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domingo, 10 de febrero de 2013

La (des)Confianza

Para empezar, tenemos un título y una pantalla en blanco que se va llenando progresivamente con estas palabras. Y nada más. Debo reconocer que, a diferencia de otras ocasiones, no tengo en mi mente consciente mucho más. Supongo que la semana ha sido pródiga en acontecimientos que han interaccionado especialmente con las neuronas relacionadas con el concepto «confianza» y que esto me ha llevado a sintetizar mis conclusiones mentales en el título, con el que pretendo expresar el meollo de la cuestión: la posible complementariedad del concepto. Pero, curiosamente, no está desarrollado. Sólo tengo claro el título. El resto está ahí -de otra forma, difícilmente tendríamos título- oculto, difuminado entre neuronas y sinapsis, en una demostración de la fabulosa capacidad de la mente para la síntesis de información extensa y compleja. Empezaremos pues por lo único que tenemos: el título.

Atentos, sin obsesiones, pero atentos.
Desde que empecé a interesarme por la mecánica cuántica, he tenido que reconsiderar ideas y conceptos, para mí inamovibles, que ahora veo como prejuicios erróneos. Mi mundo aceptaba como «natural» lo continuo, aplicado, en primer lugar, a las variables fundamentales que nos relacionan con el entorno, es decir, las coordenadas espacio-temporales y, en segundo lugar, a todo lo demás. Por ejemplo, en mi pasado errado -diré que estoy hablando de casi medio siglo- denosté de forma permanente la música digital con el peregrino argumento de que hurtaba, en origen, información al oyente, olvidando la permanente y distorsionadora tarea de la percepción sensorial, presente, incluso, en la escucha de música en directo, superior, en todo caso, a la introducida por el muestreo digital. Hoy, gracias a la mecánica cuántica, sabemos que el mundo es discreto. Que la constante de Plank establece que existen límites inferiores que no se pueden rebasar y que esto es aplicable desde la energía -el cuanto- hasta las longitudes y el tiempo. Por lo tanto, la naturaleza es discreta y se compone de estados discretos, siendo la mínima -o máxima- expresión de esta discontinuidad el estado binario: sí o no, verdadero o falso (este tema ha merecido atención en la entrada "Ética cuántica, rampas y escaleras").

Quizá -especulo- que esto me haya llevado a una situación vital en la que tengo la inevitable tendencia a plantearme inicialmente las cosas de forma discreta y binaria. Esto implica pensar únicamente en los extremos, olvidando el sabio principio aristotélico de la excelencia del punto medio. Bien es verdad que, frecuentemente, tras una reflexión posterior, abandono el extremismo, pero, aún en estos casos, permanece la "cuantización". Ya no es un estado binario, sino una escala de grados, pero finita.

Entonces, el título creo que expresa, en primera aproximación, que la confianza - o la desconfianza- se tiene o no se tiene. Que da absolutamente lo mismo hablar de una cosa que de su opuesta. Y en este momento es cuando veo -pienso- con claridad que esta conclusión no desarrollada precisa justificación. A ello vamos. Ya tenemos proyecto de artículo.

Consensuemos el significado del término en el alcance del artículo. Adoptaremos la acepción del Diccionario RAE derivada de «confiar»: "Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa". Por lo tanto, diremos que la confianza es la que te faculta para «confiar» en alguien, a quien harías conocedor o depositario de cualquier cosa tuya. Por lo tanto, sólo estará en condiciones de ser sujeto de confianza quien, en nuestra opinión, lo merezca. Recíprocamente, sólo seremos merecedores de confianza si así le parece a alguien de nuestro entorno.

Ahora lo tenemos un poco más claro. Egoísticamente, nos gustaría estar rodeados de personas de confianza. Personas a las que se les pudiera «confiar» cualquier cosa (otra cosa muy distinta es que lo hagamos). Hasta aquí, nos movemos en el plano más vulgar y utilitarista del análisis: el de nuestros intereses, lógicamente humanos y absolutamente lícitos. Lo que le pedimos al entorno. Pero ¿y lo que le damos? ¿Le damos confianza? ¿Nos esforzamos en merecer su confianza? Aquí es cuando entra en juego la ética personal. Reflexionaremos sobre ello en las conclusiones. Sigamos.

La utilización en las cuestiones anteriores del verbo "dar" plantea otra de las incógnitas que intentaremos desvelar: ¿acaso la confianza puede ser objeto de mercadeo? ¿Podemos comprar y vender confianza? Creemos sinceramente que no. La confianza se regala. Se entrega gratis. Pero a quien se la merezca. Quien se la haya ganado. Ni me imagino la confianza que merece quien nos la vende. Quien nos dice que si le pagamos bien (con dinero, adulaciones, satisfacción de su ego, etc.) nos será fiel hasta... ¿cuándo?Ninguna.

Analicemos ahora si la confianza es un estado binario. ¿Podemos «confiar» sólo en algunas cosas? Evidentemente, la respuesta es subjetiva. Habrá quien responda afirmativamente. En cambio, en esto, prevalece mi tendencia extremista. Creo que no. La confianza se da cuando no existe desconfianza. Y cuando aparece la mínima traza de desconfianza, se retira. Resultaría absurdo «confiar» en parte y «desconfiar» en el resto. Por lo tanto, en mi humilde opinión, «desconfiar» es no «confiar». Sin términos medios.

Concluyendo, dedicaremos la atención a nuestra relación con la confianza. A su integración en los compromisos que conforman nuestra ética personal. Creo sinceramente que debemos asumir el compromiso de merecer confianza. Aunque no nos la otorguen. Y, por descontado, merecerla gratis. Sin exigir nada a cambio.Y esto se consigue con el ejemplo. Merecer para exigir. Veámoslo así: si le merecemos confianza a los demás, también estaremos más cómodos con nosotros mismos. Será más difícil que nos engañemos. Utilizando el concepto, «confiaremos» en nuestras fuerzas y capacidades para afrontar las dificultades. Tendremos confianza en nosotros mismos. En último término, llegado el caso, es lo único que tenemos.

NOTA: Al finalizar este escrito, me viene a la memoria el catalizador del título y del artículo: la (des)confianza en nuestros políticos. Queda abierta la pregunta: ¿la merecen?

"La confianza no se compra ni se vende: se regala. Pero hay que merecerla".

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