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sábado, 12 de octubre de 2013

Solución, Disolución

Sin palabras...
De nuevo enfrentado al compromiso semanal de practicar el noble arte de la escritura llega el momento de elegir tema. Y debo decir que en esta ocasión me ha resultado muy fácil, circunstancia que, paradójicamente, también me ha resultado sumamente molesta y lamentable. De hecho, dado que he adoptado la cómoda fórmula de encontrar inspiración en sucesos recientes de cierta relevancia, hubiese preferido la rutinaria incertidumbre provocada, indistintamente, tanto por su ausencia como por su exceso. Pero esta semana, uno de ellos destaca de forma desmesurada. No por su brillo, sino por su oscuridad, por el profundo abismo negro, salado y húmedo, destino final de cientos de seres humanos que han encontrado, en una suerte de trágico ballet perfectamente sincronizado –éste es el verdadero hecho diferenciador–, la única verdad absoluta que nos ofrece la vida, que es, precisamente, la muerte. Y, perversamente, la han encontrado como respuesta a su búsqueda de una vida más larga y mejor, en un intento frustrado de prorrogar este momento inevitable, huyendo de las inhumanas condiciones de supervivencia en sus lugares de origen (llamarles países o naciones sería un eufemismo). Este suceso es el que, desde la cómoda posición de mi sofá y ejerciendo la parte alícuota de hipocresía que me corresponde como miembro de la especie –todavía– humana, ha actuado de catalizador de mi inspiración.

Pero como todo catalizador, en sí mismo no es el responsable del proceso mental desencadenado. Lo ha acelerado, a pesar de que, sin él, más tarde o más temprano, la cotidiana acumulación de sucesos de menor enjundia cualitativa y cuantitativa lo hubiera justificado plenamente. Otra cosa muy distinta es que, probablemente, no hubiesen despertado mi atención, pero ahora lo han hecho y es tal la avalancha de reflexiones que afloran que me obligan a adoptar un estilo forzosamente esquemático de enumeración no exhaustiva de hechos y comentarios, aparentemente inconexos, reflejados con la mayor fidelidad y espontaneidad.

Conviene también puntualizar de entrada que el indudable desahogo que representa verter por escrito estas reflexiones no ejerce papel alguno de antídoto sobre mi escepticismo vital, es más, refuerza mi convicción de que nos encaminamos a una especie de abismo indeterminado del cual será imposible salir a menos que se produzca el milagro –retórica pura– de una regeneración de los valores individuales –los colectivos son una simple consecuencia estadística– por uno de los dos únicos medios posibles: a) generación espontánea (autogestión, iluminación mística, instinto de supervivencia, etc.) o b) conducidos por pastores o líderes que ni están ni se les espera (opción de muy mal ver entre el sector progresista). En ambos casos, en mi humilde opinión, pintan bastos. ¿Tenemos, como especie humana, solución?
  • A finales de siglo –mañana mismo– seremos unos 10.000.000.000 (diez mil millones) de habitantes(1) en el sufrido planeta Tierra. Para hacernos una idea, unas diez veces los actuales usuarios de FaceBook. O sea, que faltan 87 años, que son los que han transcurrido desde 1926, es decir, ayer mismo. Pensemos en todo lo que ha pasado, en el enorme desarrollo científico y tecnológico –cuántica, genética, neurociencia, internet, etc.–, y, basados en ello, aceptemos que no tenemos ni la más remota idea de lo que pasará entonces ni de lo que pasará hasta entonces, pero que, indudablemente, visto lo visto, sin un giro social copernicano, no será nada bueno.
  • Nuestros líderes políticos(2) presentan un trastorno bipolar acusado, patentizado por la coexistencia de preocupaciones a cortísimo plazo futuro –unos pocos años– y a medio plazo pasado –unos pocos siglos–. Localmente, tenemos un ejemplo en la nueva ley de educación que, en un alarde de coherencia, ya han decidido eliminar tras las próximas elecciones y en la enfermiza conmemoración anual y explotación sentimental de antiguos acontecimientos –hoy mismo tenemos uno, el 12-O– ocurridos hace siglos, grave trastorno que les impide ver más allá de sus propias narices y consensuar medidas de largo alcance que trasciendan del miserable período electoral. ¿Cómo vamos a esperar que piensen en la imparable superpoblación mundial, si están preocupados exclusivamente por sus cuatro años de permanencia al frente de sus pequeñas tribus?
  • El espectáculo de la sala llena de ataúdes visitada por los próceres de la UE, abucheados por los habitantes de la pequeña isla, complementado por el teatral acto de contrición ante las cámaras y la promesa de solución del problema de la inmigración ilegal(3) es otro ejemplo de miopía política –en este caso, europea– ante el imparable fenómeno de la globalización propiciada por el aumento de la población y la consiguiente –y lógica– búsqueda de recursos de supervivencia. Huelga también comentar la falta de atención dedicada a este problema concreto –quizá el mayor al que nos enfrentamos como especie, incluso superior al manido calentamiento global– por la máxima organización supranacional, la ONU.
  • Existe un consenso generalizado en que la calidad de la educación es muy baja y está empeorando –ahora volvemos a nuestra pequeña tribu– y también observamos que nuestros líderes no consiguen el más mínimo acuerdo para poner solución a esta cuestión estratégica. Esto me lleva a concluir que, dado que los políticos se extraen de la sociedad y que la cultura de la sociedad empeora, estamos en una espiral decadente en la que nuestros líderes, los que nos deben conducir a buen puerto, son y serán cada vez más incompetentes. Todo esto sin considerar corruptelas o déficits morales, no dependientes del nivel cultural.
  • Se aprecia también una creciente corriente de opinión favorable a transferir –el término más utilizado es "devolver"– a la sociedad la responsabilidad de la toma de decisiones, haciendo gala de una fe sin límites en la capacidad de la misma de autogobernarse, capacidad sobre la que albergo dudas superlativas, en especial en un mundo global superpoblado. Por descontado, el argumento se podría resumir en el siguiente eslogan: «la solución es la disolución», teniendo un ejemplo local paradigmático y en cierto modo justificado, en la evidente inoperancia –ganada a pulso– del Senado.
  • También resulta sintomática la ceguera –más que miopía– de los políticos locales de medio pelo, los cuales, con sus esfuerzos centrifugadores y desintegradores, prefieren hacer tabla rasa y lanzar a sus comunidades a una piscina –más pequeña– sin agua en lugar de mejorar lo existente. De nuevo, «la solución es la disolución». Todo lo contrario a la globalización, que es concentración, y a la anticipación ante un imparable y, en mi opinión, deseable, futuro próximo sin fronteras.
Y en el supuesto de que, con diez mil millones de habitantes, persistan las fronteras –lo cual no es en absoluto descartable–, el escenario que se dibuja es escalofriante. Un verdadero quebradero de cabeza para progresistas y conservadores. La fronteras delimitarán guetos autodefensivos a modo de las murallas de la ciudades medievales –con sus señores feudales y todo–, que pretenderán defender a la sumisa y agradecida colectividad de la invasión de las hordas de hambrientos y menesterosos que serán los que estén «fuera». Lampedusa elevado a la máxima potencia. Triste futuro y también triste conclusión: Escepticismo y Pesimismo, ambos referidos a la especie humana y a su subconjunto de líderes, dirigentes y, en suma, políticos (por favor, leer de nuevo el párrafo anterior a la enumeración).

La mejor «solución».
Hoy pues, mucha Política y, en consecuencia, poca Calidad, poca Excelencia y poca Ética. Ya está escrito. Aunque, con objeto de terminar con algo mejor sabor de boca, se me antoja interesante jugar un poco con el lenguaje y explorar las distintas acepciones que nos ofrece el título. Hasta ahora los hemos utilizado en su forma social, entendiendo por solución la «acción y efecto de resolver una duda o dificultad» y por disolución «relajación y rompimiento de los lazos o vínculos existentes entre varias personas». Pero su acepción físico-química es algo más optimista: solución y disolución son sinónimos y significan «una mezcla sólida y homogénea de dos o más sustancias». Quizá por mi formación más técnica que humanística, me quedo con esta última. Porque, en el fondo, todos somos iguales.

«Muchos saben «qué» hacer, pero pocos «cómo» hacerlo.¿Para qué sirven los diagnósticos si no se aplican las terapias adecuadas?».

«Todo plan digno de tal nombre nace para ser modificado. Esto es sistemáticamente ignorado por los políticos que, de forma ingenua o perversa –que más nos da–, siempre nos venden sus planes como si fueran fórmulas mágicas inmutables».

«Los mayores crímenes son los que suelen expresarse mediante estadísticas, diluyendo la quemazón del horror en la insensibilización provocada por los fríos números».

Notas:
1 - Este es el nombre más apropiado. Personas, hombres, humanos, etc. admiten mucha controversia.
2 - Locales, autonómicos, nacionales, europeos y mundiales.
3 - ¿Acaso la van a legalizar?  

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