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sábado, 8 de febrero de 2014

(no)Romper la Baraja

«Romper la baraja es fácil, pero te quedas sin cartas».

Esta atracción mía por la síntesis y la metáfora me provoca sensaciones encontradas. Normalmente, acostumbro a resaltar y registrar físicamente todos los aforismos o declaraciones sucintas, ingeniosas o irónicas con las que me encuentro en mis lecturas, siempre que ostenten la virtud –evidentemente, subjetiva– de encapsular principios de mayor calado que espoleen el análisis y la reflexión. Y en este caso, en el de frases cortas de producción ajena, no existe mayor problema. Quedan archivadas físicamente –libretita o ".doc"– a la espera de su utilización o desarrollo, el cual, en la mayoría de casos, no llega nunca. Pero han cumplido su función: por el mero hecho de copiarlas, en algún lugar del cerebro permanece su recuerdo, quizá inconsciente, incorporadas al acervo del conocimiento en forma de pequeñas píldoras, de las que, por su reducido tamaño, podemos suponer que caben muchas. Es una extensión del sistema de apuntes que me enseñaron de niño mis excelentes maestros de primaria y que me ha acompañado toda mi vida con muy buenos resultados: resumir, destilar y registrar. Y, probablemente, ésta es la causa de mi afición por la frase corta, por la concreción, por la expresión minimalista de los conceptos, en un reduccionismo extremo que en ocasiones roza lo obsesivo y que no siempre es aceptado ni entendido.

Pero la sensación incómoda aparece en el caso de la «producción propia». Ya he explicado en alguna ocasión, que no soy capaz de empezar un escrito, sea artículo corto o libro extenso, sin consensuar conmigo mismo el título. Me parece imposible no hacerlo así. Esta práctica no es habitual y frecuentemente me ha sido criticada con el peregrino –para mí– argumento de «empezar la casa por el tejado». Pero no se trata aquí y ahora de justificarla, mas allá de declarar que me proporciona un excelente instrumento para «ver» mentalmente el escrito antes de su materialización física. Y qué duda cabe que un buen título debe ser capaz de expresar con rigor y precisión razonable el contenido que se esconde bajo su escueta y concisa redacción (1). Con todo, este caso particular de producción propia, siendo producto de la introspección voluntaria, de la búsqueda, en ocasiones, muy trabajosa, de un resumen válido, me resulta bastante gratificante. Entonces... ¿dónde está la incomodidad? Pues en los aforismos o frases cerradas de menor calado que, frecuentemente, «aparecen» de forma súbita sin ser –aparentemente– consecuencia inmediata de proceso reflexivo alguno o de hecho material acaecido. De repente, ahí están. Y entonces, es cuando empieza el «problema».

Porque, más allá de identificar sus orígenes, su causa –algo que no me parece especialmente práctico–, lo que me interesa inmediatamente es su potencial desarrollo, es decir, lo que se encuentra encapsulado en los estrechos límites de la corta frase y, paradójicamente, a pesar de ser el autor, lo más habitual es que en esta labor me encuentre con enormes dificultades, agravadas de forma radical si la frase es metafórica, lo que abre un abanico infinito de posibilidades.

Por lo menos, que te quede ésta.
Y con esto llegamos a la frase de hoy, donde la expresión «romper la baraja», resulta metafórica donde las haya. ¿De dónde sale? Tal y como he dicho, conscientemente no tengo ni idea (2). Algo la habrá desencadenado, quizá un refrito de estas píldoras almacenadas en recónditas neuronas cuyo recuerdo ha sido reactivado por algún acontecimiento cotidiano, de los que, hay que decir, no faltan. Porque ganas, lo que se dice ganas, de «romper la baraja», incluso de tirarle las cartas a la cara de alguien, me asaltan continuamente (y no creo ser el único).

Y aquí me quedo. Aceptando que, en ocasiones, resulta inevitable, pienso que no es bueno «romper la baraja», porque «te quedas sin cartas». Comprendo que hay casos y casos, pero la actuación predeterminada debe ser no hacerlo. Evidentemente, si te queda alguna carta, si no te las han quitado todas. Porque, en este caso, ya da lo mismo, porque no hay baraja.

Por lo tanto, lo inteligente es ser capaz de detectar tus cartas y saberlas jugar (las tuyas y las de los demás). En muchas ocasiones, nos parece que ya no hay salida (que no tenemos cartas) pero estamos equivocados. Hay baraja y hay cartas. Y si las rompes, se acabó el juego.

No me parece mal principio ético. Aplicar los principios ya tratados de tolerancia, ofensa y daño, afrontar las dificultades y no sucumbir a lo fácil: romper la baraja, tirar las fichas, pegar un puñetazo (en la mesa o en otro sitio más blando), etc., etc.. La alternativa: jugar bien tus cartas y estar preparado para el abandono –pasivo o activo– del oponente.

Hoy, el tema no da más de sí. Los ejemplos, a gusto del consumidor.

Notas:
1 - Un ejemplo paradigmático lo tenemos en «La Broma Infinita», broma inconmensurable, se mire como se mire. 
2 - Personalmente, a estas frases les llamo «frases (casi) propias», con lo que quiero reconocer que su remoto e ignorado origen siempre es ajeno, porque –tómese como una licencia literaria– también pienso que, en el fondo, «todo está escrito».

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