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domingo, 14 de abril de 2013

MindBook - 20: La Caja de Pandora (2)

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19

La desaparición de Alma de la escena del delito provocó la inmediata subida de la caja misteriosa al primer nivel de la pila de sus pensamientos. Indudablemente, su presencia había extendido por la casa un cierto efecto anestésico que se estaba disipando con rapidez. No le importó. Al contrario, sin apartar el tema de su cabeza, recogió la mesa con rapidez, depositó los residuos y las botellas vacías en el smartWasteSorter e introdujo la mantelería, vajilla, cristalería y cubertería en las correspondientes smartMachines. Esperó unos segundos y le complació comprobar que la bendita smartKitchen había iniciado automáticamente todos los procesos. Entonces, abandonó rápidamente la cocina en dirección a su dormitorio con objeto de refrescarse un poco, ponerse ropa cómoda y entregarse a la tarea que ocupaba ahora el nivel de prioridad uno: la Caja de Pandora.

Convenientemente mentalizado –con la ducha y el cambio de ropa, el recuerdo de Alma se había esfumado– se dirigió a la habitación de su padre, abrió la puerta y, parado bajo el dintel, estudió detenidamente la situación. A menos que no conociera para nada a su padre –esta era una de las incógnitas que pretendía desvelar–, la ocultación de la caja a su propio hijo no podía significar nada bueno. En cualquier caso, la propia tenencia era, en sí misma, un delito, el cual, consecuentemente, era malo por naturaleza. Conocía los objetos –algunos de los cuales, ayer, le parecieron inofensivos «souvenirs»– pero no su contenido, en especial el del laptop y la libreta. Todo eso sin considerar el hecho de que la batería cargada era un claro indicador de actividad reciente de lo más intrigante. Volviendo a la realidad, desterró toda especulación hasta tenerlos entre sus manos en lugar seguro y se concentró en la estrategia más segura para hacerlo. Cada cosa a su tiempo.

Observó que, afortunadamente, el armario se encontraba fuera del ángulo de visión de la pantalla –armario y pantalla compartían la misma pared, frente a la cama–, lo que facilitaba enormemente la operación de recogida. Decidió ocultar los objetos entre sus ropas –vestía un holgado chandal– y trasladarlos a su propio cuarto de baño, con objeto de no despertar sospechas por la repentina y continuada utilización del baño de su difunto padre. Debería tener cuidado al franquear de nuevo la puerta, la cual podía estar cubierta por la cámara, aunque por su tamaño, no tendría dificultad en que los objetos quedaran ocultos a la vista. Y si no podía hacerlo en un viaje, emplearía dos. Se puso manos a la obra y trasladó en un solo viaje todo el contenido, excepto el paquete de hojas en blanco, del que se llevó sólo un par de ellas –por su rareza, despertaron en él una atracción irresistible–, y los periódicos, que dejó en la caja para una segunda fase. Cómodamente instalado en la intimidad de su cuarto de baño, a salvo de pantallas y cursores, suspiró profundamente y se puso manos a la obra. Conectó el cargador al laptop y a la red –afortunadamente, no habían cambiado los estándares; dos pinchos y dos agujeros no daban para mucha creatividad y el nuevo paradigma no avalaba precisamente los cambios inútiles–, accionó el interruptor y esperó con impaciencia. Le sorprendió que el acceso no estuviese protegido por contraseña. Probablemente, su padre confiaba totalmente en la seguridad de sí mismo y de su dormitorio. Tras hacerse de esperar lo suyo –qué tiempos aquellos–, apareció la entrañable pantalla de Windows que le devolvió inmediatamente a su juventud en casa del abuelo –en su casa, antes de la prohibición, tenían Mac; su padre era forofo de Apple–. Estudió atentamente los iconos. Hoy, Apple y Microsoft eran historia. Habían transcurrido muchos años.

El escritorio estaba bastante despejado. Papelera, Mis documentos, Internet Explorer –se preguntó su utilidad, pues hacía más de treinta años que la red de redes había dejado de ser operativa–, Windows Media Player, Explorador, Word, Excel, Access –versiones equivalentes, estaban disponibles en MindBook–, un icono que no identificó cuya etiqueta rezaba «e-business development system» –se abstuvo de ir más allá, pues la ignorancia no era buena consejera–, y tres carpetas con los nombres «Blog», «Foro» y «Diario». Eso era todo. Le llamó la atención el «Diario», lo abrió y entonces fue cuando se destapó realmente la caja y su celosamente cuidado contenido empezó a esparcerse y a cubrirlo todo. Inquieto recordó alarmado la definición de MindyPedia: la caja contenía «todos los males del mundo» y al abrirla se creaba un mal que «no podía ser desecho». Tocó madera.          

Continuará...

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