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lunes, 4 de junio de 2012

¿Tenemos clientes?

Una de las frases más tópicas en la Excelencia empresarial es “hacer las cosas bien a la primera”. Cuando la escuché por primera vez, probablemente en los años 70, no le dí más sentido que el literal, aunque ya entonces me pareció una expresión basada en el sentido común (1). Más o menos por la misma época, tomé contacto con el concepto “cero defectos”, el cual, obviamente, es consecuencia de la tópica frase anterior. Ya por entonces (todavía no habían despertado mis inquietudes filosóficas), empecé a considerar el “cero defectos” como un desiderátum: algo inalcanzable. Esto no significaba una descalificación, sino más bien un realismo que, ya entonces, empezó a chocar con los gurús de la Excelencia, los cuales defendían el concepto con un “trascendentalidad” digna del mejor filosófo. De hecho, creían en él y le atribuían, como al bálsamo de Fierabrás, todas las virtudes. A pesar de ello, siempre he procurado mantenerme lo más próximo a ambos tópicos, pero sin fundamentalismos: no siempre se puede “hacer las cosas bien a la primera” ni es posible conseguir los famosos “cero defectos”.

Viene todo esto a cuento porque ahora, con la perspectiva de la experiencia, creo que, como tantos otros, estos tópicos no lo son tanto y son perfectamente extrapolables a nuestra vida personal. Reflexionemos juntos:

En la entrada del blog empresarial “Valor versus Coste” proponemos la frase “quien no hace nada, no existe”(2), frase que aquí, en el ámbito personal, retomamos por su aplicación directa y natural. Por lo tanto, dado que existimos, hacemos cosas. Pero… ¿qué cosas hacemos?, ¿todas las cosas que hacemos son importantes? ¿todas deben ser hechas bien a la primera?

También hemos dicho que la percepción que tienen “los otros” de nosotros la tienen a través del efecto de nuestros actos, nuestras funciones, las cuales son, ni más ni menos, su causa, las cosas que hacemos.

También sabemos “Que hacer, Cómo hacer”, por lo tanto, creo llegado el momento de ponerle cara y ojos a “los otros”. Es decir, a los que disfrutarán de nuestros tópicos “hacer las cosas bien a la primera”, con “cero defectos”.

En línea con la definición “oficial”(3), llamamos cliente a la “persona que recibe un producto”. Por lo tanto, nuestros clientes son las personas u organizaciones que forman nuestro "entorno próximo y lejano", los que son objeto de nuestros compromisos, adquiridos racional y voluntariamente. El producto que les proporcionamos son nuestros actos. Éstos son nuestros clientes. Los de nuestra Empresa, Los de nuestra Vida. Procuremos entonces hacer las cosas bien y sin defectos.

Pero no debemos creer que con esto ya esté todo hecho. Falta lo más importante: preocuparnos de que los efectos de nuestros actos sean los esperados, tanto por nosotros como por nuestros clientes. Esto implica extremar la atención sobre estos efectos. Si no conocemos estos efectos, no podremos tomar acciones para corregir los “defectos” que, a pesar de ser ejecutados con la mejor de las intenciones, acompañan a todo acto humano.

Esta preocupación y el compromiso de corregir errores son característicos de la Calidad y la Excelencia y, ambos, deben ser incorporados a nuestra Ética personal. Nuestros clientes son lo más importante. Podría decirse que son todo lo que tenemos. Cuidémoslos.

“Los clientes no esperan que seas perfecto. Lo que esperan es que arregles las cosas cuando se complican” (Donald Porter)

(1) No lo puedo evitar: el menos común de los sentidos (aunque esto no sea un tópico, sino una verdad como un templo).
(2) Basada en “Pienso luego existo”. Pensar ya es hacer algo.
(3) ISO 9000: 2005, 3.3.5

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