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domingo, 9 de junio de 2013

¿Conservador o Progresista?

Pues no lo sé. Sorprende la facilidad con que se etiquetan comportamientos o perfiles vitales, dando por supuesto que una simple palabra encierra todos los infinitos matices que caracterizan el pensamiento humano y que acoge bajo su simple enunciado a un colectivo(1) por definición diverso y plural. Otro tanto se puede decir del persistente empleo de ambos términos contrapuestos, en un estéril e ingenuo intento de simplificar lo insimplificable, de reducir a un planteamiento discreto y binario la totalidad del espectro(2) político, el cual, si atendemos a los sufridos electores, cubre de forma continua toda la gama de grises(3) entre el también binario «blanco» y «negro» con el que se califican y agreden mutuamente(4) los líderes de cada bando.

El tercero no lo sé etiquetar.
Viene todo esto a cuento de que la actividad política de la semana se ha llenado de estas dos etiquetas, colgadas a los nuevos –y antiguos– miembros del renovado Tribunal Constitucional, garante de la pureza de nuestra Carta Magna, sometiéndoles a una perversa contabilidad, a mi modo de ver, simplista y, hasta cierto punto, denigrante. Y de nuevo, me ha brindado tema de reflexión. Será porque, a pesar de mi escepticismo, resulta imposible abdicar del efecto que la política causa en los administrados a los que todavía les queda un rescoldo(5) de interés. Y este interés, hoy por hoy, en mi caso, se limita a la extrapolación de los comportamientos de los políticos, de los que se supone son nuestros líderes, de los que debieran dar ejemplo, de los que hemos elegido para que nos gobiernen para bien de todos nosotros, a la ética personal, al comportamiento individual. Y claro está, si ellos se etiquetan de forma tan simplista, debo suponer que su distorsionada imagen de la sociedad les indica que sus miembros deben adscribirse a una u otra opción, lo que me lleva a la pregunta inicial: ¿Qué soy yo? ¿Conservador o Progresista? Pues no lo sé. Porque no sé lo que significa(6). Empecemos por los «conservadores».

Conservadores:
La primera duda que me asalta es qué es lo que conservan. Porque según sea me gustará o no. En principio, «conservar» es bueno. Evoca el paradigma de «sostenibilidad», modelo de lo hoy «políticamente correcto». Nadie me negará que todo lo sostenible debe conservarse. Por lo tanto, de una forma objetiva –si ésto fuese posible–, todos deberíamos ser conservadores. Pero se me antoja que la cosa no va por ahí. No estamos hablando de la Gaia de Lovelock, ni de la biodiversidad, ni del cambio climático, sino de las miserias humanas, de la política y, claro está, aquí la objetividad brilla por su ausencia. No se puede «conservar» lo malo, entendiendo como tal unas ideas periclitadas tendentes a perpetuar privilegios e injusticias sin fin sobre la humanidad(7). Todo esto desde la óptica sesgada y dogmática del bando «progresista».

Progresistas:
Tampoco está claro hacia donde orientan su «progreso». Porque esto es crucial para apuntarse o no. En principio, sorprende que este calificativo se lo autoasignen. Es decir, los progresistas presumen de serlo. Se ponen las medallas ellos mismos. Y, normalmente, son los que denostan a sus adversarios etiquetándolos de «conservadores»(8). También resulta sorprendente que sean acérrimos conservadores de sus logros con lo que se homologan a sus opuestos, en una suprema demostración de inconsistencia. En otro alarde de simplificación, su discurso tiende a asociar su «progreso» con la búsqueda del bien común, del bien de la mayoría, en contraposición a los «conservadores», perversas gentes de buen vivir únicamente preocupados por el bien de sí mismos.
   
Conclusión:
Menudo dilema. La verdad es que ayudan poco con su ejemplo diario, el cual contradice continuamente sus planteamientos teóricos. Y no iré más allá porque este no es un blog político. Terminaré intentando extraer algo positivo de la enorme duda. Creo que soy las dos cosas, lo que viene a ser lo mismo que no ser ninguna. Sin duda, esta posición puede parecer aséptica, acomodaticia o simplista, pero tras este análisis no puedo hacer otra cosa que reforzar mi escepticismo. En buena lógica, esta posición equidistante se podría calificar de «centrista», aunque no la acepto porque presupondría la existencia de los extremos defendidos por los simplificadores, los cuales –ambos– no tendrían ningún reparo en calificarla de «liberal» y tampoco tengo demasiado claro el significado de este nuevo término.

En resumen, nada de centros ni equidistancias. Una ética personal de calidad debería ser capaz de tomar lo bueno que existe en cada etiqueta y huir de generalizaciones. Conservar lo conservable y progresar en el buen sentido. Menudo descubrimiento. A ver si al final resultará que, a mi manera, soy «liberal», en el sentido de defender la libertad y los derechos individuales en la medida que no vulneren los de los demás. Norma única.

Karl Popper dijo sobre la limitación de la libertad:
Una formulación muy hermosa que, creo, procede de América es la siguiente: alguien que ha golpeado a otro afirma que sólo ha movido sus puños libremente; el juez, sin embargo replica: «la libertad de movimiento de tus puños está limitada por la nariz de tu vecino»
El juez... ¿Conservador o Progresista?

1 - Nótese que me he abstenido de emplear el término «rebaño».
2 - No se tome «espectro» en su acepción de «fantasma».
3 - Caramba con el lenguaje. ¿La política «gris»? Qué va!!!
4 - Evidentemente, ambos reclaman para sí el «blanco».
5 - En mi caso, ya muy frío.
6 - Y dudo que ellos lo sepan (ni les importe).
7 - Normalmente, se conforman con hablar de su pequeña tribu.
8 - Ignoro la causa por la que los conservadores no presumen –normalmente– de serlo. Quizá se deba un atávico complejo de culpabiidad nunca presente en el progresismo. Incomprensible, pues ambos tienen mucho de lo que olvidarse.

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