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miércoles, 10 de abril de 2013

MindBook - 16: smartKitchen (2)

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15

Consciente de que la sesión de MindBook estaba grabando todos sus movimientos, registrando incluso las salidas de existencias –todos los smartArtefactos, y la smartKitchen era uno bien gordo, se integraban inmediatamente en el sistema tras conectarse por primera vez en un domicilio–, se concentró en su papel de aprendiz de chef y se puso manos a la obra. Según se indicaba en la proyección holográfica, necesitaba dos cacerolas y una sartén. Con una simple maniobra de sus dedos, desbloqueó la encimera y modeló, al estilo del empleado con las pantallas táctiles, tres alvéolos del diámetro y profundidad adecuados. La encimera estaba construida con un sofisticado material biestable extremadamente dúctil, de alta resiliencia, capaz de mantener la estabilidad dimensional, estanqueidad y resistencia necesaria para emular cualquier recipiente destinado a cocinar con temperatura por conducción. Finalizado el moldeo, bloqueó el estado deformable del material, recuperando la rigidez y dureza superficial original. Lavó manualmente las verduras y hortalizas y utilizó, también manualmente, el smartRobot para cortar a tiras las zanahorias, berenjenas y calabacines y picar la lombarda. A continuación hirvió en una de las «cacerolas» las zanahorias y el calabacín hasta que creyó que estuvieron «al dente» –todavía no tenía muy claro lo que significaba– y en la otra, con bastante sal, la lombarda, hasta que la encontró «muy tierna» –esto era más fácil de interpretar– y salteó las berenjenas en la «sartén» con un poco de aceite.

Una vez procesadas las materias primas, se concentró en la mezcla de componentes. Transfirió el contenido de las cacerolas a sendos bols cerámicos –un simple bomba vaciaba con gran facilidad cualquier alvéolo– y tras colar el caldo de cocción de la lombarda, la trituró junto con la mantequilla, hasta conseguir la textura de un puré ligero –hasta aquí, en lugar de dejarlo todo en manos de la smartKitchen, prefirió mantener un cierto grado de control sobre los tiempos de cocción y triturado–. En cambio, para el aliño no se quiso complicar la vida. Siguiendo las instrucciones, tras ejecutar el autolimpiado, introdujo directamente en el smartRobot un limón, un tomate, aceite y sal –las dosis estaban exactamente especificadas y fueron suministradas por un dispensador– y tras pulsar Start auto, dispuso de una vinagreta –sin vinagre ni productos residuales– excelente. Sólo quedaba montar el plato, composición estética reservada siempre al «cocinero», que dejó para más adelante.

Con los alvéolos vacíos, pulsó Reset en el panel de mandos integrado y se desencadenó el misterioso proceso de inicialización de la encimera. Una tapa hermética deslizante cubrió toda su superficie ocultando a la vista la restauración de la planitud, la aspiración de residuos y la limpieza de la superficie con ultrasonidos, detergente y agua a alta presión. Los calefactores integrados en la encimera se encargaron de vaporizar la humedad residual y en cuestión de cinco minutos, se replegó la tapa hermética y la superficie de trabajo lucía como si nada hubiera ocurrido. Sobre ella, la proyección holográfica continuaba mostrando las instrucciones del primer «producto». Regresó al menú principal y seleccionó el segundo. Seguían sonando The Beatles, mientras la pantalla de MindBook mostraba videos de temática culinaria. También reparó que el dolor de cabeza le había abandonado.

La sorprendió la sencillez de la segunda propuesta y decidió participar activamente, con la única excepción de la programación del horno, cuya temperatura se había fijado automáticamente a 200ºC y ya estaba en fase de calentamiento. En un bol –ya había limpiado la encimera– mezcló el pan rallado con aceite de oliva, tomillo y sal en dosis razonablemente suficientes –no quiso ni consultar la proyección– y cubrió con esta mezcla cada uno de los lomos de merluza. Entonces, en el mismo bol, mezcló aceite de oliva con una generosa cantidad de tomillo y lo reservó hasta la presentación del plato. Habiendo alcanzado el horno la temperatura de proceso, introdujo los lomos barnizados y se relajó, sumiéndose en los brazos de la música ambiental. El tiempo de horneado se establecía automáticamente en función de diversos parámetros del producto en proceso –fundamentalmente, peso, densidad y grado de humedad–. Transcurridos unos diez minutos, se activó el gratinador y doró la parte superior, dejándola con un aspecto realmente hermoso y apetitoso. La temperatura del horno bajó a 50ºC con objeto de mantener el producto caliente durante un tiempo razonable –el sistema había decidido un máximo de una hora–, y sonó una alarma. Proceso terminado.

Consultó las instrucciones y el reloj. Sólo faltaba presentar los platos, operación que decidió compartir con su invitada. Introdujo en el horno las verduras hervidas y las berenjenas salteadas con objeto de mantenerlas a temperatura y observó que disponía de treinta minutos de margen. Tras confirmar la adecuada temperatura de los vinos –la smartKitchen se había preocupado de activar la refrigeración individual de las dos botellas–, salió de la cocina armado con mantel y cubiertos y entró en el comedor ignorando el cursor de MindBook. En tres viajes había compuesto la mesa para dos. Sonrió satisfecho. Tenía muy buen aspecto. Se dirigió a su habitación y se vistió para la ocasión. Concluyó que tampoco tenía mal aspecto. En este preciso momento, puntual, sonó el timbre de la puerta. Se dirigió al recibidor, circulando impávidamente ante los cursores titilantes, se acicaló levemente ante el espejo y abrió la puerta.

Continuará...                             

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