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sábado, 16 de febrero de 2013

Calidad y Ruido

Ruido, mucho ruido... Esta es la sensación que me rodea de un tiempo a esta parte. Pero, ahora que lo he escrito, no estoy tan seguro de que sea una sensación. No sé muy bien como calificarlo, pero "sensación" es el primer término que ha generado mi mente en el proceso pensar->escribir. Dejémoslo pues ahí. No me voy a hacer un feo a mí mismo. Aunque se me antoja que de sensación no tiene nada. Que es real y muy real. Pero para avanzar realmente en el tema, todavía quedan dudas. ¿Qué debemos entender -o, como mínimo, que entiendo yo- por ruido? Con esto nos hemos situado de nuevo en la frontera entre el pensamiento y su difícil e incierta traducción al convencionalismo del lenguaje. Mientras sólo piensas, no hay ningún problema. Formas tus imágenes mentales y te sientes de lo más cómodo. Tu mente toma todo tipo de atajos y te comprendes perfectamente -faltaría más- sin necesidad de dar explicaciones de nada ni a nadie. Incluso puedes llegar a conclusiones satisfactorias mientras te tomas un café. Pero cuando tienes que explicarte o escribir sobre ello empiezan los problemas. Y eso que escribir, a diferencia de hablar, te permite recapacitar y corregir cuanto sea necesario ¿Y cuánto es eso? ¿Cuándo un escritor queda satisfecho con lo escrito? Pero volvamos al inicio: "Tengo la sensación de estar rodeado de ruido, mucho ruido". Sigamos. Todavía debemos explicar que pinta la Calidad en todo esto.

Calidad
A los lectores de mi blog no les vendrá de nuevo: "Calidad es el grado de cumplimiento de las necesidades establecidas", lo que se puede resumir como "Calidad es eficacia". Y la Calidad, como la eficacia, es medible y se valora -en porcentaje- en una escala de 0 a 100. Dado que todas nuestras actividades tienen -o deberían tener- un propósito, resulta razonable concluir que consideramos necesario su cumplimiento -de otro modo, no nos lo hubiéramos propuesto- y que lo deseamos conseguir totalmente. Es decir, con la máxima Calidad. Éste es nuestro objetivo, el cual la realidad ya se encarga de malograr (en este momento puede ser conveniente recordar lo aburrida que sería la vida si consiguiésemos siempre todos nuestros objetivos).

Ruido
En su significado más general, entiendo el ruido como una «perturbación». El ruido «perturba». Perturba la consecución de algún propósito específico, en particular si se trata de algo sobre lo que estamos prestando atención. Si descendemos de lo general a lo particular se nos viene a la cabeza inmediatamente su vertiente acústica: el vecino de arriba arrastrando muebles o las toses en el cine. En el primer caso perturba nuestro propósito de estar tranquilo en casa y en el segundo el escuchar la película. Pero tenemos otras muchas clases de ruido: electromagnético, cultural, intelectual, ideológico, moral, informativo, etc.. Incluso existe el ruido «interior», probablemente el más difícil de neutralizar. En todos los casos, el ruido afecta a la calidad. A más ruido, menos calidad. Si el ruido impide totalmente el propósito que nos hemos fijado, ruido cien, calidad cero. Si no apreciamos ruido alguno, ruido cero, calidad cien. Por lo tanto, definiremos el ruido como la medida de la ineficacia de un proceso. Y, como no podría ser de otro modo, el ruido es subjetivo. Lo que le perturba a uno no tiene porqué perturbar a otro (por ejemplo, un concierto de heavy-metal).

Vamos al asunto
Aceptando ya que lo que tengo es una sensación -subjetiva- que me rodea y me perturba mucho, de lo que se trata ahora es de intentar transmitir al lector el género de esta perturbación, el cual, adelanto, que no tiene nada que ver (por lo menos en este momento, mientras escribo) con el vecino de arriba. El detonador de este artículo, el ruido, es la imparable avalancha de datos, vendidos con el perverso nombre de información, que resuena atronador y que perturba enormemente mi razonable propósito de enterarme realmente de lo que pasa (los datos sobre los meteoritos de ayer o el asteroide han resultado un ejemplo paradigmático).

Semáforo político (la libertad)
Esto sucede en todos los ámbitos y medios, ya sea en el de la política, en el de la información general, en Internet, en Facebook, en TV, en radio, por teléfono, en el supermercado, en las etiquetas de los alimentos y bebidas, en los prospectos de las medicinas, en los diagnósticos preventivos, etc., etc. En todos ellos, encontramos datos, muchos datos. Ruido, mucho ruido. Pero información, lo que se dice información, poca o nada.  Recordemos que la información son "datos con significado". Y sin poner en duda la veracidad de muchos de ellos, su utilidad real se mezcla en un todo de forma íntima con la proliferación de afirmaciones falsas, cuando no contradictorias (los políticos son verdaderos especialistas en afirmar una cosa y la contraria), amalgama absolutamente pesada e indigesta para una mente mínimamente estructurada. Esto es lo que me perturba. Ruido, mucho ruido, el cual provoca como reacción un aumento notable del ruido «interior», el cual perturba el propio proceso mental. Y esto sí que es malo.

Antídotos
Para aumentar la calidad de la información es preciso reducir el ruido. Este es un principio básico de ingeniería radioeléctrica. Existe un parámetro que lo expresa muy bien: la «relación señal/ruido», siendo la señal los datos transmitidos (recordemos que los datos se convierten en información en la medida que tengan algún significado para el receptor). Pero no existe ningún antídoto universal, ningún bálsamo de Fierabrás. A nivel general, creo suficientemente eficaz llegar al simple convencimiento de que, en la mayoría de casos, pretenden tomarnos el pelo. Esto hará florecer en nuestro interior un saludable escepticismo cuyo balance será siempre positivo. Si tratamos de medios de comunicación o información política, puede ser beneficioso diversificar las fuentes, a fin y efecto de procesarlas -escépticamente- como un todo y extraer la media. Siempre estaremos más próximos a la verdad que con fuente única. En el otro extremo, tampoco conviene leer, por ejemplo, las contraindicaciones de las aspirinas. Esto último puede ser absolutamente dañino, pues seguirás con -o aumentará tu- mal de cabeza. En cualquier caso, está absolutamente contraindicado el aislamiento total -no TV, no radio, no teléfono, no internet, no...-, por ser peor el remedio que la enfermedad. No se trata de conseguir el silencio de los cementerios. Debemos aprender a convivir con el ruido, con la perturbación y, consecuentemente, con una deficiente calidad de vida.

Ruido y ética
Hasta aquí hemos abordado el tema como meros sujetos pasivos, como espectadores de una pésima obra de teatro, pero no debemos olvidar que también somos actores y que, en mayor o menor medida, somos contribuyentes netos a la ceremonia de la confusión representada por el ruido universal. Dado que el blog tiene como propósito general el fomentar la Calidad y la Excelencia en el ámbito de la Ética personal, parece indicado minimizar el ruido que, inevitablemente, aportamos. Esto aumentará la Calidad. Para ello, será suficiente con intentar comunicarnos con rigor, sin engaños, alardes ni pavoneos, siguiendo el sabio consejo de Wittgenstein: "De lo que no se puede hablar, mejor callar". Y si lo pensamos bien, tenemos mucho de lo que no podemos hablar, porque no sabemos lo suficiente. En este caso, mejor escuchar, aunque sea ruido.  

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