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domingo, 31 de marzo de 2013

MindBook - 07: Fast-rewind

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06

El efecto de accionar mentalmente la tecla fue inmediato. A pesar de seguir con los ojos cerrados, se hizo la luz. Y en negro sobre blanco, percibió una rápida sucesión de cuatro borrones de contorno difuso en constante movimiento. Cuando consiguió adaptar su pupila mental al súbito cambio, en primer lugar creyó ver cifras y no tardó demasiado en identificar los grupos como números de año en rápida secuencia decremental. No habrían transcurrido más de dos segundos y ya estaba leyendo 2055, 2054, 2053... Tendría de tener cuidado con la dichosa tecla. Tenía muy presente la planificación, por lo que mantuvo la calma y esperó tranquilamente el final de la bobina del tiempo –de hecho, el principio–. Unos diez segundos después terminó la secuencia, se abrió la ventana del recuerdo y apareció una escena que le pareció familiar. No estaba demasiado seguro, pero creía que el último número visto fue 2010. Si esto era cierto, tenía cinco años.

Notó contacto físico en la mano –era consciente de que estaba recordando, pero la sensación no podía ser más real– y dirigió la mirada en su dirección con objeto de identificar la causa. Su padre le llevaba de la mano. El impacto fue brutal. La mezcla de dos recuerdos era una experiencia nueva y desestabilizante a la que tendría que acostumbrarse. De otro modo, perdería el control y debía mantenerlo para poder pulsar discrecionalmente la teclas virtuales. O para poder decidir abrir de nuevo los ojos, maniobra que suponía equivalente a stop –no lo había verificado– y que, por lo tanto, abortaría inmediatamente el recuerdo. El hecho era que, en estos momentos, al potente recuerdo real, por reciente, del rostro de su anciano padre se le superponía el recuerdo artificial recreado con sus jueguecitos. Se esforzó en atenuar el recuerdo del presente y comprobó con satisfacción que la imagen de su joven padre de treinta y cinco años se hacía más nítida y que la sensación de tranquilidad regresaba al recuerdo. Caminaban por la calle y su padre le explicaba que iban a visitar a los abuelos. La próxima secuencia le mostraba el interior de una vivienda que también le resultaba vagamente familiar. Frente a él, sus abuelos se entregaban a la gratificante tarea de entregarle unos regalitos por su cumpleaños: un bloc de dibujo y una caja de lápices de colores. Todos hablaban dirigiéndose a su persona, pero no fue capaz de recordar las palabras. En cualquier caso, percibía una sensación sumamente agradable y se respiraba buen ambiente. Pensó que era el primero de sus recuerdos. Esto era lo que había planificado. El principio de la bobina. No sacaría más. Pero, indudablemente, el recuerdo ahí estaba. Ahí había estado desde entonces. En un puñado de neuronas debidamente codificadas que se acababan de reactivar. Y quedaba lo sustantivo, la esencia: papel y lápices. Sin duda, le causó profunda satisfacción, porque su recuerdo había perdurado 55 años. Y no dejaba de ser premonitorio: dos productos de la lista negra; dos paradigmas de la creatividad humana; dos elementos de la caja de Pandora.

Convencido de que eso era todo –seguía la feliz conversación a tres y medio en la que él era el medio– retomó el control y pulsó pause. Con el recuerdo congelado, reflexionó sobre los pasos siguientes. Tenía dos opciones: pulsar fast-forward, pause y play de forma discrecional –para ello debía acertar en el año, cosa harto difícil por la rapidez necesaria y, sobre todo, porque no tenía preparada una lista de años– o intentar una suerte de modo «automático», dejando el control de los hitos más importantes a su subconsciente. Decidió esta última opción, cuyo único riesgo, si fallaba, era volver directamente al sillón del presente. En cambio, si funcionaba, tendría ya algunas respuestas. Pulsó fast-forward y empezó a desfilar el carrusel de años. Esperó...  

Continuará...      

sábado, 30 de marzo de 2013

MindBook - 06: Planificación

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05

Planificación    
Tras su incursión mental en el pasado próximo creyó oportuno tomarse un respiro. Había sido capaz de detener la avalancha incontrolada de recuerdos que se le venía encima gracias al truquito de las teclas virtuales y se sintió de lo más feliz. Recordar no era una de las actividades que se le daban mejor. De hecho, podría decirse que era una práctica en desuso.

 MindBook nos mantenía en un presente perpetuo, donde los recuerdos quedaban reducidos a meras consultas al sistema. Allí estaba todo: en MindyPedia. Con cumplimentar adecuadamente los campos de búsqueda era suficiente. Todos nuestros datos, conversaciones, mensajes, preferencias musicales, libros leídos, películas, programas televisivos, viajes, historial médico, en suma, cualquier sesión tuya estaba grabada y disponible on-line. Por lo tanto, los ejercicios de abstracción profunda eran un lujo innecesario, además de una notable pérdida de tiempo ya que, según el sistema, las probabilidades de recordar fielmente eran bastante remotas y, en todo caso, fugaces por naturaleza. Sin contar un efecto colateral: el dolor de cabeza insufrible que provocaba. Y, como todo, la práctica era algo fundamental para alcanzar la calidad y la excelencia en cualquier disciplina. Por eso estaba feliz. A pesar del dolor de cabeza, parecía haber descubierto un eficaz mecanismo de control de sus recuerdos y una reproducción extremadamente vívida y precisa de los notables acontecimientos sucedidos ayer en la habitación de su padre. Claro que se trataba de ayer. Pensó que cualquiera podría recordar lo que hizo ayer, por lo que sería bueno plantearse retos de más envergadura: recordar los orígenes, lo que implicaba retroceder al mundo clásico, más allá de MindBook. El sorprendente descubrimiento de la víspera había dejado en su mente tantas incógnitas que no podía sustraerse a este viaje. Además, por alguna extraña causa, parecía que mientras recordaba, no sentía dolor de cabeza. Y creyó tener la explicación: sus recuerdos eran tan reales que reproducían su estado mental y físico. Por esto no sentía dolor de cabeza. Porque ayer, en la realidad, mientras estaba en la habitación de su padre, no tuvo dolor de cabeza –por lo menos, no recordaba haberlo tenido; y aquí ya empezó a hacerse un verdadero lío–. En cambio, fuera del recuerdo, en el sillón, en el presente real, dolía. Y creía que la cabeza le dolía por recordar, por el esfuerzo de hacerlo. Le echó la culpa a la falta de práctica. Tendría que comentarlo con sus amistades, empezando por su invitada.

Consultó la hora en su reloj de pulsera –el artilugio estaba en desuso, un tanto mal visto, pero permitido– y observó que todavía disponía de tiempo antes de ponerse a preparar la comida para él y su invitada. Desde luego, si hubiese sabido de antemano que iba a tener la caja de Pandora dentro de un armario, no la habría invitado. Hubiese preferido pasar con ella –con la caja– el día de su cumpleaños. Pero sería de mal gusto anular la invitación de forma tan precipitada. Y no se le ocurría ninguna excusa convincente. Además, Alma solitaria3476 no se lo merecía. A pesar de su mindyname, de solitaria no tenía nada –si tenía o no alma era una incógnita; decidió preguntarle–. Por lo tanto, dejó la invitación como estaba y decidió volver a los recuerdos. Planificó la operación: fast-rewind hasta el principio de la bobina a ver qué encontraba. Luego, fast-forward con pauses intermedios en hitos relevantes. Tras el stop, vuelto al presente, intentaría integrarlo todo a modo de recapitulación. Luego, de nuevo solo, cumplido su compromiso social y pertrechado con sus nuevos recuerdos –puesto a pensar, le asaltó una interesante pregunta ¿podía ser nuevo un recuerdo?– , se las volvería a ver con el contenido de la caja. Cerró de nuevo los ojos y empezó el proceso: pulsó mentalmente fast-rewind –y pensó que, si se confirmaba la ausencia de dolor de cabeza, podría llegar a hacerse adicto–.

Por descontado, el cursor permanecía impertérrito. Gracias a su inédita e intensa actividad mental, Inquieto8! había conseguido olvidarse de él, pero no existía ninguna garantía de que al cursor le hubiese sucedido lo mismo. Inexpresivo que era.

Continuará...

viernes, 29 de marzo de 2013

MindBook - 05: La Caja de Pandora

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04

Inquieto8! depositó suavemente las reliquias sobre la cama. Por descontado, ignoró completamente el cursor titilante. Lo último en que pensaba ahora era iniciar una sesión en MindBook. De hecho, antes de abrirla había valorado llevarse la caja a la intimidad del cuarto de baño, pero no le pareció lugar adecuado para este potencial tesoro. Algo así no podía ser otra cosa. Aún sin abrirla presentía algo grande. Algo en consonancia con la personalidad de su padre, una personalidad tan normal que, simplemente por eso, era excepcional. Siempre respetuoso con las normas, poco dado a discursos grandilocuentes o a repartir lecciones. Practicaba con el ejemplo. Y por lo visto hasta ahora, también con la caja. Vaya si practicaba.

Recordaba haber permanecido largo rato de pie valorando el inventario. Todos los objetos eran clásicos y, como tales, carne de presidio –así se indicaba en el documento «Condiciones y política de MindBook»–. Quien lo iba a decir. Su padre, todo un delincuente. Menuda herencia. Pensó que su padre se había quedado tranquilo. Y pensó también que, con toda probabilidad, quizá en aplicación de una extraña ley de conservación, era su propia tranquilidad la que ahora había acabado. Esa tranquilidad que, ingenuamente, creía disfrutar.

A medida que se reponía de la sorpresa, aumentaba la sensación de que tenía que hacer algo. Seguía plantado como una estatua. Reprimió la reacción instintiva de mirar a la pantalla. Resultaba dificilísimo hacerlo sin desviar la vista hacia el esquivo cursor, siempre presente pero nunca visible. Pero ahí estaba. Todo el mundo lo sabía: esquina superior izquierda. Mirar esta parte de la pantalla, activarse la sesión en MindBook y, consecuentemente, la grabación de todo lo que estaba a su alcance, era todo uno. Pero Inquieto8!, haciendo honor a su nombre, hacía años que había encontrado la forma de verlo mediante un espejo. La reflexión de la luz evitaba la detección de la orientación de la pupila y la pantalla no sabía que la estaban mirando. La verdad, más allá de la perversa satisfacción de poder ver el insulso guión titilante, la maniobra no tenía utilidad alguna, pero la primera vez que lo vio, su ego engordó dos kilos. Desde entonces, repetía la operación esporádicamente, esperando detectar algún cambio en tan primitivo indicador, cambio que, con toda seguridad, de producirse, no sería capaz de interpretar. Pero su inquietud innata mantenía viva la pretensión de conseguirlo cazar en directo, sin espejo, aunque debía reconocer que tras treinta años de intensivo entrenamiento ocular, intentos continuados y burlas paternas, no lo había conseguido. Y ya empezaba a perder las esperanzas. La edad jugaba en su contra. Hoy cumplía los sesenta.

Regresó al recuerdo. Lo que hizo fue verificar discretamente la línea visual entre la superficie de la cama y la pantalla y confirmó sus sospechas: las reliquias estaban de lo más expuestas. Por lo tanto, como primera providencia, se plantó en medio. El mal –suponiendo lo peor– ya estaba hecho. Le vino a la cabeza el convencimiento generalizado de que la postura oficial era cierta. Mientras la sesión de MindBook no estaba activada, la probabilidad de ser observado era realmente baja. Se decía que los inspectores seguían programas aleatorios de control y que la observación, si se producía, siempre era directa, ya que sólo se grababan las sesiones. Y la plantilla de inspectores no era lo suficientemente grande como para representar una amenaza estadísticamente significativa. Pero, indudablemente, el efecto disuasorio provocado por la incertidumbre sobre las posibles consecuencias de una «mala» observación y su potencial grabación, estaba ahí. Recordó también el hecho de que las noticias de MindBook jamás habían informado de juicios o detenciones relacionadas con observaciones con pantalla «inactiva». Y ahora, por primera vez, tras abrir la caja, este vacío informativo le pareció extraño y preocupante. Lo achacó a que, hasta este momento, su comportamiento «privado» –ahora, también le sonaba extraña esta palabra– y público había sido razonablemente correcto y no tenía porqué dudar del resto de sus semejantes. A fin de cuentas, la percepción generalizada era considerar el sistema como lo más parecido a una balsa de aceite. Pero, en el momento actual, plantado ahí de pie, no había ninguna duda: acababa de traspasar la línea roja. Había abierto la caja de Pandora. Y lo pensó con conocimiento de causa. No hacía demasiado tiempo, tras aparecer la dichosa caja en una novela, consultó su significado en MindyPedia y le impactó tanto que lo archivó en su memoria: según la mitología griega, la caja contenía «todos los males del mundo» y al abrirla se creaba un mal que «no podía ser desecho».

Sobreponiéndose al creciente malestar, se aseguró de dar la espalda a la pantalla y observó la serie de objetos que acababa de depositar sobre la cama: 
  1. un laptop negro, ordenador portátil con su correspondiente cargador, que perteneció a su abuelo y que recordaba perfectamente, por haberlo usado en su juventud –el abuelo murió cuando Inquieto8! tenía veinte años–;
  2. un reproductor mp3, también recordado;
  3. un buen paquete de folios impresos –había perdido el hábito, pero diría que más de doscientos–;
  4. cuatro periódicos, el primero de la fecha del fallecimiento del abuelo en 2025 y el último de 2035, fecha de implantación de MindBook;
  5. una pequeña libreta de papel con anotaciones diversas que, deliberadamente, vio pero no leyó, con la mitad de páginas en blanco;
  6. un bolígrafo reseco –lo intuía, ni se le ocurrió cometer el sacrilegio de profanar una hoja de papel–;
  7. un lápiz burdamente afilado, mordisqueado y medio consumido –resultaba evidente que se había afilado a cuchillo, ya que en la caja no había ningún sacapuntas– y
  8. una goma bastante gastada, artefacto que, junto con el lápiz, le resultaban de lo más exóticos. No recordaba haber visto ninguno desde la escuela primaria y ya entonces eran toda una rareza. 
Por descontado, todo ello material clásico incluido en la lista negra y, por lo tanto, declarado ilegal.

La lista negra incluía cualquier dispositivo –ordenador, tabletas, llaves, grabadores, reproductores, impresoras, etc.– capacitado para almacenar o reproducir información, libros, revistas y cualquier clase de soporte en papel –incluso folios en blanco–, así como herramientas de escritura manual tales como rotuladores, bolígrafos y lápices. El sistema estableció un período de cinco años –2035 a 2040– para la transición al nuevo orden, lo que incluía, entre otras muchas «directivas», la entrega de todos los dispositivos y materiales afectados. Por descontado, en la actualidad, hacía ya décadas que habían dejado de fabricarse. MindBook los hacía totalmente innecesarios. Pero ahí, ante sus narices, tenía toda una panoplia de productos prohibidos capaces de crear, procesar y almacenar información de forma personal y autónoma. El anatema de MindBook, el gran centralizador universal de datos.

Accionó el interruptor del laptop y observó con emoción que funcionaba. Evidentemente, su padre lo utilizó hasta el final de sus días. Cómo, cuándo y dónde lo hacía se le antojó ahora un misterio insondable, pero la realidad, en forma de batería cargada, estaba ante sus propios ojos. Y la nueva personalidad de su padre, también. Su «normalidad» acababa de ser pulverizada. De repente, se sintió cansado. Decidió que ya estaba bien por hoy de sorpresas. Recogió cuidadosamente el material en la caja y la volvió a guardar en el armario. Sin saber muy bien porqué, la empujó bien hasta el fondo, a salvo de no sabía qué o quién. Pero mañana, domingo, día de su cumpleaños, volvería a la carga. Entonces, en este preciso momento del recuerdo, era sábado.

Pulsó mentalmente stop, se desvaneció la habitación de su padre y regresó al salón y al dolor de cabeza. Y ya en el presente, cómodamente sentado en su sillón, pensó: qué curioso, mientras rebobinaba... no le dolía.

Continuará...

miércoles, 27 de marzo de 2013

MindBook - 04: Slow-rewind

Capítulos anteriores: 01, 02, 03

Sentado en el sillón sintió acercarse el torrente de recuerdos. Consiguió detener el proceso fijando su atención en el curioso término. Rebobinar..., otro atavismo. Le volvió a sorprender la extrañeza que de un tiempo a esta parte le provocaban determinados términos al uso que nunca le habían preocupado lo más mínimo. Recordó su origen con una visita rápida –de ida y vuelta– a su juventud. El recuerdo recién importado consistía en una batallita del abuelo donde le había hablado de unos extraños artefactos llamados magnetófonos que grababan audio en una cinta que se enrollaba en unas bobinas. Rebobinar era el proceso por el que retrocedías en el tiempo –de grabación, por supuesto– y tras pulsar stop, seleccionabas la grabación deseada. El abuelo también le explicó que le gustaba observar el giro de las bobinas. Lento y cadencioso durante la grabación/reproducción y rápido en el avance/retroceso. Y que le fascinaba el sibilante ruido que emitían al girar fast en los magnetófonos de calidad. Incluso evocó el suave tacto de las teclas y el contundente sonido con el que confirmaban la maniobra, del mismo modo que le agradaba sentir –en la más amplia acepción del término– el cierre de puerta de un buen coche. Todo un festival sensorial. Que diferente a lo de ahora, cuando los coches eran silenciosos hasta en eso y tan complejo concepto se había convertido en un metafórico vocablo venido a menos, donde la belleza de los orígenes se reducía a fijar la mirada en uno de los siete botones virtuales en la pantalla de MindBook: doble flecha atrás –fast-rewind–, flecha atrás –slow-rewind–, doble barrita –pause–, cuadradito negro –stop–, flecha negra –play–, flecha adelante –slow-forward–, doble flecha adelante –fast-forward–. Decidió jugar con el concepto, intentando controlar el flujo de sus recuerdos. Parecía claro que ahora se encontraba en stop. Haciendo caso omiso de su dolor de cabeza, pulsó mentalmente slow-rewind e, inmediatamente, stop. Para ser la primera vez, no le había ido tan mal: el día de ayer se materializó vívidamente en su mente. Por suerte, la memoria próxima todavía le funcionaba perfectamente.

Se vio a sí mismo abriendo la caja que su padre guardaba en el fondo del armario de su habitación. Conocía su existencia desde hacía tiempo, pero el respeto a su progenitor y una difusa pero persistente sensación potencial de peligro le había impedido fisgonear. Esta sensación se veía reforzada por un hecho que admitía pocas interpretaciones: su padre jamás le había hablado de ella. Otro factor sumamente interesante era que no estaba cerrada. Por no tener, no tenía ni cerradura. Esta extraña circunstancia le había producido profundas dudas existenciales. ¿Acaso deseaba su padre que furtivamente accediera a su contenido? ¿Se trataba de una prueba? ¿Ocultaba una trampa? Decidió olvidarse de ella y considerar el asunto de la caja una demostración de confianza por parte de su padre. Sus motivos tendría para no enseñársela. Dio por buena la ocultación de la caja y no volvió a pensar en ella hasta hacía unos días. Pese a que, por esperada, no fue traumática, recuperarse de su partida le llevó más de tres semanas. Durante este tiempo ni entró en su habitación. Llevaban veinte años como pareja bajo el mismo techo, el tiempo que faltaba su madre. Mucho tiempo para olvidarse así como así. El hecho de no tener pareja estable ni descendencia había facilitado su permanencia en el hogar paterno, circunstancia, por otra parte, de lo más habitual desde los tiempos de la gran crisis. Una vez estabilizado emocionalmente, entró en la habitación, la limpió, recogió su ropa y pertenencias y al abrir el armario, allí estaba. Le dio la impresión de que más visible, más accesible. No estaba en el fondo, no hacía falta agacharse para verla. Asomaba su parte delantera a modo de tentación prácticamente irrechazable. No tuvo ninguna duda de que su posición no era accidental. Ahora quería que la viera. Como un último homenaje a su memoria, resistió la tentación y no la abrió. Decidió dedicarle atención absoluta. Terminaría con lo que estaba haciendo y esperaría al fin de semana, la víspera de su cumpleaños. Y aquí estaba de nuevo. Rebobinando, en plena recreación mental. Pero se sentía como si estuviera allí. A fin de cuentas, sucedió ayer.

Inquieto8! terminó de abrir la caja y se quedó boquiabierto.

Continuará...

martes, 26 de marzo de 2013

MindBook - 03: Futuro

Capítulos anteriores: 01, 02

Inquieto8! no pudo dejar de pensar que resultaba chocante y revelador que el anuncio de nuevas funciones coincidiese en el tiempo con su despertar resistente. ¿Sería una señal? Fuera lo que fuera, MindBook se renovaba. A la actualización se le había asignado la versión 42.0.0, manteniendo la antigua costumbre informática más de un siglo de identificar las actualizaciones «mayores» con un incremento de versión. Esta versión sustituía a la 41.322.213, lo que indicaba la enorme vitalidad del sistema. Todo cambiaba para que nada cambiase. De nuevo iba calando en su mente la idea de la enorme paradoja que representaba el combinar un aparente conservadurismo con un cambio planetario copernicano, diría un clásico cultivado de costumbres y de moral colectiva. Por lo menos, con la perspectiva de los últimos treinta años. Una especie de Guantánamo universal. Se asustó de esta extraña conclusión y rebuscó en lo más profundo de sus neuronas intentando encontrar la fuente de la misma y, por ende, la justificación de su construcción mental. Recordó vagamente que su padre y abuelo le habían mencionado este nombre en relación con una disputa tribal ocurrida antes de su nacimiento, pero únicamente recordaba su profunda valoración negativa y su carácter de aplicación arbitraria de la fuerza por parte de la tribu dominante. Sólo un nombre y una idea. Algo así como la guerra de Troya o Hitler. Nombres y conceptos, probablemente equivocados. Pero la historia no era su fuerte ni el de casi nadie. Explicarse el porqué pensó que sería mejor dejarlo para luego. Ahora estaba intentando encontrar significado al futuro y prefería no someter su cerebro a saltos mentales tan traumáticos. Cada cosa a su tiempo. Pero sonaba terrible. Archivó el nombre y su adjetivo y continuó recordando las «mejoras» anunciadas.

Nueva capa de intimidad virtual: Al parecer, los últimos estudios  revelaban que la tendencia estadística situaba a las formas por encima del fondo. Esto representaba la evidencia científica de las preferencias reales de la población, teóricamente mantenida por numerosos estudiosos clásicos se daba en considerar clásico todo lo anterior a la implantación de MindBook y certeramente expresada por el aforismo convertido en lema: "lo que parece, es". A la gente, lo que le gustaba era figurar. Ya no se trataba de una teoría. Quedaba pues confirmado. Consecuentemente, cualquier usuario podría marcar una casilla de «invisibilidad» virtual, lo que le daría la falsa impresión de ser transparente al sistema, con el mismo resultado para él, claro que si fuera real. A Inquieto8! le empezaba a dar mal de cabeza.

Nueva opción de «No me gusta» dislike: Este cambio se consideraba de importancia capital y marcaría un verdadero hito evolutivo. Por primera vez se le permitía a los sujetos activos pronunciarse de forma negativa sobre las publicaciones y programas de entretenimiento. Se trataba de una reivindicación clásica que se remontaba al ancestro FaceBook. Más de medio siglo de lucha. Según MindBook, representaba un indudable refuerzo de las libertades del sistema, aunque no se explicitaba su papel en las valoraciones mensuales. Una indefinición que podía ser peligrosa y que no le gustaba nada a nuestro protagonista. ¿Qué postura era la más inteligente? ¿Sería políticamente correcto excederse en los dislike? ¿Existiría alguna correlación entre likes, blancos y dislikes? ¿Debía primar la sinceridad o la prudencia? Llegó a la conclusión de que se trataba de otra vuelta de tuerca al cepo. Lo que hacía un año hubiese aceptado sin chistar se convertía ahora en simiente de duda. Desde luego, esta pretendida «mejora» no mejoraba para nada su creciente mal de cabeza. ¿Se estaría volviendo alérgico al sistema?

Nuevo requisito de presencia diara activa o pasiva: Quedaba justificado porque ya se había conseguido la práctica cobertura universal del sistema. En este momento, Inquieto8! recordó que, en una ocasión, su padre le informó de la existencia de pequeños reductos clásicos a los que difícilmente podría llegar el progreso; en su estado actual, se sintió incapaz de valorar si esto era bueno o malo para los afectados. En la información se hacía constar que no se trataba de determinar un cupo para confinar a la población ante sus pantallas domiciliarias. Precisamente, la cobertura universal garantizaba estar situado permanentemente dentro del alcance de cualquier pantalla pública o detector de presencia. Por lo tanto, la presencia pasiva y la libertad de desplazamiento quedaba totalmente garantizada y la medida se vendía como un ejemplo de equidad que ponía a todos los miembros de la tribu universal al mismo nivel. Evidentemente, la cuantificación del requisito sería personal y tendría en cuenta todos los parámetros necesarios para no resultar especialmente agobiante. Por otra parte, con la determinación del tiempo de presencia activa ante la pantalla en cómputo diario, se ganaba en flexibilidad actualmente los períodos estaban segmentados y se garantizaban los mínimos necesarios de formación para todo «quisque», medida que redundaría en beneficio de todos.  Inquieto8! sonrió. En ocasiones, MindBook se tomaba ciertas licencias lingüísticas personalizadas con objeto aumentar la empatía aproximándose al nivel cultural del target. Precisamente por eso, le molestó sobremanera el empleo del término «quisque». Tuvo la impresión de que le estaban ninguneando. Pero su enfado no impidió que interpretara todo el discurso como adoctrinamiento puro y duro.

Sentía que la cabeza le iba a estallar. Aparentemente, su reacción alérgica iba en aumento. Se levantó, entró en el reducto libre y cogió una tableta de «aspirina». En su lamentable estado, nada más lejos de su intención que coger la otra tableta. Apartando la vista de la gigantesca pantalla mural del salón, se dirigió sigilosamente de nuevo a la cocina y deglutió el medicamento. Le vino inmediatamente al pensamiento vaya día que no se trataba del ácido acetilsalicílico empleado en la antigüedad a saber qué coño era realmente, pero el nombre clásico se había incorporado al vocabulario popular. Vaya, ahora hasta pensaba tacos. Definitivamente, se estaba haciendo mayor.

Decidió que todavía disponía de tiempo y regresó a la envolvente tranquilidad de su sillón. Cerró de nuevo los ojos en un estéril intento de esperar tranquilamente el efecto de la medicina. Pero su cerebro estaba revolucionado. Ahora empezaba a rebobinar y parecía bastante claro que pretendía llevarle a su infancia. Menudo domingo. A todo esto, aparentemente ajeno a sus reflexiones, el cursor titilaba pacientemente.

Continuará...

MindBook - 02: Presente

Capítulos anteriores: 01

Entró en el salón y se sentó en su sillón favorito, elección nada difícil pues sólo había dos y el otro era el de su padre no podía dejar de pensar en él; aún se lo imaginaba allí sentado. Todavía no le había abandonado esa sensación de nostalgia que le acababa de asaltar durante el desayuno y no hizo ningún esfuerzo por apartarla de su mente. A fin de cuentas, hoy era festivo y no tenía pensado salir de casa. Quizá por eso su pensamiento se ocupó en encontrarle sentido al simple hecho de sentarse en el sillón. Recordaba que en su juventud, además de utilizarlo para los prosaicos fines de descansar y asistir a las estupefacientes sesiones de televisión «libre», tenía la sana costumbre de sentarse en el sillón para leer. Ahora también podía hacerlo, pero no era lo mismo. Ahora la biblioteca estaba en MindBook, mientras que antes la biblioteca era una hermosa estantería llena de libros. A pesar del imparable empuje de los e-book, recordaba que tenían muchos libros de papel, la mayoría comprados por su padre, pero todavía contenía muchos del abuelo. De nuevo la nostalgia hacía su violenta aparición. Decididamente, el día de fiesta sería más mental que físico. Deslizó su mirada por la estantería afortunadamente se encontraba alejada de la línea de visión de la pantalla y no pudo por menos que sentir de nuevo esa sensación de incomodidad que le asaltaba cada vez con más frecuencia. Ni un solo libro. Ni un solo papel. Por primera vez, el inventario le pareció descorazonador. Algunos jarrones con plantas artificiales, unos marcos con y sin foto, un acuario sin peces, el teléfono móvil absolutamente quieto nunca había comprendido porqué se le llamaba así si no se movía, unos auriculares cerrados  inalámbricos, la tableta personal con conexión, por supuesto y las dos gafas multiplex. Evidentemente, no faltaban los correspondientes cargadores, de los que la avanzada tecnología todavía no había conseguido desprenderse. No se extrañó de lamentar que esta resistencia al cambio no se hubiese extendido a tantas otras cosas. Y acto seguido, se extrañó de no extrañarse. Indudablemente, algo estaba cambiando en su interior.
Detuvo la vista en las gafas multiplex. Desde que faltaba su padre no se habían utilizado. No había recibido a nadie en casa, por lo que seguían tal y como las dejó tras la última sesión compartida de MindBook. Afortunadamente, cuando estaba solo no eran en absoluto necesarias. El chip subcutáneo cumplía a la perfección la función de identificador unívoco, tanto de presencia pasiva como de sesión activa frente a la pantalla. MindBook de hecho, la avanzada tecnología de la pantalla permitía un máximo de diez sesiones independientes simultáneas, las cuales se presentaban de forma multiplexada sincronizada a la perfección con las gafas. Esto permitía a personas distintas disfrutar de sesiones distintas ante la misma pantalla y a MindBook mantener un control preciso de cada una de estas sesiones. Ni que decir tiene que toda sesión activa quedaba registrada en los servidores del sistema, a diferencia de la observación pasiva de la cámara, la cual se activaba y grababa de forma discrecional y, por descontado, silenciosa. Todo un hallazgo tecnológico el de estas gafas, las cuales, además de sincronizarse con el chip subcutáneo, incluían unos auriculares de botón y un emisor de posición de pupila para iniciar la sesión o cambiar de menú. Inquieto8! pensó que, a pesar de ser ligeras y muy cómodas, estaban mejor en la estantería. Entonces recordó que había invitado a comer a su pareja ocasional, por lo que quizá serían necesarias. Por si acaso a pesar de que su intención era dedicarse a tareas colaborativas más gratificantes, las conectó al cargador y cerró los ojos.

Disponía de tiempo hasta la comida, por lo que se abandonó a sus pensamientos iniciando un breve repaso de su situación actual. Si pretendía darse respuestas, nada mejor que empezar por recapitular. Empezó con su círculo de amistades. Contaba con 12.245 amigos. Si se comparaba con algunos de ellos era casi un búho solitario. La media recomendada por el sistema se situaba en torno a los 20.000. Era consciente de que esta actitud suya estaba muy mal considerada y le restaba puntos los informes mensuales eran explícitos al respecto, pero se resistía a incrementar su lista de amigos. Las pretendidas bondades derivadas de la cantidad no tenían nada que hacer frente al peso específico de la calidad, siendo esta opinión una de las que le habían llevado a enfrentamientos dialécticos con su padre. De hecho, los informes mensuales también la reprobaban en los apartados de likes y posts argot oficial, en ambos casos por debajo de las recomendaciones oficiales. La fórmula era clara: más amigos, más likes y más posts. Más, más, más. Tampoco estaba especialmente bien posicionado en tiempo de conexión, aunque dentro de los parámetros aceptables para su profesión, la cual no viene al caso. MindBook era muy justo. Primero tus obligaciones laborales. A fin de cuentas, en el trabajo también había pantallas y también te podían de nuevo la presión de un condicional controlar. Pensó que el condicional pesaba lo suyo. Podían, pero... ¿lo hacían? El sistema defendía que era justo. A los buenos miembros de la tribu no debía preocuparles y a los malos les convenía tener una espada de Damocles sobre su cabeza. Por otra parte, todos tenían su espacio de intimidad el cuarto de baño y las cámaras no disponían de visión nocturna evidentemente, aceptar esto era una cuestión de fe. Según el sistema, el balance era francamente positivo y no parecía que molestase demasiado a la población. El principal problema, pensó Inquieto8!, era que no quedaba demasiado clara la divisoria entre miembros buenos y malos.

Tras esta última reflexión, en su cabeza resonó con fuerza un ¡¡¡qué cosas de pensar!!! A medida que avanzaba en el ejercicio de recapitulación empezaba a crecer en su interior la impresión de que, sin darse cuenta, llevaba bastante tiempo siendo un resistente pasivo. Y que la ausencia de su padre empezaba a revelarle esta condición, cada vez menos latente. Y en esas, tomó cuerpo el recuerdo de las importantes novedades desveladas en las últimas noticias del desayuno. MindBook, en proceso de mejora continua, anunciaba nuevas funciones. Y entonces cayó en la cuenta que la calificación de «mejora» le había parecido un eufemismo harto discutible. Inquieto8! ya no se reconocía ni a sí mismo. Ni su propio padre lo hubiera hecho.

Continuará...  

lunes, 25 de marzo de 2013

Ignorancia

"La máxima expresión de la ignorancia es no saber lo que se sabe ni saber lo que no se sabe".

¿Sabe lo que sabe? ¿Sabe lo que no sabe?
Esta frase, de recentísima producción propia -no tiene ni media hora de vida-, da pie para sacarle algo de punta en el blog. Resulta sorprendente cómo afloran los pensamientos, en especial cuando no estás buceando en la mente con un propósito definido. Indudablemente, existirá una explicación al hecho de que, sin proponérmelo, esta frase haya tomado cuerpo mental y algo me haya impulsado a publicarla. Debo reconocer que, en principio, me causó buena impresión estética. En cierto modo era simétrica y abarcaba los dos componentes que definen el conocimiento absoluto, tomado en su expresión más amplia: «lo que se sabe» y «lo que no se sabe». A fin de cuentas, la forma también tiene su importancia. Nos movemos mucho por el impacto de la primera impresión. Y la publiqué en mi página, no sin hacer constar mis reservas. Después, al leerla en su ubicación, enmarcada fría e impúdicamente para la posteridad, a la vista de todos los que la visitan, le empecé a encontrar fondo. Y también cierta justificación. A eso voy.

Pienso que es muy dañino «no saber lo que no se sabe» y que esta condición está más extendida de lo que pudiera parecer. Los afectados por este mal acostumbran a hablar de cosas sobre las que no tienen ni idea, pero el hecho de estar realmente en la ignorancia les disculpa. Obran de buena fe. No saben lo que no saben.

Ahora bien, quien «sabe lo que no sabe» y habla sobre ello hace bueno el popular aforismo de "hablar por boca de ganso". Este no es un ignorante. Es otra cosa. Y diría que la epidemia está más generalizada que en el caso anterior. Reproduzco aquí una explicación del aforismo que suscribo y que nos viene al pelo. La fuente es Wikipedia:
"Hablar por boca de ganso equivale a repetir algo de cuya constancia se carece. Quien así habla suele hacerlo con pedantería, respaldándose en el conocimiento de algún otro. No verifica lo que ha oído, ni lo piensa, ni lo critica. Simplemente habla. Por boca de ganso" (Héctor Zimmerman, Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato).
En cambio, «saber lo que se sabe» es de lo más recomendable y gratificante, ya que nos evita pisar charcos y meternos en pantanos de arenas movedizas. Por poco que sea, uno debe saber lo que sabe. Conocerlo realmente. Y sentirse satisfecho de ello. Siempre se puede aprender más. En lugar de parecer un ganso, callaremos y extraeremos del conocimiento de los demás lo que realmente nos enriquezca. Es lógico, todo lo que no sabes es, en principio, apetecible. Lo más adecuado es escuchar y aprender. Destaco el hecho de que lo que se sabe debe primar sobre lo que no se sabe. Lo que se sabe -y su alcance- no debe admitir dudas, mientras que lo que no se sabe debe ser tomado con toda clase de reservas. Pero ante la duda, mejor no hablar de ello.

Para concluir, existe una tierra de nadie de conocimientos situada entre ambos extremos. Lo deseable, lo que deberíamos incorporar a nuestra ética es el convencimiento sincero, riguroso y absoluto de «lo que se sabe» y de «lo que no se sabe». Del primer grupo, hablar cuanto se quiera. Del segundo, callar y, sobre todo, escuchar. Y en tierra de nadie -la situación más frecuente-, hacerlo saber y preguntar. Y, por encima de todo, leer. Leer mucho.

Todo lo anterior se ha inspirado en la frase de generación espontánea. Evidentemente, ahora comprendo que no lo fue tanto. Era el resumen de mi posición y la suscribo plenamente. Espero que haya quedado justificada.

Una última puntualización: Ignorancia no es sinónimo de incompetencia. La ignorancia no es un demérito. Es un característica diferenciadora. Y mi sincera opinión es que va en aumento. Debe minimizarse, pero esto, lamentablemente, no está al alcance de todos. Y el sistema cada vez ayuda menos. O, según como se mire..., más.

sábado, 23 de marzo de 2013

MindBook - 01: Despertar y desayuno


Sonó la alarma y tras desperezarse un poco, se levantó, cuidándose muy mucho de no dirigir la mirada a la pantalla de la pared, el origen del desaguisado. En ella, sobre fondo negro azabache, titilaba un pequeño guión blanco, reminiscencia atávica y un punto perversa de los primitivos ordenadores personales de mediados del siglo pasado. Se llamaba «cursor». Inquieto40320 lo sabía de primera mano porque se lo había contado su abuelo en una de sus recurrentes batallitas que a medida que se hacían añejas (el abuelo hacía 40 años que faltaba) se iban convirtiendo en mitos. No todos tenían la suerte de haber contado con información oral y fidedigna sobre los orígenes de MindBook. Pero tiempo habrá de profundizar en esto. Por esta vez, siguió las directrices y abandonó estos pensamientos, preparándose para iniciar la jornada.
Sin dejar de mirar al frente, se dirigió al cuarto de baño, único espacio de la vivienda donde disfrutar de una relativa intimidad al no contar con las omnipresentes pantallas de MindBook. Ni que decir tiene que esta concesión del sistema era de agradecer, aunque se trataba de una mera ilusión, dado que, merced a ella, el sistema podía –este condicional tenía su importancia, también perversa– conocer el tiempo exacto que cualquier sujeto se ocultaba a su control. Pero no dejaba de ser reconfortante la sensación de que dentro de este cuartucho el sistema ignoraba si uno estaba haciendo sus necesidades, hurgándose la nariz o, simplemente, pensando. En cualquier caso, Inquieto8! –en un romántico intento de resistencia pasiva, Inquieto40320 gustaba de llamarse así, utilizando la abreviatura culta y matemática que utilizaba su padre, en lugar del vulgar ordinal asignado– hizo todo lo que tenía que hacer en el plano físico, dejando cualquier actividad mental para más adelante. Una vez reseteado físicamente –los anglicismos estaban al orden del día–, abandonó el refugio de intimidad y penetró en espacio controlado.
A sus 60 años gozaba de buena salud y se encontraba en plena madurez ya que la esperanza de vida estaba sobre los 95 años. Su padre había fallecido hacía un mes a los 90 y este hecho había representado un duro golpe para su rutinaria existencia, máxime cuando Inquieto8! no tenía pareja estable ni descendencia, decisión absolutamente consciente y meditada. Por lo tanto, estaba solo, sentía hambre y se tenía que preparar el desayuno, por lo que penetró en la cocina y, como cada mañana, dirigió rápidamente la mirada hacia la pared derecha en un intento fallido de cazar el cursor. Como era de esperar, antes de verlo, el cursor desapareció y la pantalla cobró vida inmediatamente. El primer ejercicio matinal se estaba convirtiendo en todo un reto.

El primer contacto matutino con el sistema resultaba hasta gratificante. MindBook conocía a la perfección sus preferencias sensoriales por lo que la paleta de colores, la música, el nivel y hasta la ecualización sonora respondían exactamente a sus necesidades, con lo que el nivel formal de satisfacción inicial no podía calificarse de otra forma que óptimo. Otro tanto se podía decir de la disposición de los elementos de la pantalla de inicio, tanto en su estructura como en su contenido que, en su caso, era bastante frugal: "Últimas noticias" –opción no configurable, reminiscencia del ancestro Facebook– y la bandeja de entrada de mensajes «privados». Nada más. En su parte superior destacaba la fecha y la hora: 8:05 23 de marzo de 2065. Era el día de su cumpleaños y MindBook se lo recordaba. Haciendo caso omiso de los 793 mensajes, mojó el pan en los huevos –ahorramos al lector la peregrina descripción de la fritura– y se sumergió en las últimas noticias.
MindBook mantenía la terminología tradicional y todo giraba en torno a las «publicaciones». Para que alguien tuviese acceso a cualquier información, ésta debía publicarse. Y nunca mejor dicho, porque el concepto de «público» se sublimaba. Excepción hecha de las publicaciones de los “amigos”, las cuales se restringían al círculo de amistades, el resto de las publicaciones, es decir, todas las generadas por el sistema, eran tan públicas que TODOS las veían y las leían –o lo hacían ver–. Evidentemente, en el idioma del perfil del usuario. Por lo tanto, aquí tenemos a Inquieto8! desayunando y leyendo –o fingiendo leer– el noticiario único y oficial.
Nuestro personaje no se podía quitar de la cabeza los tiempos pasados, no tan lejanos, en los que se podían comprar periódicos que decían cosas distintas de las mismas cosas, situación dañina que no hacía más que aumentar la confusión de las pobres gentes ávidas de verdad. Esto terminó con su 30 cumpleaños. En 2035 culminó un proceso imparable de normalización política que dejó en agua de borrajas la multiculturalidad y la globalización con que se estaba alterando el equilibrio inmutable de los mercados. La inacabable crisis económica consiguió lo que no habían conseguido dos guerras mundiales y cientos de trifulcas tribales: la «tribu universal». Cómo se consiguió sigue siendo una incógnita y, la verdad, no creo que sea demasiado relevante. Sin duda, lo sabrán los que lo tienen que saber, pero la gente de bien no lo necesita. El hecho de que se había conseguido quedaba meridianamente demostrado con MindBook, responsable consensuado por los poderes fácticos de facilitar una visión unificadora y uniforme de la realidad, más allá de tópicos y conceptos vacíos, afortunadamente ya periclitados, tales como la realidad virtual, la realidad en 3D o la realidad aumentada. Se acabaron los adjetivos. Realidad de la buena y punto.

Inquieto8! simultaneaba la lectura –es un decir– de las «noticias» con estas reflexiones, quizá hoy más presentes por cumplir 60 años de vida y 30 desde su cambio de nombre y su alta en MindBook y no pudo evitar un atisbo de duda e incomodidad. La sensación no era nueva. En ocasiones, había hablado de ello con su padre, a quien no le gustaba nada hacerlo. Parecía que plantear reticencias y dudas sobre el sistema era tabú. Recordaba que algo parecido sucedía con el abuelo cuando le preguntaba por la guerra civil en la que su padre –el bisabuelo–  había sido protagonista.Tabú. Mejor no hablar. De hecho, según ellos, no había que hablar. Pero ahora se había quedado solo y no tenía válvula de escape. Decidió darse respuestas. A fin de cuentas, estaba en la flor de la vida. La quedaba mucho tiempo. Y empezaría por recordar la historia. Y por escribirla. Quizá así pudiera plantear –y plantearse– las preguntas adecuadas. Cayó en la cuenta de que ya había cumplido con creces el cupo de tiempo establecido para la conexión matinal –por exceso nunca había problemas– y, dejando los mensajes y las publicaciones de sus «amistades» para más tarde, terminó el desayuno, cargó el lavavajillas y abandonó la cocina. Cinco minutos después, se apagó la pantalla y apareció de nuevo el cursor.

Continuará...

domingo, 17 de marzo de 2013

Mientras pueda...

¿Qué dice?
¿Habéis pensado alguna vez en las infinitas formas de terminar la frase?  En mi caso, es una frase que siempre me ha fascinado. Convenientemente formulada se convierte en una afirmación que, formalmente, compromete mucho, ya que se completa con dos formas verbales que, por naturaleza, implican acción: un infinitivo y un futuro. Aunque se trata de una afirmación con trampa, ya que incluye una premisa inicial un tanto acomodaticia o, quizá mejor expresado, posibilista. Además, admite dos interpretaciones contrapuestas: en su interpretación negativa lleva implícita una especie de coartada justificativa, con una clara intención preventiva ante el fracaso. En esta interpretación, quien la pronuncia pretende disponer de una cláusula de descargo que esgrimir en su momento, tras encontrar una justificación (real o ficticia) que le exima del compromiso formulado, argumentando un patético y conveniente «yo ya lo dije». Por contra, en su interpretación positiva implica determinación. El compromiso de ejecutar la acción sorteando todos los obstáculos sorteables, entendiendo como tales todos los que estén dentro de nuestras capacidades. Me gustaría hoy, domingo lluvioso, sacarle un poco de punta a estas frases. Empiezo con esta: «Mientras pueda escribir, escribiré» (aseguro que la podéis tomar en su interpretación positiva).

Una afirmación de este tipo puede darse en dos ámbitos: el interno y el externo. Evidentemente, en el primer caso, a menos que nos engañemos a nosotros mismos (algo no siempre descartable), nos estamos refiriendo a reflexiones que representan compromisos reales –o convicciones– que conforman el núcleo duro de nuestra ética personal. Nadie tiene acceso a estos compromisos, aunque puede deducirlos claramente a partir de nuestros actos. En el segundo caso –ámbito externo–, las afirmaciones de este tipo son públicas, a pesar de lo cual sigue sin ser accesible su carácter. Nadie está en condiciones de descubrir las verdaderas intenciones de quien las formula. Por lo tanto, en este caso, nunca está de más aplicar una cierta dosis de prevención ante una repentina epidemia de «mientras pueda...».  

La colección de verbos es tan amplia como nuestro vocabulario, lo que le confiere subjetividad al tema: no todos nos podemos comprometer a las mismas cosas, haciendo bueno el aforismo de Wittgenstein que afirma «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo» (TLP, 5.6). Como ejemplo de los más al uso podemos citar: hablar, leer, escribir (intrascendentes), engañar, robar, estafar, corromper, copiar (normalmente internos, en alza, muy extendidos), ayudar, enseñar, compartir, tolerar (en franca recesión).

Resulta también interesante explorar la relación existente entre los «mientras pueda...», la ética y la moral. Siempre hemos defendido que la ética es personal e intransferible y que la conforman nuestros compromisos, representados por nuestro catálogo de «mientras pueda...», tomadas todas las afirmaciones en su interpretación positiva, es decir, sincera. Y que esto es independiente del juicio de valor que nos merezca, el cual depende de la moral al uso, la cual siempre es colectiva y estadística. Debemos suponer que Al Capone (por no tomar ejemplos más próximos y sangrantes) obraba según su propia ética (sus propios «mientras pueda...») la cual, evidentemente chocaba de frente, por excepcional, con la moral de la época. Esto quiere decir que el número de mafiosos respecto a la población total de EEUU era muy pequeño, lo que estadísticamente le hacía ser un cisne negro. Probablemente, en la época actual y en determinados países (no quiero señalar), la situación es bien distinta. La evidencia cotidiana nos dice que la campana de Gauss estadística se va ensanchando, lo que indica claramente una moral más amplia (no quisiera emplear al calificativo de relajada), dando cabida dentro de la normalidad a una mayor cantidad (que no calidad) de «mientras pueda...». A eso vamos, a pesar de la hipócrita pose formal cada vez más extendida de rasgarse las vestiduras ante acciones que serán más y más frecuentes a medida que los «mientras pueda...» más habituales se vayan incorporando a la ética personal de los miembros de la colectividad: «a fin de cuentas, si lo hacen todos..., mientras pueda, lo haré».

Por lo tanto, como escribí al principio, sólo me comprometo a ésto: «Mientras pueda escribir, escribiré». Del resto de «mientras pueda...» no informo. Pero tengo mi catálogo. Revisen los suyos.

miércoles, 13 de marzo de 2013

La red (a)social

Comencemos con justificaciones. No se trata de desmontar paradigmas. No tengo suficiente conocimiento de «las» redes sociales como para permitirme la alegría de pontificar sobre ellas ni de emitir un juicio de valor colectivo. Me limitaré a escribir sobre una (Facebook) y quiero dejar muy claro que no se va a tratar de una generalización, sino de una presentación de hechos concretos, con su correspondiente valoración, limitados al exclusivo ámbito personal, dejando a los lectores su posible extrapolación al ámbito general. Empecemos.

Esta es la cuestión ¿social o personal?...
La tesis que pretendo defender queda apuntada en el propio título. No pongo en duda su condición de «red», aunque con minúscula, pero tengo todas las dudas respecto a que sea realmente «social». El prefijo entre paréntesis (significa no-social, no anti-social) desea patentizar una cierta reserva, justificada por el posible sesgo aportado por mi visión personal del asunto, aceptando que puedo estar equivocado y que mis números no son extrapolables, aunque mantengo serias reservas.

En primer lugar conviene declarar mis expectativas, esto es, lo que yo esperaba de una «red social»: Conocer personas con un cierto grado de afinidad intelectual y cultural, intercambiar conocimientos y aprender. En pocas palabras, comunicación bilateral activa. Se da la circunstancia que me encontraba (y me encuentro) en fase de aprendizaje filosófico, por lo que quizá sobrevaloraba dichas expectativas. Tras un año de participación activa y una sensación continua de incomodidad percibida en las distintas modalidades de uso que la red pone a mi disposición (amistades, grupos, páginas) que me han ido llevando progresivamente a una pasividad manifiesta, he decidido cuantificar mis impresiones con el propósito de objetivarlas y de ponerlas a disposición de quien pueda estar interesado, de lo cual declaro mi total y absoluta ignorancia. Como valor añadido (esto ya es egoísmo puro), me he entretenido mucho.

El estudio se ha llevado a cabo durante una semana completa, con objeto de considerar  también los festivos, sobre las publicaciones de mis 46 amistades virtuales, la gran mayoría de las cuales lo son por solicitud y voluntad propia. Los hechos y conclusiones son los siguientes:

Publicaciones:
Sólo publican 16 (35%) de los que sólo 10 (22%) lo hacen diariamente. Esto implica que no sé absolutamente nada del 65% de mis «amistades», ya que se da la circunstancia de que los que no publican tampoco pulsan "me gusta" ni, obviamente, comentan nada. Sencillamente, no están. Conviene señalar que 4 de los 10 superan las 10 publicaciones diarias.

Me gusta/publicación:
La media de todos es de 2,32, de los cuales 5 reciben menos de un "me gusta" y 3 superan los cinco. Como excepción que confirma la regla, uno de ellos ha conseguido 34!!! Felicitaciones.

Me gusta/amigo:
La «asocialidad» aumenta notablemente al ponderar los "me gusta" con el número de amigos que tiene el publicador, entre los que, lógicamente, me encuentro. La media absoluta es de cuatro entre diez mil, lo que quiere decir que para conseguir un simple “me gusta” deberías contar con dos mil quinientos amigos. El mínimo se sitúa en el doble (8/10000) y el más «socializado» consigue catorce “me gusta” por cada cien amigos. Felicitaciones de nuevo.

Comentarios/publicación:
Parece lógico esperar peores resultados. Comentar algo, además de exigir pensar lo que se ha de escribir, representa un considerable esfuerzo, si lo comparamos con un simple “click”, maniobra también cara para mis amigos y para los amigos de mis amigos. La media absoluta es de menos de un comentario por publicación (0,71). Cinco de los publicadores consiguen un cero patatero y sólo dos superan los cinco. El récord se lo lleva el mismo de antes con un fenomenal 20,8. Caramba.

Comentarios/amigo:
Esto es la traca final. La media nos dice que comenta ¡uno de cada diez mil “amigos”! Nuestro amigo excepcional consigue nueve comentarios de cada cien o, lo que es lo mismo, uno de cada diez de sus “amigos” comenta sus publicaciones. Y es todo un record!!!

Conclusiones generales:
Repito, estas conclusiones se refieren exclusivamente a la «sociabilidad» de la red, entendida como comunicación bilateral activa y se circunscriben al colectivo de “amistades” del autor. Por lo tanto, se debe entender que el indicador más representativo sea el de comentarios/amigo. Un comentario no es más que la expresión del deseo de comunicación por parte de quien lo realiza y representa la forma más elaborada de utilización del componente «social» de la red. Un “me gusta” es impreciso y ambiguo, por lo que es poco o nada representativo. Por lo tanto, basado en estos principios, debo concluir que una red que consigue la increíble proeza de generar un comentario por publicación entre diez mil amigos puede ser calificada de todo menos de «social». Podemos ver el indicador como queramos: un comentario por cada diez publicaciones para mil amigos o un comentario por cada cien publicaciones para cien amigos. En todos los casos, de lo más «asocial».

Ignoro el beneficio que reporta publicar sin retorno alguno. Indudablemente, debe satisfacer alguna necesidad o expectativa, pero yo no lo aprecio. Tampoco comprendo el acumular “amistades” mudas y sordas (informáticamente hablando). Me resulta mucho más beneficioso y enriquecedor suscribirme discrecionalmente a páginas interesantes y “digerir” su información. Pero esto no es comunicación bilateral y para ello no se necesita “amistad” ni “sociabilidad” alguna.

Veo también más coherente crear y mantener una página propia donde publicas lo que quieres y se apunta el que quiere sin necesidad de pedirte permiso. En tres meses, mi página, cuya preparación diaria me reporta indudables beneficios, cuenta con 400 seguidores (no lo comprendo), aunque los comentarios y los “me gusta” siguen siendo escasos. Pero, por lo menos, es más coherente, no se trata de mis “amigos”. Claro que cuando veo una página de filosofía con más 20.000 seguidores en la que conseguir 200 “me gusta” en una publicación es todo un éxito llego al convencimiento de que mis conclusiones son extrapolables al conjunto de la red.

Resumen: red «asocial» y escaparate de publicaciones (más bien manifiestos, en muchos casos, adoctrinadores), no de comentarios ni de comunicación. Prima el monólogo sobre el diálogo. Y, cuando lo hay (no analizado hoy, pero ya tratado con anterioridad en este blog), mucho dogmatismo, relativismo moral y tolerancia asimétrica.

¿Relación con la ética? Mucha. La red es adictiva. Reconozco que siempre he intentado ver más allá de la pantalla, intentando clonar mi conducta real en mi conducta virtual, en lo que se ha demostrado un ingenuo intento. Recuerdo que en mis primeros días algún “amigo” (por incompatibilidad dogmática, ha dejado de serlo) se disculpaba (quizá para quitárseme de encima) por tener que bajar a pasear el perro, lo cual me parecía de lo más humano. Y que, debido a los husos horarios, avisaba a mis interlocutores del otro lado del charco que me iba a descansar. Seguramente me debían ver como un perro verde o una anomalía estadística. Ahora ya me he normalizado. Por lo tanto, existe una ética virtual que mantiene el tronco básico de tus convicciones, pero que se reviste de una capa que todo lo tapa (y de chaleco antibalas y máscara para protegerse de muchas publicaciones) y que, sin agredir ni ofender a nadie, procura extraer de la red lo mejor para uno mismo. Ética «asocial», en suma.

Y la vida sigue, más allá de Facebook.

domingo, 10 de marzo de 2013

(in)Competencia

Henos aquí de nuevo ante el papel en blanco (metáfora). Y con un tema que retumba constantemente en la cabeza de los sufridos seres humanos que deben soportarla, repartida generosamente por quienes ostentan el papel (delegado o no) de conductores del rebaño o de líderes/gestores de la tribu. Y no se trata de recurrencia en la crítica política sino de simple constatación de un hecho que nos puede dar pie para extrapolar el concepto desde el ámbito de la política (empresa de todos) al de la ética personal, que es, en último término, el que nos importa. Empecemos pues.

Requisito: clavar el clavo.
En su día ya justificamos que la vida (incluso la política) puede ser vista como una empresa, ámbito donde –al margen de su pésima fama- se han desarrollado y aplicado –menos de lo deseable- los dos principales conceptos que dan título a este blog, afirmación que se puede hacer extensiva a la competencia. Quien haya seguido sus distintas entradas también habrá percibido un denominador común en mi pensamiento: la necesidad de gestionar los tres ámbitos (personal, político y empresarial) con un criterio basado en la Calidad y en la Excelencia, a los que ahora vamos a añadir la Competencia, profundamente relacionada con ambas. A definir el concepto y a establecer su relación es a lo que nos vamos a dedicar hoy.

Pero… ¿qué significa Competencia? Según la segunda acepción del RAE, «Pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado». Según la norma ISO 9000:2005 (3.1.6), «Aptitud demostrada para aplicar los conocimientos y habilidades». Por último, ISO 9001:2008 en 6.2.1 establece «El personal que realice trabajos que puedan afectar a la conformidad con los requisitos del producto debe ser competente en base a la educación, formación, habilidades y experiencia apropiadas» y el 6.2.2 a) «Se debe determinar la competencia necesaria...». Por lo tanto, podemos concluir lo siguiente:
  • La «conformidad con los requisitos del producto» es aplicable a cualquier actividad. Todo producto es el resultado de un proceso y, consecuentemente, debe tener requisitos, concepto que hemos dejado claro en multitud de ocasiones: en el ámbito político, el primer requisito debe ser el cumplimiento del programa electoral y en el personal, el cumplimiento de los compromisos adquiridos voluntariamente y que conforman nuestra ética;
  • Para conseguir dicho cumplimiento se debe ser «competente»;
  • Que la «competencia» se apoya en una o más de estas cuatro patas: educación, formación, habilidades y experiencia;
  • Que esta «competencia» nunca es absoluta y universal sino que es relativa y particular. Es decir, debe «determinarse» para cada ámbito, trabajo o actividad específica. Todos somos o no somos competentes «en algo».
Sabiendo ya de qué estamos hablando, entremos en sus aspectos cualitativos y cuantitativos. La primera impresión es que competencia e incompetencia son complementarias. O, lo que es lo mismo, que su suma es una constante. Nada más lejos de la realidad. En primer lugar, vamos a establecer la relación existente entre competencia y calidad. Y como calidad es eficacia, entre competencia y eficacia. Así como la eficacia -y la calidad- es un grado y puede medirse en una escala de cero a cien, entendemos que la competencia es un estado. Que «se es» o «no se es». En otras palabras, se es «competente» o «incompetente», en la medida en que cumplas o no los requisitos o los compromisos adquiridos voluntariamente.

Ahora bien, establecida la definición de incompetencia como la falta de aptitud o de capacidad para cumplir con los compromisos adquiridos, vamos a profundizar un poco en la competencia, en especial en su relación con el campo de la excelencia o, lo que es lo mismo, con la eficiencia. Una vez somos «competentes» (eficacia 100%) podemos avanzar en la mejora gracias a la optimización –o reducción- de los recursos empleados. Por lo tanto, dentro de la competencia, siendo un estado, pueden darse grados. Así como un «incompetente» bastante tiene sin adjetivos, se puede ser «simplemente» competente, «muy» competente o «extremadamente» competente. Todo ello en función de la eficiencia –que no eficacia- demostrada en el cumplimiento de sus obligaciones (requisitos, compromisos, etc.)

Y para terminar, volvamos al principio. Todos tenemos una función que desempeñar en cada momento. Y la calidad y excelencia en el desempeño de esta función (el producto) esta determinada por nuestra (in) competencia. Esto es aplicable a cualquier persona y cualquier función, incluidos los líderes y gestores de la tribu. Ya sea por la indeterminación de la competencia necesaria –en la tribu, cualquiera puede ser «jefe»- como por incompetencia congénita o voluntaria –que la hay-, los resultados son desastrosos en todos los ámbitos (político, económico, educativo, sanitario, judicial, etc.). ¿Qué podemos hacer desde nuestro pequeño oasis personal? Además de gestionar adecuadamente nuestro voto (o no-voto), procurar no caer en los mismos errores:
  • No adquirir compromisos más allá de nuestras capacidades o de nuestra competencia;
  • Si resulta inevitable, aumentar nuestra competencia (educación, formación, habilidades, experiencia) con las acciones que estén a nuestro alcance;
  • Dar ejemplo. Como dijo Einstein: «Dar ejemplo no es la mejor forma de influir en los demás. Es la única».
Una última reflexión: No resulta fácil detectar la incompetencia, ni aún en nosotros mismos (los incompetentes «pata negra» son especialistas del camuflaje). La clave está en el (re)conocimiento de los compromisos adquiridos y en la evaluación de su cumplimiento. En el caso de la política, lo más evidente –por situarse en el primer nivel– es el incumplimiento del programa electoral, pero en otros ámbitos, incluido el personal, no resulta demasiado fácil. No conviene repartir etiquetas de incompetencia sin mirarnos detenidamente al espejo. Para minimizar el riesgo, definamos y tengamos claros nuestros compromisos. Aunque sean pocos. Pero seamos coherentes y procuremos cumplirlos. Seamos «competentes». A ser posible, con adjetivo.

«Incompetencia más incompetencia es igual a incompetencia» (Teorema de Peter).

«El vidrio caliente tiene la misma apariencia que el vidrio frío» (Primera ley del laboratorio).

domingo, 3 de marzo de 2013

Mirar o Ver, ésta es la cuestión

La prueba de que el tema de hoy es más que adecuado la tenemos en el hecho de que acabo de mirar sin ver. Hace escasos segundos he perdido una hora de escritura de este artículo -si es que la escitura se puede medir en tiempo- por suponer que mi iPad restauraba la pantalla al estado en que se encontraba antes de saltar a otra aplicación. Ya les digo que no. He mirado otra pantalla sin ver que acababa de perder todo lo escrito en la primera. Guarden el trabajo antes. Pero, volvamos a empezar lo que será la versión 2 de algo que ni siquiera ha nacido. Sin duda, no se parecerá en nada a la versión no nata.

Quien haya seguido este blog con cierta asiduidad tendrá asumida la definición que le hemos dado a nuestra ética: los compromisos internos y externos adquiridos voluntariamente con nuestro entorno, el cual diferenciamos en próximo y lejano. Partiendo de esta definición, resulta obvia la íntima relación entre los sentidos -responsables de la toma de datos del entorno- y nuestra ética, de tal forma que deben formar un sistema inter-relacionado que facilite la toma de decisiones y la ejecución de los correspondientes actos coherentes con la misma.

Siendo todos los sentidos responsables de la toma de datos, centraremos el análisis en la visión y, en menor medida, en el oído, debido, fundamentalmente a su mayor alcance, dejando el olfato, gusto y tacto para las relaciones más íntimas y próximas lo que les confiere una mayor fiabilidad (aunque no absoluta) en la información proporcionada. Y de fiabilidad se trata.

Datos o Información, está es la cuestión. Mirar o Ver... Oir o Escuchar... Pares de palabras, de las que la segunda tiene un profundo contenido conceptual, mientras que la primera es simple y rutinaria, diríamos que procedimental, sin ningún valor añadido. Porque podemos recibir una avalancha de datos y escasa o ninguna información, del mismo modo que podemos mirar sin ver u oir sin escuchar. Por lo tanto, lo importante es Ver o Escuchar. O lo que es lo mismo, la Información.

Éste «mira» y «ve» perfectamente.
Centrémonos en el sentido más importante (a los efectos de recibir datos y proporcionar información). El proceso sería: Mirar (adquisición de datos) → Ver (convertir los datos en información) → Decidir (evaluar la información) → Actuar. Ni que decir tiene que nuestras decisiones y actos se ven fuertemente condicionadas por la veracidad y la fiabilidad de la información suministrada. Comentemos brevemente las dos primeras fases. Mirar no es importante. Es una condición necesaria para ver lo que se mira (si no miras, no ves), pero esto es todo. En cambio Ver admite muchas interpretaciones. Su resultado -esto no es una interpretación- es una imagen mental de lo percibido (término empleado deliberadamente en sentido amplio). En la mayoría de ocasiones «vemos» el resultado de la incidencia de los fotones en los más de 120 megapixels de nuestra retina. Pero también podemos «ver» lo que oímos, olemos, gustamos o tocamos. Y esto -incluido lo que miramos- sí que son interpretaciones. Pero, a los efectos prácticos, lo peor de todo es «mirar sin ver». Es decir, tener los ojos abiertos, mirar y no ver con fiabilidad razonable. Y esto es lo que en esta época de manipulación orquestada y de avalancha de datos -que no información- no podemos permitirnos.

Por lo tanto, a pesar de las dificultades, si miramos, debemos «ver» con la máxima fiabilidad. Formar una imagen mental que se acomode razonablemente a la realidad (perdón por el uso de término tan espinoso) o, por lo menos, intentarlo. Erradicar la frecuente tendencia a engañarnos a nosotros mismos y a «no ver» lo que estamos mirando. Y uno de los mejores antídotos es «ver sin mirar» o, lo que es lo mismo, pensar. La combinación de lo percibido (lo mirado) con la utilización de una dosis razonable de reflexión (lo no mirado) puede hacernos «ver» con más precisión. Incluso, si es posible. cerrando los ojos para evitar indeseables interferencias (¡no lo haga conduciendo!).

En resumen, actuar tras tomar decisiones basadas en hechos basados en información basada en datos «bien vistos». Calidad y Excelencia en el proceso y garantía de coherencia ética.

"Puestos a elegir, siempre es preferible ver sin mirar que mirar sin ver"