Una vez establecida y aceptada (1) nuestra función en la vida, patentizada en los compromisos externos (qué hacer) e internos (cómo hacer), nos encontramos ante toda una colección de actividades ordinarias y extraordinarias que deben ejecutarse para dar satisfacción a nuestro entorno y, cómo no, a nuestra persona.
En mi opinión, nuestra existencia queda evidenciada por los efectos causados por nuestras acciones. Por lo tanto, “quien no hace nada, no existe”. De hecho, para hablar con propiedad (en filosofía, los términos todo o nada, así como las afirmaciones o negaciones absolutas no se sostienen) deberíamos matizar: “en el improbable supuesto de que existiese alguien que no ejecutase ninguna acción, nadie se apercibiría de su existencia”(2).
Dada la obviedad de nuestra existencia (en mi caso, como mínimo manifestada por la escritura de esta entrada, la cual espero que lea alguien) resulta indudable que estamos constantemente ejecutando actividades, cuyos efectos sobre nuestro entorno y sobre nuestra persona son los que dan sentido al Yo.
No voy a entrar en las profundas disquisiciones a que nos llevaría analizar en profundidad el significado del concepto, fundamentalmente por mi ignorancia en el tema, en absoluto paliada por el conocimiento superficial de las distintas corrientes de pensamiento que le han dedicado atención en la historia de la filosofía. Pero voy a exponer mi particular punto de vista que, con toda seguridad, será juzgado de simplificación extrema.
Yo, mi líder, cómodo |
Pienso también que el equilibrio, la Excelencia del Yo reside en la adecuación del bucle recursivo Yo -> Actos -> Efectos -> Percepción -> Yo a los compromisos internos y externos adquiridos conscientemente y que definen nuestra función en la vida. En este ciclo recursivo permanente, resulta lógico que la percepción de los efectos de actos inadecuados (3) puede afectar, incluso desestabilizar, al Yo más pintado.
Ni que decir tiene, que una gestión adecuada (incluso defensiva) del Yo incluye la adaptación permanente de nuestros compromisos a la realidad de nuestro entorno. Esto no debe ser tomado como un planteamiento cómodo o posibilista. Es un planteamiento realista, situado en los antípodas de dogmatismos y fundamentalismos. Adaptación al medio y las antenas (nuestros sentidos) siempre atentas a los cambios que, inevitablemente, se producen. A título de ejemplo: de nada sirve seguir llevando a nuestro hijo a la escuela de tenis (se supone que en su día, le proporcionaba satisfacción) si ya no le satisface y no nos hemos dado cuenta de ello. Peor todavía es insistir en ello a sabiendas, con la peregrina justificación de que el pobre todavía no sabe lo que le conviene. Con el paso del tiempo nuestro Yo (y el de nuestro hijo) se verá afectado por sentimientos tales como la incomprensión, el desagradecimiento y muchos más. Ejemplos de este fundamentalismo o autismo los podemos ver constantemente en cualquier ámbito (personal, empresarial o político).
Quiero hacer también una reflexión sobre el desprestigio del Yo en determinados foros o ámbitos. Se argumenta que la conciencia del Yo es egoísta e insolidaria. Incluso se le atribuye el origen de todos los males que asolan a la humanidad. A esto únicamente argumentaré que no es el mismo Yo el de Hitler que el de Gandhi. Leamos atentamente la frase al pie y creo que sobran más palabras. Un ejemplo de Yo y de líder. De la humanidad, pero empezado por sí mismo. ¿Era Gandhi un egoísta?
Por lo tanto, el Yo debe ser gestionado adecuadamente. Sin olvidar que el término gestión incluye mejora. ¿Por quién? Por nosotros mismos. Yo debo ser mi propio líder. Controlar mis actos, procurar que respondan a mis compromisos (que deberían ser coherentes con mis convicciones). En resumen: mantener el Yo estable; asegurar la propia identidad.
"He tomado sobre mis espaldas el monopolio de mejorar sólo a una persona, y esa persona soy yo mismo, y sé cuán difícil es conseguirlo" (Mahatma Gandhi)
1 – Este punto es de importancia capital. Implica el reconocimiento de nuestras capacidades y limitaciones con el objeto de descartar estados crónicos de frustración e insatisfacción.
2 – A pesar de todo, prefiero la primera afirmación. No hay forma de evitar la aparición de términos como “nadie” o “ninguna”. A pesar de la incongruencia lógica que representa la doble negación: “no hacer nada” es hacer algo. Deberíamos decir “hacer nada”. A pesar de ello, mantenemos la construcción gramatical al uso.
3 – Nos referimos a la adecuación a los compromisos vigentes en cada momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario