Si visita este blog por PRIMERA VEZ, le recomendamos leer EN PRIMER LUGAR Empezando por el principio.


lunes, 25 de febrero de 2013

Los Destructores

El artefacto que representa de forma perfecta el tema de hoy es su homónimo naval: creado para destruir. Por descontado, un destructor sirve para más cosas, pero todas ellas son efectos colaterales derivados de su función principal, que es «destruir».  Nos vamos a referir a los destructores humanos, bautizados por la industria cinematográfica como «Terminators».

Destructor en acción.
Siguiendo con el bosquejo de su perfil, diríamos que se trata de personas que disfrutarían manejando una bola de demolición, una herramienta que de forma legal, incluso remunerada, reduce a escombros el objeto de su atención. Aunque lo más frecuente es que se trate de simples aficionados que practican la destrucción en sus ratos libres de forma totalmente desinteresada y altruista, excepción hecha de la enorme satisfacción que les reporta y del aumento de su autoestima.

Dediquemos ahora la atención al objeto de sus preocupaciones, el cual no es físico sino intelectual. Se dedican a destruir ideas, normalmente vertidas en formato físico (literatura o arte), aunque también actúan en formato verbal. En una aproximación un tanto simplista, los podríamos catalogar como practicantes de la crítica «destructiva», disfrazada normalmente de «sinceridad» valiente e independiente. Además, les caracteriza una actitud reservada que les lleva a aparecer solo cuando detectan oportunidad de "hacer sangre". Es decir, cuando creen que su crítica hará especial daño al criticado. Esto se debe a una especial sensibilidad para sentir la satisfacción ajena, la cual les provoca unas molestias insoportables que sólo pueden ser mitigadas con la destrucción de la idea responsable y el correspondiente bajón mental del criticado. Ni que decir tiene que prefieren el combate corto, es decir, el que les permite «vivir» en directo la reacción a su deposición intelectual. Y si esta reacción es visceral, mejor que mejor.

Podrá argumentarse que a nadie le gusta la crítica y que es humano tildar de energúmenos a los que nos critican, pero vamos a intentar rebatir este argumento. El factor diferenciador es el mensaje -en el caso que exista-  que subyace en la propia crítica. Consideramos como mensaje, algo (sea idea, propuesta o reflexión) que represente una alternativa a lo destruido. Si no existe mensaje, si no nos queda más que cascotes o tierra calcinada, nos encontramos ante un destructor de tomo y lomo. Y resulta legítimo tomar medidas correctivas y preventivas frente al mismo. En cambio, no es de recibo el rechazar críticas «constructivas», críticas que propongan alternativas o puntos de vista divergentes, de cuyo análisis, a pesar de hipotéticos desacuerdos, no pueden desprenderse más que ventajas y enriquecimiento del conocimiento.

Ignoro si la condición de «destructor» es genética, hereditaria o adquirida. Lo que si puedo asegurar, tras una ya larga experiencia, es que su aparición no es dependiente de la edad y que, una vez aparecida, no solo no se pierde sino que se acentúa. Ilustraré el tema con una situación real -no sé si calificarla de anécdota- que me marcó y representó mi primer contacto profesional con un destructor "pata negra".
Yo era un imberbe ingeniero sin demasiada experiencia que acababa de ser empleado en una venerable empresa familiar como "adjunto a dirección industrial" con la expectativa de sustituir al venerable director industrial próximo a la jubilación. La reiteración del término "venerable" es del todo premeditada. Las instalaciones, la dirección general (la propiedad) y la dirección industrial eran provectas y venerables, hasta el punto de llamar a gritos una renovación, aconsejable además por una larga crisis empresarial que empezaba también a ser venerable (hablamos de tiempos felices donde no se sabía lo que era una crisis económica o de mercado). Uno de los problemas más importantes era que se desconocían las existencias en el almacén (hay que decir que se trataba de un almacén con más de 10.000 referencias) lo que provocaba un desbarajuste tanto en la producción interna como en las entregas a clientes. Me propuse resolverlo y apliqué unos elementales criterios basados en Pareto (regla 80/20) y en una clasificación ABC, determinando una tabla de muestreo que, con un nivel de confianza del 95%, redujese el tiempo de recuento físico y mejorase de forma determinante la fiabilidad de las existencias. Finalizado el trabajo, salí de mi despacho con el listado actualizado bajo el brazo y me encontré en el pasillo -oscuro, como casi todo en la empresa- con el provecto director industrial -quien, digámoslo ya, había asistido impávido al deterioro de la situación del almacén- y me apresuré a manifestar mi alegría mostrándole el resultado de mis esfuerzos y los del personal de almacén que se había apuntado con entusiasmo a la tarea. Al momento el pasillo empezó a iluminarse con un resplandor amarillento y cadavérico que emanaba de una especie de aura que flotaba en torno al destructor, quien, tras buscar una referencia determinada de entre los cientos de hojas del listado, la apuntó y sonriendo aviesamente sentenció: "esto está mal". Estas fueron las únicas palabras pronunciadas. Acto seguido, me devolvió el objeto destruido y, convencido de su triunfo, prosiguió imperturbable su camino.
Este ha sido para mí, el paradigma de un «destructor». Desde entonces, y ya ha llovido, he experimentado en innumerables ocasiones experiencias semejantes, tanto en la vida profesional como en el resto de ámbitos, en especial en las redes sociales, como respuesta a iniciativas constructivas cuyo objetivo -quizá egoísta- es fomentar el diálogo y el intercambio de opiniones con objeto de aumentar el conocimiento (y vaya si se aumenta). En estos ámbitos, los destructores se caracterizan también por frases lapidarias (yo las califico de deposiciones) que no dejan lugar alguno a la controversia, a modo de verdades absolutas e incontestables.

Creo que queda claro que no comparto este estilo de actuación, aunque a veces el contagio reactivo acecha. En cualquier caso, en un esquema ético de calidad y excelente, debe estar erradicado. En particular, creo que el mejor antídoto consiste en disfrutar de los logros de nuestros interlocutores y hacérselo saber. Esta actitud representa la mejor vacuna. Respecto a actitudes preventivas no hay nada que hacer. Están agazapados y aparecen cuando uno menos se lo espera. La parte positiva es que el destructor queda retratado de por vida. Aprendamos a convivir con ellos.

Terminamos dedicándoles un consejo:

"Cuando quedas atrapado en la destrucción, debes abrir una puerta a la creación" (Anais Nin)

sábado, 16 de febrero de 2013

Calidad y Ruido

Ruido, mucho ruido... Esta es la sensación que me rodea de un tiempo a esta parte. Pero, ahora que lo he escrito, no estoy tan seguro de que sea una sensación. No sé muy bien como calificarlo, pero "sensación" es el primer término que ha generado mi mente en el proceso pensar->escribir. Dejémoslo pues ahí. No me voy a hacer un feo a mí mismo. Aunque se me antoja que de sensación no tiene nada. Que es real y muy real. Pero para avanzar realmente en el tema, todavía quedan dudas. ¿Qué debemos entender -o, como mínimo, que entiendo yo- por ruido? Con esto nos hemos situado de nuevo en la frontera entre el pensamiento y su difícil e incierta traducción al convencionalismo del lenguaje. Mientras sólo piensas, no hay ningún problema. Formas tus imágenes mentales y te sientes de lo más cómodo. Tu mente toma todo tipo de atajos y te comprendes perfectamente -faltaría más- sin necesidad de dar explicaciones de nada ni a nadie. Incluso puedes llegar a conclusiones satisfactorias mientras te tomas un café. Pero cuando tienes que explicarte o escribir sobre ello empiezan los problemas. Y eso que escribir, a diferencia de hablar, te permite recapacitar y corregir cuanto sea necesario ¿Y cuánto es eso? ¿Cuándo un escritor queda satisfecho con lo escrito? Pero volvamos al inicio: "Tengo la sensación de estar rodeado de ruido, mucho ruido". Sigamos. Todavía debemos explicar que pinta la Calidad en todo esto.

Calidad
A los lectores de mi blog no les vendrá de nuevo: "Calidad es el grado de cumplimiento de las necesidades establecidas", lo que se puede resumir como "Calidad es eficacia". Y la Calidad, como la eficacia, es medible y se valora -en porcentaje- en una escala de 0 a 100. Dado que todas nuestras actividades tienen -o deberían tener- un propósito, resulta razonable concluir que consideramos necesario su cumplimiento -de otro modo, no nos lo hubiéramos propuesto- y que lo deseamos conseguir totalmente. Es decir, con la máxima Calidad. Éste es nuestro objetivo, el cual la realidad ya se encarga de malograr (en este momento puede ser conveniente recordar lo aburrida que sería la vida si consiguiésemos siempre todos nuestros objetivos).

Ruido
En su significado más general, entiendo el ruido como una «perturbación». El ruido «perturba». Perturba la consecución de algún propósito específico, en particular si se trata de algo sobre lo que estamos prestando atención. Si descendemos de lo general a lo particular se nos viene a la cabeza inmediatamente su vertiente acústica: el vecino de arriba arrastrando muebles o las toses en el cine. En el primer caso perturba nuestro propósito de estar tranquilo en casa y en el segundo el escuchar la película. Pero tenemos otras muchas clases de ruido: electromagnético, cultural, intelectual, ideológico, moral, informativo, etc.. Incluso existe el ruido «interior», probablemente el más difícil de neutralizar. En todos los casos, el ruido afecta a la calidad. A más ruido, menos calidad. Si el ruido impide totalmente el propósito que nos hemos fijado, ruido cien, calidad cero. Si no apreciamos ruido alguno, ruido cero, calidad cien. Por lo tanto, definiremos el ruido como la medida de la ineficacia de un proceso. Y, como no podría ser de otro modo, el ruido es subjetivo. Lo que le perturba a uno no tiene porqué perturbar a otro (por ejemplo, un concierto de heavy-metal).

Vamos al asunto
Aceptando ya que lo que tengo es una sensación -subjetiva- que me rodea y me perturba mucho, de lo que se trata ahora es de intentar transmitir al lector el género de esta perturbación, el cual, adelanto, que no tiene nada que ver (por lo menos en este momento, mientras escribo) con el vecino de arriba. El detonador de este artículo, el ruido, es la imparable avalancha de datos, vendidos con el perverso nombre de información, que resuena atronador y que perturba enormemente mi razonable propósito de enterarme realmente de lo que pasa (los datos sobre los meteoritos de ayer o el asteroide han resultado un ejemplo paradigmático).

Semáforo político (la libertad)
Esto sucede en todos los ámbitos y medios, ya sea en el de la política, en el de la información general, en Internet, en Facebook, en TV, en radio, por teléfono, en el supermercado, en las etiquetas de los alimentos y bebidas, en los prospectos de las medicinas, en los diagnósticos preventivos, etc., etc. En todos ellos, encontramos datos, muchos datos. Ruido, mucho ruido. Pero información, lo que se dice información, poca o nada.  Recordemos que la información son "datos con significado". Y sin poner en duda la veracidad de muchos de ellos, su utilidad real se mezcla en un todo de forma íntima con la proliferación de afirmaciones falsas, cuando no contradictorias (los políticos son verdaderos especialistas en afirmar una cosa y la contraria), amalgama absolutamente pesada e indigesta para una mente mínimamente estructurada. Esto es lo que me perturba. Ruido, mucho ruido, el cual provoca como reacción un aumento notable del ruido «interior», el cual perturba el propio proceso mental. Y esto sí que es malo.

Antídotos
Para aumentar la calidad de la información es preciso reducir el ruido. Este es un principio básico de ingeniería radioeléctrica. Existe un parámetro que lo expresa muy bien: la «relación señal/ruido», siendo la señal los datos transmitidos (recordemos que los datos se convierten en información en la medida que tengan algún significado para el receptor). Pero no existe ningún antídoto universal, ningún bálsamo de Fierabrás. A nivel general, creo suficientemente eficaz llegar al simple convencimiento de que, en la mayoría de casos, pretenden tomarnos el pelo. Esto hará florecer en nuestro interior un saludable escepticismo cuyo balance será siempre positivo. Si tratamos de medios de comunicación o información política, puede ser beneficioso diversificar las fuentes, a fin y efecto de procesarlas -escépticamente- como un todo y extraer la media. Siempre estaremos más próximos a la verdad que con fuente única. En el otro extremo, tampoco conviene leer, por ejemplo, las contraindicaciones de las aspirinas. Esto último puede ser absolutamente dañino, pues seguirás con -o aumentará tu- mal de cabeza. En cualquier caso, está absolutamente contraindicado el aislamiento total -no TV, no radio, no teléfono, no internet, no...-, por ser peor el remedio que la enfermedad. No se trata de conseguir el silencio de los cementerios. Debemos aprender a convivir con el ruido, con la perturbación y, consecuentemente, con una deficiente calidad de vida.

Ruido y ética
Hasta aquí hemos abordado el tema como meros sujetos pasivos, como espectadores de una pésima obra de teatro, pero no debemos olvidar que también somos actores y que, en mayor o menor medida, somos contribuyentes netos a la ceremonia de la confusión representada por el ruido universal. Dado que el blog tiene como propósito general el fomentar la Calidad y la Excelencia en el ámbito de la Ética personal, parece indicado minimizar el ruido que, inevitablemente, aportamos. Esto aumentará la Calidad. Para ello, será suficiente con intentar comunicarnos con rigor, sin engaños, alardes ni pavoneos, siguiendo el sabio consejo de Wittgenstein: "De lo que no se puede hablar, mejor callar". Y si lo pensamos bien, tenemos mucho de lo que no podemos hablar, porque no sabemos lo suficiente. En este caso, mejor escuchar, aunque sea ruido.  

domingo, 10 de febrero de 2013

La (des)Confianza

Para empezar, tenemos un título y una pantalla en blanco que se va llenando progresivamente con estas palabras. Y nada más. Debo reconocer que, a diferencia de otras ocasiones, no tengo en mi mente consciente mucho más. Supongo que la semana ha sido pródiga en acontecimientos que han interaccionado especialmente con las neuronas relacionadas con el concepto «confianza» y que esto me ha llevado a sintetizar mis conclusiones mentales en el título, con el que pretendo expresar el meollo de la cuestión: la posible complementariedad del concepto. Pero, curiosamente, no está desarrollado. Sólo tengo claro el título. El resto está ahí -de otra forma, difícilmente tendríamos título- oculto, difuminado entre neuronas y sinapsis, en una demostración de la fabulosa capacidad de la mente para la síntesis de información extensa y compleja. Empezaremos pues por lo único que tenemos: el título.

Atentos, sin obsesiones, pero atentos.
Desde que empecé a interesarme por la mecánica cuántica, he tenido que reconsiderar ideas y conceptos, para mí inamovibles, que ahora veo como prejuicios erróneos. Mi mundo aceptaba como «natural» lo continuo, aplicado, en primer lugar, a las variables fundamentales que nos relacionan con el entorno, es decir, las coordenadas espacio-temporales y, en segundo lugar, a todo lo demás. Por ejemplo, en mi pasado errado -diré que estoy hablando de casi medio siglo- denosté de forma permanente la música digital con el peregrino argumento de que hurtaba, en origen, información al oyente, olvidando la permanente y distorsionadora tarea de la percepción sensorial, presente, incluso, en la escucha de música en directo, superior, en todo caso, a la introducida por el muestreo digital. Hoy, gracias a la mecánica cuántica, sabemos que el mundo es discreto. Que la constante de Plank establece que existen límites inferiores que no se pueden rebasar y que esto es aplicable desde la energía -el cuanto- hasta las longitudes y el tiempo. Por lo tanto, la naturaleza es discreta y se compone de estados discretos, siendo la mínima -o máxima- expresión de esta discontinuidad el estado binario: sí o no, verdadero o falso (este tema ha merecido atención en la entrada "Ética cuántica, rampas y escaleras").

Quizá -especulo- que esto me haya llevado a una situación vital en la que tengo la inevitable tendencia a plantearme inicialmente las cosas de forma discreta y binaria. Esto implica pensar únicamente en los extremos, olvidando el sabio principio aristotélico de la excelencia del punto medio. Bien es verdad que, frecuentemente, tras una reflexión posterior, abandono el extremismo, pero, aún en estos casos, permanece la "cuantización". Ya no es un estado binario, sino una escala de grados, pero finita.

Entonces, el título creo que expresa, en primera aproximación, que la confianza - o la desconfianza- se tiene o no se tiene. Que da absolutamente lo mismo hablar de una cosa que de su opuesta. Y en este momento es cuando veo -pienso- con claridad que esta conclusión no desarrollada precisa justificación. A ello vamos. Ya tenemos proyecto de artículo.

Consensuemos el significado del término en el alcance del artículo. Adoptaremos la acepción del Diccionario RAE derivada de «confiar»: "Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa". Por lo tanto, diremos que la confianza es la que te faculta para «confiar» en alguien, a quien harías conocedor o depositario de cualquier cosa tuya. Por lo tanto, sólo estará en condiciones de ser sujeto de confianza quien, en nuestra opinión, lo merezca. Recíprocamente, sólo seremos merecedores de confianza si así le parece a alguien de nuestro entorno.

Ahora lo tenemos un poco más claro. Egoísticamente, nos gustaría estar rodeados de personas de confianza. Personas a las que se les pudiera «confiar» cualquier cosa (otra cosa muy distinta es que lo hagamos). Hasta aquí, nos movemos en el plano más vulgar y utilitarista del análisis: el de nuestros intereses, lógicamente humanos y absolutamente lícitos. Lo que le pedimos al entorno. Pero ¿y lo que le damos? ¿Le damos confianza? ¿Nos esforzamos en merecer su confianza? Aquí es cuando entra en juego la ética personal. Reflexionaremos sobre ello en las conclusiones. Sigamos.

La utilización en las cuestiones anteriores del verbo "dar" plantea otra de las incógnitas que intentaremos desvelar: ¿acaso la confianza puede ser objeto de mercadeo? ¿Podemos comprar y vender confianza? Creemos sinceramente que no. La confianza se regala. Se entrega gratis. Pero a quien se la merezca. Quien se la haya ganado. Ni me imagino la confianza que merece quien nos la vende. Quien nos dice que si le pagamos bien (con dinero, adulaciones, satisfacción de su ego, etc.) nos será fiel hasta... ¿cuándo?Ninguna.

Analicemos ahora si la confianza es un estado binario. ¿Podemos «confiar» sólo en algunas cosas? Evidentemente, la respuesta es subjetiva. Habrá quien responda afirmativamente. En cambio, en esto, prevalece mi tendencia extremista. Creo que no. La confianza se da cuando no existe desconfianza. Y cuando aparece la mínima traza de desconfianza, se retira. Resultaría absurdo «confiar» en parte y «desconfiar» en el resto. Por lo tanto, en mi humilde opinión, «desconfiar» es no «confiar». Sin términos medios.

Concluyendo, dedicaremos la atención a nuestra relación con la confianza. A su integración en los compromisos que conforman nuestra ética personal. Creo sinceramente que debemos asumir el compromiso de merecer confianza. Aunque no nos la otorguen. Y, por descontado, merecerla gratis. Sin exigir nada a cambio.Y esto se consigue con el ejemplo. Merecer para exigir. Veámoslo así: si le merecemos confianza a los demás, también estaremos más cómodos con nosotros mismos. Será más difícil que nos engañemos. Utilizando el concepto, «confiaremos» en nuestras fuerzas y capacidades para afrontar las dificultades. Tendremos confianza en nosotros mismos. En último término, llegado el caso, es lo único que tenemos.

NOTA: Al finalizar este escrito, me viene a la memoria el catalizador del título y del artículo: la (des)confianza en nuestros políticos. Queda abierta la pregunta: ¿la merecen?

"La confianza no se compra ni se vende: se regala. Pero hay que merecerla".

domingo, 3 de febrero de 2013

La inacción activa

"Así como el silencio puede ser estruendoso, no actuar puede ser la acción más potente". Así finalizaba, ayer mismo, mi último artículo: negándome a actuar de forma rotunda ante una solicitud concreta respecto a los líderes de la tribu. Me gustaría empezar hoy justificando brevemente el porqué de abordar este tema aquí y ahora. La explicación radica en una especie de mal sabor de boca que no me ha abandonado desde su redacción y publicación. Esta sensación de incomodidad, en principio difusa, se fue concretando al mezclarse mi "inacción", probablemente mal expresada y, consecuentemente, mal entendida, con la lamentable y aguda crisis que está sufriendo el colectivo "nacional", influenciada en mayor o menor medida, en su faceta económica, por factores externos y con la evidencia objetiva de que la enfermedad se ha extendido de forma virulenta y cancerígena -en ambos casos, autóctona- a las esferas judicial y política. Entonces, el detonante de este artículo es el deseo de que esta "inacción" quede debidamente justificada y arropada en el marco de la ética personal. Conviene también indicar que, al margen del hecho concreto y local que se aborda, el artículo pretende adoptar un enfoque de aplicación general a colectivos de características similares.

Justicia, Economía, Política
Estos tres conceptos representan la interfaz entre el individuo y la colectividad. Son las tres patas en las que se sustenta un colectivo, con independencia de su alcance. Así como los conceptos citados determinan los aspectos cualitativos que caracterizan y cohesionan el colectivo (en otras palabras, su moral), el alcance establece su dimensión cuantitativa y responde a criterios convencionales de agrupación universalmente aceptados. De menor a mayor (con sus variantes nominales), los definiremos como familia, municipio (pueblo, ciudad), supermunicipio (región, país, autonomía, cantón), estado (nación, reino, república), superestado (federación, confederación) y, con alcance universal, la Organización de las Naciones Unidas.

En todo colectivo es preciso gestionar adecuadamente los tres conceptos citados, siendo la calidad y la excelencia de esta gestión la que caracterizará el nivel de satisfacción, incluso la felicidad, de los miembros del conjunto. Continuando con la introducción del tema, nos aventuramos a establecer incluso el orden de precedencia entre ellos, que corresponde al establecido en el título, orden que justificaremos adecuadamente y que, en ningún caso, anula o atenúa la fuerte correlación entre ellos.    

Creemos que la justicia o, más bien expresado, la necesidad de administrar justicia, fue la primera en aparecer. Cuando los individuos formaron la primera colectividad, fue preciso establecer unas reglas de convivencia que mantuvieran la cohesión del grupo en orden a asegurar su supervivencia, tanto frente a problemas internos como a peligros externos. Una administración equitativa e imparcial de la justicia, tanto a nivel familiar como tribal, sería entonces el cemento que asegurase la permanencia y la estabilidad como grupo. Por lo tanto, creemos que la justicia es el bien primordial que debe primar sobre los demás. A continuación, parece lógico que un colectivo que asuma su condición de buen grado, encuentre la forma de gestionar adecuadamente los bienes personales y la contribución de la "riqueza" individual al mantenimiento de la colectividad, con lo que queda inventada la economía. Esto nos deja en último término -quizá es sintomático- a la política, a la que definiremos como un sistema creado para establecer las responsabilidades en la determinación y administración de las normas que deberían aplicarse en los ámbitos judicial y económico.  

Este escrito pretende reflexionar de forma bidireccional: por una parte, sobre la relación del individuo con la colectividad, analizando su capacidad de influenciar, incluso determinar, la calidad de los tres conceptos y, en sentido contrario, el impacto de la calidad y la excelencia de la gestión judicial, económica y política del colectivo sobre el propio individuo, conformando un sistema de bucle cerrado que gira siempre en torno al mismo. Esta circunstancia se olvida con frecuencia y es la que vamos a abordar desde la óptica de nuestra ética personal, la cual, como hemos repetido hasta la saciedad, está representada por nuestros compromisos adquiridos voluntaria y racionalmente con el entorno próximo y lejano.

¿Cómo afrontar la grave situación colectiva desde la ética personal?
Resulta evidente que la justicia, la economía y la política son conceptos que aparecen y adquieren su dimensión efectiva cuando se aplican a nivel colectivo. Los conceptos de autojusticia, autoeconomía o autopolítica son inaplicables por el hecho elemental de que gestor y gestionado son la misma persona. Podemos pues afirmar que todo empieza por la relación del individuo con el colectivo de menor dimensión, con su entorno próximo, con la familia. A nivel general, todo individuo que ostente la condición de líder debe asumir la responsabilidad de gestionar adecuadamente al colectivo sobre el que tiene influencia directa. Esto implica aplicar justicia de forma imparcial y equitativa, gestionar la economía con eficacia y conducirse de forma políticamente satisfactoria. Es en el entorno familiar, debido al reducido número de individuos, donde debería ser más fácil respetar estos principios. Pero esta facilidad teórica es engañosa ya que se ve mediatizada por el efecto rebote que presiona desde la moral del colectivo de orden superior. Esta moral colectiva, la percepción de una justicia ineficaz e "injusta", de una economía despilfarradora y de una política corruptora, corrupta, endógena y de clase, es capaz de contaminar los mejores esfuerzos y voluntades a nivel individual, transmitiéndose a los individuos la sensación de que "todo el monte es orégano" y el deseo de participar en el reparto.

No conviene olvidar que en colectivos de orden superior, justicia, economía y política se gestionan también por personas, por individuos que, si aplicasen los mismos principios que deberían aplicar a nivel familiar, no se comportarían de forma despótica, no se gastarían más de lo que tienen ni antepondrian su interés personal al de su propia familia. Y si lo hicieran, darían la justa medida de su mezquindad, justificando la deplorable situación en la que nos encontramos.

Por lo tanto, todo se reduce al individuo. El mismo individuo que se queja violentamente y sale a la calle cuando ve recortadas sus prebendas, las cuales, en muchos casos le han sido dadas por los individuos que, formalmente, le representan, en un intento nada camuflado de asegurar su permanencia en el gratificante puesto. Es necesario resaltar que a nadie le amarga un dulce y que los ahora indignados no protestaban en absoluto cuando los individuos ahora criticados les ponían al lado de casa un aeropuerto, un hospital, una autopista con salida privada o un AVE con apeadero. De hecho, respondían a estas iniciativas con los adecuados votos a estos eficaces y eficientes gestores, repartidores de caramelos. Aunque esta situación, aún siendo mala, sería digerible si a esta ineficacia e ineficiencia no se sumara una sensación de corrupción generalizada no aclarada de forma mínimamente creíble, azuzada por intereses bastardos cuya única motivación, disfrazada de indignación legítima, es "darle la vuelta a la tortilla". La pata de la justicia, formada también por individuos, juega también su papel de tortuga agotando la paciencia de quien todavía mantiene una cierta confianza en su teórica imparcialidad, independencia y equidad.

Las causas
De la pata política ya hemos hablado, aunque añadiremos que la imagen que proyecta es que no se siente responsable respecto a los electores, sino al sub-colectivo al que pertenece, que es el que realmente le nombra al incluirlo en las listas electorales. Esta es la causa principal y sólo la eliminación de la causa podrá evitar la repetición del problema. Esta es la base, el ABC de la mejora de la calidad. Cambio de ley electoral, listas abiertas, circunscripciones de electores y responsabilidad ante ellos. Si no es así, tendremos más de lo mismo: un sistema cerrado que se autoalimenta en su ineficacia, ineficiencia y servicio a intereses bastardos y perversos.

Las acciones
Me molesta leer que ha llegado el momento de pasar a la acción, que debemos salir a la calle, que los filósofos, intelectuales y pensadores deben tomar partido por exigir la dimisión, por acabar con la corrupción, por... Pues no estoy de acuerdo. Y no acepto acusaciones de pasotismo. La primera acción individual es dar ejemplo permanente al entorno con una conducta ejemplar. A continuación, hay que evitar contribuir a la algarabía, a la confusión, al aumento del deterioro de la convivencia, al alboroto del gallinero, a las manifestaciones manipuladas por intereses bastardos. En lugar de solicitar dimisiones y nuevas elecciones que no harían otra cosa que perpetuar el sistema, me gustaría que individuos racionales, inteligentes, independientes y no contaminados propugnasen un verdadero cambio de paradigma. Que, en lugar de solicitar dimisiones, hablasen de los medios sesgados y apesebrados. De la utilización selectiva de filtraciones. De la falta de análisis independientes e inteligentes. De la presencia pasiva de los periodistas a lecturas de comunicados sin permitirles formular preguntas. De atriles tras los que se escudan políticos de mirada altiva dirigiéndose a públicos cautivos. De ser acusados de no comprender a los gestores. De individuos que ingresan desde bebés en la versión actual (siglo XXI) del Frente de Juventudes y medran en sus organizaciones hasta alcanzar su límite de incompetencia. De individuos sentados en una cámara con su libertad de opinión y de voto anulada, que les lleva a obedecer en las votaciones a signos del portavoz como marionetas de guiñol. De individuos que no representan ni se sienten responsables ante los individuos teóricamente representados. De... ¿Dimisión? ¿Para qué?

La inacción
El sentido común nos lleva a no ser cómplices de tamaña patraña. Por lo tanto, defiendo como posición ética personal, ante unas elecciones, no votar. Y así lo he venido haciendo de un tiempo a esta parte. Y lo dice quien ha vivido la dictadura, quien ha corrido delante de los caballos, quien ha visitado amistades detenidas -todo esto en los tiempos del Frente de Juventudes auténtico- y quien había depositado en el sistema todas sus esperanzas y expectativas. Por lo tanto, defiendo la inacción para que todo cambie. Que nadie vote a nadie. Colegios vacíos todo el día. Quiero oir esto a los individuos racionales a los que me refería anteriormente. A los intelectuales, filósofos y pensadores que exigen dimisiones. Que den ejemplo a su entorno con su conducta ejemplar y que, llegado el caso de votar, que no voten. Que llamen a no votar. Y después, que no hagan nada. Que no escriban. Que no hablen. Que ni siquiera reflexionen. Silencio, indiferencia, estatismo, ausencia de movimiento, parálisis, encefalograma plano. Quizá entonces, el colectivo se aplique un tratamiento de choque, una reacción de los individuos no contaminados, quizá desde dentro de los propios partidos. ¿Una segunda transición? Y vuelta a empezar el ciclo. Con la herencia encontrada, no será fácil. Se trata de la regeneración de toda una sociedad. De la mayoría de los individuos que la componen. De una nueva moral, basada en una nueva gestión judicial, económica y política. A fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de ética personal. Al individuo y al reconocimiento de su responsabilidad en todo lo que sucede al colectivo. Me permitirán que sea escéptico. Y que, mientras tanto, ni vote ni solicite dimisiones.

"Por eso vivo según la naturaleza si me entrego a ella por completo, si soy su admirador y venerador. Y la naturaleza ha querido que yo haga las dos cosas: actuar y entregarme a la contemplación. Hago las dos cosas, puesto que tampoco la contemplación existe sin acción".
(Lucio Anneo Séneca)

NOTA: Es importante destacar que nos hemos dirigido exclusivamente a colectivos cuyo sistema político puede calificarse de "democrático", en la más amplia acepción del término. Es decir, que participen mediante voto en la elección de sus representantes, a los que se les delega la gestión colectiva de sus intereses. Y que esta recomendación de "inacción activa" la consideramos de aplicación general a estos colectivos ante situaciones tan extremas como la comentada. Lo cual no impide que también la consideremos utópica, pero defendible.

sábado, 2 de febrero de 2013

Beatles, Facebook y derecho a decidir

Este título podrá parecer un tanto incongruente, pero intentaremos darle un sentido. Se ha gestado casi por generación espontánea, aunque, una vez materializado en la mente, me he resistido a cambiarlo. Nace fundamentalmente por la coincidencia de varias circunstancias: La principal es la combinación de encontrarnos en sábado, con más tiempo libre del que dispongo habitualmente (que es bastante), y una más que preocupante carencia de inspiración. A esto se le añade la conveniencia de mantener vivo el blog, el aniversario del concierto en la azotea de los Beatles, una cierta efervescencia en la tribu cuyas causas aclararemos más adelante y como catalizador, la inopinada aparición en mi muro de Facebook de una publicación a la que me referiré también en su momento.
No representa ninguna novedad mi posición actual respecto a Facebook, expresada en varias ocasiones en este blog. Esta posición es el resultado de la maduración sufrida desde mi acceso a este medio hace once meses. A modo de simple resumen, diré que he reducido drásticamente las publicaciones en mi "biografía" (vaya con el nombrecito), he decidido no aumentar mi catálogo de "amistades" (aunque no rechazo las solicitudes) y mantengo actividad en una página donde publico "lo que a mi me gusta", a la que accede quien quiere, tras la pulsación voluntaria del "me gusta" que tiene como consecuencia, también discrecional, el hacer aparecer mis publicaciones en su sección de "últimas noticias".

En cierto modo, por terminar con la introducción, podríamos decir que este artículo forma una trilogía con los dos anteriores. Ahora, intentemos poner un poco de orden en todo este batiburrillo. La reciente efeméride "beatleniana" me hizo aflorar a la mente los motivos del cese de sus conciertos en directo. No recuerdo la fuente, pero, al parecer, estaban hartos (creo que acababan de volver de su gira americana) del permanente e histérico griterío que, además de impedir oir el concierto a los propios energúmenos que habían pagado la entrada, ¡¡¡impedía que se oyeran ellos mismos!!! Llega aquí la conexión con el gregarismo innato del que hablábamos en "De la Tribu al Cosmos". Les comprendo. Viví todo aquello en primera persona y entonces -como ahora- pensaba lo mismo. Consecuentemente, no asistí a sus conciertos en España. Me maravillaba -y me maravilla- visionar conciertos en el Royal Albert Hall, en el Palau de la Música o en el Liceo donde el público asiste en silencio al concierto y se explaya cuando corresponde. Ahora, desde la perspectiva que ofrece el paso el tiempo, estoy absolutamente seguro que, al igual que me hubiese producido un sarpullido encontrarme rodeado de esa multitud aullante, hoy, de ser joven, tampoco me hubiese acercado al Madrid Arena en Halloween o a botellódromo alguno. Y nadie me podrá acusar de no ser un "fanático" de los Beatles. Lo que sucede es que me repele el gregarismo inconsciente, la comunión y fusión emotiva e irracional de la identidad personal con una identidad colectiva sea de la índole que sea. Esto se traduce en la práctica en un sentimiento refractario a todo signo identitario. Me causan indiferencia, cuando no rechazo, los toros bravos, el chotis, la jota, la sardana, la barretina, las banderas, las camisetas del Barça, etc. así como cualquier otro signo que tenga como objetivo la exacerbación de los sentimientos primarios de la especie: la pertenencia a la tribu. Creo que me podría definir como un "Nowhere Man", o, mejor aún, como un "Anywhere Man".

Analicemos ahora la relación existente entre el gregarismo y el "derecho a decidir", expresión que destaco por la omnipresencia de la misma en los medios y en el discurso de determinados líderes políticos. Evidentemente, la inmersión y la correspondiente identificación con el grupo es siempre voluntaria, producto de una decisión, la cual puede ser racional o irracional. Ni que decir tiene que (ignoro si la causa es genética o adquirida) siempre he intentado tomar decisiones basadas en hechos, apoyados, razonablemente, en evidencias objetivas. Para ello, he adoptado algunas medidas tendentes a minimizar la incertidumbre y subjetividad inherente a la realidad percibida. Por ejemplo, leo habitualmente dos periódicos (ocasionamente tres) de tendencias distintas, tendencias determinadas por el apesebramiento actual (los favorables al poder establecido) o futuro (los que tienen expectativas de retornar a la situación anterior, tras la oportuna "vuelta a la tortilla"). Si esto se complementa con la atención a los "informativos" de varias cadenas se puede estar razonablemente en condiciones de tomar decisiones mínimamente racionales. Ni que decir tiene que comprendo y lamento el sesgo y la indefensión de quien sólo lee un periódico (o ninguno) y sólo ve una cadena de TV. El Gran Hermano de Orwell.

Al igual que -por lo menos, todavía- el pensamiento es libre, y que para decidir es necesario pensar, el derecho a decidir también es innato y libre y no es necesario que venga ningún iluminado a defenderlo por nosotros. Toda nuestra vida ha estado trufada de decisiones mejores o peores consecuencia del devenir natural, en las que hemos ejercido nuestro derecho sin limitaciones. El problema aparece cuando te enfrentas, involuntariamente, a la exigencia ineludible de una respuesta binaria del tipo "estás conmigo o estás contra mí". Si además, tienes una pistola en la sien, la cosa llega a su estadio máximo. Siempre me ha fascinado el éxito y la atención dispensada en Facebook a la frase "más vale morir de pie que vivir de rodillas". Me gustaría conocer la decisión que tomarían ante una tesitura real muchos de los ardientes defensores de esta ética ejemplar.

Por lo tanto, el problema real es que te pongan en la tesitura de decidir. Mi padre, actor y sufridor de la lamentable guerra civil, siempre me apercibía del enorme peligro de convertir el derecho a decidir en una obligación, deseando que nunca me tuviese de enfrentar a situaciones de este tipo. Mientras no te preguntan, vives tu vida y tomas decisiones continuamente, pero cuando suena la puerta, abres y te encuentras con un señor que te pregunta si quieres cambiar de suministrador de gas, todo cambia. Invaden tu intimidad. Imaginemos si se trata de una cuestión más espinosa como, por ejemplo, la independencia.

Siempre me ha sorprendido que, por ejemplo, cuando iba a comprar un coche, lo conocía yo más que el vendedor y que cuando suena el teléfono y me pretenden vender un acceso mágico a Internet, le puedo dar lecciones al pobre interlocutor. Por lo tanto, quien está -o intenta estar- bien informado, está en mejores condiciones de tomar decisiones, o de formarse una opinión, sin necesidad de estímulos externos, decisión u opinión que hará valer cuando a él mismo le interese, no cuando le interese a quien formule la pregunta.

Llegamos ahora al catalizador de este artículo y, con esto, acabaremos. Siguiendo con mi filtrado diario de la apabullante avalancha de datos vomitados por los medios de comunicación con objeto de convertirlos en información procesable, al entrar en Facebook encuentro en "mi" biografía una publicación cuyo único objetivo (el de la publicación, no el que persigue quien la ha puesto) es propiciar la adhesión a la petición de "dimisión de la cúpula del PP", donde se aprecian dos "tags" que rezan "lospapelesdeBárcenas" y "quesevayantodos". Para los lectores no locales aclararemos que nuestro gallinero está temporalmente alborotado por unos papeles publicados en un medio (tendencia "a ver si cambia la tortilla") donde se afirma que determinados miembros del partido en el poder (PP) cobraban una soldada oculta. En primer lugar mostraré mi perplejidad por el primer y tercer mensaje (el segundo es meramente descriptivo): Dimisión... ¿y luego qué?; Cúpula... ¿quienes son esos?; Que se vayan todos... ¿todos? En segundo lugar especularé sobre los motivos que han llevado a un "amigo" a colgar en "mi" muro (sigo prefiriendo este término a "biografía") esta extraña publicación. ¿Quizá supone que no estoy enterado del alboroto del gallinero? ¿Es proselitismo para la causa? ¿Quiere que ejerza mi derecho a decidir? ¿Como sabe si soy o no del PP? ¿Lo sabe o no le importa? Porque, según la respuesta a estas cuestiones el propósito sería diametralmente opuesto.

Concluyamos. Esta publicación aparecida en "mi" muro, al igual que muchas semejantes, inunda Facebook. Nadie puede eludir su conocimiento, al igual que, desafortunadamente, nadie puede eludir la frecuente aparición en "últimas noticias" de atentados al buen gusto y a la sensibilidad y creencias de los sufridores lectores. He visto colgado por sus partes al presidente del gobierno, insultos y fotos vejatorias de personalidades políticas, así como violencia verbal y gráfica de género, en una clara demostración de la tolerancia asimétrica y de la (relativa) impunidad tan en boga en Facebook. También referencias ofensivas textuales y gráficas a la máxima autoridad de la Iglesia católica, o a la religión en general, que contrastan con la ausencia de referencias explícitas a la otra religión mayoritaria, la musulmana. Por descontado, nada que objetar a poner en valor el ateísmo, el agnosticismo o el escepticismo político (del que me declaro militante), pero todo que objetar a personalizar críticas ofensivas que pueden herir la sensibilidad de muchos (o pocos).
Si sé que a un "amigo" le gustan las auroras boreales y encuentro una foto peculiar, la comparto en "su" muro. Si encuentro una foto relevante de Londres, la comparto con "amigos" en Londres, pero jamás compartiría una publicación con referencias específicas religiosas, políticas, raciales o sexuales. Asimilo una publicación sesgada (no genérica o amable) en "mi" muro con la llamada violenta en sábado a mi puerta. Debo ponerme las zapatillas, levantarme del sofá, abrir la puerta y encontrarme con la mirada inquisitiva de alguien que me fuerza a ejercer mi derecho a decidir. Naturalmente, puede haberle dado un infarto al vecino, pero lo normal es lo otro. Una invasión de tu intimidad.

Probablemente, todo lo escrito conforma un revoltillo infumable, pero no pienso revisarlo. El propósito era establecer un hilo conductor que tuviera aplicación en el objeto del blog: la ética personal. Mal o bien, he intentado fijar mi posición respecto a los tres componentes del título. Pero me falta exponer mi decisión, ejercer mi derecho: no pienso adherirme a la moción propuesta. Me escapo del gallinero. Punto.

"Así como el silencio puede ser estruendoso, no actuar puede ser la acción más potente"