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domingo, 28 de octubre de 2012

Construyendo la Realidad

No es la primera vez y, con toda probabilidad, no será la última, que me refiero a la mecánica cuántica. Este hecho, más allá de lo que se podría calificar como una fijación mental, lo fundamento en mi reciente afición por el tema y en las coincidencias que encuentro entre la interpretación de sus claves principales y la cotidiana "normalidad" de nuestra existencia. Siento como si la mecánica cuántica, dejando aparte sus complejos entresijos teóricos, "a todos los efectos prácticos" (esta es la escapatoria de los científicos a los incómodos retos cuánticos), hubiese conseguido acercar la ciencia a la vulgaridad y simpleza de nuestro día a día, dándole un potente soporte científico. De hecho, está ampliamente reconocido (exceptuando a los filósofos fundamentalistas) que la irrupción de la relatividad y de la mecánica cuántica (ésta última en mayor medida) marcó el encuentro de la Conciencia con la Ciencia y la reducción de la frontera entre el pensamiento abstracto y la "racionalidad" científica (las comillas expresan el reto a la intuición y al sentido común, propio del nuevo paradigma). Pero no me quiero extender más. Las consecuencias de este encuentro ya merecieron detallada atención en "Ética cuántica, rampas y escaleras". Sigamos.

Construyendo "nuestra" realidad.
Algunas interpretaciones de la mecánica cuántica sostienen que la observación crea la realidad. Esta afirmación está basada en el principio de incertidumbre, tratado someramente en el artículo "El Nobel de Física y la Libertad", por lo que no pienso ponerlo en el foco del tema (aunque, si no está fresco, recomiendo la lectura del artículo antes de continuar). La intención de hoy es extrapolar el concepto y las consecuencias del colapso cuántico de la función de onda (provocado por nuestras decisiones) al ámbito de nuestra relación con el entorno y nuestra influencia en el devenir de la realidad. A tal efecto, planteo y me respondo las siguientes cuestiones:

¿En cuántas ocasiones no hemos provocado con nuestros actos una realidad que no hubiese existido sin nuestra interacción con el medio?

En general, antes de realizarlos, no somos demasiado conscientes del efecto de nuestros actos. Las consecuencias de una decisión, perfeccionada en un acto (o en una omisión), siempre crean una realidad, una situación, específica. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta es: en todas. Resulta obvio: todos nuestros actos provocan consecuencias. De nosotros depende minimizar (o intentarlo conscientemente) los riesgos. No es garantía de éxito (aquí entra en juego la incertidumbre y su maquiavélico cálculo probabilístico), pero no intentarlo, aunque acertemos, es sinónimo de fracaso. A menos que nos guste jugar al bingo. Aunque, convendrán conmigo, que hacer esto con nuestra vida no resulta demasiado recomendable.

¿Acaso nuestras acciones no precipitan la creación de una realidad concreta de entre una nube de realidades potenciales no concretadas?

Normalmente, el abanico de posibilidades a nuestra disposición es amplio. Bien es verdad que existen ocasiones en las que todo este rollo resulta superfluo, en las que la decisión es inconsciente e instintiva (p.e. riesgo de supervivencia) u obligada. Pero, en una existencia normal, alejada de catástrofes naturales o personales, son las menos. El problema es que actuemos siempre como si nos encontrásemos en situaciones límite. Sin pensar, de forma instintiva (hay quien hace gala de su "buen" instinto). Por lo tanto, debemos ver la vida como un cálculo de probabilidades. Estar atento a todas las opciones y a sus consecuencias y, racionalmente, elegir la que creemos mejor opción. Estos temas los tratamos en "Pensar antes de actuar" y en "Decidir es lo que importa".

¿No es cierto que nuestra existencia se evidencia por las consecuencias de nuestros actos, los cuales concretan nuestra realidad, y que sin actos, sin observación, sin medición, no existiría realidad alguna?

Esta razonamiento ya ha quedado expuesto en múltiples ocasiones. Si no hiciésemos nada, no existiríamos. Cuando se me ha discutido este planteamiento (recientemente, uno de mis hijos) se ha argumentado que ésto (no hacer nada) es imposible. Obvio. Y este argumento es, precisamente, la clara demostración de la bondad de mi aseveración: "Actúo, luego existo". Un ente que "sólo" piense, puede que exista, pero nadie se entera. No es precisamente la forma de existencia que a mí más me gustaría.

¿No suena ésto sospechosamente a colapso de la función de onda?

Pues yo creo que sí. La realidad (nuestra realidad) se concreta (¿porqué no decir "se crea"?) tras la toma de una decisión y el acto (u omisión) correspondiente. Cuando interaccionamos con nuestro entorno. Del mismo modo que la indefensa partícula hace acto de presencia en el mundo físico como consecuencia de nuestra observación. La obligamos a abandonar su cómoda "nube" de probabilidades. Lo que "podía" suceder, ya "ha" sucedido. La potencia se ha convertido en acto. Se ha roto la incertidumbre. Pero...¿qué tal nos ha ido?

¿No es la incertidumbre la que nos induce a reflexionar antes de tomar una decisión?

Pues no a los que se creen poseedores de la verdad absoluta. Citaré aquí dos frases de líderes políticos recolectadas del barrizal en la última semana: "No sé lo que voy a hacer hasta que tengo que hacerlo" y "Lo importante es el qué; el cómo ya lo veremos luego". Nótese que no ha dicho "No pienso...", ha dicho "No sé...". Es decir, no piensan, saben. Deciden y punto. En cambio, los pobres de a pie, deben "pensar antes de actuar". Deben ser conscientes de que la verdad no existe. De que la única verdad es la incertidumbre. Y que en esta incertidumbre debemos basar nuestra reflexión. Previa a nuestros actos.

Bienvenida sea pues la incertidumbre. Creo que, basados en ella, estaremos en mejores condiciones para construir una mejor realidad. Y si la hemos de fabricar, fabriquemos productos de calidad y excelentes. A fin de cuentas, estamos hablando de nuestra propia existencia. Incorporemos la consideración de la incertidumbre a nuestra ética personal. Abandonemos el dogmatismo y las verdades absolutas. Por una sencilla y aplastante evidencia: no existen (y entenderé que se me aplique mi medicina y que alguien me pregunte: ¿estás seguro?). Debo reconocer que cada vez me gusta más la física cuántica.

"La realidad es aquello que, cuando uno deja de creer en ello, no desaparece" (Philip Dick).
"Las observaciones no sólo perturban lo que se mide, sino que lo producen" (Pascual Jordan).
"Los átomos o las partículas elementales en sí no son reales; constituyen un mundo de potencialidades o posibilidades y no cosas o hechos" (Werner Heisenberg).

Y yo me pregunto: ¿acaso no estamos hechos de átomos y de partículas elementales?

sábado, 13 de octubre de 2012

El Nobel de Física y la Libertad

En el reciente artículo Ética cuántica, Rampas y Escaleras reflexionaba sobre el potencial impacto de la "nueva" física sobre la Ética y, por elevación, sobre la Filosofía. Este impacto queda evidenciado por las consecuencias del descubrimiento, en el inicio del siglo pasado (de ahí las comillas anteriores) de la "cuantización", hecho que representó la obsolescencia de términos tan trascendentales como "continuo" e "infinito" y la entrada en escena de un micro-límite universal, conceptual y dimensionalmente insalvable, el cual llevó a la incertidumbre al primer plano del discurso científico y filosófico. Por primera vez, la Ciencia rezumaba humildad y sancionaba la imposibilidad de alcanzar la verdad absoluta. Quedaba desmontado el determinismo clásico y la causalidad sufría un fuerte embate por parte del azar, concediéndose además soporte científico al libre albedrío y a la noción misma de "realidad". Toda una revolución del conocimiento.

El concepto de incertidumbre tiene su origen en una característica de las partículas elementales que, extrapolada al ser humano, podría calificarse de "trastorno de personalidad disociativa", ejemplificado por la novela "Dr. Jekyll & Mr. Hyde". El llamado "principio de complementareidad" consiste en que una partícula puede manifestar dos comportamientos: como objeto físico o como una "nube" de probabilidades donde encontrarse. Este sorprendente hecho es verificable mediante el famoso experimento de la doble rendija. Esta "nube" de probabilidades corresponde a un estado de movimiento permanente y ondulatorio al que se la ha dado el nombre de "función de onda". Por lo tanto, mientras la partícula no es observada, se encuentra libre, en movimiento y en una posición indeterminada. Cuando se produce una observación (también llamada, medida), "aparece" la partícula (se dice que se colapsa la función de onda) y, consecuentemente, su realidad física. Y el principio de incertidumbre establece que no es posible conocer con precisión, y simultáneamente, la posición y velocidad de la partícula, porque la observación la ha "perturbado". En pocas palabras, "donde está ahora no es donde estaba al observarla" ni "como está ahora es como estaba al observarla".

Esta indeterminación plantea fundamentalmente dos interpretaciones de la realidad con alcance profundamente filosófico, correspondientes a distintas interpretaciones científicas que, en la práctica, en un alarde de pragmatismo (a todos los efectos prácticos), se obvian en favor de la primera:
  • a) la interpretación epistemológica, la que se apoya en el conocimiento práctico y experimental, en la cual se asume que las partículas "existen" y que en cada momento disponen de características o atributos totalmente definidos, pero que son "perturbados" por la observación y
  •  b) la interpretación ontológica que, más allá de la "existencia", pone el énfasis en la "esencia" y defiende que las partículas no tienen características hasta que no se observan. Es decir, la observación "crea" la característica observada y, consecuentemente, la realidad física (resulta interesante resaltar una cierta analogía con la metáfora de la caverna de Platón).
En éstas y otras claves que caracterizan la física cuántica, como la "superposición" y el "entrelazamiento", reside lo que se ha dado en llamar "el encuentro entre la conciencia y la ciencia",  justificado por su fuerte impacto sobre la intuición y el sentido común.

Antes del Nobel.
Por lo tanto, nos encontramos con que los objetos cuánticos (esto incluye a todos, porque la mecánica cuántica es de alcance universal), mientras no son observados, se encuentran en total libertad, en constante movimiento dentro de su "nube" ondulatoria y que esta libertad termina cuando son observados, medidos, estudiados... Y también sabemos que esta observación (y la consecuente pérdida de libertad), les perturba. Pues como a nosotros, supongo.

Y en estas, se concede el Premio Nobel de Física 2012 a Serge Haroche y David J. Wineland por sus estudios en física cuántica y cito textualmente (los resaltados son míos):

"Trabajando de manera independiente, Wineland y Haroche consiguieron un hito que se consideraba inalcanzable: manipular partículas individuales sin que se perdieran sus propiedades cuánticas. Wineland lo consiguió utilizando fotones para inmovilizar átomos con carga eléctrica (iones) y poder estudiar sus propiedades. Haroche lo consiguió utilizando la estrategia opuesta: utilizó átomos para inmovilizar fotones y estudiar sus propiedades cuánticas. Antes de que Wineland y Haroche presentaran sus avances, no era posible estudiar experimentalmente las propiedades cuánticas de las partículas. Tampoco era posible desarrollar nuevas tecnologías basadas en estas propiedades. Esta limitación se debía a que las partículas individuales pierden sus propiedades cuánticas en cuanto interactúan con su entorno. Por ello, las investigaciones se veían limitadas a trabajos teóricos hasta que Wineland y Haroche lograron capturarlas y estudiarlas una a una."

No soy físico, por lo que ignoro las consecuencias teóricas y prácticas del descubrimiento, pero aquí y ahora quiero reflexionar sobre las profundas consecuencias filosóficas e, incluso, sentimentales. O sea, no hay libertad que valga. Probablemente, se ha perdido su último reducto. Al átomo lo "inmovilizan" con fotones y al fotón con átomos. Y una vez "capturados" e "inmovilizados" los "manipulan" y los "estudian". ¿A qué les suena ésto? Individualmente. Uno a uno. Pues que pena. La "extrañeza" y la "magia" de la cuántica ha bajado muchos enteros. Diría que ha desaparecido. Se ha vulgarizado.
Termino con esta reflexión:

 "Si la libertad ya no es aplicable ni a las partículas elementales, ¿qué podemos esperar los objetos macroscópicos, con o sin conciencia?"

Y me respondo: Precisamente en esto, en la libertad, ninguna incertidumbre. La certeza absoluta: no podemos esperar Nada.

Nota: Pido excusas y consideración a los ortodoxos y eruditos por la simple y festiva forma de referirme a cuestiones tan complejas y trascendentales. Considérenlo una licencia literaria.

jueves, 11 de octubre de 2012

Ética y Redes sociales

La experiencia adquirida desde los aproximadamente seis meses de interacción con alguna de ellas (las de bajo nivel, después me explico) me ha llevado a plantearme seriamente la potencial o real incidencia de las mismas en nuestra ética personal. Durante este tiempo he tenido tiempo de asistir pasiva y activamente a toda una pléyade de hechos variopintos que en algunos casos simplemente me han divertido y en otros, la mayoría, me han despertado reflexiones de un cierto calado.

Me gustaría empezar con una puntualización sobre el significado del manido concepto de red "social". En principio, distingo entre tres tipos:
  • La red social por excelencia, Internet. Esta red se caracteriza porque no es necesario definir perfil personal alguno ni exige control de acceso. Es la red universal. Por el mero hecho de abrir un navegador ya estamos "socializados" y su "conciencia" oculta es la que se encarga de mantener adecuadamente actualizado, no sabemos para beneficio de quién, nuestro perfil personal. No debemos preocuparnos de nada más. Es la capa superior de la jerarquía de las sub-redes (también "sociales", por supuesto). Todas ellas la utilizan. Su perversa importancia radica en que registra todas nuestras actividades de forma absolutamente taimada y transparente para el usuario;
  • los buscadores, en particular el predominante: Google. A pesar de su querencia por competir con redes de tercer nivel (Google+), la creación de un perfil personal es voluntaria y su acceso es tan fácil como el acceso a la madre de todas las redes. Proporciona servicios de tan amplio espectro que resulta realmente difícil sustraerse a sus encantos. Y nuestra exposición a no se sabe cuales o cuantas bases de datos, de ignorado y no siempre deseable propósito, aumenta exponencialmente. Pero a este nivel, a menos de que nos declaremos "resistentes" tecnológicos, resulta realmente difícil sustraerse. Quiero decir con esto que las posibles consecuencias o impacto en nuestro día-a-día ético no nos deben preocupar demasiado porque son las mismas a que se enfrentan la mayoría de las personas, sino todas, que tienen y utilizan acceso a Internet. Lo tenemos metabolizado. Es "el progreso". Veamos ahora el tercer nivel; 
  • las propiamente dichas "redes sociales", entre las que destaco (son las únicas con las que he tonteado) Facebook y Twitter. Se caracterizan porque son de adscripción voluntaria, lo cual es lo que les confiere características muy especiales. Nos exigen la creación de un perfil personal así como una contraseña de acceso. Más voluntareidad, imposible. Y es en este momento cuando ya nos encontramos con la primera cuestión ética. ¿Nos desnudamos o creamos un perfil ficticio? Si decidimos desnudarnos, ¿hasta dónde? No son cuestiones baladíes. Y nos ponen rápidamente frente a nosotros mismos. Todavía no hemos empezado y ya estamos ante el espejo.
Una vez presentado el tema, resulta justificado y obvio que nos vamos a centrar en el tercer nivel y en la fuerte diferenciación existente entre las dos redes citadas y en su impacto en nuestra ética. A este respecto quiero dejar muy claro que el análisis que sigue se nutre de mi escasa experiencia en ambas y, lógicamente, estará sesgado. Pero, por lo menos, creo puede tener algún interés general. Concretamente, a mí me ha servido para estimular la reflexión y, en algún caso, para reconsiderar dogmas internos (que no desvelaré, por supuesto).

Facebook: Libro de caras. Tengo que aceptar que mi primer contacto con él fue descorazonador. No entendía nada. Que si el muro por aquí, que si no tienes ningún amigo por allá, que si quieres "buscar" amigos, etc., etc. Y lo más impresionante: esa cara sin cara omnipresente que te lleva a la convicción de que hasta que no resuelvas esta indefinición no eres nadie. Luego empiezas por tu familia y poco a poco le vas pillando el tranquillo. No tardas demasiado en apreciar una compleja simplicidad engañosa. En esta complejidad es donde me he sumergido en búsqueda de "valor añadido" respecto a los tiempos en los que no estaba socializado en red. Y la verdad es que los resultados han sido dispares. Un resumen de mi situación: pocos amigos, "me gustan" pocas páginas, pertenezco a dos grupos filosóficos donde ejerzo sólo de oyente (por agotamiento intelectual), a dos grupos de física cuántica donde participo realmente poco (por falta de conocimientos) y he creado recientemente un grupo donde pretendo "socializar" a la Ciencia y la Filosofía (ímproba tarea). Este es mi discreto bagaje. Y en todo este periplo es donde he coleccionado tal variedad de experiencias, todas positivas, que no puedo por menos que estar satisfecho (en el sentido de que no me arrepiento, que volvería a hacerlo). A pesar de la profunda insatisfacción puntual que he sentido en muchos momentos. Pero, sinceramente, aunque parezca una contradicción, "valor añadido", poco.

Por ejemplo, ha aprendido que existen coleccionistas de amigos "virtuales" (doy fe de quien tiene más de 2.000) y a los que "les gusta" más de 200 páginas. Este hecho me provocó (temporalmente) un grave complejo de inferioridad al no comprender cómo le podían prestar atención a todos estos estímulos voluntarios, habida cuenta de que cualquier nueva actividad de "tus amigos" y "tus páginas" aparece bajo el estimulante epígrafe de "Últimas noticias" (yo, con "sólo" 24 amigos y "sólo" 6 páginas me paso un buen rato cada mañana). Pero enseguida comprendí que uno mismo podía decidir lo que aparecía en las "últimas noticias". Por lo tanto, esto resolvía el problema de la avalancha de datos, pero me dejaba un tanto perplejo de porqué a la gente no le importaba conocer inmediatamente su actividad. Y entonces comprendí que el concepto de amigo "virtual" era muy polifacético. Que cada uno de nosotros establece en su ética personal lo que caracteriza a una amistad (sin adjetivos) y que, posteriormente, se trata de decidir cuales de estas características no son de aplicación (se excluyen) en el caso de una amistad "virtual". Por lo tanto, para mí, una amistad "virtual" es un subconjunto de una amistad. Por ello, una amistad virtual tiene siempre atributos positivos, menos que la amistad física, pero pertenece a la misma categoría. Esto es lo que me lleva a no comprender a los coleccionistas de amigos virtuales a los que califican, a mi modo de ver, peyorativamente, de "agregados". Para ellos, pertenecen a otra categoría. Ante esta disyuntiva, mi elección es clara: me quedo con mi ética.

Luego nos encontramos con los no "amigos". Normalmente, te los encuentras en los grupos. Aquí, al no haber filtro alguno, nos encontramos con la misma fauna no virtual, pero, en mi opinión, corregida y aumentada. Grandezas y miserias. Trolls, suplantadores de personalidad, ladrones de perfiles, maleducados, intolerantes, perfiles ocultos o inexistentes, destructores gratuitos de la convivencia amigable y muchos, pero muchos, espectadores pasivos. No me voy a olvidar de los educados, de los críticos constructivos, de los realmente interesados en intercambiar conocimientos y en el enriquecimiento mutuo. Pero pocos, muy pocos. Y a pesar de que la ética es una característica personal e intrasferible, gracias a mi estéril lucha contra los molinos de viento he llegado a la conclusión de que los grupos de Facebook tienen una suerte de ética colectiva propia en la que la tolerancia se manifiesta como un caso particular de "relativismo" (ver "Las Cuatro Tolerancias"). Veamos: normalmente participan muy pocos. En un ejemplo de un grupo con 2.000 miembros, no participan habitualmente más de 20. Nadie objeta nada a los insultos, desmanes y vejaciones de algún miembro, pero cuando montas en cólera y publicas razonamientos serios y educados solicitando reacción de la comunidad, incluso la expulsión del salvaje, lo único que consigues es que aparezcan inmediatamente los "invisibles" y te tilden, como poco, de intolerante y autoritario (como poco). Y de esto si que he aprendido. He modulado mi natural explosividad y he confirmado la bondad del principio asumido de "pensar antes de actuar". Y creo que es una buena adquisición ética. También para la vida real. Las cosas son como son. Hay que saber identificar los retos. El discurso en un grupo virtual no es más que un discurso virtual. Sólo tiene sentido si te enriquece. Creo que en este tema es aceptable adoptar un enfoque egoísta y utilitarista. Todos los miembros de una red social son voluntarios. Y cada uno se manifiesta como quiere. ¿Quién soy yo para pretender cambiarlo? Ahora bien, nuestro comportamiento debe responder a nuestra ética. Y el comportamiento de los demás evidencia la suya. Y ya está.

Por último ¿qué decir de los silencios y de los "me gusta"? Las consecuencias de la no actividad (silencio) y de la mínima actividad (pulsar "me gusta") son también dignas de atención. El silencio sólo tiene sentido en los grupos donde se dispone de un indicador que revela si un miembro ha "visto" una publicación. Si no la ha "visto", el miembro se encuentra más allá del silencio. A menos que no te dediques a una investigación de actividad en otros foros o en su muro, se encuentra en la misma situación que un usuario cualquiera, amigo o no. Nunca sabrás si está de vacaciones o si, sencillamente, pasa del grupo. Está en una especie de limbo, por lo que nos olvidaremos de él. Pero quien ha "visto" una publicación y no pulsa "me gusta", con su inacción está transmitiendo un mensaje claro. Esta publicación "vista" no le interesa lo más mínimo. Y esto puede hacer mella en el ego del publicador. No debe, pero puede. Si publicamos, debemos ser refractarios a esto. Es el equivalente a quien se pasea por una librería y no se interesa por ningún libro. Yo compararía un "me gusta" con coger un libro, leer la contraportada y volverlo a dejar o comprarlo. Hemos mostrado interés. Esto es lo que hago yo. Pienso en el publicador. Creo en su motivación. Y si el tema me parece interesante y bien planteado, "me gusta". Porque me ha hecho pensar. Bien mirado, el paralelismo con la vida real debería ser total. Cuando alguien te plantea algo, si lo hace educada, inteligente y adecuadamente, debería merecer tu atención. A pesar de que no lo compartas. Y él merece que se lo hagas saber. En la vida real, mirándole a los ojos, poniéndote a su altura, atendiéndole. En Facebook, pulsando "me gusta". Después hablaremos o no, debatiremos o no. Estaremos de acuerdo o no. Esto es lo que significa para mí "me gusta".

Twitter. Pío, pío. A mi modo de ver, simple y efectivo. Reglas de juego claras. Mensajes de longitud acotada. Tribunas y seguidores. Prácticamente no lo utilizo. Pero nada que ver con Facebook. En mi opinión impacta menos a la ética personal. Mi análisis será casi tan corto como un "twit": Estrellas de la música, del deporte, personajes populares, etc., tienen una herramienta inmejorable para difundir sus mensajes y sus seguidores de estar al día. Y además, es una herramienta simple y práctica para la comunicación entre usuarios. Más que Facebook. El riesgo principal es que sus estadísticas, rankings y tendencias puedan ser sobrevalorados, mas allá de lo que significan realmente, por parte de seguidores con déficit de información externa al propio Twitter. Se autoalimenta y creo que es fácilmente manipulable. Pero no más que otros medios, virtuales o no.

En resumen, las redes "sociales" nos brindan una excelente oportunidad para revisar y practicar muchos de nuestros principios éticos. Resultan espejos y, a la vez, escaparates de nuestra personalidad. A pesar del aparente anonimato, nuestras acciones y publicaciones nos delatan. Seamos coherentes con nuestra ética. No es bueno caer en un trastorno de personalidad y crear una ética "virtual".  No olvidemos que estamos en ellas de forma voluntaria y que nuestros "amigos" tienen el derecho de saber con quien están tratando. De otro modo, nos engañaremos a nosotros mismos.

"Una pantalla grande sólo hace el doble de mala a una mala película" (Samuel Goldwyn)

sábado, 6 de octubre de 2012

Las Tres Calidades

Para quien haya seguido los artículos de este blog no le representará ninguna novedad que volvamos a centrar la atención en los dos atributos que caracterizan a la Ética que estamos desarrollando: la Calidad y la Excelencia. Hemos definido ambos conceptos de forma precisa y también los hemos considerado como los únicos indicadores válidos para valorar el grado de satisfacción de nuestro entorno en el cumplimiento de los compromisos adquiridos por nosotros mismos.

Resumiendo, hemos dicho también que "Calidad es compromiso" y que la Excelencia está más allá de la Calidad. Podríamos definirla como la "metacalidad". Estos temas se desarrollaban en el artículo específico Calidad y Excelencia personal y, posteriormente, han ido apareciendo de forma recurrente a lo largo del blog hasta llegar a donde estamos ahora.

Pero de lo que nunca habíamos hablado era de la existencia de tres calidades. Se podrá argumentar que si no teníamos bastante con una. Resulta comprensible, pero tengo la esperanza de que al terminar el artículo habrá quedado desvelado el misterio.

Para visionar adecuadamente el gráfico, se recomienda no padecer miopía mental.
De la definición de Excelencia se desprende que ésta no existe sin Calidad. Por lo tanto, la Calidad siempre será el punto de referencia de la Excelencia. Vamos a emplear una línea de argumentación que nos permita comprender gráficamente el significado de la Excelencia. Para ello nos serviremos del gráfico de las tres calidades, frecuentemente empleado en gestión empresarial para analizar el concepto de Calidad Total, aunque convenientemente adaptado a nuestros propósitos.

Si "Calidad es compromiso", cada uno de los círculos representa distintos conjuntos de compromisos. A saber:
  • La Calidad programada. Lo que has decidido dar. O lo que es lo mismo, tus compromisos contigo mismo y con el entorno. En definitiva, tu ética personal;
  • La Calidad entregada. Lo que das realmente. Tu producción. Tus actos;
  • La Calidad esperada. Lo que se espera de ti. Tanto tu entorno, como tú mismo. Los compromisos que a ambos les gustaría que fuesen asumidos como propios.
Pues bien, obviamente, la Excelencia únicamente se consigue cuando los tres círculos son concéntricos. Cuando coinciden exactamente las tres calidades. Por esto la Excelencia es un estado. Se tiene o no se tiene. Se es excelente o no se es. Y la Calidad admite seis categorías e infinitos grados, determinados por las áreas que encierran las intersecciones de los tres círculos. Pero la Calidad resultante, la que nos interesa, es la Zona Común, que deviene en máxima con la Excelencia.

Comentemos brevemente las seis áreas:
  • Compromisos inútiles: Te has comprometido a algo que ni cumples ni esperan de ti;
  • Satisfacción personal inútil: Estás cumpliendo compromisos adquiridos que nadie espera;
  • Esfuerzo inútil: Entregas algo que ni has asumido ni espera tu entorno;
  • Ética amenazada: Estás cumpliendo necesidades o expectativas de tu entorno no asumidas;
  • Entorno insatisfecho: No estás cumpliendo compromisos adquiridos y esperados;
  • Zona Común: La potencial Excelencia.    
Para conseguirla debemos cumplir algunas condiciones, necesarias, pero no suficientes: extremar nuestra sensibilidad para identificar las necesidades y expectativas de nuestro entorno (Calidad esperada), asumir como propias estas necesidades y convertirlas en compromisos (Calidad programada) y extremar el rigor en su cumplimiento (Calidad entregada). Cumplidas estas condiciones, podremos empezar el camino.

Por lo tanto, no resulta difícil presumir de cierto nivel de Calidad. Pero hablar de Excelencia son palabras mayores. En nuestras manos está. Intentemos conseguirlo. Busquemos la Excelencia.

"La vida es como una obra de teatro: no es la duración sino la excelencia de los actores lo que importa" (Séneca)

lunes, 1 de octubre de 2012

Ética cuántica, Rampas y Escaleras

"Pero se me ocurre que podría existir una ética de lo cuántico, ya que este pensamiento (física cuántica) podría servir como bálsamo filosófico a aquellos que perdieron su fe en las religiones. Intuyo que, al ser una forma nueva de percibir el mundo, también debería poseer las herramientas (ética) para relacionarnos con él" (Joseba Rast).

Esta razonada frase de un apreciado amigo, combinada con la fascinación que despierta en mí esta rama del conocimiento, me ha llevado a reflexionar sobre el potencial impacto de este encuentro "cuántico" entre la Conciencia y la Ciencia. Puntualizaré que mi sensibilidad hacia la frase no reside ni en mi pérdida de fe en las religiones (no se puede perder lo que no se tiene), ni en la necesidad de bálsamo filosófico alguno. Reside en la evidente "forma nueva de percibir el mundo" que representa la mecánica cuántica, entendiendo como "novedad" la extrañeza o admiración que causa lo antes no visto ni oído (de hecho, la mecánica cuántica no tiene nada de nueva, ya que sus orígenes conceptuales se remontan a los inicios del siglo pasado).

En mi opinión, que creo será compartida, el cambio conceptual determinante ha sido el abandono de lo continuo en favor de lo discontinuo, de los valores discretos. Esto es lo que representa el "cuanto". Y este cambio de paradigma es el que va a ser objeto principal de este artículo, el cual, dada mi ignorancia matemática y mi egoísta preocupación por no abusar de la paciencia de los sufridos lectores y conseguir mantener su atención, será desarrollado en forma de reflexión metafórica.

Me parece bastante apropiado asociar la concepción clásica del universo con una rampa. Una rampa evoca inmediatamente el concepto de continuidad y determinismo. En principio, podríamos decir que su bondad radica en la facilidad para alcanzar una meta más elevada. También proporciona una cierta sensación de seguridad. De ver "lo que viene". Pero esta bondad es algo ficticio. Paradójicamente es perversa. No te puedes parar. Irremisiblemente, tu destino está determinado. O sigues subiendo o te caes. Si te paras, necesitas soporte externo, un apoyo. En definitiva, no dependes de ti mismo. En cierto modo, representa el paradigma de la inestabilidad. No hay más que ver al pobre Sísifo con toda su carga a cuestas, sin poderse parar a recuperar el resuello.

En cambio, me gusta la escalera. Y esto es lo que representa el "cuanto". Escalones. Avanzar paso a paso. Estabilidad. Libre albedrío. Dependes de ti mismo. Si te paras, puedes recuperarte y continuar tranquilamente tu ascenso o descenso. Sin posturas intermedias. Sin relativismos. Sin equidistancias. Estás donde estás y punto.

Y si consideramos la pendiente de la rampa o la altura de los escalones, más de lo mismo. Una rampa de gran pendiente es un gran incordio. En cambio, un escalón alto te estimula. Puedes escalarlo con mayor o menor dificultad. Pero sabes que cuando llegues a lo alto, has culminado una etapa. La consolidas, descansas y a por otra.

Resumiendo: Libre albedrío frente a determinismo. Libertad individual frente a "la fuerza del destino". En definitiva, me gusta la ética cuántica. Me parece más humana. Me parece más "ética". Incorporemos su "aroma" a nuestra ética personal. Sin duda, le podemos conceder los atributos que perseguimos: Calidad y Excelencia.

"Es la comprensión revisada de la naturaleza del ser humano, y del papel causal de la conciencia humana en el despliegue de la realidad, esto es, creo yo, la cosa más apasionante sobre la nueva física y, probablemente, en el análisis final, la contribución más importante de la ciencia al bienestar de nuestra especie." (Henry Stapp)