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viernes, 5 de abril de 2013

MindBook - 11: Señales (3)

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10


Finalizada la tregua, su padre reinició las hostilidades:

–No te discuto su condición de señales, lo que discuto es que señalen precisamente a tu teoría.
–Y, según tú, ¿a qué señalan? –inquirió desafiante el abuelo.
–No sé a qué señalan, pero sé a lo que ...no... señalan –pausó y enfatizó su padre.
–¿Y a qué ...no... señalan?
–Pues al Gran Hermano de Orwell. Lo máximo que te concedo es un «pequeño hermanito». Incluso acepto que ya estemos en él –su padre parecía realmente sincero.
–Yo tampoco pienso en el Gran Hermano –replicó inmediatamente–. Yo pienso en el Gran Padre. En el Tutelador Universal. Un hermano no es como un padre. No puede serlo. Un hermano nunca podrá sentir lo que un padre. En cambio, un padre no desnaturalizado haría cualquier cosa por el bien de su hijo. Y como cada padre y cada hijo son, afortunadamente, distintos, su relación es vertical, específica y diferenciada de cualquier otra pareja. Pero a lo que apuntan las señales no es a un hermano. Apuntan a un padre, sea persona, colectivo o cosa, con vocación transversal, universal y que, por lo tanto, al aplicar las mismas políticas a todos, se erige en el Gran Normalizador –no cabía duda de que estaba convencido–, aplicando un enfoque utilitarista basado en el principio del «mal menor» –el abuelo enfatizó cada palabra grafiada con mayúscula así como las dos últimas.
–Catastrofismo. Estamos como al principio –lamentó su padre.
–Veo que no nos pondremos de acuerdo. Te pido un poco más de paciencia y que me dejes reflexionar en voz alta para vaciar de mi mente las señales que faltan. Aunque sea de forma un tanto desestructurada e incompleta. No tengo muchas ocasiones para hacerlo. Desde que falta la abuela no he vuelto a tratar el tema. Y la pobre no es que fuera demasiado receptiva –en los últimos tiempos, pensó el abuelo, incluso la excusó del tormento de soportar sus fobias.

A pesar de su intención inicial, en este momento, Inquieto8! se vio impelido a pulsar pause. Su abuelo parecía derrotado. No conseguía crédito ni en su entorno próximo. Y resultaba evidente que esto le hacía daño. Su padre le había concedido un poco de cuerda, pero también era evidente que no compartía su análisis. Su madre no entraba ni salía. Sencillamente, no opinaba. Y él mismo, seguía sin hablar, moviéndose inquieto en la silla. Le sorprendió percibirlo por segunda vez. ¿Sería esta inquietud una característica innata que contribuyó a su mindyname? Pero su abuelo había hablado de más señales. Pulsó play.

–Adelante. Di lo que quieras. Te escuchamos –su padre pensó que era lo mínimo que se merecía un anciano de setenta y cinco años que nunca había chocheado, que defendía sus argumentos con tanta convicción y que además, era su padre.
–Gracias a los tres por la paciencia –empezó, con expresión agradecida–. Empezaré por señales relacionadas con los medios de comunicación. La prensa escrita ya es casi testimonial. Además el número de cabeceras se ha reducido drásticamente. Indudablemente, la crisis perpetua ha contribuido notablemente a ello, pero creo que sólo ha sido un factor más. Otros, consecuencia o no de ella, causas o efectos, son:  la reducción de costes, la reducción de la publicidad contratada, el agotamiento de la audiencia, la disminución del nivel cultural, el desinterés por lo que sucede más allá de sus propias narices, etc. etc. Menos medios igual a más facilidad de control. Esta es mi conclusión. Y no veo porqué la tendencia no deba seguir hasta el límite: un solo medio –no cabía duda que el abuelo se encontraba en toda su salsa.
–... –como antes, el silencio se podía cortar.
–Esto es extensivo a las emisoras de radio y TV. Estamos asistiendo a una imparable fusión de cadenas, a la caída de ingresos por publicidad, a una programación clonada e igualitaria, a un aumento de programas basura en respuesta a la exigencia de entretenimiento básico, a la exaltación de los instintos más primarios, a la generalización de la pseudociencia y a la banalización de la ciencia, a la desaparición de cadenas públicas con contenidos culturales, al aumento del adoctrinamiento, etc. Misma fórmula. A menos cadenas, más facilidad de control. Y si se queda solo una, mejor: desaparecerá incluso la salvaje lucha por el share –resultaba evidente que no tenía ninguna intención de detenerse.
–Ahora entra en juego la gente. Las «masas borreguiles» de Einstein, afectadas de una galopante crisis de valores, de una «normalización» por abajo de su nivel cultural y de un relativismo moral extremo alimentado por los medios y su trivialización y reiteración de las noticias de masacres y catástrofes que solo interesan al público en la medida en que les afecten directamente. Pero la crisis sistémica ya está jugando su parte, porque les afecta al bolsillo. Hoy, la gente no confía en el sistema ni en sus representantes. Ni en las acciones populares al estilo de los «indignados» o las plataformas «antideshaucios» y los tímidos intentos de «desobediencia civil» de hace unos años, que se demostraron absolutamente inútiles. Lo que quiere es que le solucionen sus problemas. Quien sea y como sea. Sin importarle ni siquiera la corrupción generalizada. Llegará el momento en que aceptarán y exigirán de forma masiva lo que ya hace tiempo algunos están aceptando a regañadientes: minijobs y minisalarios. Con la única condición de que sean iguales a los de su vecino. Entonces practicarán de buen grado lo que yo llamo la «obediencia civil acrítica». Y esta teoría, en una clara convergencia de intereses, será perfectamente coherente con las necesidades del otro lado del pastel, las empresas ¿cuándo? No lo sé. Pero será –su expresión decidida no ofrecía dudas. Seguiría hablando.
–También percibo señales del mercado y de la industria. Todos están de acuerdo en que la política del crecimiento perpetuo ha muerto. Steve Jobs ya no se considera el gurú ejemplar que fue. Hasta las BRICS, las potencias emergentes perpetuas, saben que nunca llegarán realmente a emerger. Las señales negativas que percibo y que, de una u otra forma, deberán corregirse son: la economía del despilfarro, los insostenibles stocks, la obsolescencia programada, la salvaje e inútil diversidad de modelos, la innovación industrial forzada, la creación de necesidades artificiales, etc. Cuando comprendan esto, causará el mismo efecto que en los medios. Menos empresas y mayor facilidad de control. Además, como efectos colaterales, menos productos, más producción, vida del producto más larga, menos costes, menos paro, sueldos «suficientes» para todos, etc. Una especie de economía comunista planificada, pero más cool. Postcapitalismo con mercado, pero menos. Con competencia, pero atenuada. Con una escala de precios y calidades restringida, pero manteniendo un cierto efecto regulador. Es decir, todos cediendo algo, pero todos contentos –el abuelo no parecía tener la menor intención de terminar. Continuó:    
–La clase dominante no-empresarial, es decir, la política y sindical, cansada de ser acusada permanentemente de ser una casta, en lugar de quejarse, aceptará su papel y lo jugará a fondo. A escala universal. Su lema podría ser: ¿Queréis casta?, pues tomar casta. Apoyada en la lacerante y masiva degeneración cultural, la nueva casta dominante se las arreglará para no ser lo que, con honrosas e incomprensibles excepciones, es ahora: un refugio de enchufados y mediocres sin oficio ni beneficio –dudó un poco en lo de «beneficio»– que no han trabajado nunca. Llegarán a ser realmente una élite cultural e intelectual, lo cual no será necesariamente malo. Conseguirán mantener sus reductos cerrados de conocimiento al modo de los chamanes y sumos sacerdotes de las tribus primitivas. Con su aumento de nivel cultural, no tardarán en detectar las señales apuntadas y obrarán en consecuencia. Y a las «masas borregiles» no les importará. Mientras cobren razonablemente igual que su vecino y la smartTV les entretenga, no les preocupará ni que les graben. Recordar que, a fecha de hoy, FaceBook, cuenta con unos 2.000 millones de usuarios, entre los que nos contamos. Ya lo dije: «obedientes civiles acríticos»  –el abuelo respiró hondo y se sirvió otro trago.
–Caramba, suena terrorífico. Podría ser un guión de ciencia-ficción –su padre pronunció estas palabras con un rictus de preocupación.
–Pues falta la guinda –continuó el abuelo–. A fin de cuentas, todo lo anterior no son más que teorías de un viejo. Volvamos a los hechos objetivos. La neurociencia ya permite el control mental de entrada y salida. La resonancia magnética funcional detecta con extremada precisión las distintas zonas de actividad neuronal, hasta el punto de que ya se dispone, con un grado de fiabilidad muy elevado, de un detallado mapa de la actividad cerebral –el abuelo se refería al proyecto Brain, idea del neurocientífico español Rafael Yuste, lanzado por el presidente de EEUU en 2013, dotado inicialmente con 100 millones $ y en el que, a pesar de la crisis, ya se llevaban invertidos más de 3.000 millones–. Esto ya permite el control mental de muchas actividades sin ningún contacto físico. Es lo que llamo «control de salida». ¿El tamaño del equipo necesario? Yo he conocido cómo eran los primeros ordenadores y los primeros «zapatófonos». Vosotros no. Mira tu smartwatch y piensa en todo lo que hace. Hace cincuenta años no habría cabido en esta habitación. Pero lo verdaderamente preocupante es el «control de entrada». Hoy ya se ha conseguido excitar a voluntad neuronas individuales. Conociendo la zona correspondiente, podemos crear «en origen» pensamientos, deseos y emociones. Esto no es ciencia-ficción. Esto es una realidad. Cuando todo esto resuene, cuando todo esto esté en fase, cuando la globalidad sea realmente global y se extingan los últimos focos de localidad identitaria, llegará el Gran Padre, lo que llamo «la Tribu Universal» –el conclusivo tono indicaba claramente que su abuelo, al igual que su copa, se había vaciado.

Inquieto8! pulsó de nuevo pause. Más allá de conocer la reacción de sus padres –que reconoció no le interesaba demasiado–, resultaba evidente que la parte mollar de la función había terminado. Su propia reacción se había limitado a la incomodidad manifiesta que se desprendía de su constante movimiento en la silla. Y a su silencio, quizá estruendoso, que ahora no sabía interpretar. Se empezaba a sentir cansado e ignoraba cuantas estaciones le deparaba el subconsciente antes de regresar a la tranquilidad de su salón y a la comodidad de su sillón. Aritméticamente, todavía faltaban 45 años. Pulsó fast-forward y la imagen mental se convirtió inmediatamente en la consabida sucesión creciente de números.

Continuará...

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