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sábado, 28 de junio de 2014

La insoportable «complejidad» de una smartGate (II)

La insoportable complejidad de una smartGate (I)
Nota aclaratoria inicial: La re-lectura del título —obligada en cuanto estoy empezando a escribir esta segunda parte y me encuentro ante un blanco total— me lleva a dudar de la adecuada utilización del término «complejidad», el cual reconozco puede ser fuente de falsas interpretaciones, en especial por su inconsistencia con la elemental «simplicidad» tecnológica que representa cualquier smartGate. Aclaremos pues que la utilización del término, además de encerrar una ligera componente irónica, se refiere a su comportamiento, en especial a su errática y aleatoria imprevisibilidad. Para paliar en parte esta inconsistencia, entrecomillo el término. Definitiva, conceptual y estéticamente, queda mejor. 
Nos quedamos ayer en la reducción del 33,33...% del factor humano como paso previo a la solución final, que no es otra que la automatización absoluta del sistema. Sigamos con el relato:

Siguió a esta medida un período bastante largo en el que los usuarios tuvimos que convivir con obras de infraestuctura relativamente molestas entre las que destaco la práctica de numerosas regatas en el suelo con objeto de alojar cables eléctricos y bucles de inducción, bases de obra para sustentar las torres de interfaz con el usuario, el repintado de las plazas —por descontado, maximizando su número y minimizando su área, es decir, optimizando— y el pintado de flechas estableciendo la dirección única de circulación. Todo esto, convenientemente agravado con el lógico y humano desapego —cuando no resistencia activa o pasiva— de los dos vigilantes supervivientes (1).
Finalizado el período de obras la situación quedó así:
  • Desaparición del teatro de operaciones de los dos vigilantes;
  • Motorización de la antigua puerta metálica (2) de acceso a/desde la calle;
  • Barrera estándar de parking en el interior;
  • Una smartCard contactless para cada usuario abonado;
  • Dos torres de control e interfaz con el usuario, cuyo aspecto parecía inspirado en Star Wars o 2001 Space Oddysey, dispensadoras de tickets para el público general y sensores de proximidad para las smartCards;
  • Un software pretendidamente smart para controlar todo el cotarro.
Y con esto empezó realmente la pesadilla. Empezaré con una descripción de la funcionalidad que en mi ingenua y básica mentalidad tecnica debía quedar garantizada:
  • Al acercar la smartCard al intimidante círculo de leds ultrablancos en cualquiera de las 2 torres: a) si estaba cerrada, abrir la smartGate (rotación de 90º en el plano horizontal); b) si la smartGate estaba abierta (3), no hacer nada; c) levantar la barrera (rotación de 90º en el plano vertical).
  • Una vez superados ambos obstáculos, cerrar la smartGate y bajar la barrera;
  • Llevar el recuento de plazas disponibles para el parking público, lo que implica sumar las entradas y restar las salidas, a partir de la situación inicial o de inventarios físicos periódicos y la correspondiente actualización de la ocupación real (4) y el no overbooking de plazas reservadas para el Hotel.
El ojo de HAL ¿Miopía o perversidad?
Pues bien, a los pocos días de la inauguración del smartParking, en una salida, tras observar extrañado que la smartGate metálica estaba abierta, acerqué la smartCard al intermitente y expectante círculo luminoso  (5) y observé perplejo la apertura de la barrera y el cierre simultáneo de la smartGate. No me lo podía creer. Tras verificar mi humana soledad frente al infortunio, pulsé el botón de pánico de la torre sin obtener respuesta. Entonces, retiré el vehículo del paso, maniobra que bajó la barrera pero dejó cerrada la smartGate, me acerqué a los barrotes con un incipiente complejo de encarcelado y comprobé que, afortunadamente, el pestillo de cierre podía abrirse manualmente y que la puerta no estaba embragada con el servomecanismo, por lo que, con algo de esfuerzo, la pude abrir, dirigiéndome a la recepción del Hotel para explicar la absurda disfunción detectada. Supongo que el resumen de mi intervención, que tuvo que esperar pacientemente la atención a varios turistas foráneos, concretado en un escueto y conciso «una puerta abierta no se debería cerrar cuando quieres salir», me hizo merecer una mirada de escéptica conmiseración y un serio y circunspecto requerimiento de mayores explicaciones, el cual atendí con una dosis considerable de autocontrol. Tras tomar buena nota y acompañarme al lugar de los hechos, donde la puerta metálica permanecía como la había dejado, repetí la operación y entonces todo funcionó perfectamente (la smartGate permaneció impávidamente abierta mientras se levantaba la barrera), lo que me hizo quedar como un verdadero idiota, abandonando humillado el lugar, pudiendo verificar que a mi espalda ambos obstáculos se cerraron correctamente, acompañados de unos leves chirridos que, en ese momento, me sonaron a pedorreta contenida.

Por no aburrir, este hecho persiste con una aleatoriedad insultante, entres o salgas. La smartGate parece tener vida propia. En ocasiones, sin causa aparente, permanece abierta tras la entrada o salida de un vehículo, pero no siempre se te cierra en las narices. De hecho, hacía bastante tiempo que lo verdaderamente grave, el atentado a la inteligencia que representa una funcionalidad absolutamente opuesta a la lógica, no se manifestaba, hasta el punto que ingenuamente llegué a pensar había sido resuelto. Pero ayer, al intentar entrar, volvió a suceder. Y esto es lo que me ha llevado a esta, ya demasiado extensa, introducción a la reflexión o moraleja de la fábula, reflexión que entra de lleno en el alcance del blog.

Hemos perdido tres puestos de trabajo y a cambio hemos ganado una puerta que hace lo que le da la gana. Una puerta que cuando quieres entrar o salir te lo impide, pero no por inacción, sino por acción inversa, perversa y malévola. Un sistema presuntamente inteligente que, por no saber, no sabe ni sumar, porque en ocasiones, te permite la entrada y resulta que no hay plaza. Un atentado a la Ética sin ninguna Calidad ni Excelencia. Y no achaco la responsabilidad a la "smartificación" de los artefactos tecnológicos. Se la achaco al humano, cada vez más smartMan pero menos inteligente y responsable. Se la achaco, en primer término, a los teóricamente responsabilizados del escaso soporte humano al sistema, a su pasotismo y a su incapacidad  manifiesta para asumir la existencia de un problema y, en origen, a la absoluta incompetencia del diseñador de este fiasco muy "tecno" pero nada "lógico".

Me pregunto, si esto sucede con una simple puerta, qué puede suceder con sistemas verdaderamente complejos. Por incapacidad o incompetencia o por la perversidad consciente en sus objetivos, por ejemplo, en la recogida y tratamiento de datos personales y en la utilización interesada de la información derivada. Cualquier cosa, menos buena.

Notas:
  1. Era práctica habitual ayudar al cliente —normalmente no tocado de mono de trabajo— tanto a aparcar como a extraer el vehículo de las ya entonces exiguas plazas, llegando incluso, conociendo sus hábitos, a situar el mismo en las proximidades de la salida.
  2. Para más detalles: puerta metálica de barrotes pivotante de simple hoja.
  3. Misteriosamente, en ocasiones, la puerta metálica se mantenía abierta durante largos períodos de tiempo.
  4. En honor de la verdad, se debe hacer constar que la "smartificación" del sistema no llegaba a disponer de sensores de ocupación de plaza.
  5. La detección del vehículo frente a la torre siempre ha funcionado y se manifiesta con la activación de un festival luminoso en el que destaca de forma exagerada la intermitencia del círculo, cual ojo de HAL apremiante.

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