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sábado, 19 de enero de 2013

De la Tribu al Cosmos (ida y vuelta)

Una aldea neolítica, hogar de la Tribu.
Como miembros del conjunto de la especie humana no podemos eludir la atávica tendencia al gregarismo cuyo origen se encuentra en el instinto de supervivencia que anida en las profundidades de nuestro sistema límbico (en ocasiones llamado también "cerebro reptiliano") anclado al tallo cerebral desde hace millones de años (la materialización de esta tendencia, en su expresión más primigenia y humana, dio en llamarse "tribu"). Esta tendencia, compartida por gran número de especies animales (con otro nombre, evidentemente), se ha incorporado, supongo, a nuestra dotación genética, lo que hace particularmente trabajoso el eludirla. Viene esto a cuento de los intentos efectuados por parte de determinados líderes políticos (es un decir), de reforzar esta tendencia genética (actualmente, residual) como reacción de defensa frente a determinadas circunstancias que desvelaremos más adelante. Este refuerzo se concreta en una exacerbación de estos instintos primitivos, materializado en la utilización cotidiana de una amplia colección de epítetos entre los que destacan robos, asfixias (económicas; la respiratoria se comenta más adelante), ofensas y agravios sin fin, recibidos desde las afueras del colectivo (al que llamaremos "enemigo exterior"), los cuales, de ser absolutamente ciertos, deberían haber terminado hace tiempo con todo vestigio de vida en el territorio objeto de tanta incuria e inquina. Como esperpento especialmente paradigmático e imaginativo citaremos la amenaza, detectada en algunas ocasiones, de que se nos prohibiría incluso ¡respirar en nuestro idioma! Esto, de concretarse, por asfixia pura y dura, podría ser calificado, incluso, de verdadero genocidio.

A pesar de la localidad del planteamiento y de su reducido alcance (una tribu es, por definición, una agrupación local), lo que pretendo analizar hoy es cómo afectan las hipotéticas interferencias de los dirigentes políticos a nuestra predisposición genética al gregarismo y como deberíamos afrontar estos hechos, si sucediesen, desde la perspectiva de nuestra ética personal, en el convencimiento de que estas reflexiones pueden ser de aplicación universal.

Hemos definido "tribu" como la expresión más genuina y primigenia de la agrupación de un reducido número de seres humanos con el objetivo de compartir la defensa de la supervivencia (impulso instintivo, no consciente) con el disfrute de una cierta coincidencia de intereses (impulso no instintivo, consciente) en un claro ejercicio de proto-sinergia, este concepto tan trillado (y desgastado) en la actualidad. En la tribu ya se dan, en estado embrionario, todos los símbolos o convencionalismos que podemos reconocer en las colectividades políticas actuales, más o menos desdibujados en función de la progresión a que han llegado (o a la que les han dejado llegar) en la escala evolutiva. En particular, nos remitiremos a las figuras de los miembros y a las del "jefe" de la tribu y del sumo sacerdote o "chamán".

El Cosmos, hogar que todo lo abarca.
En mi modesta opinión, un miembro del género humano siempre pertenece a un colectivo, independientemente de su posición vital, la cual, en un alarde de independencia absolutamente irreal, podría incluso negar su adscripción a colectivo alguno. Los límites los debemos situar entre la Tribu (en el sentido dado en este artículo) y el Cosmos, entendido como un concepto, como un albergue universal donde pueda sentirse cómodo quien manifieste independencia o incompatibilidad tribal absoluta. Entre ambos límites se encuentran las innumerables formas políticas de agrupación humana caracterizadas por una simbología específica, orientada principalmente a reforzar el sentido identitario y de pertenencia al grupo. Esta simbología puede ser de muchos tipos. En su extremo más deleznable puede ser antropométrica, racial o religiosa, pero lo más habitual es que se vista de trapo en forma de banderas o prendas de vestir autóctonas, convenientemente aderezada de grandes dosis de costumbrismo materializado en cánticos (conocidos como himnos), danzas rituales o competiciones de habilidad o fuerza (tres reminiscencias atávicas), exponentes todos ellos de los valores diferenciadores del afortunado colectivo respecto al resto de la desafortunada humanidad. Todo esto puede complementarse con suculentos y específicos productos alimenticios agrícolas o ganaderos, en crudo, manufacturados o cocinados siguiendo rituales tan sólo al alcance de los iniciados. Nunca viene mal echar mano de alguna batallita o efeméride histórica capaz de doblegar, llegado el caso, las voluntades de los remisos o indolentes. Si a esto se le une la existencia de un idioma propio, tenemos todos los números para conseguir manipular adecuadamente el proceso de regresión ¿Quién es el responsable de manejar y proyectar toda esta extensa simbología sobre los sufridos miembros de la tribu? Pues el "jefe" y el "chamán" (a los que les dedicaremos atención más adelante), convenientemente apoyados en un subconjunto de miembros o élites, no necesariamente políticos (en especial, los medios de comunicación), entregados a la causa (por idealismo o por conveniencia -vulgo, “apesebrados”-) sin los que tal ingente tarea resultaría del todo punto imposible.

De por sí, el miembro de a pie es particularmente refractario a metabolizar toda esta parafernalia. A pesar de la predisposición genética, el paso del tiempo, la tecnología, la globalización y el multiculturalismo van dejando su huella, en forma de pequeñas mutaciones que atemperan la tendencia natural al gregarismo ciego, redireccionándola hacia el exterior, en la dirección del Cosmos, de la pertenencia a un colectivo de mayor dimensión espacio-temporal y humana que la pequeña y provinciana tribu cargada de simbología identitaria castradora de la iniciativa personal y laminadora de la riqueza que reside en la combinación de personalidades diversas y, porque no, discrepantes. El anónimo miembro sólo desea que sus dirigentes ejerzan la función para la que los han nombrado y que no molesten demasiado. Que gestionen con eficacia y eficiencia la parte alícuota del esfuerzo de cada uno que se materializa en los impuestos y, sobre todo, que no roben. La inmensa mayoría de los miembros no se sienten "tribu". Es más, reniegan de este nombre. A menudo, se les llena la boca de expresiones cósmicas tales como "ciudadanos del mundo" o declarándose acérrimos simpatizantes del "multiculturalismo".

Pero, en ocasiones, todo esto se tuerce. Puede ser por factores exógenos, endógenos o por combinación de ambos (no es el momento de analizar ejemplos concretos que están en la mente de todos). Normalmente, el catalizador es una situación económica particularmente grave, la cual exige a los miembros del colectivo un ímprobo esfuerzo para subsistir, con lo que se despierta el cerebro reptiliano, los instintos de supervivencia nublan la razón y empiezan a criticar y amenazar la autoridad. No importa si, en un alarde de mala gestión, han gastado lo que no tenían (teníamos) y nos han dotado, además de un déficit monstruoso, de servicios e infraestructuras de nuevos ricos, nunca vistos en colectivos de nuestro entorno de democracia más longeva y de economía mucho más saludable. Como niños sin chupete, ante los recortes, lloramos y nos manifestamos en la calle, poniendo en crisis el sistema. Entonces, la actividad del "jefe" y sus adláteres empieza a subir de tono y, aprovechando su posición de privilegio, identifican un enemigo externo (esto es fundamental), activan la parafernalia simbólica, incluyendo la organización de manifestaciones populares, más o menos amañadas en sus objetivos, y empiezan una huida hacia adelante caracterizada por la "desinteresada", "humilde" y "generosa" transferencia del protagonismo del proceso a los miembros del colectivo, de los que se reclama (solicita) soporte mayoritario para "liderar" su justa, legítima (legitimada por la ahora omnipresente simbología) y "espontánea" protesta. Evidentemente, en todo este juego no se encuentra referencia alguna a mala gestión del "jefe" ni de los miembros del consejo de la tribu, gestión, como hemos visto antes, a todas luces criticable, sazonada, frecuentemente, por interminables procedimientos judiciales en curso y por un "runrún" social y mediático notable (cuando el río suena...) con la corrupción como monotema.

En este momento, la mente del "jefe" (conviene señalar que, por multiplicidad de intereses, bastardos o no, nunca está solo) arde en deseos de regresión. Él, que siempre los ha visto como tales, desearía ahora que la mayoría del colectivo que lidera, se sintiera, de nuevo, tribu. Que se envolvieran en cánticos y banderas y que le siguieran ciegamente hacia no se sabe dónde, pero siempre alejándose de la desagradable situación actual (probablemente, más desagradable para él que para el resto). En su huida, si se puede (y aunque no se pueda) intentará legitimar la regresión mediante una consulta, cuya redacción sea lo suficientemente confusa para permitir a la élite tribal salidas "elegantes" en caso de fiasco. Y lo que resulta imposible de predecir es el resultado final de todo esto. Porque no lo sabe ni el "jefe", el que nos debería liderar (de hecho, no lo puede saber nadie). Pero, estemos como estemos, se nos garantiza que seremos Tribu (ahora con mayúscula). Más pequeños, más identificables, con bandera, himno, cocina, embutidos, huertos y vegetales autóctonos (existen dudas razonables sobre el sector industrial), con hacienda, justicia y seguridad social propia (el ejército, además de caro, está mal visto) y, probablemente, dignos, engañados, asfixiados y robados. Pero ahora por los nuestros, por los de nuestra Tribu. Cuánto honor. Y, como se ha cambiado el escenario, vuelta a empezar.

Nos queda hablar un poco de la figura del "chamán", aunque, en esta triste historia, no se trata de un personaje imprescindible. Hay que tener en cuenta que no nos referimos a un personaje histórico (toda Tribu que se precie, los tiene), sino a alguien vivito y coleando que no siempre existe o que, existiendo, no está dispuesto a participar en todo este embrollo. Para que pueda jugar un papel en toda esta historia (repetimos, una historia de ficción), además de su disposición, es preciso que cumpla un serie de condiciones: a) Haber ostentado la condición de "jefe" y/o haber sufrido acoso, persecución o prisión (esto es el desiderátum) por parte del enemigo externo o por un "jefe" anterior, b) gozar de una imagen física venerable que despierte simpatía y proyecte una cierta seguridad y c) haber cambiado manifiestamente de posición respecto a la necesidad de llegar al "crítico" momento actual de regresión (perdón, transición liberadora) a la Tribu. Este personaje juega un importante papel de ascendente moral (mensaje típico: "las cosas han cambiado desde mis tiempos") que complementa de forma eficaz la simbología. De hecho, también es un símbolo.

Terminaremos con el efecto personal que puede causar el cuento para no dormir en que se ha convertido este artículo. Creo intrínsecamente mala la regresión, desde cualquier posición política, a la Tribu. En cualquier caso, somos seres racionales y, si, llegado el caso, tras un concienzudo proceso de reflexión, basado en hechos (no en creencias), llegamos a la conclusión de que es mejor pertenecer a una Tribu, gestada más o menos como se ha caricaturizado (un tanto esperpénticamente, lo reconozco) aquí, pues adelante. El problema reside en la calidad de los hechos que nos han de servir para tomar una decisión. Debemos exigir claridad en los planteamientos, análisis diáfanos, preguntas (y respuestas) concretas, ausencia de sesgo partidista, asepsia e imparcialidad en la presentación de hechos históricos y un etcétera tan largo que, en mi acusado escepticismo adquirido a pulso tras los permanentes "ensayos", me parece absolutamente inviable. Y, ante la duda, mejor abstenerse (esta posición aparentemente "pasota" también se hace visible para la élite, aunque dudo de sus efectos reales). Tampoco deberíamos permitir que nos lleven a decidir con el corazón, en lugar de con la cabeza. Deberíamos pensar en el aquí y ahora, no en lo sucedido hace siglos. Y si se sigue blandiendo el pasado, exigir una proyección racional de futuro, una proyección que posibilite la exigencia de responsabilidades. En resumen, no ser cómplices de un despropósito.

Olvidamos frecuentemente que debemos aceptar nuestra parte de responsabilidad en el comportamiento de los "jefes" y de la élite. Que esta responsabilidad debe presidir todos nuestros actos, incluso en la rutinaria "normalidad" previa a la regresión. Y que la sociedad no es más que un reflejo de todos sus componentes. Tenemos lo que nos merecemos. Nuestra ética debe ser coherente con ello. Personalmente, mientras me dejen, prefiero seguir sintiéndome cósmico, "ciudadano del universo". Sin banderas ni signos identitarios. Ni siquiera del planeta Tierra. Pero, a menos que te sientas un héroe o un quijote, se tome la decisión que se tome, y suceda lo que suceda, hay que aceptar la realidad próxima y local, aunque no nos guste. Y practicar, mientras nos dejen, la libertad de pensamiento, aportando nuestro granito personal al cambio mediante el ejemplo.  Porque... "las cosas son como son, no como quieres que sean". Creo que esta frase ya la utilicé en mi último artículo. Pero sigue siendo válida.

Nota importante: Los hechos descritos en este artículo son ficticios. Cualquier similitud con hechos reales debe ser tomada como una coincidencia circunstancial.

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