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sábado, 1 de junio de 2013

¿Transparencia?

Esta liviana palabra ha sido la indiscutible protagonista de la semana. A pesar de su significado literal, la hemos visto y oído en los medios hasta la saciedad, ha reclamado y obtenido la atención constante de la clase política y, por último, ha sido capaz de suscitar un sospechoso, atípico e inusual consenso hasta el punto de que parece va a ser elevada a rango de Ley. Y con esto, me ha brindado tema de reflexión viniendo en ayuda de lo que se me antojaba abandono de musas y sequía semanal.

Pero, no siendo este un blog político –recuerdo que en el pasado intenté mantener uno, pero abandoné superado por los acontecimientos–, es preciso respetar su consistencia identificando y explotando su vertiente ética y su impacto en el comportamiento personal, por otra parte, perfectamente extrapolable a nuestros sufridos «representantes» –ya empezamos, no hay forma de evitar la ironía–. Ahí vamos, espero que no resulte demasiado forzado.  

Transparencia es la palabra. Tras la corta reflexión previa a la escritura –en esto me parezco a Aristóteles, quien, en opinión de Schopenhauer, «pensaba con la pluma»–, las principales cuestiones que me suscita son: a) dilucidar si el término desnudo, sin disfraces, es de aplicación universal o restringida; b) si su sentido metafórico se corresponde con el físico y c) si, en sí mismo, es portador de un significado unívoco, absoluto y objetivamente indiscutible para quien lo recibe y procesa, con independencia de juicio de valor alguno.

No se puede decir que sean pocas dudas para un término con un nombre tan diáfano. Sin eufemismos, aventuradas unas respuestas de alcance, se nos antoja todo menos transparente. Más bien traslúcido, incluso, en determinadas ocasiones, opaco. Vamos, todo un fraude de término, firme candidato a ser utilizado de forma aprovechada, sesgada, perversa o bastarda. Parece, pues, obvio, que debemos explicar el porqué de nuestras deplorables conclusiones. Y lo vamos a hacer, paradójicamente, sin transparencia alguna –es decir, de forma visible y patente–, con lo que ya adelantamos pistas sobre nuestras reticencias de uso del término.

Transparencia es poseer la cualidad de transparente, siendo transparente una característica que permite a los cuerpos que la incorporan permitir que a su través se pueda ver con claridad(1). Dicho de otro modo, el objeto de la transparencia se hace invisible para el observador. Evidentemente, esta es su acepción material y física, aplicándose también, por extensión, al ámbito inmaterial y social –empresas, organizaciones, partidos, etc.– o al espiritual y personal –carácter, conocimientos, ideas, pensamientos, etc.–.

Resumiendo, transparencia es una característica, un atributo, un rasgo diferenciador de aplicación prácticamente universal que se tiene o no se tiene, dando por sentado que cualquier término medio, cualquier limitación, representa no-transparencia. Por lo tanto, la transparencia es un estado binario. Y no ser transparente –así, sin más– no tiene en absoluto un sentido peyorativo. Existen multitud de objetos físicos que no lo son ni lo pueden ser –piedras, alcornoques, etc.– así como objetos no-físicos que tampoco –por ejemplo, un juzgado(2) velador de sumarios secretos (excepto en España y otros extraños países)–. En cambio, existen multitud de objetos físicos –p.e. el parabrisas de un automóvil– o no-físicos –p.e., un partido político(3)– que deberían serlo. Con esto hemos intentado definir qué o quién es el objeto que debe ser transparente, el que debe disfrutar de transparencia. Y esto nos lleva a analizarlo con algo más de detalle.
Envoltorio no-transparente

Trataremos ahora el concepto dualista forma-fondo o, en otras palabras, continente-contenido o lata-sardinas. Partiremos de la base de que cualquier cosa –en el sentido más amplio del término– está contenida en un envoltorio –real o virtual– que es el que establece sus límites y el que impide la invasión del espacio ajeno y la dota de esencia unívoca –la existencia la damos por descontada–. Aceptada esta premisa, se deduce que si nos interesa acceder al fondo de cualquier cosa, a su contenido, a la idea, si deseamos verlo con claridad, sin trampa ni cartón, resulta evidente la necesidad de transparencia del envoltorio, del continente, de la forma. Sólo así se hará realidad la metáfora de transparencia aplicada erróneamente al contenido. Porque si lo realmente transparente es el contenido, sencillamente, no veremos nada.

Por lo tanto, aunque sea en forma de Ley, que no nos den gato por liebre. La transparencia debe aplicarse a los envoltorios, a las corazas, a los blindajes, a las puertas y ventanas. Que no nos hagan transparentes las sardinas –o las cuentas–. Y esto, que es exigible a los demás, es también aplicable a nuestra ética personal. Apliquemos la opacidad con racionalidad y mesura y cuando decidamos ser transparentes con quien merezca nuestra confianza, hagámoslo sin condiciones.

(1) De forma un tanto sesgada, como licencia literaria, nos permitimos ignorar las acepciones 3 y 4 del Diccionario RAE, aplicables metafóricamente, pero que nos disgustan sobremanera al introducir un cierto perfume esotérico [3] o al descartar la universalidad reduciendo su alcance al ámbito de la comunicación y la comprensión del mensaje [4]. Las acepciones 5 y 6 son, simplemente, inaplicables.

Transparencia: cualidad de transparente.
Transparente:
(Del lat. trans-, a través, y parens, -entis, que aparece).
1. adj. Dicho de un cuerpo: A través del cual pueden verse los objetos claramente.
2. adj. Dicho de un cuerpo: translúcido.
3. adj. Que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse.
4. adj. Claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad.
5. m. Tela o papel que, colocado a modo de cortina delante del hueco de ventanas o balcones, sirve para templar la luz, o ante una luz artificial, sirve para mitigarla o para hacer aparecer en él figuras o letreros.
6. m. Ventana de cristales que ilumina y adorna el fondo de un altar.

(2) Nótese que, en este caso, el objeto no-transparente es –debe ser– el juzgado, no el sumario.
(3) De nuevo, el objeto de transparencia es el partido político, no sus cuentas.

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