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domingo, 10 de marzo de 2013

(in)Competencia

Henos aquí de nuevo ante el papel en blanco (metáfora). Y con un tema que retumba constantemente en la cabeza de los sufridos seres humanos que deben soportarla, repartida generosamente por quienes ostentan el papel (delegado o no) de conductores del rebaño o de líderes/gestores de la tribu. Y no se trata de recurrencia en la crítica política sino de simple constatación de un hecho que nos puede dar pie para extrapolar el concepto desde el ámbito de la política (empresa de todos) al de la ética personal, que es, en último término, el que nos importa. Empecemos pues.

Requisito: clavar el clavo.
En su día ya justificamos que la vida (incluso la política) puede ser vista como una empresa, ámbito donde –al margen de su pésima fama- se han desarrollado y aplicado –menos de lo deseable- los dos principales conceptos que dan título a este blog, afirmación que se puede hacer extensiva a la competencia. Quien haya seguido sus distintas entradas también habrá percibido un denominador común en mi pensamiento: la necesidad de gestionar los tres ámbitos (personal, político y empresarial) con un criterio basado en la Calidad y en la Excelencia, a los que ahora vamos a añadir la Competencia, profundamente relacionada con ambas. A definir el concepto y a establecer su relación es a lo que nos vamos a dedicar hoy.

Pero… ¿qué significa Competencia? Según la segunda acepción del RAE, «Pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado». Según la norma ISO 9000:2005 (3.1.6), «Aptitud demostrada para aplicar los conocimientos y habilidades». Por último, ISO 9001:2008 en 6.2.1 establece «El personal que realice trabajos que puedan afectar a la conformidad con los requisitos del producto debe ser competente en base a la educación, formación, habilidades y experiencia apropiadas» y el 6.2.2 a) «Se debe determinar la competencia necesaria...». Por lo tanto, podemos concluir lo siguiente:
  • La «conformidad con los requisitos del producto» es aplicable a cualquier actividad. Todo producto es el resultado de un proceso y, consecuentemente, debe tener requisitos, concepto que hemos dejado claro en multitud de ocasiones: en el ámbito político, el primer requisito debe ser el cumplimiento del programa electoral y en el personal, el cumplimiento de los compromisos adquiridos voluntariamente y que conforman nuestra ética;
  • Para conseguir dicho cumplimiento se debe ser «competente»;
  • Que la «competencia» se apoya en una o más de estas cuatro patas: educación, formación, habilidades y experiencia;
  • Que esta «competencia» nunca es absoluta y universal sino que es relativa y particular. Es decir, debe «determinarse» para cada ámbito, trabajo o actividad específica. Todos somos o no somos competentes «en algo».
Sabiendo ya de qué estamos hablando, entremos en sus aspectos cualitativos y cuantitativos. La primera impresión es que competencia e incompetencia son complementarias. O, lo que es lo mismo, que su suma es una constante. Nada más lejos de la realidad. En primer lugar, vamos a establecer la relación existente entre competencia y calidad. Y como calidad es eficacia, entre competencia y eficacia. Así como la eficacia -y la calidad- es un grado y puede medirse en una escala de cero a cien, entendemos que la competencia es un estado. Que «se es» o «no se es». En otras palabras, se es «competente» o «incompetente», en la medida en que cumplas o no los requisitos o los compromisos adquiridos voluntariamente.

Ahora bien, establecida la definición de incompetencia como la falta de aptitud o de capacidad para cumplir con los compromisos adquiridos, vamos a profundizar un poco en la competencia, en especial en su relación con el campo de la excelencia o, lo que es lo mismo, con la eficiencia. Una vez somos «competentes» (eficacia 100%) podemos avanzar en la mejora gracias a la optimización –o reducción- de los recursos empleados. Por lo tanto, dentro de la competencia, siendo un estado, pueden darse grados. Así como un «incompetente» bastante tiene sin adjetivos, se puede ser «simplemente» competente, «muy» competente o «extremadamente» competente. Todo ello en función de la eficiencia –que no eficacia- demostrada en el cumplimiento de sus obligaciones (requisitos, compromisos, etc.)

Y para terminar, volvamos al principio. Todos tenemos una función que desempeñar en cada momento. Y la calidad y excelencia en el desempeño de esta función (el producto) esta determinada por nuestra (in) competencia. Esto es aplicable a cualquier persona y cualquier función, incluidos los líderes y gestores de la tribu. Ya sea por la indeterminación de la competencia necesaria –en la tribu, cualquiera puede ser «jefe»- como por incompetencia congénita o voluntaria –que la hay-, los resultados son desastrosos en todos los ámbitos (político, económico, educativo, sanitario, judicial, etc.). ¿Qué podemos hacer desde nuestro pequeño oasis personal? Además de gestionar adecuadamente nuestro voto (o no-voto), procurar no caer en los mismos errores:
  • No adquirir compromisos más allá de nuestras capacidades o de nuestra competencia;
  • Si resulta inevitable, aumentar nuestra competencia (educación, formación, habilidades, experiencia) con las acciones que estén a nuestro alcance;
  • Dar ejemplo. Como dijo Einstein: «Dar ejemplo no es la mejor forma de influir en los demás. Es la única».
Una última reflexión: No resulta fácil detectar la incompetencia, ni aún en nosotros mismos (los incompetentes «pata negra» son especialistas del camuflaje). La clave está en el (re)conocimiento de los compromisos adquiridos y en la evaluación de su cumplimiento. En el caso de la política, lo más evidente –por situarse en el primer nivel– es el incumplimiento del programa electoral, pero en otros ámbitos, incluido el personal, no resulta demasiado fácil. No conviene repartir etiquetas de incompetencia sin mirarnos detenidamente al espejo. Para minimizar el riesgo, definamos y tengamos claros nuestros compromisos. Aunque sean pocos. Pero seamos coherentes y procuremos cumplirlos. Seamos «competentes». A ser posible, con adjetivo.

«Incompetencia más incompetencia es igual a incompetencia» (Teorema de Peter).

«El vidrio caliente tiene la misma apariencia que el vidrio frío» (Primera ley del laboratorio).

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