El sábado parece un día propicio para escribir. Probablemente, no será así para todo el mundo, pero, en mi caso, despierta esa especie de necesidad oculta que nos asalta en ocasiones y nos crea un cierto desasosiego, ligero, pero notable. Uno de estos sábados será cuestión de reflexionar sobre la causa, pero, en el día de hoy, aprovechando unos sucesos de lamentable actualidad, me voy a concentrar en un tema que creo merece cierta atención.
Por mi condición de clase pasiva, tengo una cierta limitación en el número y variedad de fuentes de información externa –en mi vida profesional activa mi entorno vital era mucho más amplio y heterogéneo–, que se resumen en mi entorno familiar, mis amistades –éstos de perfil más que conocido–, los medios –prensa (en mi caso, tres periódicos de línea discrepante), radio y TV– y las redes sociales, de las que, a los efectos de esta entrada, destaco Facebook. Dado que el ser humano –por lo menos, en mi caso– es como las esponjas, es decir, absorbe con facilidad la información, pero también se satura y su receptividad tiende a cero, resulta de lo más conveniente exprimir lo absorbido –lo que provoca inevitablemente la expulsión de lo sobrante– para hacer sitio. Y este juego de absorber y expulsar, esta bi-direccionalidad, no es más que lo que entendemos por comunicación, únicamente factible con personas reales y, como veremos, en mucha menor medida, virtuales. Con lo que llegamos a la cuestión de hoy: ¿son las redes sociales una verdadera herramienta de comunicación?
Cuando nos encontramos cara a cara con alguien real, la comunicación se establece a pesar del silencio. La entrada y salida de información provocada por la compleja gestualidad del rostro es enorme, haciendo, en ocasiones, innecesario el uso de la palabra. Y si hacemos uso de ella, sin que existan garantías de conseguir establecer línea, lo que resulta siempre cierto es que podemos llegar a conclusiones válidas –para nosotros, por supuesto– sobre la persona que tenemos enfrente.
La lamentable utilización por parte de indeterminadas «no personas» de un agente químico en Siria con el resultado de más de 1.400 víctimas y la persistente especulación sobre una eventual acción de castigo por parte de EEUU y otras potencias occidentales, con o sin el apoyo de la ONU, ha generado un sinfín de publicaciones en Facebook que contrasta con el silencio que han merecido las más de 100.000 víctimas por causas –o armas– más convencionales, es decir, simples bombas o balas. Pero esto no es lo determinante –a fin de cuentas, sucede más o menos lo mismo en el mundo real–. Lo determinante es el carácter de las publicaciones, en particular las imperativas, como un escueto y tronante: ¡¡¡No a la guerra!!!
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No decir No no es decir Sí |
De hecho, a contrario sensu, podríamos equiparar sentencias como la comentada con un «¡¡¡Sí a la libertad!!!» o «¡¡¡Sí a la paz!!!» ¿Quién no las suscribe?
Ante publicaciones de este tipo mi reacción es de indiferencia aunque, probablemente, un día, a modo de experimento, me veré impelido a llenar mi muro de todo un catálogo de imaginativas obviedades, en este caso de valor bastante más absoluto, tales como «No a la violencia de género», «No a la violación», «No a la corrupción política», «No a la pederastia», «No a la homofobia», «No a la xenofobia», «No al maltrato animal», «No a ...» ¿Cuántos Nóes podríamos publicar? Esto, que no es en absoluto necesario en la vida real, donde, en nuestro entorno, todos nos conocemos, podría ser valorado positivamente por el batallón de iluminados y justicieros virtuales que, amparados en el incógnito, pueblan las redes en su interesada lucha por modificar su mundo –ellos le llamarían «mejorar»– aproximándolo a sus querencias, simpatías y necesidades. Todo ello, en el supuesto de que el carnet virtual que conceden sirviera para algo útil. No para mí.
Ni que decir tiene que estas reflexiones están dedicadas a un colectivo muy concreto y no son extensibles a muchos usuarios de las redes sociales y amigos virtuales que perseveran en su estéril intento de decantar el balance hacia los valores positivos que representan una verdadera y sincera comunicación sin ánimo de proselitismo ni atisbo de dogmatismo. Pero son los menos, aunque son los que dignifican el medio.
Reconduciendo el tema al propósito del blog: A pesar de la inadecuación de la herramienta, la comunicación virtual debería ser fiel reflejo de la comunicación real. Comportarse, sin trampa ni cartón, del mismo modo que lo haríamos en un cara a cara. Este compromiso, que quizá se cumple también en los casos criticados, es también un reflejo de nuestra ética personal. Aunque en un cara a cara, a veces, con algunos, acabásemos mal. En el fondo, la comunicación virtual –o su sucedáneo– no deja de ser una ventaja.
Y como guinda, una publicación propia (y calentita, de hoy):
«Asumiendo la indiscutible subjetividad que caracteriza las siguientes valoraciones cualitativas, pienso que un solo destello fugaz de autenticidad, originalidad, belleza, transparencia, ingenio, respeto, templanza o equilibrio –que no equidistancia–, es capaz de velar cientos de manifiestos o deposiciones exhibicionistas, superficiales, adocenadas, tendenciosas, intolerantes, crípticas, supuestamente eruditas o moralmente ejemplarizantes. Estos destellos son raros por infrecuentes, pero haberlos haylos y su brillo es tal que hacen innecesaria la tediosa tarea de separar el grano de la paja. Que duren..., porque son el principal signo de vida en esta selva virtual. ¿O quizá mejor, desierto?»
Nota: Por su indudable relación he aquí un enlace con Beatles, Facebook y derecho a decidir.