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martes, 20 de noviembre de 2012

Ser buenos Clientes

Empezábamos nuestro anterior artículo afirmando que "nuestra tendencia natural es la de considerarnos únicamente clientes. Cuando no estamos comprando, esperamos cosas de los demás: atenciones, parabienes, regalos. Y cuando compramos, nos encontramos como pez en el agua, en el líquido elemento: regateamos, exigimos, discutimos, ...". Y aprovechábamos esta introducción para recordar que también somos proveedores y analizar esta importante y frecuentemente olvidada condición. Pero la simpleza de esta introducción es patente. Parece que justifique los comportamientos citados como producto de una necesidad natural que no precise mayor atención ni reserva. Nada más falso. Resulta absolutamente asimétrico y descompensado dedicar un artículo a analizar nuestra condición de proveedores y no hacer lo mismo con nuestra condición de clientes. En este artículo vamos a intentar resolver esta simpleza.

¿Qué es un Cliente? Empecemos por el Diccionario de la Real Academia:
  1. com. Persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa.
  2. com. Parroquiano (persona que acostumbra a ir a una misma tienda).
  3. com. Persona que está bajo la protección o tutela de otra.
Huelga decir que ninguna de ellas me parece apropiada. Ni remotamente definen lo que caracteriza a un cliente en un entorno eminentemente interactivo como es el de la ética personal. Son definiciones absolutamente pasivas (utilizar, ir a una tienda) y nada generalistas, en las que la relación es puramente mercantil (servicios de un profesional, empresa), mafiosa (protección) o dominante (tutela). Por lo tanto, no nos sirven.

Para resolverlo, adoptaremos una definición oficial que, curiosamente, corresponde a la norma ISO 9000, referente de calidad empresarial (en su momento ya defendimos que la vida podía ser considerada una empresa): Cliente es "la persona que recibe un producto".

Simple y elegante, aunque con un pequeño problema de lenguaje: ¿qué es un producto? También nos lo soluciona la norma. Un producto es el "resultado de un proceso". Y, por último, para los detallistas: ¿qué es un proceso"Una secuencia de actividades que convierte unas entradas determinadas en un resultado determinado". Una vez analizada, nos quedaremos esta definición de cliente por su generalismo: Los procesos (incluso mentales) siempre generan productos (un pensamiento lo es) y cada vez que recibimos un producto (un regalo, un beso, un insulto, una cerveza o un coche nuevo) lo hacemos en condición de clientes. Veamos ahora cómo se caracteriza un buen cliente.

El hecho de aceptar nuestra condición de clientes en abstracto (de todo lo que recibimos) nos convierte inmediatamente en un eslabón de lo que se ha venido en llamar la "cadena proveedor-cliente" ya que, como vimos en el anterior artículo, dedicado a los proveedores, todos nosotros somos, simultáneamente, ambas cosas. No aceptar formar parte de esta cadena nos sitúa fuera de la realidad y del entorno, con lo que nuestra existencia deja de ser algo armónico y fluido convirtiéndose en una sucesión de hechos puntuales, aislados e inconexos (compras y ventas; recepciones y entregas) fuente permanente de insatisfacción y frustración.

En una primera clasificación podemos distinguir entre dos clases de clientes: el cliente activo y el cliente pasivo. El cliente activo es el que participa de forma proactiva en la determinación de lo que espera recibir. Podríamos definirlo de forma coloquial como "el que sabe lo que quiere". Esto implica que, antes de recibir el producto, se ha preocupado de definir lo que espera. Hablando en propiedad, ha definido los requisitos y las necesidades y ha sabido diferenciarlos de las expectativas (estos importantes términos se analizan en esta entrada y en esta otra) Volveremos más adelante a este tipo de cliente. En cambio, el cliente pasivo no tiene formada opinión racional de lo que espera. Cuando le llega algo (sea lo que sea) es cuando dispara su mecanismo comparativo con no se sabe qué (normalmente, con expectativas irracionales y exageradas) y monta en cólera o entra en una espiral de depresión, alimentando su amplio catálogo de agravios. No creo que este tipo de cliente merezca mucha más atención.

Terminaremos analizando algo más en profundidad a nuestro tipo de cliente preferido: el cliente activo (al que también podríamos llamar proactivo). Preferido, pero no exento de riesgos. Algunos, incluso peores que los que puede conllevar una pasividad ingenua o ignorante. La iniciativa, el adelantarse a la producción, el definir con precisión nuestros requisitosnecesidades expectativas debe realizarse dentro de unos parámetros realistas, ajustados a las capacidades de nuestros proveedores. De nada servirá "pedirle peras al olmo". Por mucho que nuestro ego nos diga que nos lo merecemos. En esta vida hay lo que hay. Y pasarnos de rosca no conduce a nada bueno. Evidentemente, asegurar esto implica una importante tarea de recogida de datos para, una vez procesados, disponer de información fiable para la toma de decisiones. Y si, a pesar de esto, no conseguimos lo que queremos, no será por nuestra culpa. Habremos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Afrontaremos y digeriremos el inconveniente y a otra cosa. No estamos trivializando. Porque, sea cual sea el tamaño o gravedad de la decepción (así puede llamarse a un incumplimiento visto desde el lado del cliente), la forma de afrontarlo es la misma. De cara. Pero debe tenerse en cuenta que una actitud proactiva realista siempre minimiza las decepciones. Sin ella, sin duda, tendríamos más. Esto es lo que nos debe importar. Y si recibimos más de lo esperado, aleluya. Satisfacción completa.

Un último apunte dedicado al nivel de exigencia. ¿Debemos ser exigentes? En la medida de que esperemos productos racionalmente suministrables, sí. Sin duda. Del mismo modo, en el caso de que nuestros proveedores se hayan comprometido formalmente a la entrega de un futurible sin historia previa. Tenemos un ejemplo paradigmático en los programas políticos en campaña electoral. Hoy mismo, en Cataluña, estamos en campaña. Si nos convencen los programas y decidimos ejercer nuestro derecho al voto, nos hemos convertido en clientes del partido (político, no de fútbol. Aunque a veces lo parezca). Y si después incumplen lo prometido, nuestro nivel de exigencia debe ser máximo. Y así con cualquier proveedor. Sea el lampista, el taller del coche o un familiar. También así se reconoce a un buen cliente. Y también así ponemos nuestro granito de arena para la mejora del proveedor. La cadena funciona.

En resumen, ser buenos clientes es una de las condiciones necesarias, aunque no suficientes, para conseguir nuestra satisfacción (Calidad) y felicidad (Excelencia). Incorporemos este sencillo principio a nuestra ética personal.

"El cliente: Dios hizo el mundo en seis días, y usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses. El sastre: Pero señor, mire el mundo y mire su pantalón" (Samuel Beckett)

"El señor sólo exige de las personas aquello que está dentro de las posibilidades de cada uno" (Paulo Coelho)

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