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viernes, 21 de diciembre de 2012

El Valor del Lenguaje

Siguiendo con mi costumbre, empezaré con un análisis del título, el cual, como todo buen título, debería ser expresión condensada y relevante del contenido que titula. Antes de empezar su autopsia, probablemente, la primera reflexión que provoca su lectura es: ¿y qué puñetas tiene que ver "el valor del lenguaje" con la ética personal? Pues responderé que mucho. Y el propósito de este artículo es, precisamente, justificarlo. Empecemos:
  • Valor: ¿se puede añadir algo a lo ya tratado? En el blog empresarial analizábamos el término desde el punto de vista de la excelencia, diferenciándolo claramente del concepto "coste", con el que, frecuentemente, se confunde. Recordemos un poco: Valor es "la relación entre la satisfacción de las necesidades y los recursos utilizados". Por lo tanto, utilizando esta acepción, una vez conozcamos las necesidades del lenguaje (su función), podremos conocer su valor, el cual estará en función de los recursos utilizados en su producción (entendiendo como tal, los esfuerzos que hayamos empleado para generar un mensaje con él). 
  • Pero existen más acepciones. Utilizaremos también la bastarda: el coste. Porque el lenguaje mal utilizado puede representar un coste. Y un coste nunca se amortiza. Es un peso, una losa, que será tanto mayor cuanto peor haya sido su utilización. Y por último, consideraremos la acepción 6 del RAE: "Fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos". En ocasiones, el lenguaje ha de ser "valiente". Aparquemos el tema hasta analizar de nuevo la frase completa.
  • Lenguaje: no voy a pavonear de erudición gratuita, entre otras cosas, porque no puedo. Pero si daré mi definición, decantada por mi escaso conocimiento y la experiencia adquirida. El lenguaje es una convención simbólica que pretende (y casi nunca consigue) ser una representación del pensamiento. Y su resultado, su producto, su función, es la comunicación. Cuando lo empleamos en su forma verbal, por la inmediatez (no es conveniente pensar demasiado las frases, para evitar la somnolencia del interlocutor), el riesgo de no expresar lo deseado es altísimo. Este riesgo baja cuando lo empleamos en forma escrita, pero nunca tenemos garantía de éxito (este artículo ya lo querría empezar de nuevo, pero soy muy perezoso ¿es esto poco ético?). En cualquier caso, en este punto, podría ser adecuado ampliar este tema consultando el artículo "Entendimiento y comprensión".

Una vez comentados los dos componentes del título, analicemos el objeto del artículo:

De poco sirve aquí el lenguaje.
Debemos ser muy sensibles al valor del lenguaje. Teniendo en cuenta que su único objetivo es la comunicación, y que esta comunicación debe ser de calidad (eficaz, conseguir totalmente este difícil resultado: que los dos interlocutores hablen de lo mismo, se entiendan y se comprendan) y excelente (primera acepción analizada: máximo resultado con mínimo esfuerzo), tenemos que maximizar este valor. Adicionalmente, debemos minimizar el coste que nos puede suponer un empleo inadecuado del lenguaje. En ocasiones, la popular regla de contar hasta diez antes de responder a  lo que nos parece una inconveniencia, puede ser acertada.
Y, por último, no debemos temer la utilización del lenguaje. Cuando la ocasión lo requiere, se ha de hacer una utilización valiente del mismo. Decir las cosas como son. Llamar a las cosas por su nombre.

Para finalizar, incorporemos la preocupación por el valor del lenguaje a nuestra ética personal. Y digo preocupación, porque, a fuer de rigurosos, no podemos quedarnos mudos. Es suficiente con el compromiso de formarnos permanentemente, hablar con propiedad, atender al interlocutor y asegurar la comunicación. En resumen, "pensar antes de hablar" y "pensar antes de escribir". Todo empieza en el pensamiento.

Wittgenstein dijo "los limites de mi mundo son los límites de mi lenguaje". Procuremos disponer de un lenguaje amplio y preciso, para aumentar los límites de nuestro mundo. También dijo: "de lo que no se puede hablar, mejor callar". Sabias palabras. No nos engañemos. Para poder hablar, debemos tener recursos de lenguaje. Si no, mejor callar. Aunque si esta práctica se generalizara, con total seguridad, el "ruido" del mundo se parecería al de una biblioteca.

Karl Popper afirmó "es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado". Hagámosle quedar mal.

Y una última frase, perteneciente a la película (absolutamente recomendable) “La herencia del viento”, pronunciada por Spencer Tracy, abogado defensor en el juicio a las teorías de Darwin: "El lenguaje es pobre para expresar las ideas. Sólo podemos utilizar las palabras que conocemos". Mejoremos entonces nuestro vocabulario.

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