jefe (nada de esto tiene paralelismo en un Club).
  • Normalmente, la pertenencia a un Equipo se gana por méritos propios y el acceso se consigue por designación o invitación (a diferencia de un Club, nadie se afilia a un Equipo), con la confianza –interesada– de que tu aportación será beneficiosa para los fines del mismo.
  • Por último, el Jefe, antes que Jefe es otro miembro, cuya Tarea principal es conseguir una unidad de propósito y coherencia en el cumplimiento de los objetivos del Equipo.
Por todo ello, repito, puestos a elegir, prefiero pertenecer a Equipos que afiliarme a Clubs o a otros colectivos tales como Partidos (4), Pandillas (5) o Bandas (6), nombres bajo los que, frecuentemente, se ocultan verdaderos Equipos con fines perversos o bastardos, generalmente antisociales o ilegales.

Sólo quien ha disfrutado –literalmente– de la pertenencia plena a un Equipo –definido tal y como hemos hecho– puede comprender la bondad de esta práctica y la extrema satisfacción que representa ceder parte de tu libertad y autonomía en aras de la consecución de un objetivo común. Pienso, por ejemplo, en un grupo musical, en lo bien que suena cuando suena bien (cuando se siente la Calidad), en cómo se eriza el vello –lo que no siempre sucede, a pesar de «tocar como siempre»– al conseguir la Excelencia, al ser partícipe de ese quehacer colectivo en el que no siempre te toca hacer el papel que (como) te hubiese gustado. Pero el resultado final todo lo compensa. Nada que ver con la actividad pasiva de un Club.

Y esto es extrapolable a todas las actividades vitales, empresariales y laborales. Mejor formar Equipos (esto es particularmente gratificante). Mejor pertenecer a Equipos. Y siempre, trabajar en Equipo. Y los Clubs dejarlos para el entretenimiento y las actividades lúdicas. Que tampoco deben faltar.

«Un Equipo es absolutamente lo contrario a un Rebaño, del mismo modo de un Jefe de Equipo (vulgo, Líder) es absolutamente lo contrario de un Pastor».

Notas:
1 - Equipo (RAE): 2. m. Grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado.
2 - Club (RAE): 1. m. Sociedad fundada por un grupo de personas con intereses comunes y dedicada a actividades de distinta especie, principalmente recreativas, deportivas o culturales.
3 - Un «Jefe» (de Equipo) es socialmente más tolerable que un «Líder», asociado –en mi opinión, erróneamente– con actitudes más «totalitarias».
4 - Partido (RAE): 5. m. Conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa.
5 - Banda (RAE):
     1. f. Grupo de gente armada.
     2. f. Parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien.
     3. f. Bandada, manada.
     4. f. Pandilla juvenil con tendencia al comportamiento agresivo.
6 - Pandilla (RAE):
     3. f. Liga que forman algunos para engañar a otros o hacerles daño.
     4. f. Bando, bandería.
     5. f. Grupo de amigos que suelen reunirse para divertirse en común.

sábado, 8 de febrero de 2014

(no)Romper la Baraja

«Romper la baraja es fácil, pero te quedas sin cartas».

Esta atracción mía por la síntesis y la metáfora me provoca sensaciones encontradas. Normalmente, acostumbro a resaltar y registrar físicamente todos los aforismos o declaraciones sucintas, ingeniosas o irónicas con las que me encuentro en mis lecturas, siempre que ostenten la virtud –evidentemente, subjetiva– de encapsular principios de mayor calado que espoleen el análisis y la reflexión. Y en este caso, en el de frases cortas de producción ajena, no existe mayor problema. Quedan archivadas físicamente –libretita o ".doc"– a la espera de su utilización o desarrollo, el cual, en la mayoría de casos, no llega nunca. Pero han cumplido su función: por el mero hecho de copiarlas, en algún lugar del cerebro permanece su recuerdo, quizá inconsciente, incorporadas al acervo del conocimiento en forma de pequeñas píldoras, de las que, por su reducido tamaño, podemos suponer que caben muchas. Es una extensión del sistema de apuntes que me enseñaron de niño mis excelentes maestros de primaria y que me ha acompañado toda mi vida con muy buenos resultados: resumir, destilar y registrar. Y, probablemente, ésta es la causa de mi afición por la frase corta, por la concreción, por la expresión minimalista de los conceptos, en un reduccionismo extremo que en ocasiones roza lo obsesivo y que no siempre es aceptado ni entendido.

Pero la sensación incómoda aparece en el caso de la «producción propia». Ya he explicado en alguna ocasión, que no soy capaz de empezar un escrito, sea artículo corto o libro extenso, sin consensuar conmigo mismo el título. Me parece imposible no hacerlo así. Esta práctica no es habitual y frecuentemente me ha sido criticada con el peregrino –para mí– argumento de «empezar la casa por el tejado». Pero no se trata aquí y ahora de justificarla, mas allá de declarar que me proporciona un excelente instrumento para «ver» mentalmente el escrito antes de su materialización física. Y qué duda cabe que un buen título debe ser capaz de expresar con rigor y precisión razonable el contenido que se esconde bajo su escueta y concisa redacción (1). Con todo, este caso particular de producción propia, siendo producto de la introspección voluntaria, de la búsqueda, en ocasiones, muy trabajosa, de un resumen válido, me resulta bastante gratificante. Entonces... ¿dónde está la incomodidad? Pues en los aforismos o frases cerradas de menor calado que, frecuentemente, «aparecen» de forma súbita sin ser –aparentemente– consecuencia inmediata de proceso reflexivo alguno o de hecho material acaecido. De repente, ahí están. Y entonces, es cuando empieza el «problema».

Porque, más allá de identificar sus orígenes, su causa –algo que no me parece especialmente práctico–, lo que me interesa inmediatamente es su potencial desarrollo, es decir, lo que se encuentra encapsulado en los estrechos límites de la corta frase y, paradójicamente, a pesar de ser el autor, lo más habitual es que en esta labor me encuentre con enormes dificultades, agravadas de forma radical si la frase es metafórica, lo que abre un abanico infinito de posibilidades.

Por lo menos, que te quede ésta.
Y con esto llegamos a la frase de hoy, donde la expresión «romper la baraja», resulta metafórica donde las haya. ¿De dónde sale? Tal y como he dicho, conscientemente no tengo ni idea (2). Algo la habrá desencadenado, quizá un refrito de estas píldoras almacenadas en recónditas neuronas cuyo recuerdo ha sido reactivado por algún acontecimiento cotidiano, de los que, hay que decir, no faltan. Porque ganas, lo que se dice ganas, de «romper la baraja», incluso de tirarle las cartas a la cara de alguien, me asaltan continuamente (y no creo ser el único).

Y aquí me quedo. Aceptando que, en ocasiones, resulta inevitable, pienso que no es bueno «romper la baraja», porque «te quedas sin cartas». Comprendo que hay casos y casos, pero la actuación predeterminada debe ser no hacerlo. Evidentemente, si te queda alguna carta, si no te las han quitado todas. Porque, en este caso, ya da lo mismo, porque no hay baraja.

Por lo tanto, lo inteligente es ser capaz de detectar tus cartas y saberlas jugar (las tuyas y las de los demás). En muchas ocasiones, nos parece que ya no hay salida (que no tenemos cartas) pero estamos equivocados. Hay baraja y hay cartas. Y si las rompes, se acabó el juego.

No me parece mal principio ético. Aplicar los principios ya tratados de tolerancia, ofensa y daño, afrontar las dificultades y no sucumbir a lo fácil: romper la baraja, tirar las fichas, pegar un puñetazo (en la mesa o en otro sitio más blando), etc., etc.. La alternativa: jugar bien tus cartas y estar preparado para el abandono –pasivo o activo– del oponente.

Hoy, el tema no da más de sí. Los ejemplos, a gusto del consumidor.

Notas:
1 - Un ejemplo paradigmático lo tenemos en «La Broma Infinita», broma inconmensurable, se mire como se mire. 
2 - Personalmente, a estas frases les llamo «frases (casi) propias», con lo que quiero reconocer que su remoto e ignorado origen siempre es ajeno, porque –tómese como una licencia literaria– también pienso que, en el fondo, «todo está escrito».