Si visita este blog por PRIMERA VEZ, le recomendamos leer EN PRIMER LUGAR Empezando por el principio.


viernes, 9 de agosto de 2013

Ayuda²

Se inicia aquí la serie de entradas anunciada en un reciente artículo, dedicada a desarrollar lo que he venido en llamar «frases (casi) propias», las cuales vienen a representar una fuente alternativa de inspiración en los cada vez más frecuentes períodos de sequía o –porqué no reconocerlo– de pereza mental en la búsqueda de temas, quizá propiciada –espero– por la canícula, lo cual, de confirmarse, determinará su reversibilidad, aunque, sinceramente, no las tengo todas conmigo.

«Hay que estar muy seguro antes de dar o pedir ayuda porque, en muchas ocasiones, es peor el remedio que la enfermedad».

Esta frase nace de la experiencia propia. No de una profunda introspección a la sombra de un pino ni de la búsqueda enfermiza de aforismos para la posteridad, sino como consecuencia de una vivencia real en la que, con cierto retraso, pude reconocer que, de forma inconsciente, había pedido ayuda y recibido –esta vez de forma totalmente consciente– menos que nada, lo que, obviamente, me dejó peor que antes. Y esta desagradable experiencia se concretó en la frase, la cual vamos a intentar analizar con algo más de detalle. Haciendo honor al título, vamos a intentar profundizar en la gestión de la ayuda, con la saludable intención de ayudar adecuadamente, a nosotros mismos y a los demás. De ahí la ayuda al cuadrado.

Con objeto de simplificar el análisis, podemos representar la gestión de ayudas mediante un proceso de cuatro fases en el que intervienen dos sujetos: el sujeto A (cliente) y el sujeto B (proveedor). Este es uno más de los infinitos procesos rutinarios y habituales en los que se hace patente la importancia de la cadena proveedor-cliente y de la identificación de nuestro papel en ella, en la gestión de la calidad y la excelencia en las relaciones personales y, consecuentemente, en nuestra ética. El proceso es el siguiente:

Pedir(sujeto A) → Detectar(sujeto B) → Dar(sujeto B) → Recibir(sujeto A)...

Pedir
Solicitud consciente y explícita
Sin lugar a dudas, el disparador de la petición siempre es una necesidad. Pedimos ayuda porque creemos que la necesitamos. Quizá estamos en un error, pero, en este momento, no somos conscientes de ello. Además, lógicamente, pedimos ayuda porque esperamos que nos la den, lo que nos sitúa inmediatamente en una posición de debilidad frente al potencial suministrador, riesgo no despreciable que debería ser considerado en el balance general de la situación. Evidentemente, esta recomendación de racionalidad previa a la petición no tiene ningún sentido en situaciones de riesgo para la supervivencia –por ejemplo, «¡¡¡socorro, no sé nadar!!!»–, donde se realiza de forma irracional e instintiva. Ahora bien, más allá de situaciones extremas de este tipo, una eventual petición puntual de ayuda permite un tratamiento algo más reposado.  
En primer lugar, la petición puede ser consciente o inconsciente. Y, en segundo lugar, en ambos casos, puede ser explícita o implícita. Además, resulta de capital importancia la adecuada elección del proveedor. No tendría ningún sentido solicitar ayuda para reparar el grifo de la cocina a un carpintero. También es fundamental saber lo que queremos, porque no es lo mismo necesitar 1000€ que un simple y económico hombro para llorar. Todo ello, si la petición se realiza de forma consciente y explícita. Y si no encontramos el proveedor adecuado, mejor no pasar el pedido. En cuanto a las peticiones inconscientes, solamente apuntar que son más frecuentes de lo que nos parece. Muchas de las explicaciones de nuestras peripecias, problemas o vivencias cotidianas a nuestro entorno próximo no son sino solicitudes de ayuda encubiertas, de las que sólo nos hacemos conscientes al recibir comprensión y apoyo –en ocasiones, sólo necesitamos eso– o, frecuentemente, críticas o propuestas de actuación inviables. Y entonces, en el segundo caso, llegamos a la conclusión de que hubiese sido mejor permanecer con la boca cerrada, porque las consecuencias de establecer un debate son absolutamente imprevisibles y, normalmente, enturbian más que clarifican. Esto no significa que nos debamos convertir en una tumba silenciosa, sino que debemos minimizar conscientemente las peticiones de ayuda implícitas en las conversaciones rutinarias habituales, dándole al tema, la importancia que se merece. Siempre es deseable pedir ayuda de forma explícita y razonada. Condición necesaria, pero, como veremos, no suficiente.

Detectar
Porque el proveedor puede no enterarse. De forma interesada o no. Por culpa de una defectuosa comunicación o por sordera temporal. Pero pongámonos en la piel del mismo. Resulta fundamental detectar adecuadamente una petición de ayuda. Consciente o inconsciente. Implícita o explícita. Cada una de ellas con distintos niveles de dificultad, no siempre evidentes. En los casos más difíciles –inconsciente e implícita– se requiere una especial sensibilidad, una cierta empatía, proporcionalmente exigible, sin lugar a dudas, en función de la proximidad física o sentimental con el solicitante. Porque si no detectamos que nos están pidiendo ayuda, será imposible que la suministremos. Conviene pues estar alerta.

Dar
Pero detectar no es suficiente. Puede ser evidente, pero de poco servirá si no identificamos la naturaleza de la petición. En otras palabras, lo que necesita el peticionario. Y aquí la dificultad puede ser manifiesta, porque el solicitante puede no explicarse o, más que frecuentemente, ni saberlo. Evidentemente, ante la duda, mejor preguntar. Con mayor o menor tacto, pero, manifestando la voluntad sincera de ayudar, preguntar. Y si no lo sabe, reflexionar juntos. Y si no podemos suministrarle ayuda o la que necesita no nos parece apropiada, decirlo. Todo es mejor que las palmaditas en la espalda –a menos que esto sea lo que realmente necesita– o una pretendida ayuda no deseada ni necesitada pero que nos parece –a nosotros, no a él– adecuada. En resumen, cuando alguien solicita ayuda, debemos tener en cuenta que, normalmente, es refractario a que le cambien la vida. La ayuda la pide para facilitarle la suya, la que lleva. Los cambios vitales no se producen por peticiones coyunturales de ayuda sino por terapias o procesos de largo recorrido que exceden del alcance de estas reflexiones.  
Tampoco conviene olvidar que dar tiene que proporcionar también satisfacción al donante. Sin alardes ni solicitudes de medallas. Con la mayor sencillez, discreción y normalidad. Cumplir estas condiciones, refuerza la ayuda. Incumplirlas, la invalida.

Recibir
Estamos al final del proceso. Hemos pedido ayuda y nos han respondido. También es preciso recibirla adecuadamente. Si nos satisface, la cuestión no presenta dificultad alguna, más allá de nuestro reconocimiento y gratitud. Pero puede ser que no sea así. Puede ser, incluso, que el proveedor ni se haya dado por aludido. Mi experiencia me induce a recomendar que en los casos de insatisfacción, nos limitemos a tomar nota. Esto nos evitará repetir el fracaso con este tema o con este proveedor. Nada de polemizar, ni echar en cara, ni debatir la ayuda propuesta. Resulta absurdo, por ineficaz, pretender cambiar la opinión solicitada, porque la hemos pedido nosotros. Es la que es. Sirve o no sirve. Punto. Mejor quedarnos como estábamos, no peor.

Conclusión
En la gestión de la ayuda, Pedir y Dar son las fases clave. Ante la duda, mejor olvidarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario