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domingo, 16 de junio de 2013

Empatía física y virtual (II)

Finalizaba la anterior entrada con un petición de disculpas a los físicos e ingenieros por mi intromisión en su campo y por la superficialidad de mi argumentación. Pues bien, como medida preventiva, a modo de chichonera, quizá sea apropiado empezar extendiendo la petición a otros colectivos –psicólogos, neurocientíficos e, incluso, filósofos– que puedan sentirse invadidos o alarmados con lo que sigue. Declaro rotundamente que no se trata de un manifiesto. Es una opinión personal. Una reflexión. Sólo eso.

Conviene también reafirmar el objetivo, que no es otro que explorar la posibilidad de empatizar en el dominio de las redes sociales, de discutir la viabilidad de la empatía entre perfiles o avatares, de la empatía virtual. Y este objetivo, lógicamente, nos llevará a tratar también, por contraste, de la empatía física, presencial, cara a cara o, quizá mejor, mente a mente. Y para finalizar esta introducción, no estará de más dejar constancia de que, si queremos ser rigurosos, la diferenciación entre empatía física y virtual es artificial y retórica, porque la mente humana se encarga de transformar la realidad –cualquier cosa que ésta sea– percibida por nuestros sentidos y de presentárnosla convenientemente procesada, lo que nos sume en un estado de virtualidad permanente. Sirva la división propuesta como un simple convenio, únicamente válido en el contexto de este artículo.  
«La empatía no es otra cosa que “la habilidad para estar conscientes de reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás". En otras palabras, el ser empáticos es el ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas».
Empatía no-humana. Están «en la onda»
En las definiciones plasmadas en la primera parte no quedaba demasiado claro, pero de la lectura de esta frase –extraída también de Wikipedia–, si se le da crédito, parece desprenderse que la empatía es un atributo personal. Que existen seres humanos –los empáticos– que son capaces de «leer emocionalmente a los demás». Esto introduce un nuevo factor a considerar y plantea la nueva cuestión de si la empatía es una relación uno-a-uno, propiciada por la afinidad o complementareidad tratadas anteriormente, limitándola a los que están "en nuestra onda", o una relación uno-a-todos, lo que crearía una preocupante categoría de videntes o mentalistas, una especie de receptores universales multibanda, de los que convendría apartarse lo más posible, empeño harto difícil habida cuenta de que no se les debe notar demasiado. En cualquier caso, dejo el tema abierto –quizá para otro día–, porque, en último término, en uno u otro caso, la relación empática, en un momento dado, siempre es cosa de dos: tú –el receptor– y la persona con la que empatizas –el emisor–, y éste es el objeto del artículo.

Abandonemos la digresión y cojamos de nuevo el hilo. Habíamos dejado aparcados tres conceptos, los cuales vamos a analizar desde los dos puntos de vista: el físico y el virtual.

Creencia
A pesar de que nos empeñemos en asegurar que tomamos nuestras decisiones de forma racional, de hecho, incluso en este caso, lo que sucede realmente es que creemos que así lo hacemos. Habida cuenta que todo proceso racional es un proceso mental y que, forzosamente, tiene que basarse en la virtualidad de la representación de la Realidad(1) confeccionada por la propia mente, en el fondo, la Razón es cuestión de Fe. Fe en la fiabilidad de nuestros sentidos (racionalidad típica) o de nuestra intuición (creencia pura), ambas, en mayor o menor grado, alejadas de la Realidad y basadas en una construcción mental que, nos guste o no, es intrínsecamente virtual.
Esto es perfectamente aplicable a la información en la que basamos nuestra empatía: creemos «reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás», creemos «ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas».
Aunque, qué duda cabe, esta irracionalidad es mucho mayor en el caso de las redes sociales, donde, por partir ya de la virtualidad y de la limitación del medio, la comunicación y el mensaje están, por naturaleza, severamente alterados, cuando no falseados voluntariamente(2).

Comunicación
El concepto queda siempre caracterizado por la presencia de dos únicos actores, por tanto, protagonistas: el emisor y el receptor. Sin ellos no existe. Aún en el caso de la comunicación de uno a muchosbroadcast–, no es digna de este nombre si el sistema no considera al objetivo colectivo como la suma de muchos objetivos individuales y no los trata como tales. Por otra parte, la verdadera comunicación requiere bidireccionalidad. De otro modo, el emisor se convierte en una suerte de pregonero de pueblo(3).
Por lo tanto, la comunicación bien entendida implica un diálogo –de dos–, no dos monólogos. De nuevo, la dificultad de comunicarse es mayor –pero no exclusiva– en las redes sociales, donde se tiende más a actuar de pregonero que de tertuliano, lo que le pone más trabas a la posibilidad de empatizar. Y sin comunicación, sin un canal bidireccional abierto, no hay empatía que valga.

Mensaje
Establecido el canal, una vez tomado el compromiso de seguir las reglas de juego, hay que comunicarse. Y el mensaje es «lo que se comunica». Lo que se transfiere entre los protagonistas, los cuales representan alternativamente(4) el papel de emisor y receptor. El mensaje puede presentarse en varios formatos, siendo los más importantes el oral, el escrito y el gestual. A éstos cabe añadir el no-mensaje, es decir, su ausencia, inacción que, en determinadas situaciones y contextos, paradójicamente, resulta la acción más potente, el mensaje más claro y explícito. Ahora bien, con independencia del formato, el mensaje debe cumplir dos condiciones: entenderse y comprenderse. No vamos a abundar en ambos conceptos pues ya dedicamos una entrada al tema, pero sin ellos, no hay mensaje. Y, en el tema que nos ocupa, es imposible empatizar con quien no entiendes o, aún entendiéndole, no comprendes.
Y de nuevo, Facebook no ayuda. Su limitación al formato escrito prima, en el buen y mal sentido, aspectos formales como la ortografía y la sintaxis, barreras, en su aspecto negativo, del entendimiento y de la comprensión.

¿Cómo concluir ésto? Retomaré el principio, donde ya declaré que sí, que creo que la empatía virtual es posible. Pero que es algo exótico y difícil. Y que, probablemente, requiere de la voluntad del receptor. Esto quiere decir que exige algo de esfuerzo y la inquietud de buscar en la red social algo más que una puerta de frigorífico para colgar fotos, panfletos y manifiestos. Nada ayuda. En mi caso, tras dieciocho meses de práctica en los que he experimentado todas las variantes que Facebook ofrece(5), no puedo decir que haya empatizado con más de dos amigos virtuales (tampoco es que tenga muchos de donde elegir). Y es un balance realmente descorazonador. ¿Qué significa ésto? Que sólo en estos contados casos he creído «reconocer, comprender y apreciar sus sentimientos» porque he disfrutado de una verdadera comunicación, he identificado afinidad o complementareidad y he entendido y comprendido sus mensajes.

Ignoro si he estimulado empatía virtual en alguien(6). De hecho, debo reconocer que no me entusiasma ni tengo ningún interés en que «lean» mi mente. Pero no hago nada para ocultarla. Por lo menos, como emisor, procuro que se me entienda y se me comprenda –también ignoro si lo consigo–. Esto es lo que está en nuestra mano. Pero esto, siendo necesario, no es suficiente. Falta despertar afinidad o complementariedad, y esto no depende de nosotros, sino de los receptores del mensaje.

Moraleja: En el mundo físico, empatizo con muuuuchas más personas, cosa, por otra parte, cuantitativamente, nada difícil. Y en el mundo virtual, hay bastantes que me resultan, por motivos diversos, muy simpáticos. En resumen, (mi)Facebook es mucho más simpático que empático.

1 - Con mayúscula. La de verdad. La que está ahí fuera. La que se encuentra al otro lado de la mente. Miserables fotones o moléculas invadiendo nuestros ojos o fosas nasales.
2 - Generalmente –no siempre–, resulta mucho más fácil percibir que te están levantando la camisa si estás frente –o próximo– al levantador.
3 - O de político al uso (con todos mis respetos a ambos colectivos).
4 - No simultáneamente. Especialmente en formato oral (para evitar el efecto gallinero). Por escrito (típico de Facebook) también sucede, pero, más allá de perder el hilo de la conversación, no hay mayor problema.
5 - Muros, biografías, grupos ajenos y propios y páginas.
6 - Esto es lógico. El «empatizador» no recibe información directa del «empatizado». Sólo señales. La empatía –en especial la complementaria– no tiene que ser necesariamente mutua.

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