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sábado, 14 de diciembre de 2013

Ignorancia, Humildad, (in)Tolerancia

¿mejores megas?  ¿mejores voltios?
 ¿mejores electrones? ¿más fotones?
¿el color tiene fiebre?





«La máxima expresión de la ignorancia es no saber lo que sabes ni saber lo que no sabes. En pocas palabras:  (no) saber nada».








Situación 1:
Suena el teléfono (normalmente en día u hora intempestiva):
—Buenas señor... ¿tiene Internet?
—Usted ya lo sabe. ¿Porqué lo pregunta?
—Queremos hacerle una muy buena oferta ¿En qué compañía está?
—Usted ya lo sabe, pero no me interesa. Estoy contento con la mía.
—Pero señor...¿no desea usted ahorrarse mucho dinero?
—¿Qué me ofrece?
—50 megas.
—Pero... ¿usted sabe lo que es “un mega”? —enfatizo, olvidándome deliberadamente de los hercios y los segundos.
—...
—Además, ya tengo 100 —le digo, sabiendo que es objetivamente falso.
—Pero señor... los nuestros son mejores.
—¿En qué sentido? Dígame el ancho de banda típico que me garantizan.
—...

Situación 2:
Suena el teléfono (idem):
—Buenas señor... Somos su compañía de gas y deseamos presentarle una oferta para el suministro de la luz.
—Dirá usted de la electricidad.
—Bueno... Tendrá un considerable ahorro y factura unificada.
—Pero es que no me importa sólo el dinero. ¿Su “luz” es mejor?
—Por descontado —con un deje de triunfo y suficiencia.
—Entonces ¿tendrán que llevar su línea propia hasta mi casa?
—... Noooo... —responde dubitativo—, la línea es la misma.
—Entonces... ¿marcan “mis” electrones para que entren en “mi” casa?
—...
—¿Cómo me asegura que me entregan “su” luz, la que he comprado?
—...

Situación 3: Se desenvuelve en términos parecidos, cambiando gas por luz, con la variante de la tubería en lugar de la línea. Debo decir que fue bastante más divertida.

Situación 4:
En la tienda de material eléctrico, comprando una lámpara de bajo consumo:

— Buenos días, quiero una lámpara como esta.
La observa atentamente y desaparece en la trastienda. Tras unos segundos, reaparece y me entrega una.
—Pero la deseo de la misma temperatura de color.
—... —Silencio. Su cara es todo un poema.
—Vea. Este número y la letra K representa la temperatura de color en grados Kelvin. Quiero la misma o parecida.
Desaparece de nuevo y escucho una conversación con, supongo, el experto. Reaparece con la misma lámpara (6000 K).
— Es que esta es mejor. Hace más luz —argumenta satisfecho.
—No quiero más luz. Quiero una luz diferente. No quiero luz de quirófano, quiero una luz más amarillenta, más cálida —replico empleando un lenguaje metafórico y, forzosamente, inexacto.
—Ah, bueno... Acabáramos. De esas no tenemos.
—...
Ahora el que pone cara de tonto soy yo. Abandono el campo de batalla (conviene puntualizar que la lámpara de muestra que yo aportaba indicaba claramente 4000 K).

Situación 5:
Llamada al servicio técnico de la compañía que, tras una revisión rutinaria, me había instalado en verano (hace cinco meses y, lógicamente, no probamos la calefacción) un nuevo sistema de extracción (tubería y ventilación forzada) en la caldera, sobre una pequeña incidencia relacionada con la frecuente entrada automática en protección por insuficiente extracción de humos, tras una concienzuda investigación por mi parte que establecía una estrecha ventana de temperaturas de calefacción (precisamente la de confort para nosotros) donde aparecía el problema por falta de sensibilidad del sensor del extractor (con temperaturas más bajas o más altas todo funcionaba perfectamente).

—Buenos días señor ¿Qué desea?
Explico lo más detalladamente posible la parrafada anterior y solicito educadamente la presencia de un técnico en mi domicilio para verificar o no mi teoría —la instalación tenía 6 meses de garantía.
—Señor, el extractor no tiene nada que ver con la caldera. Deberá llamar al servicio de la caldera —argumenta con un tono monocorde y condescendiente.
—Señora, pues claro que están relacionados. ¿Podría pasarme con un técnico?
—Espere un momento —me espeta con sequedad forzada.
Tras casi cinco minutos...
—El técnico me confirma que si el extractor se pone en marcha, funciona bien y que el problema es de la caldera.
Les ahorro los casi cinco minutos de diálogo telefónico de sordos que concluyeron en esto, dicho ya con un tono abiertamente ofensivo:
—Pues si viene, sómo mirará el extractor, que es lo único que le instalamos.
—Pues que venga, pero mejor que mire más cosas, sino se dará contra la puerta.

Llegó un técnico (no el iluminado asesor de la simpática interlocutora) y, tras escuchar mi análisis —no se habían tomado la molestia de informarle—, coincidió totalmente conmigo, introdujo ligeramente el sensor en la caldera y, tras decirme que era algo frecuente, el problema quedó resuelto en 5 minutos (adicionalmente, extrajo trozos de cinta del interior que se habían dejado los instaladores de su propia empresa y atornilló debidamente la tapa —también se habían dejado de poner un tornillo— con lo que desparecieron unas molestas vibraciones a las que yo nunca me había referido). Con esto se confirma mi convicción de que los sistemas (en abstracto) no existen: los sistemas los hacen las personas. El mismo «sistema» ejecutado por personas distintas puede producir resultados absolutamente imprevisibles.

Y por hoy, ya está. Tengo más ejemplos, pero es suficiente. Lamentable y frecuentemente, la ignorancia viene exenta de humildad y henchida de suficiencia e intolerancia. Quiero dejar muy claro que no me refiero a todos los que no saben, sino a los que por su función, cargo o posición no saben y deberían saber. Y que además, no lo reconocen y te ningunean con escasa o nula tolerancia hacia tu pretendida ignorancia. Aquí caben desde los comerciales telefónicos, los vendedores presenciales y los servicios técnicos de los ejemplos anteriores —reales, por supuesto— , hasta los políticos y todos los cargos representativos puestos por nosotros para saber hacer las cosas para las que los hemos designado, como clientes que somos de todos ellos.

Moraleja ética: conviene reconocer con humildad la propia ignorancia y manifestar la máxima tolerancia hacia los que saben menos y lo reconocen(1).

«La ignorancia que se ignora a sí misma no tiene arreglo porque no lo sabe o no lo quiere saber».

1 – En caso contrario, lo reconozco, me resulta muy difícil. Debo ser un intolerante.

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