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domingo, 30 de junio de 2013

El Verdadero Enemigo

Resulta verdaderamente cansino escuchar y leer constantemente sobre una supuesta conspiración universal cuyo único propósito consiste en fomentar y explotar nuestra ignorancia en su propio beneficio. A esta conspiración global, se la denomina frecuentemente El Poder –así, con dos mayúsculas– considerándola responsable de todos los males que aquejan a la humanidad. Este hipotético hecho, por supuesto absolutamente inverificable, es defendido hasta la saciedad por una cohorte de iluminados paranoicos a los que les concederé –no a todos– el beneficio de la duda, atribuyéndoles la mejor de las intenciones –el bien común–, lo que no les absuelve de su acusada ingenuidad y miopía intelectual, así como de su inocultable querencia por la filmografía de James Bond, fuente inagotable de conspiradores, entre los que destacan la pérfida y malvada organización Spectra(1).
El Poder

Por propia experiencia, resulta absolutamente imposible establecer un diálogo racional con ellos, los cuales, indefectiblemente, como corresponde a los poseedores de la Verdad Absoluta, se sitúan –algunos incluso se lo creen– en un plano intelectual y ético superior, además de derivar el discurso, en las raras ocasiones en que se avienen al debate, hacia un maniqueísmo político en el que siempre te etiquetan con el papel de «facha», retrógrado, miembro de la «derechona», representante del Mal, defensor de los privilegios de la Casta Dominante y lacayo del susodicho Poder, hasta el punto de que me han crecido callos mentales, a pesar de mi vetusta y desgastada por el uso chichonera virtual.

Dada la imposibilidad de ponerle cara y ojos al Poder único, acostumbran a definirlo como una federación de organizaciones –son particularmente sensibles a los G...x, aunque la UE está ganando muchos puntos–, foros –por ejemplo, el Foro Económico Mundial de Davos(2)– y personas físicas, entre las que destacan Angela Merkel y Barack Obama, al que empiezan a considerar un traidor, una fotocopia borrosa de George Bush, diablo por excelencia. Todo ello sin olvidar «el lado oscuro», «la fuerza», el «poder oculto», constituido por falsas identidades escondidas tras apariencias inocuas o ejemplares, es decir, buenas de solemnidad. De darles crédito, uno debería imaginarse a todos estos personajes juntos –físicamente o en tele-conferencia–, sonriendo malévolamente, frotándose las manos y contando los montones de dinero –en cash, por descontado– al estilo del Tío Gilito, ínclito personaje de los dibujos animados del Pato Donald.

Pero, desafortunadamente –enseguida veremos porqué–, nada más alejado de la realidad. La lógica, la razón, la triste condición humana y el realismo histórico nos lleva a concluir que cada uno de estos personajes –en realidad, la mayoría de los dirigentes y líderes de cualquier categoría– se representan a sí mismos y, como mucho e indirectamente, simulan servir a los intereses de sus dominios de poder –electores, accionistas, etc.–, con el perverso objetivo de asegurarse su posición dominante o la re-elección –vulgo, «poltrona»–, situándose, como hipotético grupo, en los antípodas de una organización coherente con una comunidad verdadera de intereses. Esto es lo que es El Poder universal: Nada. Sobra el mayestático artículo determinado. Lo más que les concedo es que cada uno de ellos representa «un poder» local (con dos minúsculas) y que la suma de todos ellos no sólo no genera sinergia alguna –de hecho, algunos incluso se anulan–, sino más bien un batiburrillo de intereses y deseos que, es de ley reconocer, pueden llegar a ser notablemente molestos –incluso tóxicos– para los simples mortales.

Abona la improbabilidad de su existencia como grupo y su egoísta individualismo la evidente desconfianza existente entre ellos –entre unos más que otros– patentizada por las escandalosas y no desmentidas informaciones de Assange y Snowden –a los que me resisto a calificar de altruistas hermanitas de la caridad– relativas al espionaje realizado por Obama y Cameron al G20 en 2009 –¿sólo?–, a la UE y, supongo, a todo lo que se pone a tiro. Por descontado, el hecho de que no conozcamos las mismas deleznables prácticas por parte de otros miembros del fantasmal Poder oculto no nos debe preocupar lo más mínimo: sin descartar el maniqueo sesgo político, defensor de que «el fin justifica los medios» sólo si viene del lado correcto –el suyo, por descontado–, si existen –la opción más probable– son más hábiles para ocultarlas y si no existen no es porque no lo deseen, sino porque no saben o no pueden(3). No nos engañemos: de escrúpulos morales, nada y menos.

Nos lamentábamos antes de la no existencia de El Poder. Veamos porqué. Ojalá existiese. Esto nos daría un objetivo al que apuntar. Nada es más difícil que luchar contra lo desconocido. Porque esto es lo que es. Incluso para los que defienden su existencia e incitan a luchar contra Él. Juegos florales. ¿Contra qué o quién? ¿Cómo? Mucha pose y mucho mover el culo. Pero nada de nada. Qué lejos están de los que realmente luchan, de los que actúan y no pregonan utópicas conspiraciones universales, sino que sufren en sus carnes el efecto de personajes de mínima catadura moral(4) que desde su parcela de poder –políticos, alcaldes, policías, jueces, funcionarios, chóferes de autobús, ventanilleros administrativos, cajeros de supermercado, etc. etc.– desde la proximidad, desde el día-a-día, te someten a sus arbitrarios designios con el único objetivo de reafirmar su ego y perpetuarse en el cargo. Éstos son El Enemigo. Ésta es la mayor agresión. Y no es colectiva ni se ejecuta desde alejados y ocultos foros de Poder, sino individual y ejecutada desde ahí mismo por personajes a los que, en muchos casos, hemos elegido nosotros mismos. Y esta extremada fragmentación es la que hace difícil la lucha. Demasiados mosquitos. O quizá mejor, cucarachas.

Ya vamos desbrozando el camino. El Enemigo se encuentra en la proximidad. En estas personas que por elección «democrática», suerte, designación interesada, pesebrismo o, porqué no, disputada y difícil oposición, han conquistado una parcela de poder y un sueldo + prebendas(5) que quieren mantener a toda costa, pasando por encima de lo que sea, incluso de los más elementales principios éticos. Caiga quien caiga. Y resulta que el que cae es siempre el otro. Me pregunto lo que les importa El Poder, Davos, Obama o Merkel. Nada. Pero hacen más daño objetivo que todos ellos juntos.

Hablemos ahora de «los otros». De los que sufren los desmanes de «los unos» y que callan o despotrican. De los que asisten impávidamente al cotidiano espectáculo que ofrecen políticos elegidos por ellos mismos discutiendo sobre el sexo de los ángeles o por lo que es casi lo mismo: unas décimas de nota de corte para becas, el número áureo de horas de enseñanza de lenguas no tribales o la formación de religión –aquí lo de los ángeles resulta especialmente apropiado–, cuando estamos a la cola de la OCDE, estos mismos políticos han gastado más, nuestros maestros cobran también más y tienen menos alumnos, todo ello referido a la media de esta organización. Estos mismos políticos que nos están mareando con constantes cambios de planes educativos y descalificaciones ad personam más propias de una taberna o de un patio de colegio. También esos «otros», son El Enemigo. Por su pasividad. Por pedir subvenciones. Por esperar que esta pandilla de interesados inútiles les resuelva los problemas o les conceda un momio. Y a pesar de lo cual, o precisamente por eso, les siguen votando.

Los «otros» también son los que ven un robo o un accidente de tráfico y, por no tener problemas, no se alteran y siguen como si tal cosa. Los que, si pueden, se cuelan en la cola del supermercado o del cine. Los que, conduciendo, invaden la zona de exclusión en los cruces y miran con cara de tonto al que se queja y que, por descontado, hace lo mismo –más tarde y en otro cruce, por supuesto– y que tocan el claxon si el idiota que les precede no hace lo mismo. Los que adelantan por el arcén. Los que no pagan en el transporte público. Los que ensucian los espacios públicos con detritos corporales y botellas vacías –enteras y rotas– entre los que chapotean con satisfacción, aunque no consta que se revuelquen. Los que no recogen la caca de su perro. Los que hacen todo eso delante de sus hijos. Los del «ande yo caliente, ríase la gente». Todos estos, y muchos más, son El Enemigo. Están cerca y por todas partes. Incluso dentro de nosotros mismos. Imposible tarea, inabordable desde una perspectiva individual. Porque la solución –es un decir– llegará a ser exigida y, si llega, será colectiva y traumática. La Historia nos ha dado muchos ejemplos. Será impuesta. Y, como tal, injusta. Pero esto es lo que hay. Es la propia condición humana. Nos gusta ser conducidos. Pero nunca nos gusta cómo nos conducen. Desagradecidos. Mientras tanto, procurar ser una anomalía estadística y dar ejemplo.

Por esto, desde el más profundo escepticismo, concluyo:

«Olvidémonos de conspiraciones. El Enemigo somos nosotros mismos»

Notas:
1 - SPECTRE (SPecial Executive for Counter-intelligence, Terrorism, Revenge and Extortion; en español SPECTRA: Ejecutivo Especial para Contraespionaje, Terrorismo, Venganza y Extorsión) es una organización secreta terrorista que aparece en las novelas británicas escritas por Ian Fleming sobre el espía James Bond, y en las películas y videojuegos basados en esas mismas novelas. Dirigida por el malvado Ernst Stavro Blofeld, la organización apareció por primera vez en la novela Operación Trueno y en la película Dr. No (Wikipedia).
2 - No todo será malo. Entre 1928 y 1929 se realizó en la ciudad un encuentro entre los filósofos Martin Heidegger y Ernst Cassirer en el que debatieron acerca de la conveniencia en la continuidad o no del pensamiento kantiano, acontecimiento al que acudieron importantes personalidades como el pensador judío Emmanuel Lévinas, entre otros. (Wikipedia).
3 - Incluiremos en este grupo a los despechados, a los que como apestados son apartados de los foros del Mal, a los que los critican pero que, si pudiesen, les encantaría ser invitados y practicar el mismo jueguecito y que, mientras tanto, para entretenerse, montan minúsculos «grupitos» prácticamente inofensivos, excepto para sus «administrados», normalmente, a la fuerza. Suele darse el caso de que estos personajes excluidos son también fervientes defensores de la teoría de la conspiración universal y gozan de la simpatía de los poseedores de la Verdad, de los visionarios que tienen la suerte de verlo todo claro.
4 - Éstos y sólo éstos. Sin generalizaciones. También los hay ejemplares.
5 - Procedentes de corrupción o no.

lunes, 24 de junio de 2013

La Resurrección (virtual)

De nuevo viene la actualidad –en este caso, virtual– en ayuda de la inspiración, algo de agradecer cuando ésta se encuentra en un estado de profunda crisis creativa. Resulta que ayer he resucitado –hablando en propiedad, me han resucitado– virtualmente. Bien es verdad que se ha tratado de una resurrección light –empleo terminología inglesa para estar in en una red donde, en lengua castellana, se usan profusamente anglicismos tales como post o like–, pero, a pesar de ello, me ha sentado especialmente bien. Como efecto colateral, este hecho ha propiciado que me haya visto agraciado con un like en el post que ha propiciado mi resurrección, post de Agosto pasado, época en la que mi perfil virtual participaba de forma activa en varios grupos. Se da también la positiva y valiosa circunstancia de que este like proviene de un amigo virtual de reconocido prestigio –también virtual–, al que, obviamente, a menos que haya cambiado de opinión en estos once meses, le pasó inadvertido en su momento. Por lo tanto, vamos a sacarle punta a este, en mi opinión, interesante y atractivo tema: la resurrección.

La cuestión es... ¿cómo es posible resucitar virtualmente? La primera respuesta que se me antoja, casi intuitiva, está implícita en la propia pregunta: porque estamos en un entorno virtual. En una red (a)social donde, a diferencia del mundo real, resulta tan fácil cambiar de personalidad como cambiar de traje, a pesar de que, en la mayoría de los casos, estos cambios sólo son de forma o aspecto, porque, en el fondo, creo que la personalidad virtual es un fiel reflejo de la personalidad real, la del mundo físico, verdaderamente difícil de ocultar. Veamos las distintas formas en las que se puede dar esta resurrección: Por su carácter, la resurrección puede ser light y strong. Y por su causa, siempre desde el punto de vista del sujeto, por voluntad propia –este caso más frecuente en la strong– o ajena. O sea, tenemos cuatro tipos de resurrección.

Light, propia:
Sucede cuando cambiamos la "foto" de nuestro perfil, que creo que se le llama avatar, aunque me resisto a emplear este cursi término. Y como en todo, también aquí hay grados. La gradación tiene que ver con la frecuencia de cambio, que puede oscilar entre lo anecdótico y la reiteración obsesiva.
Cirugía plástica virtual.
Ignoro la utilidad o beneficio que le puede reportar al individuo el frecuente cambio de "foto", en especial cuando algunas de ellas aparecen de nuevo –es en este caso cuando se podría hablar propiamente de resurrección–, pero aquí no se trata de criticarlo, sino de dejar constancia de hecho tan peculiar, que, en ocasiones, debo reconocer que me sorprende y me desorienta, aunque lo considero inofensivo.
Una variante de ésta sucede cuando, en un grupo, el sujeto se dedica a llevar al primer plano de la actualidad –a resucitar– sus posts obsoletos, los cuales, por la propia dinámica del grupo, son efímeros y cuando dejan de suscitar interés en forma de comentarios, tienden a quedar sepultados por los nuevos, sumiéndolos rápidamente en el olvido. Esta es una práctica infantil y narcisista particularmente deleznable, tolerada frecuentemente por los administradores.

Strong, propia:
Aquí tenemos también dos variantes: a) la muerte propiamente dicha, escenificada con el abandono del mundo virtual y la desactivación voluntaria del perfil, y su correspondiente resurrección más o menos dilatada en el tiempo. De esta variante he asistido también ayer a un caso de muerte y resurrección virtual de sólo diecisiete horas, hasta ahora, récord absoluto; b) la muerte virtual y la resurrección –¿quizá mejor reencarnación?– en otro perfil, nuevo o durmiente, evidentemente, distinto al anterior. Una de estas enfermizas cabezas de hidra, que me persigue recurrentemente, es la que me ha hecho resucitar de forma light y la que ha propiciado estas reflexiones.

Light, ajena:
Se trata de la segunda variante anterior, pero aplicada por un sujeto virtual –descerebrado o paranoico– a otro. Esta, ejecutada por un perfil mutante, es la que vengo sufriendo en mis virtuales carnes de un tiempo a esta parte. Resulta que uno se encuentra tranquilamente en su muro –prefiero esta denominación a la inapropiada "biografía"–, procurando no molestar a nadie, asistiendo de forma pasiva al interesante espectáculo y de pronto, todos sus posts sumergidos en las profundidades del grupo, emergen a la superficie –resucitan– con lo que mi perfil aparece de nuevo en el top, alterando, sin hacer comentario alguno, de forma grave, perversa y torticera, la secuencia temporal de las publicaciones. Esto ha sucedido recientemente en un grupo de física cuántica, el cual he abandonado al observar que la cabeza de hidra, que adopta nombres y apellidos de lo más normal: Sánchez, López, Rodríguez, etc., tras ser detectada –no por denuncia mía– por el jueguecito, expulsada y vuelta a admitir, ha conseguido un crédito tal que ha conseguido ¡cambiar el nombre del grupo! Posteriormente, ayer, reencarnado en otra de sus personalidades –ésta nueva y recién incorporada a ambos grupos–, se ha permitido comentar un post mío de Agosto pasado en otro grupo –éste de filosofía, del cual todavía soy miembro pasivo–, preguntándome porqué había abandonado el grupo de física. Con esto, me ha resucitado y he vuelto a aparecer, por poco tiempo, afortunadamente, en el top del grupo, ganando, a pesar de ello, un valioso, por inesperado, like.

Strong, ajena:
La más genuina es la suplantación de personalidad por violación de contraseña y posterior cambio de la misma. Menuda resurrección. A ti te han matado y el resucitado es otro, pero tus amistades lo ignoran. Es como si te hubiesen trasplantado el cerebro –o el cuerpo, quién sabe–. Ante esto, si al fagocitado le quedan fuerzas y ganas, no le queda otra que resucitar de forma strong  y crear un nuevo perfil para luchar por su identidad. La versión menos dañina consiste en la creación de un perfil si no clónico, muy parecido al tuyo, con el mismo perverso y dañino propósito: suplantar tu personalidad, molestar y satisfacer su enfermiza vida virtual y, con toda seguridad, real. Un caso patológico.

Conclusión:
Facebook, tan criticado y denostado –incluso por mí–, es un mundo fascinante. Palabra de resucitado. Desde mi cómoda atalaya –sólo puedes ver ambos lados del muro si estás arriba– asisto a un interesantísimo espectáculo del que cada vez me interesan más las formas y menos el fondo, muy buscado, pero no encontrado –me cansé de bucear; nunca he sido bueno en esto–. Y considero que, a pesar de ello, moverte por la superficie –hoy sólo en búsqueda de ingenio a flote, no encriptado ni profundo–, es tremendamente formativo, por lo menos en mi caso. Nunca conseguiré agradecer lo suficiente a mis hijos la sugerencia de abrir una cuenta. No me cabe ninguna duda, que el perfil virtual, si se somete a un atento escrutinio, es fiel reflejo de la personalidad real. Y esto es válido tanto para los que pretenden ocultarlo, como para los que de forma ingenua o deliberada –éste es mi caso– se muestran tal como son. Pero lo que he aprendido, entre otras muchas cosas, es que manifestarte con sinceridad, con transparencia, con rigor, implica un coste que ya me he cansado de pagar. Pero sigo en la escuela, flotando, aprendiendo.

Frecuentemente establezco una correlación con el servicio militar, un mundo nada virtual también ampliamente denostado y criticado y que me enseñó mucho, hasta el punto que me siento muy satisfecho por haberlo "sufrido", ya que me dio una experiencia impropia de la edad, de la que carecen todos los que no lo han prestado y los que, habiéndolo hecho, no le han sabido sacar partido. Se trata de saber identificar y extraer lo positivo –siempre lo hay– de cualquier situación, por mala y perversa que sea. En este entorno, conocí personalidades –perfiles– nada virtuales, que a mi edad y en mi plácido entorno natural –eran otros tiempos– nunca hubiese conocido. Como casos extremos citaré al niño de 20 años que lloraba por la noche llamando a su madre, al alcohólico que robaba y se bebía la colonia de los demás y a pobres diablos que temían el teléfono porque nunca habían visto uno y que preferían servicio en la cocina antes de plantarse ante el mismo leyendo tranquilamente un libro –los que sabían–, para avisarme mientras yo estaba en la cantina. Anecdóticamente citaré a otro encantador personaje –un trozo de pan– que creía que cada vez que se efectuaba el coito se concebía un hijo. Pues bien, Facebook es una escuela parecida. Personalidades –perfiles– de todo tipo, sinceras, transparentes, rigurosas, superficiales, torticeras, paranoicas, malas de pura cepa, intolerantes, narcisistas, altruistas, aburridas, antipáticas, ignorantes, sabihondas... Todo un laboratorio social, del cual yo también soy cobaya. ¿Qué más se puede pedir? ¿Cómo me verán a mí?

Sólo puedo decir una cosa. Si muero, nunca resucitaré. Ni de forma light –nada de cirugía plástica ni botox– ni strong. Esto, que resulta obvio en el mundo real, lo aplico exactamente en el mundo virtual y es coherente, por coger el hilo del blog, con mi ética personal. Sinceridad, rigor y presentar sólo una cara. Porque, mal que nos pese, sólo tenemos una. Aunque a veces nos la rompan y debamos acudir, con la cabeza bien alta, al dentista.  

domingo, 16 de junio de 2013

Empatía física y virtual (II)

Finalizaba la anterior entrada con un petición de disculpas a los físicos e ingenieros por mi intromisión en su campo y por la superficialidad de mi argumentación. Pues bien, como medida preventiva, a modo de chichonera, quizá sea apropiado empezar extendiendo la petición a otros colectivos –psicólogos, neurocientíficos e, incluso, filósofos– que puedan sentirse invadidos o alarmados con lo que sigue. Declaro rotundamente que no se trata de un manifiesto. Es una opinión personal. Una reflexión. Sólo eso.

Conviene también reafirmar el objetivo, que no es otro que explorar la posibilidad de empatizar en el dominio de las redes sociales, de discutir la viabilidad de la empatía entre perfiles o avatares, de la empatía virtual. Y este objetivo, lógicamente, nos llevará a tratar también, por contraste, de la empatía física, presencial, cara a cara o, quizá mejor, mente a mente. Y para finalizar esta introducción, no estará de más dejar constancia de que, si queremos ser rigurosos, la diferenciación entre empatía física y virtual es artificial y retórica, porque la mente humana se encarga de transformar la realidad –cualquier cosa que ésta sea– percibida por nuestros sentidos y de presentárnosla convenientemente procesada, lo que nos sume en un estado de virtualidad permanente. Sirva la división propuesta como un simple convenio, únicamente válido en el contexto de este artículo.  
«La empatía no es otra cosa que “la habilidad para estar conscientes de reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás". En otras palabras, el ser empáticos es el ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas».
Empatía no-humana. Están «en la onda»
En las definiciones plasmadas en la primera parte no quedaba demasiado claro, pero de la lectura de esta frase –extraída también de Wikipedia–, si se le da crédito, parece desprenderse que la empatía es un atributo personal. Que existen seres humanos –los empáticos– que son capaces de «leer emocionalmente a los demás». Esto introduce un nuevo factor a considerar y plantea la nueva cuestión de si la empatía es una relación uno-a-uno, propiciada por la afinidad o complementareidad tratadas anteriormente, limitándola a los que están "en nuestra onda", o una relación uno-a-todos, lo que crearía una preocupante categoría de videntes o mentalistas, una especie de receptores universales multibanda, de los que convendría apartarse lo más posible, empeño harto difícil habida cuenta de que no se les debe notar demasiado. En cualquier caso, dejo el tema abierto –quizá para otro día–, porque, en último término, en uno u otro caso, la relación empática, en un momento dado, siempre es cosa de dos: tú –el receptor– y la persona con la que empatizas –el emisor–, y éste es el objeto del artículo.

Abandonemos la digresión y cojamos de nuevo el hilo. Habíamos dejado aparcados tres conceptos, los cuales vamos a analizar desde los dos puntos de vista: el físico y el virtual.

Creencia
A pesar de que nos empeñemos en asegurar que tomamos nuestras decisiones de forma racional, de hecho, incluso en este caso, lo que sucede realmente es que creemos que así lo hacemos. Habida cuenta que todo proceso racional es un proceso mental y que, forzosamente, tiene que basarse en la virtualidad de la representación de la Realidad(1) confeccionada por la propia mente, en el fondo, la Razón es cuestión de Fe. Fe en la fiabilidad de nuestros sentidos (racionalidad típica) o de nuestra intuición (creencia pura), ambas, en mayor o menor grado, alejadas de la Realidad y basadas en una construcción mental que, nos guste o no, es intrínsecamente virtual.
Esto es perfectamente aplicable a la información en la que basamos nuestra empatía: creemos «reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás», creemos «ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas».
Aunque, qué duda cabe, esta irracionalidad es mucho mayor en el caso de las redes sociales, donde, por partir ya de la virtualidad y de la limitación del medio, la comunicación y el mensaje están, por naturaleza, severamente alterados, cuando no falseados voluntariamente(2).

Comunicación
El concepto queda siempre caracterizado por la presencia de dos únicos actores, por tanto, protagonistas: el emisor y el receptor. Sin ellos no existe. Aún en el caso de la comunicación de uno a muchosbroadcast–, no es digna de este nombre si el sistema no considera al objetivo colectivo como la suma de muchos objetivos individuales y no los trata como tales. Por otra parte, la verdadera comunicación requiere bidireccionalidad. De otro modo, el emisor se convierte en una suerte de pregonero de pueblo(3).
Por lo tanto, la comunicación bien entendida implica un diálogo –de dos–, no dos monólogos. De nuevo, la dificultad de comunicarse es mayor –pero no exclusiva– en las redes sociales, donde se tiende más a actuar de pregonero que de tertuliano, lo que le pone más trabas a la posibilidad de empatizar. Y sin comunicación, sin un canal bidireccional abierto, no hay empatía que valga.

Mensaje
Establecido el canal, una vez tomado el compromiso de seguir las reglas de juego, hay que comunicarse. Y el mensaje es «lo que se comunica». Lo que se transfiere entre los protagonistas, los cuales representan alternativamente(4) el papel de emisor y receptor. El mensaje puede presentarse en varios formatos, siendo los más importantes el oral, el escrito y el gestual. A éstos cabe añadir el no-mensaje, es decir, su ausencia, inacción que, en determinadas situaciones y contextos, paradójicamente, resulta la acción más potente, el mensaje más claro y explícito. Ahora bien, con independencia del formato, el mensaje debe cumplir dos condiciones: entenderse y comprenderse. No vamos a abundar en ambos conceptos pues ya dedicamos una entrada al tema, pero sin ellos, no hay mensaje. Y, en el tema que nos ocupa, es imposible empatizar con quien no entiendes o, aún entendiéndole, no comprendes.
Y de nuevo, Facebook no ayuda. Su limitación al formato escrito prima, en el buen y mal sentido, aspectos formales como la ortografía y la sintaxis, barreras, en su aspecto negativo, del entendimiento y de la comprensión.

¿Cómo concluir ésto? Retomaré el principio, donde ya declaré que sí, que creo que la empatía virtual es posible. Pero que es algo exótico y difícil. Y que, probablemente, requiere de la voluntad del receptor. Esto quiere decir que exige algo de esfuerzo y la inquietud de buscar en la red social algo más que una puerta de frigorífico para colgar fotos, panfletos y manifiestos. Nada ayuda. En mi caso, tras dieciocho meses de práctica en los que he experimentado todas las variantes que Facebook ofrece(5), no puedo decir que haya empatizado con más de dos amigos virtuales (tampoco es que tenga muchos de donde elegir). Y es un balance realmente descorazonador. ¿Qué significa ésto? Que sólo en estos contados casos he creído «reconocer, comprender y apreciar sus sentimientos» porque he disfrutado de una verdadera comunicación, he identificado afinidad o complementareidad y he entendido y comprendido sus mensajes.

Ignoro si he estimulado empatía virtual en alguien(6). De hecho, debo reconocer que no me entusiasma ni tengo ningún interés en que «lean» mi mente. Pero no hago nada para ocultarla. Por lo menos, como emisor, procuro que se me entienda y se me comprenda –también ignoro si lo consigo–. Esto es lo que está en nuestra mano. Pero esto, siendo necesario, no es suficiente. Falta despertar afinidad o complementariedad, y esto no depende de nosotros, sino de los receptores del mensaje.

Moraleja: En el mundo físico, empatizo con muuuuchas más personas, cosa, por otra parte, cuantitativamente, nada difícil. Y en el mundo virtual, hay bastantes que me resultan, por motivos diversos, muy simpáticos. En resumen, (mi)Facebook es mucho más simpático que empático.

1 - Con mayúscula. La de verdad. La que está ahí fuera. La que se encuentra al otro lado de la mente. Miserables fotones o moléculas invadiendo nuestros ojos o fosas nasales.
2 - Generalmente –no siempre–, resulta mucho más fácil percibir que te están levantando la camisa si estás frente –o próximo– al levantador.
3 - O de político al uso (con todos mis respetos a ambos colectivos).
4 - No simultáneamente. Especialmente en formato oral (para evitar el efecto gallinero). Por escrito (típico de Facebook) también sucede, pero, más allá de perder el hilo de la conversación, no hay mayor problema.
5 - Muros, biografías, grupos ajenos y propios y páginas.
6 - Esto es lógico. El «empatizador» no recibe información directa del «empatizado». Sólo señales. La empatía –en especial la complementaria– no tiene que ser necesariamente mutua.

sábado, 15 de junio de 2013

Empatía física y virtual (I)

Nace esta entrada como respuesta a mis dudas sobre la existencia de la empatía virtual, entendiendo como tal la empatía no-física, cuyo entorno arquetípico son las redes sociales en general y Facebook en particular. Y querría empezar manifestando que me inclino por creer que sí, aunque el mismo hecho de tratarse de una creencia –lo opuesto a la razón– me hace mantener todas las reservas.

Como siempre, con objeto de asegurar el tiro y minimizar la inevitable incertidumbre e imprecisión del lenguaje, empezaremos con dos definiciones que ponen el tema en el punto de mira:

Wikipedia:
La empatía (del griego ἐμπαθής "emocionado"), llamada también inteligencia interpersonal en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra.

Real Academia Española (acepción única):
Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

La primera conclusión que se desprende de ambas definiciones es que la empatía es cosa de dos y que, coloquialmente hablando, aparece cuando la persona que empatiza cree estar "en la onda" del otro, lo que le permite conocer su "realidad" e identificarse mental y afectivamente con su estado de ánimo. Añadiremos también que la referencia a "estar en la onda" evoca inmediatamente el término «sintonía», característico de las ondas hertzianas y que es el que posibilita la comunicación de cualquier mensaje entre emisor y receptor. Por lo tanto, tenemos los cuatro conceptos que intervienen en la aparición de la empatía: creencia, sintonía, comunicación y mensaje.

Abandonemos, de momento, la creencia y elucubremos ahora un poco sobre la relación metafórica existente entre las ondas y la empatía. Cuando hablamos de comunicación generalmente obviamos su medio de transporte, el cual siempre es una onda, hasta el punto de que, en comunicación electromagnética, a la onda fundamental se le denomina «portadora»(1). Una onda se caracteriza por tres variables: su amplitud, su frecuencia y su forma. En un contexto audible, la amplitud equivale al volumen de la voz e iría desde el susurro hasta el grito atronador, pero más allá del susto o de nuestra sordera no aporta nada al mensaje en sí, por lo que en este juego no la tendremos en cuenta. La frecuencia es, con mucho, la característica más importante, porque es la que determina el valor para su «sintonización»(2). Por último, la forma es lo que su propio nombre indica. La forma de onda típica es la senoidal, representada por la altura sobre el eje horizontal, correspondiente al centro, de un punto recorriendo una circunferencia. Se trata de un forma de onda bonita, simétrica, de suaves curvas, de sonido agradable, paradigma de las variables continuas, en los antípodas de la ondas cuadradas o pulsátiles características de las variables discretas cuyo sonido binario resulta agresivo, desagradable e irritante. Pero todas son ondas, y todas se pueden sintonizar. En este ejercicio, tomándonos todas las licencias literarias, podríamos asociar la forma de onda con el carácter del individuo(3).

Dos ondas senoidales «empatizando»
Presentada la onda como un ente individual, veamos ahora qué sucede cuando se encuentran dos ondas o, lo que es lo mismo, dos candidatos a empatizar. Y resulta de capital importancia el hecho de que quien empatiza es siempre el receptor del mensaje. Evidentemente, la primera condición es estar –o, mejor dicho, creer estar– en sintonía con el emisor. Entonces podemos empatizar con él por afinidad o por complementareidad. En el primer caso –afinidad–, nos identificamos mental y afectivamente con su "realidad"; en pocas palabras: hemos encontrado un alma gemela. En el segundo –complementareidad– reconocemos que su "realidad" complementa la nuestra, llena nuestras carencias, lo que requiere necesariamente que seamos capaces de reconocerlas. ¿Cómo se correlacionan ambas formas de empatía con las famosas ondas? Por lo que llamaremos su "diferencia de fase". Dos ondas de la misma frecuencia pueden encontrarse en dos estados relativos límite: en Fase y en Contrafase. En el primer caso, ambas ondas inician el ciclo en el mismo punto y en la misma dirección –creciente o decreciente–. Entonces, la superposición –o suma– de las dos ondas crea una resultante de la misma frecuencia reforzada. Esta es la imagen de la afinidad perfecta. En el otro extremo –la Contrafase, también llamada «oposición de fase»–, ambas ondas inician el ciclo en el mismo punto, pero con crecimientos opuestos(4). En este caso, al sumarse, se anulan mutuamente. El resultado es cero. La inmovilidad perpetua. La(s) onda(s) desaparece(n). Esta es la oscura imagen de la antiempatía(5). Entonces...¿dónde situamos la complementareidad? Pues como siempre, en el punto medio aristotélico. En un desfase de un cuadrante de círculo, de 90º. Con este desfase, la superposición de ambas ondas genera una resultante de la misma frecuencia y forma, en la que las fortalezas y debilidades de ambas se compensan mutuamente, creando una nueva identidad más completa. El complemento perfecto. Algo muy distinto de la simple afinidad resonante, la cual no es otra cosa que «más de lo mismo».

No se debe olvidar que la resultante sólo es percibida por el receptor, es decir, por el que experimenta empatía hacia alguien. Ese alguien se mantiene en la más absoluta ignorancia del hecho, dado que la empatía es siempre una experiencia unidireccional, a diferencia de la simpatía, que puede ser mutua. El "empatizador" no hace nada para empatizar a nadie. Es su carácter y su "realidad" natural el que, expuesto a su entorno, llega en forma de mensaje al receptor, el cual empatiza con él.

Pero ya nos hemos extendido demasiado. En la próxima entrega, abandonaremos la física, las ondas y la «sintonía», centrándonos en el resto de conceptos que intervienen en el tema: creencia, comunicación y mensaje. Y, haciendo honor al título, exploraremos la empatía física –presencial– y la no-física –virtual–, así como su relación con la ética personal.

Posdata: Solicito comprensión a físicos e ingenieros por la superficialidad y ligereza con que se tratan las omnipresentes ondas, responsables, en cierto modo, en toda la amplitud de su espectro, de propiciar el conocimiento humano. Espero no haber cometido errores conceptuales de bulto, y si así ha sido, se agradecerán los comentarios.

1 - En este caso, el mensaje es otra onda que se monta a caballo de la «portadora».
2 - Una onda es, por definición, cíclica y la frecuencia es el número de veces que se repite por segundo. Hoy la mayoría de emisoras de radio y todas las de TV se sintonizan a golpe de tecla, pero todavía existen receptores de radio que permiten la sintonización manual de la frecuencia. Sin sintonía, resulta imposible "estar en la onda"; no se oye ni se ve nada.
3 - Hacemos abstracción de la forma de onda. Evidentemente, la situación óptima se dará con la coincidencia absoluta (caracteres gemelos) y esta idealización es la que estamos considerando. A partir de aquí, la superposición de ondas de formas distintas puede dar lugar a infinitas formas resultantes, aunque el concepto permanece.
4 - Esto corresponde exactamente a un desfase de medio ciclo (180º).
5 - La superposición de ondas en fase y contrafase es la responsable de los patrones de interferencia en el experimento de la doble rendija y en las americanas a rayas de los presentadores de TV.

domingo, 9 de junio de 2013

¿Conservador o Progresista?

Pues no lo sé. Sorprende la facilidad con que se etiquetan comportamientos o perfiles vitales, dando por supuesto que una simple palabra encierra todos los infinitos matices que caracterizan el pensamiento humano y que acoge bajo su simple enunciado a un colectivo(1) por definición diverso y plural. Otro tanto se puede decir del persistente empleo de ambos términos contrapuestos, en un estéril e ingenuo intento de simplificar lo insimplificable, de reducir a un planteamiento discreto y binario la totalidad del espectro(2) político, el cual, si atendemos a los sufridos electores, cubre de forma continua toda la gama de grises(3) entre el también binario «blanco» y «negro» con el que se califican y agreden mutuamente(4) los líderes de cada bando.

El tercero no lo sé etiquetar.
Viene todo esto a cuento de que la actividad política de la semana se ha llenado de estas dos etiquetas, colgadas a los nuevos –y antiguos– miembros del renovado Tribunal Constitucional, garante de la pureza de nuestra Carta Magna, sometiéndoles a una perversa contabilidad, a mi modo de ver, simplista y, hasta cierto punto, denigrante. Y de nuevo, me ha brindado tema de reflexión. Será porque, a pesar de mi escepticismo, resulta imposible abdicar del efecto que la política causa en los administrados a los que todavía les queda un rescoldo(5) de interés. Y este interés, hoy por hoy, en mi caso, se limita a la extrapolación de los comportamientos de los políticos, de los que se supone son nuestros líderes, de los que debieran dar ejemplo, de los que hemos elegido para que nos gobiernen para bien de todos nosotros, a la ética personal, al comportamiento individual. Y claro está, si ellos se etiquetan de forma tan simplista, debo suponer que su distorsionada imagen de la sociedad les indica que sus miembros deben adscribirse a una u otra opción, lo que me lleva a la pregunta inicial: ¿Qué soy yo? ¿Conservador o Progresista? Pues no lo sé. Porque no sé lo que significa(6). Empecemos por los «conservadores».

Conservadores:
La primera duda que me asalta es qué es lo que conservan. Porque según sea me gustará o no. En principio, «conservar» es bueno. Evoca el paradigma de «sostenibilidad», modelo de lo hoy «políticamente correcto». Nadie me negará que todo lo sostenible debe conservarse. Por lo tanto, de una forma objetiva –si ésto fuese posible–, todos deberíamos ser conservadores. Pero se me antoja que la cosa no va por ahí. No estamos hablando de la Gaia de Lovelock, ni de la biodiversidad, ni del cambio climático, sino de las miserias humanas, de la política y, claro está, aquí la objetividad brilla por su ausencia. No se puede «conservar» lo malo, entendiendo como tal unas ideas periclitadas tendentes a perpetuar privilegios e injusticias sin fin sobre la humanidad(7). Todo esto desde la óptica sesgada y dogmática del bando «progresista».

Progresistas:
Tampoco está claro hacia donde orientan su «progreso». Porque esto es crucial para apuntarse o no. En principio, sorprende que este calificativo se lo autoasignen. Es decir, los progresistas presumen de serlo. Se ponen las medallas ellos mismos. Y, normalmente, son los que denostan a sus adversarios etiquetándolos de «conservadores»(8). También resulta sorprendente que sean acérrimos conservadores de sus logros con lo que se homologan a sus opuestos, en una suprema demostración de inconsistencia. En otro alarde de simplificación, su discurso tiende a asociar su «progreso» con la búsqueda del bien común, del bien de la mayoría, en contraposición a los «conservadores», perversas gentes de buen vivir únicamente preocupados por el bien de sí mismos.
   
Conclusión:
Menudo dilema. La verdad es que ayudan poco con su ejemplo diario, el cual contradice continuamente sus planteamientos teóricos. Y no iré más allá porque este no es un blog político. Terminaré intentando extraer algo positivo de la enorme duda. Creo que soy las dos cosas, lo que viene a ser lo mismo que no ser ninguna. Sin duda, esta posición puede parecer aséptica, acomodaticia o simplista, pero tras este análisis no puedo hacer otra cosa que reforzar mi escepticismo. En buena lógica, esta posición equidistante se podría calificar de «centrista», aunque no la acepto porque presupondría la existencia de los extremos defendidos por los simplificadores, los cuales –ambos– no tendrían ningún reparo en calificarla de «liberal» y tampoco tengo demasiado claro el significado de este nuevo término.

En resumen, nada de centros ni equidistancias. Una ética personal de calidad debería ser capaz de tomar lo bueno que existe en cada etiqueta y huir de generalizaciones. Conservar lo conservable y progresar en el buen sentido. Menudo descubrimiento. A ver si al final resultará que, a mi manera, soy «liberal», en el sentido de defender la libertad y los derechos individuales en la medida que no vulneren los de los demás. Norma única.

Karl Popper dijo sobre la limitación de la libertad:
Una formulación muy hermosa que, creo, procede de América es la siguiente: alguien que ha golpeado a otro afirma que sólo ha movido sus puños libremente; el juez, sin embargo replica: «la libertad de movimiento de tus puños está limitada por la nariz de tu vecino»
El juez... ¿Conservador o Progresista?

1 - Nótese que me he abstenido de emplear el término «rebaño».
2 - No se tome «espectro» en su acepción de «fantasma».
3 - Caramba con el lenguaje. ¿La política «gris»? Qué va!!!
4 - Evidentemente, ambos reclaman para sí el «blanco».
5 - En mi caso, ya muy frío.
6 - Y dudo que ellos lo sepan (ni les importe).
7 - Normalmente, se conforman con hablar de su pequeña tribu.
8 - Ignoro la causa por la que los conservadores no presumen –normalmente– de serlo. Quizá se deba un atávico complejo de culpabiidad nunca presente en el progresismo. Incomprensible, pues ambos tienen mucho de lo que olvidarse.

sábado, 1 de junio de 2013

¿Transparencia?

Esta liviana palabra ha sido la indiscutible protagonista de la semana. A pesar de su significado literal, la hemos visto y oído en los medios hasta la saciedad, ha reclamado y obtenido la atención constante de la clase política y, por último, ha sido capaz de suscitar un sospechoso, atípico e inusual consenso hasta el punto de que parece va a ser elevada a rango de Ley. Y con esto, me ha brindado tema de reflexión viniendo en ayuda de lo que se me antojaba abandono de musas y sequía semanal.

Pero, no siendo este un blog político –recuerdo que en el pasado intenté mantener uno, pero abandoné superado por los acontecimientos–, es preciso respetar su consistencia identificando y explotando su vertiente ética y su impacto en el comportamiento personal, por otra parte, perfectamente extrapolable a nuestros sufridos «representantes» –ya empezamos, no hay forma de evitar la ironía–. Ahí vamos, espero que no resulte demasiado forzado.  

Transparencia es la palabra. Tras la corta reflexión previa a la escritura –en esto me parezco a Aristóteles, quien, en opinión de Schopenhauer, «pensaba con la pluma»–, las principales cuestiones que me suscita son: a) dilucidar si el término desnudo, sin disfraces, es de aplicación universal o restringida; b) si su sentido metafórico se corresponde con el físico y c) si, en sí mismo, es portador de un significado unívoco, absoluto y objetivamente indiscutible para quien lo recibe y procesa, con independencia de juicio de valor alguno.

No se puede decir que sean pocas dudas para un término con un nombre tan diáfano. Sin eufemismos, aventuradas unas respuestas de alcance, se nos antoja todo menos transparente. Más bien traslúcido, incluso, en determinadas ocasiones, opaco. Vamos, todo un fraude de término, firme candidato a ser utilizado de forma aprovechada, sesgada, perversa o bastarda. Parece, pues, obvio, que debemos explicar el porqué de nuestras deplorables conclusiones. Y lo vamos a hacer, paradójicamente, sin transparencia alguna –es decir, de forma visible y patente–, con lo que ya adelantamos pistas sobre nuestras reticencias de uso del término.

Transparencia es poseer la cualidad de transparente, siendo transparente una característica que permite a los cuerpos que la incorporan permitir que a su través se pueda ver con claridad(1). Dicho de otro modo, el objeto de la transparencia se hace invisible para el observador. Evidentemente, esta es su acepción material y física, aplicándose también, por extensión, al ámbito inmaterial y social –empresas, organizaciones, partidos, etc.– o al espiritual y personal –carácter, conocimientos, ideas, pensamientos, etc.–.

Resumiendo, transparencia es una característica, un atributo, un rasgo diferenciador de aplicación prácticamente universal que se tiene o no se tiene, dando por sentado que cualquier término medio, cualquier limitación, representa no-transparencia. Por lo tanto, la transparencia es un estado binario. Y no ser transparente –así, sin más– no tiene en absoluto un sentido peyorativo. Existen multitud de objetos físicos que no lo son ni lo pueden ser –piedras, alcornoques, etc.– así como objetos no-físicos que tampoco –por ejemplo, un juzgado(2) velador de sumarios secretos (excepto en España y otros extraños países)–. En cambio, existen multitud de objetos físicos –p.e. el parabrisas de un automóvil– o no-físicos –p.e., un partido político(3)– que deberían serlo. Con esto hemos intentado definir qué o quién es el objeto que debe ser transparente, el que debe disfrutar de transparencia. Y esto nos lleva a analizarlo con algo más de detalle.
Envoltorio no-transparente

Trataremos ahora el concepto dualista forma-fondo o, en otras palabras, continente-contenido o lata-sardinas. Partiremos de la base de que cualquier cosa –en el sentido más amplio del término– está contenida en un envoltorio –real o virtual– que es el que establece sus límites y el que impide la invasión del espacio ajeno y la dota de esencia unívoca –la existencia la damos por descontada–. Aceptada esta premisa, se deduce que si nos interesa acceder al fondo de cualquier cosa, a su contenido, a la idea, si deseamos verlo con claridad, sin trampa ni cartón, resulta evidente la necesidad de transparencia del envoltorio, del continente, de la forma. Sólo así se hará realidad la metáfora de transparencia aplicada erróneamente al contenido. Porque si lo realmente transparente es el contenido, sencillamente, no veremos nada.

Por lo tanto, aunque sea en forma de Ley, que no nos den gato por liebre. La transparencia debe aplicarse a los envoltorios, a las corazas, a los blindajes, a las puertas y ventanas. Que no nos hagan transparentes las sardinas –o las cuentas–. Y esto, que es exigible a los demás, es también aplicable a nuestra ética personal. Apliquemos la opacidad con racionalidad y mesura y cuando decidamos ser transparentes con quien merezca nuestra confianza, hagámoslo sin condiciones.

(1) De forma un tanto sesgada, como licencia literaria, nos permitimos ignorar las acepciones 3 y 4 del Diccionario RAE, aplicables metafóricamente, pero que nos disgustan sobremanera al introducir un cierto perfume esotérico [3] o al descartar la universalidad reduciendo su alcance al ámbito de la comunicación y la comprensión del mensaje [4]. Las acepciones 5 y 6 son, simplemente, inaplicables.

Transparencia: cualidad de transparente.
Transparente:
(Del lat. trans-, a través, y parens, -entis, que aparece).
1. adj. Dicho de un cuerpo: A través del cual pueden verse los objetos claramente.
2. adj. Dicho de un cuerpo: translúcido.
3. adj. Que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse.
4. adj. Claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad.
5. m. Tela o papel que, colocado a modo de cortina delante del hueco de ventanas o balcones, sirve para templar la luz, o ante una luz artificial, sirve para mitigarla o para hacer aparecer en él figuras o letreros.
6. m. Ventana de cristales que ilumina y adorna el fondo de un altar.

(2) Nótese que, en este caso, el objeto no-transparente es –debe ser– el juzgado, no el sumario.
(3) De nuevo, el objeto de transparencia es el partido político, no sus cuentas.