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lunes, 24 de junio de 2013

La Resurrección (virtual)

De nuevo viene la actualidad –en este caso, virtual– en ayuda de la inspiración, algo de agradecer cuando ésta se encuentra en un estado de profunda crisis creativa. Resulta que ayer he resucitado –hablando en propiedad, me han resucitado– virtualmente. Bien es verdad que se ha tratado de una resurrección light –empleo terminología inglesa para estar in en una red donde, en lengua castellana, se usan profusamente anglicismos tales como post o like–, pero, a pesar de ello, me ha sentado especialmente bien. Como efecto colateral, este hecho ha propiciado que me haya visto agraciado con un like en el post que ha propiciado mi resurrección, post de Agosto pasado, época en la que mi perfil virtual participaba de forma activa en varios grupos. Se da también la positiva y valiosa circunstancia de que este like proviene de un amigo virtual de reconocido prestigio –también virtual–, al que, obviamente, a menos que haya cambiado de opinión en estos once meses, le pasó inadvertido en su momento. Por lo tanto, vamos a sacarle punta a este, en mi opinión, interesante y atractivo tema: la resurrección.

La cuestión es... ¿cómo es posible resucitar virtualmente? La primera respuesta que se me antoja, casi intuitiva, está implícita en la propia pregunta: porque estamos en un entorno virtual. En una red (a)social donde, a diferencia del mundo real, resulta tan fácil cambiar de personalidad como cambiar de traje, a pesar de que, en la mayoría de los casos, estos cambios sólo son de forma o aspecto, porque, en el fondo, creo que la personalidad virtual es un fiel reflejo de la personalidad real, la del mundo físico, verdaderamente difícil de ocultar. Veamos las distintas formas en las que se puede dar esta resurrección: Por su carácter, la resurrección puede ser light y strong. Y por su causa, siempre desde el punto de vista del sujeto, por voluntad propia –este caso más frecuente en la strong– o ajena. O sea, tenemos cuatro tipos de resurrección.

Light, propia:
Sucede cuando cambiamos la "foto" de nuestro perfil, que creo que se le llama avatar, aunque me resisto a emplear este cursi término. Y como en todo, también aquí hay grados. La gradación tiene que ver con la frecuencia de cambio, que puede oscilar entre lo anecdótico y la reiteración obsesiva.
Cirugía plástica virtual.
Ignoro la utilidad o beneficio que le puede reportar al individuo el frecuente cambio de "foto", en especial cuando algunas de ellas aparecen de nuevo –es en este caso cuando se podría hablar propiamente de resurrección–, pero aquí no se trata de criticarlo, sino de dejar constancia de hecho tan peculiar, que, en ocasiones, debo reconocer que me sorprende y me desorienta, aunque lo considero inofensivo.
Una variante de ésta sucede cuando, en un grupo, el sujeto se dedica a llevar al primer plano de la actualidad –a resucitar– sus posts obsoletos, los cuales, por la propia dinámica del grupo, son efímeros y cuando dejan de suscitar interés en forma de comentarios, tienden a quedar sepultados por los nuevos, sumiéndolos rápidamente en el olvido. Esta es una práctica infantil y narcisista particularmente deleznable, tolerada frecuentemente por los administradores.

Strong, propia:
Aquí tenemos también dos variantes: a) la muerte propiamente dicha, escenificada con el abandono del mundo virtual y la desactivación voluntaria del perfil, y su correspondiente resurrección más o menos dilatada en el tiempo. De esta variante he asistido también ayer a un caso de muerte y resurrección virtual de sólo diecisiete horas, hasta ahora, récord absoluto; b) la muerte virtual y la resurrección –¿quizá mejor reencarnación?– en otro perfil, nuevo o durmiente, evidentemente, distinto al anterior. Una de estas enfermizas cabezas de hidra, que me persigue recurrentemente, es la que me ha hecho resucitar de forma light y la que ha propiciado estas reflexiones.

Light, ajena:
Se trata de la segunda variante anterior, pero aplicada por un sujeto virtual –descerebrado o paranoico– a otro. Esta, ejecutada por un perfil mutante, es la que vengo sufriendo en mis virtuales carnes de un tiempo a esta parte. Resulta que uno se encuentra tranquilamente en su muro –prefiero esta denominación a la inapropiada "biografía"–, procurando no molestar a nadie, asistiendo de forma pasiva al interesante espectáculo y de pronto, todos sus posts sumergidos en las profundidades del grupo, emergen a la superficie –resucitan– con lo que mi perfil aparece de nuevo en el top, alterando, sin hacer comentario alguno, de forma grave, perversa y torticera, la secuencia temporal de las publicaciones. Esto ha sucedido recientemente en un grupo de física cuántica, el cual he abandonado al observar que la cabeza de hidra, que adopta nombres y apellidos de lo más normal: Sánchez, López, Rodríguez, etc., tras ser detectada –no por denuncia mía– por el jueguecito, expulsada y vuelta a admitir, ha conseguido un crédito tal que ha conseguido ¡cambiar el nombre del grupo! Posteriormente, ayer, reencarnado en otra de sus personalidades –ésta nueva y recién incorporada a ambos grupos–, se ha permitido comentar un post mío de Agosto pasado en otro grupo –éste de filosofía, del cual todavía soy miembro pasivo–, preguntándome porqué había abandonado el grupo de física. Con esto, me ha resucitado y he vuelto a aparecer, por poco tiempo, afortunadamente, en el top del grupo, ganando, a pesar de ello, un valioso, por inesperado, like.

Strong, ajena:
La más genuina es la suplantación de personalidad por violación de contraseña y posterior cambio de la misma. Menuda resurrección. A ti te han matado y el resucitado es otro, pero tus amistades lo ignoran. Es como si te hubiesen trasplantado el cerebro –o el cuerpo, quién sabe–. Ante esto, si al fagocitado le quedan fuerzas y ganas, no le queda otra que resucitar de forma strong  y crear un nuevo perfil para luchar por su identidad. La versión menos dañina consiste en la creación de un perfil si no clónico, muy parecido al tuyo, con el mismo perverso y dañino propósito: suplantar tu personalidad, molestar y satisfacer su enfermiza vida virtual y, con toda seguridad, real. Un caso patológico.

Conclusión:
Facebook, tan criticado y denostado –incluso por mí–, es un mundo fascinante. Palabra de resucitado. Desde mi cómoda atalaya –sólo puedes ver ambos lados del muro si estás arriba– asisto a un interesantísimo espectáculo del que cada vez me interesan más las formas y menos el fondo, muy buscado, pero no encontrado –me cansé de bucear; nunca he sido bueno en esto–. Y considero que, a pesar de ello, moverte por la superficie –hoy sólo en búsqueda de ingenio a flote, no encriptado ni profundo–, es tremendamente formativo, por lo menos en mi caso. Nunca conseguiré agradecer lo suficiente a mis hijos la sugerencia de abrir una cuenta. No me cabe ninguna duda, que el perfil virtual, si se somete a un atento escrutinio, es fiel reflejo de la personalidad real. Y esto es válido tanto para los que pretenden ocultarlo, como para los que de forma ingenua o deliberada –éste es mi caso– se muestran tal como son. Pero lo que he aprendido, entre otras muchas cosas, es que manifestarte con sinceridad, con transparencia, con rigor, implica un coste que ya me he cansado de pagar. Pero sigo en la escuela, flotando, aprendiendo.

Frecuentemente establezco una correlación con el servicio militar, un mundo nada virtual también ampliamente denostado y criticado y que me enseñó mucho, hasta el punto que me siento muy satisfecho por haberlo "sufrido", ya que me dio una experiencia impropia de la edad, de la que carecen todos los que no lo han prestado y los que, habiéndolo hecho, no le han sabido sacar partido. Se trata de saber identificar y extraer lo positivo –siempre lo hay– de cualquier situación, por mala y perversa que sea. En este entorno, conocí personalidades –perfiles– nada virtuales, que a mi edad y en mi plácido entorno natural –eran otros tiempos– nunca hubiese conocido. Como casos extremos citaré al niño de 20 años que lloraba por la noche llamando a su madre, al alcohólico que robaba y se bebía la colonia de los demás y a pobres diablos que temían el teléfono porque nunca habían visto uno y que preferían servicio en la cocina antes de plantarse ante el mismo leyendo tranquilamente un libro –los que sabían–, para avisarme mientras yo estaba en la cantina. Anecdóticamente citaré a otro encantador personaje –un trozo de pan– que creía que cada vez que se efectuaba el coito se concebía un hijo. Pues bien, Facebook es una escuela parecida. Personalidades –perfiles– de todo tipo, sinceras, transparentes, rigurosas, superficiales, torticeras, paranoicas, malas de pura cepa, intolerantes, narcisistas, altruistas, aburridas, antipáticas, ignorantes, sabihondas... Todo un laboratorio social, del cual yo también soy cobaya. ¿Qué más se puede pedir? ¿Cómo me verán a mí?

Sólo puedo decir una cosa. Si muero, nunca resucitaré. Ni de forma light –nada de cirugía plástica ni botox– ni strong. Esto, que resulta obvio en el mundo real, lo aplico exactamente en el mundo virtual y es coherente, por coger el hilo del blog, con mi ética personal. Sinceridad, rigor y presentar sólo una cara. Porque, mal que nos pese, sólo tenemos una. Aunque a veces nos la rompan y debamos acudir, con la cabeza bien alta, al dentista.  

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