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martes, 9 de abril de 2013

MindBook - 15: smartKitchen

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14

En este tema era de lo más normal. Como la mayoría de los ciudadanos, nunca se había sentido especialmente interesado en el arte culinario. La realidad era que en 2065 se podía sobrevivir, incluso engordar, sin hollar una cocina, entendiendo como tal la clásica estancia específicamente dedicada a procesar, con la ayuda de equipo y utillaje diverso, alimentos básicos en estado natural, adecuadamente combinados con ingredientes de la más diversa índole, con el objeto de crear nuevos productos sensorialmente agradables y, supuestamente, más digeribles, aunque con un valor nutritivo y energético equivalente a la suma de sus componentes. Quien no se sintiese atraído por esa suerte de arte clásico, podía dedicar esta estancia a otros menesteres más prácticos, con la absoluta seguridad de no caer enfermo o anémico. La dinámica de la época no era en modo alguno favorable a experimentos de este tipo, que consumían tiempo y dinero a cambio de una expectativa placentera que, en sí misma, no reportaba mayor beneficio nutricional que el que proporcionaban las comidas –es un decir– preparadas, comprimidas o sintetizadas industrialmente. Estadísticamente hablando, una comida «normal» consistía en la deglución de una o varias cápsulas, mientras se «saboreaba» un concurso en uno de los canales temáticos de MindBook. Obviamente, el placer, en forma de alimento del espíritu, no gozaba del favor del público, más preocupado por optimizar el aprovechamiento de sus «racionalizados» –por abajo– emolumentos y del escaso tiempo libre que les dejaban sus «racionalizadas» –por arriba– jornadas de trabajo.

Porque el coste, en tiempo y dinero, de una comida cocinada en casa era notablemente más caro que una caja de tabletas energéticas. En primer lugar, necesitabas una cocina –afortunadamente, Inquieto8! contaba con la que su padre, aficionado al arte culinario clásico, había mantenido actualizada y operativa–; en segundo lugar, debías comprar la materia prima y los ingredientes –esto, por su exotismo, había devenido en problemático; la alimentación se había confinado a las parafarmacias y no todos los establecimientos disponían de sección de alimentos naturales y, no digamos, de fuentes de proteína animal–; en tercer lugar, el precio era prohibitivo, únicamente justificado en el caso de adicción o de celebraciones como la suya– y por último, había que saber cocinar –aunque esta dificultad, no despreciable, quedaba minimizada con la extraordinaria panoplia de ayudas que MindBook y la moderna tecnología ponía a disposición de los legos en la materia–. Y éste era, precisamente, el caso de nuestro protagonista.

A pesar del ejemplo de sus padres –su madre era una extraordinaria cocinera y su padre un aficionado de mérito–, él nunca se había interesado por el tema. Incluso si se remontaba al tiempo clásico, a su juventud pre-MindBook, no recordaba experiencia alguna de práctica culinaria de mayor complejidad que los simples huevos fritos de esta mañana. En cambio, su padre mantenía la costumbre de cocinar con relativa frecuencia, en lo que se podía interpretar como una muestra de resistencia pasiva de notable significación, por el esfuerzo económico que representaba –desde su jubilación, el tiempo no era un problema–. Por todo ello, no le resultaba extraña la parafernalia culinaria ni los circuitos de aprovisionamiento de alimentos e ingredientes, lo que le había facilitado su decisión de honrar la memoria de su progenitor iniciándose en este arte los días festivos.

Y así había llegado a hoy: tras tres jornadas experimentales con resultados razonablemente satisfactorios, aprovechando el día de su sesenta cumpleaños, se había atrevido a someter su nivel culinario al escrutinio de su amiga. Para ello contaba con los siguientes elementos básicos, elegidos entre la escasa oferta disponible en el proveedor habitual de su padre: dos sobres de salmón ahumado, hortalizas –zanahorias, berenjenas, calabacines, col lombarda, tomates–, dos lomos de merluza congelada –esto es lo que había– y unos helados para postre –tampoco había que pasarse–. Depositó todos los componentes –excepto los helados–  sobre la encimera de trabajo y esperó. Tras unos segundos que se le hicieron interminables, durante los cuales la smartKitchen procedió a la identificación de los alimentos y consultó en la base de datos la mejor opción de proceso –su padre la seguía llamando «receta»–, se activó la proyección holográfica sobre la encimera y se le presentó la propuesta más adecuada:
  • Ensalada de verduras templadas con puré de lombarda y salmón;
  • Filete de merluza con costra de tomillo.
Dificultad: baja.
Tiempo de proceso: 1 hora.
Ingredientes complementarios: mantequilla, aceite de oliva, un limón, sal, pan rallado, tomillo (en stock).
Vinos sugeridos: Vale do Sao Francisco (Brasil), Don Laurindo 2060;  Maharashtra (India), Omar Khayyam 2061 (en stock).
Sugerencia musical: Vivaldi.

Pulse sobre un producto para comenzar o <Nueva opción>...

La propuesta –incluida la cultivada sugerencia musical– no le pareció nada mal. Había tenido suerte con los ingredientes básicos complementarios y los vinos –las BRICS emergían por fin–, cuya disponibilidad se la debía agradecer a su padre. Sonaba sofisticada, era mediodía y había quedado con su invitada a las dos. Pensó que no le iba a venir mal distraer su mente de los acontecimientos recientes, incluyendo la enigmática Caja de Pandora que le esperaba en el fondo del armario. Pulsó sobre el primer «producto» y aparecieron las instrucciones detalladas. Dirigió su mirada a su viejo amigo, el cursor de MindBook, y la pantalla se activó. En la lista de últimas actividades ya se había registrado su intención de cocinar así como las opciones elegidas. Tras dar un respingo, seleccionó con la mirada la opción <Música>, rechazó la sugerencia propuesta, elegida de entre sus preferencias teniendo en consideración los factores ambientales –temperatura, humedad y presión–, de horario y calendario, así como su eventual compañía y las circunstancias personales y emocionales de los presentes –no estaba nada claro cómo se detectaban–, y eligió de su lista de favoritos un mix, más que clásico, arcaico: The Beatles. En esto, había salido al abuelo. Inmediatamente le envolvieron las notas de Yesterday, lo que reactivó su nostalgia. A pesar de ello, observó con satisfacción que se mitigaba su mal de cabeza. Retiró los componentes de la encimera de trabajo y empezó.
 
Continuará...

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