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domingo, 28 de junio de 2015

Los sinIVA (por favor)

Este es un nuevo e interesante ejemplar que añadir a nuestra galería particular de estereotipos, al que el escueto y definitorio nombre escogido no le hace verdadero honor, ya que en su esencia concurre otra característica diferenciadora que desvelaremos en el transcurso del artículo. Digamos que para pertenecer a esta categoría de individuos, cumplir con el título es condición necesaria, pero no suficiente. Hace falta algo más.

En cuanto a la primera de las características (sinIVA) conviene puntualizar que se puede dar de forma pasiva o activa, siempre en respuesta al prosaico estímulo de tener que rascarse al bolsillo. Y conviene también recordar como premisa inicial que «el IVA» es parte importante de nuestra contribución personal a la caja común de la que nuestros representantes políticos (nuestros administradores, electos por nosotros mismos) sacan el dinero para, en teoría (1), satisfacer las necesidades de la comunidad y por ende, de los contribuyentes individuales. Porque, en el fondo, todo se reduce al individuo, por esto tratamos el tema aquí y no en el blog político. Y para terminar con la introducción, tampoco estará de más reafirmar algo que se olvida con frecuencia: política y economía son dos caras de la misma moneda (2)

Primera fase...
En primera instancia, entendemos por un sinIVA pasivo a quien acepta sin pestañear un papelote o no-factura en cualquiera de sus formas (simple hoja cuadriculada o pseudo albarán) a cambio de pagar algún producto o servicio. Ejemplos típicos: el fontanero o el dentista (3). Diremos también que si no se concurre en la segunda premisa (todavía no desvelada) ésta es una forma menor y desclasada del tipo (entre 1 y 3 puntos sobre 10, en función de importes y frecuencia), en absoluto disculpable, pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Nos encontramos ahora con el sinIVA activo, el que lo pide (normalmente, consciente de la malignidad intrínseca de su acción, por favor). Aquí, el grado de coincidencia con el estereotipo sube varios enteros (digamos que 5 sobre 10). El sujeto está incitando a su proveedor a cometer un delito (de hecho, a ser cómplice) del que se van a beneficiar ambos. Me imagino al sujeto con la boca adormecida por la reciente anestesia, balbuceando algo parecido a «sssiiiinn iba pofavo» y a la perversa sonrisa de la secretaria, recepcionista o becaria, tanto da, mientras el beneficiario de la dádiva (normalmente exigida en cash) se frota las manos prudentemente apartado del lugar de los hechos delictivos. 

Segunda fase...
En la secuencia acumulativa de méritos para la consecución del título, llegamos ahora a la segunda premisa, que vamos a denominar la «indignación por la corrupción política», la cual también puede ser activa o pasiva. Sólo los elementos en los que concurran ambas premisas en su modalidad activa merecen entrar en el Salón de la Fama con medalla. Veamos:

A diferencia de la primera, normalmente restringida al ámbito privado, el cumplimiento de esta segunda premisa se evidencia fácilmente por su exteriorización. Si se limita al entorno próximo (familiares y conocidos) la tipificaremos como “pasiva”, pero si se manifiesta públicamente con su presencia en actos reivindicativos o de protesta, aun cuando se esté calladito y no porte pancartas, la calificaremos de “activa”. Ésta es la forma tipica del estereotipo que podemos ahora definir como: «El individuo que compagina el sinIVA por favor con el activismo anticorrupción política». Diez sobre diez.

Caricaturizemos de nuevo:

   —Sin IVA, por favor,
   —Un momento...
   —Deprisa, tengo que ir a la «mani» anticorrupción.

Concluyamos: ¿Dónde estamos cada uno de nosotros? ¿Podemos puntuarnos? ¿Estarían igual de llenas las manifestaciones si se pidiese credencial de pureza? Deberíamos reflexionar sobre el hecho de que los políticos salen de la sociedad y que son fiel reflejo de la misma. Y que probablemente, la corrupción es una simple cuestión de oportunidad. Deprimente, pero cierto. Nadie está en condiciones de pontificar sobre la corrupción si no ha estado expuesto a ella. Y no me refiero sólo al ámbito politico sino al personal o profesional. Seas un Jefe de Compras o un presidente de Comunidad de Vecinos. Ya no digamos si eres un político con acceso a fondos públicos o con capacidad decisoria en contratos (aunque se trate de compra de papel higiénico).

Estas cuestiones también forman parte de nuestra Ética personal, componente indivisible de la Moral colectiva. La Calidad y la Excelencia vendrá determinada por la puntuación que nos demos, en el supuesto que nos hagamos el test. Por cierto, en este tema, el cero no existe

Notas:
  1. Corramos un tupido velo.
  2. Pocas veces se habrá utilizado un término de forma más apropiada.
  3. Nuestras más sinceras disculpas a los profesionales que puedan sentirse ofendidos. Evidentemente, las referencias son típicas y en clave de humor y no se deben tomar como genéricas sino como enfocadas exclusivamente en el subgrupo de no-profesionales (de éstas y otras especialidades) que practican los hechos mencionados.

sábado, 20 de junio de 2015

Cuando Perder es Ganar

Competir para ganar. Si no... ¿para qué?
No cabe duda de que nos encontramos en un mundo extremadamente competitivo y que esta realidad no es del agrado de todos. Unos se sienten más cómodos y otros menos. En un extremo tenemos los que agradecen la permanente oportunidad de reafirmar su ego y en el otro los menos combativos, los conformistas, los del “ya me está bien”. Y como siempre, entre ambos extremos se encuentra un amplia gama de personalidades que disfrutan o eluden la competitividad en una escala variable y circunstancial. Digamos que este escrito va dirigido a todos ellos, entre los que me incluyo. Quedan excluidos pues los competitivos por naturaleza, esta desafortunada clase (no es posible ganar siempre) que embiste ciegamente como un toro bravo aunque se enfrente a un muro de granito y los vacuos pasotas que se mantienen a la expectativa y se alimentan de los despojos del combate de otros.

Porque competir (1) es combatir en busca de la victoria y porque un cierto grado de competitividad es conveniente, incluso necesario, para sobrevivir. Y con esto me refiero a su frecuencia, no a su intensidad. No se puede estar siempre compitiendo (con la taurina excepción anteriormente mencionada), pero si se compite, se debe hacer sin grado, con convicción, con deseo de vencer. Y esto nos lleva en primer lugar a evaluar su necesidad: ¿cuándo, porqué, con quién o con qué competir

Empecemos descartando lo obvio: las competiciones necesarias para conseguir objetivos asumidos de forma premeditada y racional. Por ejemplo, unas oposiciones, donde además de contra nosotros mismos, competimos con el resto de opositores. O la superación de una marca atlética personal. En todos estos casos, la necesidad no se discute. 

El problema verdadero aparece con el día-a-día. Constantemente nos vemos sometidos a la tentación de competir: en la salida del semáforo, con quien se cuela en la cola del super, con quien alardea de ser más listo o más competente, con expertos del tres al cuarto, con vendedores de pacotilla, discutiendo con nuestra pareja, etc., etc. Y es en estos casos, cuando un impacto supera el filtro de nuestra sensibilidad natural, cuando debemos evitar reacciones instintivas, con toda la dificultad que esto representa. ¿Cómo se consigue? En mi caso, categorizando los estímulos y contrastándolos con mis compromisos éticos, lo que me permite generar un catálogo de reacciones que, comparado con el reflexivo análisis a que deberíamos someter cada estímulo puntual, las automatiza, reduciendo considerablemente el tiempo de respuesta (2).  

En segundo lugar, una vez decidida la contienda, de lo que se trata es de ganar. No tiene sentido competir si no se siente el deseo íntimo de vencer. Es importante puntualizar que el vocablo “competir” no tiene nada que ver con el conocido mantra «lo importante es participar», es algo diametralmente opuesto. Participar es gratificante en sí mismo (de otro modo no lo haríamos) mientras que competir sólo lo será —gratificante— en la medida de conseguir la victoria. Dicho de otro modo: «es posible participar sin competir, pero resulta imposible competir sin participar». A modo de ejemplo: en una carrera de 10 Km. podemos simplemente participar (en este caso, el objetivo es disfrutar y terminar la carrera) o, además, competir (ya sea por el primer puesto, si creemos está a nuestro alcance, o contra nuestra marca personal). Cuestión de objetivos, siempre fijados a priori.

Y si lo verdaderamente importante es ganar... ¿qué pasa si no se gana? ¿Existe una fórmula mágica para “ganar siempre”? Creo que sí. A poco que pensemos es bastante fácil: competir siempre con (o contra) nosotros mismos. Intentemos explicarlo.

La decisión de competir siempre es nuestra. Nada ni nadie nos puede obligar. Nosotros lo hemos decidido. Por lo tanto nos enfrentamos a nuestra propia decisión. El resultado, ganar o perder, es siempre consecuencia de nuestra voluntad. Si aceptamos esto, ganaremos siempre. Porque si compites contigo mismo y pierdes tú, también ganas tú. Por lo tanto, no nos debe preocupar en absoluto reconocer la inaccesibilidad del objetivo (el muro de granito a que nos referíamos al principio, fuente de frustración permanente de los competitivos por naturaleza) o la superioridad del adversario. Si no podemos ganar, reconozcamos nuestro error de apreciación, ahorremos esfuerzos para la próxima contienda, abandonemos, dejémoslo estar. Es la posición más inteligente. No nos debe importar que nuestro adversario formal crea haber ganado, porque es irrelevante. Nuestro verdadero adversario somos nosotros. Perder es Ganar. Y Ganar, también.

«Si no puedes ganarle (a él o a ello), gánate a ti mismo».

Notas: 
  1. Competir: «Dicho de dos o más personas: Contender entre sí, aspirando unas y otras con empeño a una misma cosa» (nos tomamos la libertad de extender la acepción 1 del RAE a su sentido más amplio: desde «contender» [sic] contigo mismo hasta hacerlo con colectivos organizados, con el objetivo de imponer tus tesis, tus planteamientos o tus puntos de vista).
  2. Conviene puntualizar que esta receta falla más que una escopeta de feria, pero el propio hecho de preparar un catálogo y considerarla mínimamente eficaz ya representa un gran avance.

miércoles, 10 de junio de 2015

Bucles y “Terminators”

Puede resultar paradójico que la misma persona que lamentaba y denostaba en su último escrito la indiferencia y el ninguneo, dedique la siguiente entrada a criticar su opuesto, la extremada e inacabable atención a la que te someten los individuos pertenecientes a esta nueva categoría que incluir en nuestra particular galería de tipos (1). Pero no lo es tanto. Quien es sensible a la indiferencia es naturalmente hipersensible a estos particulares elementos que también aúnan paradójicamente dos características contrapuestas: el bucle recursivo, potencialmente infinito, y el deseo irreprimible, recursivamente insatisfecho, de tener la última palabra, la que rompe el bucle, circunstancia que, mal que les pese (y les aseguro que les pesa mucho), no depende de ellos, sino de su interlocutor. Profundicemos un poco en esta peculiar y frustrante forma de vida.

Un Bucle en acción
Conviene empezar estableciendo que su coto de caza es amplio y cubre tanto el bosque de las palabras (allí donde hace tanto viento que se las lleva) como la selva de la escritura, donde no hay viento, pero su presumible indelebilidad y permanencia depende muy mucho del medio. Por ejemplo, piensen en WhatsApp o Facebook en contraposición con el e-mail o el antediluviano correo postal con las cartas liadas con cinta amorosamente archivadas en cajones y armarios. Y es precisamente esta amplitud de territorio la que nos lleva a acotarlo, con objeto de dejar el tamaño de este escrito en unas dimensiones razonables, lo que esperamos conseguir limitándonos a la comunicación oral y a la escrita (hoy, un eufemismo) en la red social por excelencia, Facebook (2).

También resulta conveniente —y con esto termina la introducción— reiterar que el único fin perseguido por estos especímenes es, en sentido literal, tener la última palabra y que esto es lo que les lleva al frustrante bucle, en tanto su interlocutor, por el motivo que sea, no tire la toalla, lo que les provoca una desagradable sensación de “coitus interruptus” y la lacerante duda de que el verdadero “Terminator” no sea el otro. Triste existencia, sin duda.

Y a pesar de que el disparador del articulo haya sido un reciente debate (otro eufemismo) en Facebook, empezaremos por la comunicación oral, presencial o telefónica, que abordaremos apoyados con algunos ejemplos arquetípicos y una experiencia personal:

Todos recordaremos con nostalgia o resignación los debates infantiles y su recurrente “y tú más”, bucle inacabable adoptado de forma generalizada por la clase política, exacerbado si cabe en campaña electoral, tan dilatado en el tiempo que parece una neverending story, también sin principio, donde el “Terminator” resulta inidentificable. Otro ejemplo paradigmático lo encontramos en la pareja de enamorados (supongo) y la persistente cadena de “cuelga tú” que termina (supongo también) cuando el precio de la llamada empieza a resultar preocupante, lo que introduce un elemento terrenal y prosaico en una conversación de tan alto nivel espiritual. Por último citaré una reciente conversación telefónica personal con un vendedor de servicios telefónicos en la que tras varios intentos razonados y bien educados de manifestarle mi desinterés por su oferta, le exhorté a colgar, trámite en el que mantuve fuerte y que conseguí tras no menos de diez minutos de tira y afloja, con lo que, tras mantener la última palabra, me autoiumpuse con gran satisfacción el título oficial de “Terminator” del día.  

Abandonemos ahora la calidez del contacto oral (3) y abordemos al debate virtual, el cual presenta alguna característica diferenciadora. En primer lugar, el factor de tipo siempre se carga más sobre uno de los interlocutores, al que definiremos como “ofensivo”, en contraposición de su víctima, que normalmente adopta una posición más defensiva y termina abandonando. Éste es el papel en el que más frecuentemente me he encontrado.

El perfil del individuo es un tanto retorcido y normalmente se oculta bajo un disfraz de tolerancia y equidad, a la espera que entres en su juego, cometas un desliz, incluso dándole la razón, para poner en tu boca palabras no escritas y empezar un bucle recursivo formado por su parte por humo y más humo y por la de la víctima (en este caso, yo) por llamadas a la razón, cada vez más tímidas y desenfocadas, a medida que el debate se aleja tanto de sus planteamientos iniciales que se vuelve irreconocible. En este momento, el tipo se encuentra en su salsa y escribas lo que escribas, aparece irremisiblemente su deposición (4), todo ello agravado por la latencia implícita del medio, sea técnica (mientras escribes tu defensa, él ya ha efectuado más deposiciones y ya no sabes qué es lo que estás respondiendo) o forzada (por ejemplo, se ha ido a tomar un café, a hacer una deposición orgánica o simplemente espera de forma taimada a que te suicides virtualmente). Por descontado, el desenlace racional es abandonar, justo cuando has cebado su interés.

Ahora toca la moraleja blogera:

¿Existe Calidad en la actitud de este tipo? Pues puede ser. En la medida que la Calidad es el grado de cumplimiento de los requisitos, tendrá más o menos Calidad según se ajuste a su ética (sus compromisos consigo mismo). Es decir, si esta actitud, realizada conscientemente, responde a sus principios y satisface sus expectativas, nos encontramos con un “Terminator” de alta Calidad. Si únicamente aparece de forma esporádica, instintiva y reactiva, su Calidad será baja. 

¿Puede su actitud ser excelente? Pues aquí tengo mis dudas. La Excelencia se define como una categoría superior de la Calidad. Representa, por tanto, un escalado, donde la eficacia cede protagonismo frente a la eficiencia, y me resulta difícil encontrar eficiencia en un “Terminator”, más allá de que consiga cabrear a sus víctimas en microsegundos, algo posible pero verdaderamente difícil de imaginar. 

Por último, un ejercicio de autocrítica: ¿mi ética incluye algo de “Terminator”? No soy consciente, aunque reconozco que en ocasiones puedo comportarme como tal, aunque de Calidad muy baja. En cualquier caso, esto no lo tengo que juzgar yo.

NOTAS:
  1. Quisiera puntualizar que el propio hecho de identificarlos lleva implícito el reconocimiento de que en mayor o menor grado, todos tenemos algo de ellos, incluido, por descontado, el autor, y que no existe mayor antídoto para el yoísmo que la autocrítica y tomársela (la propia y la ajena) con deportividad.
  2. Twitter no parece del agrado de la especie y WhatsApp y su universo de emoticones merece entrada propia.
  3. Olvídense de toda connotación sexual, también propensa a Bucles (malos por su eternización) y “Terminators” (un tanto más gratificantes).
  4. Tómenselo en el sentido que quieran, incluso en el de cagada.