Pensar (reflexionar) antes de actuar (votar) |
Empezaré afirmando que creo que siempre, en cada llamada a las urnas, es preciso reflexionar. Y que tras esta reflexión, toda decisión es buena, incluso no votar (el proceso de "pensar antes de actuar" lo hemos tratado en detalle en el artículo "Decidir es lo que importa"). Analicemos ambas opciones:
- Votar: Es la opción predeterminada. Es decir, es la que hay que tomar a menos de que se den las circunstancias o connotaciones negativas que, racionalmente, nos lleven a decidir no hacerlo. Por lo tanto, en primera instancia, la reflexión debe girar en torno a una evaluación de la trayectoria histórica de la opción política correspondiente, los programas electorales (los requisitos) y la presunción de cumplimiento del programa (presunción de inocencia, a pesar de que, en muchas ocasiones, esto puede calificarse de acto de fe). Normalmente, esta reflexión debería concluir en la elección de una opción de voto. Y esta elección no debería responder a la rutina, la costumbre o el sesgo político que todos tenemos, sino a una decisión racional en los antípodas de quien defiende "yo siempre voto a los mismos porque soy de...". En mi opinión, votar rutinariamente, como un robot, es uno de los males de cualquier sistema democrático (claro está que nuestros representantes no dan precisamente ejemplo, siguiendo las consignas, en todas las votaciones, de su pastor o jefe de grupo). Y si ninguna opción nos parece válida, se debe votar en blanco. De esta forma, a pesar de su inocuidad práctica, podemos respetar nuestra posición ética de respaldo al sistema. Aunque, personalmente, creo que, tras la toma continuada de esta decisión (no sé establecer el número de repeticiones) se tienen todos los números para dejar de votar.
- No Votar: La primera causa ha quedado recién explicada. Se cree en el sistema, pero dicho sistema no genera opciones "votables" para el individuo. Y el efecto es dejar de creer en el sistema. Pero también pienso que, en cada ocasión, hay que replantearse de nuevo esta opción. Hay que estar seguro de ella con objeto de no violentar nuestra ética. No deseo hacer de este artículo un manifiesto antipolítico. Pero sí me parece oportuno incidir en que resulta perfectamente lícito el no estar de acuerdo con "determinado" sistema político. Y que no votar no es una decisión incívica o insolidaria. Es una opción (si es racional, no pasotismo) que, convenientemente justificada, puede servir de ejemplo a tu entorno próximo y que si cundiera (imaginemos una abstención -o un voto en blanco- del 80%), probablemente tendría más efecto que cualquier otra. Entre otras cosas, porque, para la clase política, al ignorar las causas reales, representaría una evidente disfunción de la salud del sistema (en estado grave o terminal). Recuerdo al respecto la excelente novela "Ensayo sobre la lucidez" de José Saramago.
Hoy, las frases reparten a todos lados:
"Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería" (Otto Von Bismarck)
"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados" (Grouxo Marx)
"Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad" (Miguel Delibes)
"Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje" (Aldous Huxley)
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