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viernes, 24 de mayo de 2013

Existencia y Entorno

Con esta entrada retomamos de nuevo el tratamiento de los conceptos básicos que tienen peso específico relevante en el objeto del blog, el cual me abstendré de repetir; basta con dirigir la vista al título en la cabecera de la pantalla. Y el entorno es uno de ellos. Y no el menos importante.

De hecho, el tema ya se trató de forma compartida en la entrada Compromisos y Entorno, donde, sometido a un enfoque estrictamente analítico, fue dividido entre entorno próximo y lejano y definido como «el objeto de nuestros compromisos externos». Ahora, transcurrido más de un año, volvemos a dirigir nuestra atención al término, pero, en esta ocasión, de una forma más conceptual, más abstracta, considerándolo como el complemento inseparable de nuestra existencia. En cierto modo, como el que le da sentido y contenido.

Agobiante!!!
Resulta muy difícil imaginar algo existente sin situarlo en un determinado entorno. Se podría decir que la existencia está confinada a su entorno, pudiendo gozar ambos de un elevado grado de libertad –cualitativo y cuantitativo– en su alcance, pero siempre íntimamente relacionados: «no hay existencia sin un entorno que la limite, ni entorno sin existencia que limitar». Desde este punto de vista, la primera impresión que nos transmite es que el entorno es una especie de cárcel, unas cadenas que limitan –como todas– la libertad de la cosa encadenada, en nuestro caso, el bien más preciado: nuestra existencia. Con independencia del dominio limitado, sea pequeño, grande o grandísimo, sean sus valores éticos deleznables, vulgares o ejemplares, el entorno se nos aparece como un corsé, cárcel o límite inexpugnable.

Nada más alejado de la realidad. La clave para que esto no suceda reside en el convencimiento de que somos nosotros quienes establecemos nuestro entorno. Y lo hacemos merced al establecimiento voluntario y racional de nuestros compromisos, que siempre lo son con algo o con alguien, es decir, con nuestro entorno. Por lo tanto, dado que en cualquier momento podemos modificar a voluntad nuestros compromisos, podemos, consecuentemente, modificar nuestros límites, con lo que nuestra existencia, aún manteniéndose dentro de los mismos, no se puede sentir constreñida.

Este análisis nos lleva a las siguientes conclusiones:

  • La libertad de nuestra existencia debe mantenerse dentro de unos límites que, preferiblemente, debemos establecer nosotros mismos.
  • Si no lo hacemos, si no establecemos el entorno de nuestros actos, alguien lo hará por nosotros y esto, generalmente, no es bueno.
  • Se podrá argumentar que la globalidad se encarga de difuminar los entornos individuales y que nos mete a todos en el tótum revolútum universal. Nada más falso. Nada impide que un individuo adopte voluntaria y racionalmente compromisos con el planeta Tierra, el Universo o el género humano en su totalidad.
  • Dado que la ética personal viene representada por nuestros compromisos, y que la calidad y excelencia de nuestra existencia están en función directa de su grado de cumplimiento, patentizado por nuestros actos, el entorno es un componente fundamental. Es la pantalla donde se proyecta nuestra existencia.
  • Nuestro comportamiento determina el comportamiento de los «sufridores» de nuestros actos.
  • Por ello, debemos ser siempre dueños de nuestros actos. Y esto es más fácil si nuestros actos son consecuentes con nuestros compromisos.
  • El comportamiento de los demás es el espejo donde se refleja nuestra existencia. No somos nada sin un entorno que nos muestre cómo somos realmente.
  • Proveernos de un entorno favorable y sostenible es garantía de una existencia, como mínimo, soportable. En el límite máximo, una existencia excelente y de calidad.

En resumen, la «presión del entorno» sobre nuestra existencia es directamente proporcional al alcance cualitativo y cuantitativo de nuestros compromisos y a nuestra capacidad para cumplirlos. De ellos depende, en gran medida, nuestro confort existencial. Se trata de no complicarnos la vida nosotros mismos. Y aunque sea terminar de mala manera, otro día hablaremos de los compromisos impuestos. Que haberlos haylos.

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