Si visita este blog por PRIMERA VEZ, le recomendamos leer EN PRIMER LUGAR Empezando por el principio.


sábado, 18 de mayo de 2013

Esponjas o Adoquines


Esponja, siempre esponja.
De eso se trata: de si preferimos ser esponjas o adoquines. Y el juego propuesto consiste en elegir entre ser una u otra cosa, a pesar de que puede que ninguna de las dos nos satisfaga plenamente. Podríamos dejar la puerta abierta a un término medio, a la virtud aristotélica, pero en el tema que tratamos –el conocimiento– pienso que no cabe. En este caso, la equidistancia, el equilibrio o la indiferencia son equivalentes al más duro de los adoquines. Por lo tanto, lo dejamos en el título dual. Veamos pues el significado de cada una de las dos opciones, empezando por el Diccionario de la Real Academia.


Esponja:
1. f. Zool. Animal espongiario.
2. f. Esqueleto de ciertos Espongiarios, formado por fibras córneas entrecruzadas en todas direcciones, y cuyo conjunto constituye una masa elástica llena de huecos y agujeros que, por capilaridad, absorbe fácilmente los líquidos. U. t. en sent. fig.
3. f. Cuerpo que, por su elasticidad, porosidad y suavidad, sirve como utensilio de limpieza.
4. f. Persona que con maña atrae y chupa la sustancia o bienes de alguien.

Adoquín:
1. m. Piedra labrada en forma de prisma rectangular para empedrados y otros usos.
2. m. Caramelo de gran tamaño y de forma parecida al adoquín de piedra.
3. m. coloq. Persona torpe o ignorante.
4. m. Perú. Cubo de hielo azucarado, para el uso doméstico.

Si elegimos las acepciones que asocian los términos a una característica personal, debo reconocer –en el ámbito del tema tratado– que prefiero ser quien «chupa la sustancia a alguien» a ser «torpe o ignorante». Y si nos centramos en el significado metafórico, definiremos como persona «esponja» a quien está en condiciones y disposición de absorber conocimiento –la sustancia– y como persona «adoquín» a lo opuesto, a alguien macizo, impenetrable, totalmente impermeable al enriquecimiento cultural, a alguien que, quizá por creer que ya lo sabe todo, no desea o no necesita aprender, lo cual, ciertamente, es una torpeza y lo caracteriza como un ignorante integral.

Viene todo esto a cuento de que tengo la creciente impresión de que la mayoría de la gente está de vuelta de todo, piensa que se encuentra en posesión de la verdad y se molesta cuando se encuentra frente a alguien que manifiesta o deja traslucir un cierto conocimiento en el tema en el que supuestamente son –o se creen– expertos. Esto es extensible a casi todos los órdenes: vendedores de lo que sea, instaladores, pintores, electricistas, dependientes de supermercados, gasolineras, policías, abogados, tertulianos de radio o TV, miembros de las redes sociales, etc., etc. Normalmente, su enfado o molestia se complementa con un manifiesto aplastante e incontestable y con la negación de todo crédito al presunto «listillo», debidamente sazonado, en comunicación presencial, con una mueca de suficiencia o, en el caso de comunicación telefónica, con un tono sarcástico de voz (especialmente, vendedores de gas, luz, teléfono o humo, qué más da). En suma, «adoquines».

Contrasta esto fuertemente con mi permanente disposición a reconocer el talento, la preparación y el mayor conocimiento de mis interlocutores, con el egoísta objetivo de aprender. En definitiva, de ser una «esponja». Hay que tener en cuenta que «chupar la sustancia» de tu interlocutor es gratis, lo tienes ahí mismo, a tu lado. No tienes que matricularte, ni pagar derechos, ni hacer nada más que reconocer su autoridad en la materia y estar en disposición de escuchar, preguntar y aprender. Pero, claro está, para ello son condiciones necesarias: saber qué es lo que no se sabe, reconocer las propias limitaciones, proceder con humildad y aceptar que siempre hay quien sabe más que tú. Y esto es lo que me parece cada vez más difícil de encontrar.  

Seamos «esponjas». Cuando nos saturemos, exprimamos la memoria temporal en la memoria definitiva y volvamos a ponernos en disposición permanente de absorber conocimiento del entorno. Siempre se aprende algo. No tiene nada que ver con el nivel cultural de tu interlocutor, sino con tu receptividad, tu disposición favorable, tu apertura a lo desconocido. Y si resulta que tu interlocutor sabe más que tú de un tema en el que te consideras fuerte, te ha tocado la lotería. Bienvenido sea: «chupa su sustancia»; no seas «adoquín»; no te sepa mal reconocer «lo que no sabes».

«Estar de vuelta de todo debe ser muy aburrido; yo prefiero divertirme»

No hay comentarios:

Publicar un comentario