Puede resultar paradójico que la misma persona que lamentaba y denostaba en su último escrito la indiferencia y el ninguneo, dedique la siguiente entrada a criticar su opuesto, la extremada e inacabable atención a la que te someten los individuos pertenecientes a esta nueva categoría que incluir en nuestra particular galería de tipos (1). Pero no lo es tanto. Quien es sensible a la indiferencia es naturalmente hipersensible a estos particulares elementos que también aúnan paradójicamente dos características contrapuestas: el bucle recursivo, potencialmente infinito, y el deseo irreprimible, recursivamente insatisfecho, de tener la última palabra, la que rompe el bucle, circunstancia que, mal que les pese (y les aseguro que les pesa mucho), no depende de ellos, sino de su interlocutor. Profundicemos un poco en esta peculiar y frustrante forma de vida.
Un Bucle en acción |
También resulta conveniente —y con esto termina la introducción— reiterar que el único fin perseguido por estos especímenes es, en sentido literal, tener la última palabra y que esto es lo que les lleva al frustrante bucle, en tanto su interlocutor, por el motivo que sea, no tire la toalla, lo que les provoca una desagradable sensación de “coitus interruptus” y la lacerante duda de que el verdadero “Terminator” no sea el otro. Triste existencia, sin duda.
Y a pesar de que el disparador del articulo haya sido un reciente debate (otro eufemismo) en Facebook, empezaremos por la comunicación oral, presencial o telefónica, que abordaremos apoyados con algunos ejemplos arquetípicos y una experiencia personal:
Todos recordaremos con nostalgia o resignación los debates infantiles y su recurrente “y tú más”, bucle inacabable adoptado de forma generalizada por la clase política, exacerbado si cabe en campaña electoral, tan dilatado en el tiempo que parece una neverending story, también sin principio, donde el “Terminator” resulta inidentificable. Otro ejemplo paradigmático lo encontramos en la pareja de enamorados (supongo) y la persistente cadena de “cuelga tú” que termina (supongo también) cuando el precio de la llamada empieza a resultar preocupante, lo que introduce un elemento terrenal y prosaico en una conversación de tan alto nivel espiritual. Por último citaré una reciente conversación telefónica personal con un vendedor de servicios telefónicos en la que tras varios intentos razonados y bien educados de manifestarle mi desinterés por su oferta, le exhorté a colgar, trámite en el que mantuve fuerte y que conseguí tras no menos de diez minutos de tira y afloja, con lo que, tras mantener la última palabra, me autoiumpuse con gran satisfacción el título oficial de “Terminator” del día.
Abandonemos ahora la calidez del contacto oral (3) y abordemos al debate virtual, el cual presenta alguna característica diferenciadora. En primer lugar, el factor de tipo siempre se carga más sobre uno de los interlocutores, al que definiremos como “ofensivo”, en contraposición de su víctima, que normalmente adopta una posición más defensiva y termina abandonando. Éste es el papel en el que más frecuentemente me he encontrado.
El perfil del individuo es un tanto retorcido y normalmente se oculta bajo un disfraz de tolerancia y equidad, a la espera que entres en su juego, cometas un desliz, incluso dándole la razón, para poner en tu boca palabras no escritas y empezar un bucle recursivo formado por su parte por humo y más humo y por la de la víctima (en este caso, yo) por llamadas a la razón, cada vez más tímidas y desenfocadas, a medida que el debate se aleja tanto de sus planteamientos iniciales que se vuelve irreconocible. En este momento, el tipo se encuentra en su salsa y escribas lo que escribas, aparece irremisiblemente su deposición (4), todo ello agravado por la latencia implícita del medio, sea técnica (mientras escribes tu defensa, él ya ha efectuado más deposiciones y ya no sabes qué es lo que estás respondiendo) o forzada (por ejemplo, se ha ido a tomar un café, a hacer una deposición orgánica o simplemente espera de forma taimada a que te suicides virtualmente). Por descontado, el desenlace racional es abandonar, justo cuando has cebado su interés.
¿Existe Calidad en la actitud de este tipo? Pues puede ser. En la medida que la Calidad es el grado de cumplimiento de los requisitos, tendrá más o menos Calidad según se ajuste a su ética (sus compromisos consigo mismo). Es decir, si esta actitud, realizada conscientemente, responde a sus principios y satisface sus expectativas, nos encontramos con un “Terminator” de alta Calidad. Si únicamente aparece de forma esporádica, instintiva y reactiva, su Calidad será baja.
¿Puede su actitud ser excelente? Pues aquí tengo mis dudas. La Excelencia se define como una categoría superior de la Calidad. Representa, por tanto, un escalado, donde la eficacia cede protagonismo frente a la eficiencia, y me resulta difícil encontrar eficiencia en un “Terminator”, más allá de que consiga cabrear a sus víctimas en microsegundos, algo posible pero verdaderamente difícil de imaginar.
Por último, un ejercicio de autocrítica: ¿mi ética incluye algo de “Terminator”? No soy consciente, aunque reconozco que en ocasiones puedo comportarme como tal, aunque de Calidad muy baja. En cualquier caso, esto no lo tengo que juzgar yo.
NOTAS:
- Quisiera puntualizar que el propio hecho de identificarlos lleva implícito el reconocimiento de que en mayor o menor grado, todos tenemos algo de ellos, incluido, por descontado, el autor, y que no existe mayor antídoto para el yoísmo que la autocrítica y tomársela (la propia y la ajena) con deportividad.
- Twitter no parece del agrado de la especie y WhatsApp y su universo de emoticones merece entrada propia.
- Olvídense de toda connotación sexual, también propensa a Bucles (malos por su eternización) y “Terminators” (un tanto más gratificantes).
- Tómenselo en el sentido que quieran, incluso en el de cagada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario