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viernes, 19 de abril de 2013

MindBook - 28: Epílogo

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El día parecía transcurrir con una exasperante lentitud. Alma no veía el momento de regresar a casa y preparar la cena con Inquieto. El hecho de no ser pareja estable –a pesar de la satisfactoria experiencia de ayer– desaconsejaba el romántico contacto telefónico diario propio de toda pareja sentimental digna de tal nombre. Por lo tanto, no podía hacer más que armarse de paciencia y concentrarse en el trabajo. Por fin, llegó a casa, abrió el smartFreezer y, consciente de sus carencias culinarias, eligió dos sofisticados productos preparados, a punto de degustación con sólo 5 minutos de proceso –pensó que una ración de pastillas no era el mejor preludio para una noche que se prometía inolvidable–. Se acicaló para la ocasión y entró en nerviosa espera. Creía recordar que habían quedado a las nueve y el retraso ya sumaba treinta minutos, lo que resultaba inconsistente con la extremada puntualidad de la que Inquieto había hecho gala en todas sus citas. A los nervios se sumó la intranquilidad. Dudando sobre la oportunidad de su decisión, le llamó por teléfono. La intranquilidad subió varios grados al recibir por única respuesta el repetitivo y enigmático mensaje: «teléfono cancelado». Sumida en un mar de dudas, inició una sesión en MindBook. Por si estaba en casa, le mandaría un mensaje con prioridad alta –aviso con pantalla en stand-by–.

Pero no pudo. La simple selección de destinatario provocaba la aparición del escueto mensaje «Cuenta cancelada. Recepción de mensajes inhabilitada». Presa de pánico –Alma, como todo miembro de la tribu, conocía perfectamente el significado del mensaje–, abandonó el servicio de mensajes y entró en el perfil de Inquieto. Sus sospechas quedaron confirmadas. En la cabecera se mostraba una típica esquela –cuadro blanco con ribete negro– con la siguiente leyenda:
«Cuenta cancelada. Los datos públicos de perfil y biografía se mantendrán on-line durante un mes».
Y esto era todo.

Alma lamentó ahora que su único vínculo con Inquieto fuera a través de MindBook  –el teléfono móvil también era un terminal permanente del sistema– y que su relación no se extendiera a familiares o amistades comunes –ignoraba que, fallecido su padre, Inquieto era el último de la saga–, lo que le impedía conocer las causas de su desaparición. Todo lo que le quedaba era el recuerdo de sus escasas citas y de la –ahora lamentada– corta velada de ayer. Pensó que la consulta de su biografía la ayudaría a conocerle un poco más –apenas lo seguía en MindBook–. Pasó casi una hora repasando sus antiguas publicaciones y se sintió reconfortada con su recuerdo.

Mientras, en el centro de control, el inspector de turno vigilaba atentamente sus movimientos a la espera de algún desliz. El monitor indicaba nivel 7. Éste era el protocolo automático para los casos en los que se habían mantenido relaciones sexuales con una «cuenta cancelada» dentro de las 48 horas previas a la «cancelación». Alma, si no se complicaba la vida, permanecería en este nivel por dos años. Todo estaba debidamente protocolizado.

Cuando regresó al menú principal, MindBook la sorprendió con una lista de propuestas de amistad con «afinidad sentimental garantizada». Alma cerró la sesión con desgana. Pensó que su mindyname era una losa insostenible. Probablemente estaba predestinada a ser siempre un Alma «solitaria». Por una u otra causa, sus parejas siempre la abandonaban –afortunadamente para ellos, no siempre por «cancelación»–. Y se fue a dormir. Dejó la lista para mañana. Begin the begin.

No continuará...

jueves, 18 de abril de 2013

MindBook - 27: The end

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Alejó la mirada de la pantalla, convencido de que por mucho que mirase no progresaría en su búsqueda de respuestas. Debía de haber transcurrido bastante tiempo, porque se encontraba sumido en la oscuridad y necesitó encender la luz. El domingo tocaba a su fin. Inquieto nunca había sido ave nocturna. Le resultaba muy difícil mantenerse despierto más allá de las diez de la noche, consecuencia lógica de su costumbre de madrugar –su hora normal de ponerse en movimiento eran las siete de la mañana–. Pensó que en un domingo cualquiera ya estaría prácticamente grogui y le extrañó su estado de vigilia, que achacó a los acontecimientos del día. Decidió tomarse un helado y encerrarse de nuevo en el cuarto de baño para profundizar un poco en el contenido de la caja, al que ya le había perdido el miedo. Además, tras el resultado de su última sesión, no tenía el menor deseo de seguir confraternizando con MindBook. De hecho, hoy había cumplido con la cuota, por lo que, formalmente, seguía siendo un miembro ejemplar de la tribu. Quizás un nuevo encierro con el pasado le ayudaría a diseñar una estrategia de supervivencia para el futuro. Su padre lo había conseguido. A pesar de ser un «resistente» convencido, se había pasado media vida rascándole las entrañas al sistema, ocultando material prohibido y, por si esto fuera poco, levantó acta por escrito. Y pese a ello –o quizá, gracias a ello–, había llegado a los 90 años, falleciendo de muerte natural. Inquieto pensó que no debía ser tan difícil, pero para él, con menos de doce horas de aprendiz de anti-sistema la empresa se le antojaba titánica.

En honor del abuelo se sirvió una copa de Macallan y saboreándolo como se merecía, pensó que, como había demostrado su padre, las cosas realmente buenas superaban todas las barreras. Entonces recordó que los Rolling Stones no habían tenido tanta suerte, por lo que debería aceptar que existían factores incontrolables y MindBook quizá era uno de ellos –tuvo el presentimiento de que en las próximas horas tendría la respuesta–. Cogió la copa, se sirvió un vaso de agua fresca y, tras apagar todas las luces, se encaminó a su dormitorio. Como cada noche, pensaba hacer una larga parada en el cuarto de baño. Excepto por el destilado, comportamiento absolutamente normal.

Abrió el armario y contempló el laptop, el mp3, los cargadores, los auriculares, la libreta, el bolígrafo, el lápiz, la goma y las dos hojas en blanco. Decidió empezar dándole un vistazo al blog del abuelo. Primera entrada: 2010, última 2020, cinco años antes de su muerte. Cuatrocientas ochenta entradas. Como un reloj, cuatro al mes. Sólo con ver la regularidad de las cifras ya se podía saber mucho del carácter del abuelo. Realizó un muestreo lo suficientemente amplio para integrar la esencia de su pensamiento: racionalismo y escepticismo agudo; desacuerdo frontal con la equidistancia y el relativismo moral al uso; radical defensa de la búsqueda de la calidad y la excelencia en todos los órdenes; crítica inmisercorde de las redes (a)sociales –así las llamaba–; conformismo activo; filosofía del ejemplo; obsesión por el entendimiento y la comprensión del lenguaje; práctica de la tolerancia simétrica; hacer las cosas bien a la primera; tomar decisiones basadas en hechos y defensa de la cultura del esfuerzo. Con esto tuvo suficiente para tener una visión de conjunto de su filosofía vital, sobre la que planeaba continuamente una pátina de pesimismo y de desconfianza en la sociedad y, principalmente, en su clase dirigente, la cual –según él–, al ser un extracto de sí misma, determinaba, generación tras generación, en un diabólico bucle, a modo del poso residual de una destilación eterna que extrae del sistema todo lo bueno –cada vez menos bueno y más poso–, el aumento de la entropía social, del desorden y el deterioro imparable del individuo y, por extensión, del sistema familiar, local, regional, nacional e internacional. Según el abuelo, además de considerarse un perro verde estadístico, no había salida. A este paso –dejó escrito por algún sitio–, también contaminaríamos la galaxia. Y le quedó grabada otra frase suya: «No hay sistemas; los sistemas son las personas».

–Menuda forma de empezar la noche –pensó Inquieto.

Sin apenas darse cuenta había pasado más de una hora. Dejó el laptop y abrió la pequeña libreta. Hacía lustros que no veía letra manuscrita. Era evidente que empezaba con letra del abuelo –no es que la conociese, pero el estilo y contenido era inconfundible– y terminaba con letra de su padre, prácticamente ilegible –tampoco la conocía, pero no se le ocurría de quien puñetas podía ser–. Fundamentalmente, en su primera parte, la libreta contenía pensamientos, evidentemente escritos sobre la marcha o a vuela-ocurrencia. No cabía duda de que el abuelo la llevaba siempre encima –en este momento, Inquieto fue consciente del abismo que separaba ambas épocas–. En cambio, la segunda parte –la de su padre– era una sucesión de sílabas y palabras inconexas que le recordaban sus años de escuela primaria. Parecía como si su padre estuviera aprendiendo de nuevo a escribir manualmente. A diferencia del trazo impecable del abuelo, la caligrafía recordaba el trazo inseguro e irregular propio de un niño. Inquieto no pudo evitarlo. Cogió una de las hojas –no quería mancillar la libreta– y descartó el bolígrafo, evidentemente un recuerdo sentimental más seco que su copa. Agarró el lápiz y experimentó inmediatamente la desconcertante sensación que sintió la primera vez que intentó utilizar unos palillos chinos. No sabía como cogerlos. Ni como utilizarlos. Intentó escribir su nombre con la mano y los dedos agarrotados. No fue capaz de reconocer los garabatos que profanaban la blanca virginidad del papel. Se sorprendió al ver disolverse su supuesto nombre en una gota que resultó ser una lágrima. El improbable Inquieto desaparecía. En un instante quedó reducido a un borrón gris. Pensó que ya era demasiado por hoy y que no olvidaría nunca este cumpleaños. Que no repetiría otro día como el que estaba acabando. Tiró la hoja con su alegóricamente borrada existencia al retrete. El smartToilet vació la cisterna, en un intento exitoso de borrar todas las pruebas. A continuación, procedió a la higiene nocturna. Un día tan especial debía serlo hasta el final. Se vistió para la ocasión y se tendió en la cama. Sintió la omnipresencia del mismo cursor que le había despertado por la mañana. Se cerraba el ciclo.

Sintiendo que le llegaba el sueño reparador, dedicó un recuerdo a Alma y a la cena de mañana, día que dedicaría también a leer los periódicos que todavía permanecían an la caja. Y al recordar la caja volvió a su mente la definición de Caja de Pandora, en especial la parte que decía: al abrirla se creaba un mal que «no podía ser desecho». Apartó tan desagradable pensamiento y se durmió plácidamente.

El smartchip se puso en modo escucha e inmediatamente empezó a recibir un tren de pulsos de alta frecuencia anormalmente intenso que se propagó por las terminaciones nerviosas que lo envolvían. Al momento, Inquieto hizo honor a su nombre y se despertó advirtiendo que algo no marchaba bien en su pecho. Nada bien. Además dolía. La arritmia se manifestaba por una sensación de galope incontenible que iba alejándose a medida que su nivel de conciencia se apagaba. En sus últimos instantes, tuvo la sensación de ser observado. Dirigió la mirada al cursor y allí estaba. Sintió una sensación de triunfo. Por fin lo había cazado. Pero su última imagen le dejó mal sabor de boca. En lugar del guión titilante que había observado tantas veces mediante el truco del espejo, mostraba una cara sonriente, que reconoció como un antiguo emoticón de FaceBook. Le pareció cómico y le devolvió la sonrisa. Ya sin imagen, su residual sentido del oído detectó ruido en la puerta de entrada. Alguien entraba en la casa. Después, los sentidos se desconectaron. Ya no pudo escuchar ni los pasos por el salón, ni el inconfundible deslizar de las ruedas de una camilla, ni la apertura de la puerta de su dormitorio.

Desde la sala de SuperControl, el supervisor de Control24762 permanecía atento a las constantes vitales del monitor. Una vez verificada la cancelación de la cuenta, en aplicación de la política de protección ambiental y ahorro energético, desconectó el smartchip y todas las pantallas. Por último, registró formalmente en MindBook la cancelación. Pero todavía no había terminado. Repitió todo el proceso con su supervisado. Por esto ningún inspector recordaba un nivel 10. Porque era el critical level. No olvidó incrementar el contador de plazas vacantes de inspectores básicos. MindBook correría con el tedioso proceso de selección. Antes de retirarse a descansar, estudió las propuestas pendientes y eligió la que le pareció más adecuada. Problema resuelto. Aquí no había pasado nada.

23 de marzo de 2065, 22:25

«No hay sistemas; los sistemas son las personas» (el abuelo, en 2015).  

Continuará (epílogo)... 

MindBook - 26: Control (3)

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Observó al sujeto entrando en la cocina y le sorprendió su fallido intento de cazar al cursor, lo que le hizo esbozar una sonrisa condescendiente. También le sorprendió su habilidad culinaria y su exótica y calórica dieta matinal. La mañana transcurría con total normalidad hasta que, finalizado el desayuno, el sujeto se sentó en el sillón del salón, momento en el que Control abandonó su puesto para prepararse un café. Inopinadamente, sonó una estridente alarma que casi le provoca derramar la taza. Se dirigió rápidamente a su puesto de control y la identificó como un alarma de área crítica. Las señales transmitidas por el smartchip revelaban intensa actividad en el área correspondiente a la memoria de almacenamiento definitivo. No podía saber en qué pensaba –ésta era una de las principales carencias del sistema–, pero, indudablemente, el sujeto estaba sumido en un proceso de profunda abstracción visitando sus recuerdos. En este momento, era dueño de sí mismo y esto, por definición, no le agradaba en absoluto al sistema, empeñado, casi a dedicación plena, en erradicar esta molesta costumbre de sus administrados. Pero, según su experiencia, esta circunstancia, por sí misma, no acostumbraba a despertar tanta atención, a menos que se diera alguna concatenación de hechos que activasen los sutiles circuitos de análisis de peligros potenciales. Control lo comprendió inmediatamente al consultar el mensaje en el monitor:
«Nivel actual 5. Constantes vitales ligeramente alteradas. Detectada sudoración. Sujeto en abstracción profunda. Área de memoria definitiva activada. Coincidencia con delito de posesión de material clásico prohibido detectado hace 20 horas. Riesgo elevado de desestabilización por nostalgia aguda. Propuesta: más de 15 minutos, pasar a nivel 7. Pulse <OK> para proceder, <Cancel> para cancelar».
Control observó el cronómetro: el sujeto llevaba diez minutos en este estado. Recordó el protocolo. El nivel 7 no estaba sujeto a supervisión aunque, si el controlador tenía dudas, podía someter la decisión a consulta, recurso considerado frecuentemente por los supervisores como un demérito. Recordó que la consecuencia directa de la aplicación del nivel 7 era la generación de dolor de cabeza. Con él se buscaba erradicar el hábito de pensar –o de recordar– utilizando la técnica ancestral de adiestramiento conocida como «premio-castigo»: piensas->duele; no-piensas->no-duele. Según le habían explicado en los cursos de formación, en el estado actual de la tecnología, éste era el único efecto físico controlable a distancia. Se conseguía con el envío al smartchip de patrones de pulsos sin significado alguno –no correspondientes a ninguna coordenada del mapa cerebral–, lo que causaba un molesto dolor de cabeza que se mantenía durante la excitación. La frecuencia de los pulsos determinaba la intensidad del efecto. Control decidió esperar cinco minutos más y si se mantenía el estado, pulsar <OK>. Pasó el tiempo y pulsó –todas las acciones invasivas debían ser ejecutadas físicamente por la mano humana–. El nivel de control pasó a 7. Ajustó la intensidad del efecto a su nivel medio. Le sorprendió la persistencia del sujeto. Sentado tranquilamente en su sillón, a pesar del presumible dolor de cabeza, perseveró en su actitud durante más de una hora. Una vez que Control comprobó que el sujeto había abandonado su viaje al pasado, desconectó el generador. Según el protocolo, el nivel de control se mantendría preventivamente a 7 durante unas horas.

Poco después, el observado le maravilló con una nueva sesión de cocina absolutamente excepcional, por anormal, obsequiándole de propina con la efusiva bienvenida a su invitada, bienvenida que Control observó con delectación. Aprovechó la aburrida comida de la pareja para hacer lo propio, con el absoluto convencimiento de que se avecinaba espectáculo. Y no quedó decepcionado. La combinación de las imágenes en tiempo real con la monitorización de las constantes vitales de la pareja se le antojaron un excepcional espectáculo de ballet caracterizado por una extremada complejidad y sincronización, así como por la sincera y espontánea entrega de los intérpretes. Sin duda, la sintonía estaba siendo perfecta. Tanto que hasta un inspector como él, curtido en mil batallas y revestido de una coraza de amoralidad a prueba de balas, sintió pudor y apartó la vista antes del climax, en un débil intento de concederles un mínimo espacio de intimidad, de restituirles un ápice de la dignidad perdida, asumiendo el probable riesgo de que esta manifestación de debilidad representase una mancha en su expediente. Definitivamente –pensó–, la jornada estaba resultando mucho más entretenida –y, en cierto modo, más edificante– que la mayoría de las películas exclusivas que le brindaba su status de inspector.

Tranquilizada la sala –video y audio–, una vez recuperadas sus constantes vitales y de nuevo solo, Control siguió con interés sus evoluciones por el domicilio, que concluyeron en una visita a su cuarto de baño tras efectuar alguna furtiva maniobra –fuera del campo visual– en la habitación de su padre. Control entró en alerta al recordar que era en esta habitación donde ayer se había registrado el delito y concluyó que estaban relacionados y que, sin duda, el sujeto pretendía seguir delinquiendo en la intimidad de su excusado. Pero durante la siguiente hora, la opacidad de lo que se estaba cociendo sólo se vio aclarada por esporádicas alteraciones del pulso, el sonido de su respiración y por alguna imprecación verbal que no le aportó clave alguna. Ni tapa de inodoro, ni micción, ni descarga de cisterna, ni apertura de grifos, ni ducha, ni secado de pelo, ni afeitado... Nada, excepto un leve chapoteo final, antes de abandonar el reducto, probablemente para refrescarse la cara. Fuera lo que fuera lo que estuviese haciendo, lo podía hacer en silencio.

Sobre las ocho de la tarde, el sujeto inició sesión en MindBook y cuando llevaba más de media hora en labores rutinarias e intrascendentes –correo, noticias, etc.– Control, dado que la sesión se estaba grabando y convencido de que su jornada de guardia finalizaría sin más novedades, fue a por un café. No había terminado de preparárselo cuando sonó de nuevo la alarma, pero esta vez con una intensidad y melodía –si es que se le podía llamar así– que, además de penetrante y estridente, era totalmente novedosa. Maldiciendo su suerte, se plantó de un salto frente al monitor y presenció un espectáculo inédito: ¡un nivel 10! ¡su primer nivel 10! Quedó alucinado. Sabía de su existencia, pero de su rareza daba fe el hecho de que ni él ni ninguno de los controladores con los que se relacionaba lo hubieran experimentado jamás. A pesar de que podía revisar la grabación para conocer en detalle la causa del desaguisado, se limitó a leer el mensaje sobreimpresionado:
«Nivel actual 7. Detectada búsqueda en MindyPedia de un item cancelado. Detectada búsqueda de amistad con filtro <Hijos de cuatro mindynames con cuenta cancelada> y mindyname reservado <Inquieto*>. Cuatro resultados. Riesgo crítico de seguridad. Recomendado nivel 10. Supervisión obligatoria».
Cuando Control leyó el mensaje, cesó la estresante alarma sónica. La verdad –pensó– es que no le parecía tan grave, aunque lo del mindyname «reservado» le dejó un tanto pensativo. Mientras reflexionaba, le pareció sentir un atisbo de dolor de cabeza, pero abandonó inmediatamente sus dudas porque debía informar, cosa que hizo en el acto –Control ignoraba, entre otras muchas cosas, que la obligación de informar a los supervisores era una simple formalidad destinada a evaluar su grado de compromiso, ya que todos ellos las recibían instantáneamente–.

Y ahí se encontraba, esperando la decisión, con el sujeto mirándole fijamente a los ojos, cuando un nuevo mensaje apareció sobreimpresionado sobre su hierático rostro: «Sujeto bajo control del supervisor» y, tras unos segundos, la pantalla del monitor se apagó y la sala quedó en silencio.

Control se sorprendió por la abrupta forma de finalizar el seguimiento y no pudo evitar dedicar un fugaz –por temor al dolor de cabeza– pensamiento a su compañero de domingo, Inquieto. El tipo le había resultado simpático. Y su pareja Alma, también. Mentalmente, les deseó buena suerte a ambos. En especial a Inquieto por su nivel 10, cuyas consecuencias desconocía. Llegó su relevo –caramba, qué tarde, pensó, ya eran las nueve–, le explicó brevemente las novedades, recibió una efusiva felicitación por su primer nivel 10 y abandonó el centro de control en dirección a su domicilio. Estaba muy cansado.

Continuará...

miércoles, 17 de abril de 2013

MindBook - 25: Control (2)

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Celoso, como buen funcionario, del puntual seguimiento de los procedimientos, al advertir que entre las tareas de la jornada figuraba el seguimiento de un nivel 5, consultó su historial, no tardando en advertir que se trataba de un caso sumamente interesante.

La primera entrada relevante se remontaba a 2050 y estaba relacionada con la implantación del smartchip subcutáneo al sujeto y a su padre, fallecido de muerte natural hacía un mes. Según constaba en el informe, durante la sesión informativa previa a la implantación, el padre del sujeto se mostró visiblemente molesto y agitado, blandiendo toda clase de excusas para oponerse a la simple operación, incluso poniendo en duda el benéfico argumentario expuesto por los facultativos –los informes de historial siempre incluían enlaces a las grabaciones pertinentes, por lo que Control pudo asistir en directo a los hechos, observando que, a pesar de la oposición, la actitud del padre del sujeto nunca fue ofensiva y terminó sometiéndose de buen grado a la implantación–. Esta actitud alertó al facultativo del centro, quien, siguiendo las instrucciones de la autoridad, denunció el hecho, denuncia que determinó la activación preventiva de un nivel 3 –monitorización y grabación en stand-by–, dentro del programa estándar de verificación del satisfactorio funcionamiento de los smartchips implantados.

Proseguía el historial con la evaluación de las grabaciones obtenidas, la cual era muy negativa y había aconsejado pasar a nivel 7, un nivel ya fuertemente invasivo. Control activó el enlace a la grabación que se había etiquetado como la más significativa y pudo asistir a la conversación que el sujeto y su padre estaban manteniendo en una estancia que identificó, tras una mirada al monitor del panel, como el domicilio del sujeto, el cual seguía con su profundo ensimismamiento, intentando perforar la pantalla.

Control observó malévolamente el patético y estéril intento del padre del sujeto de bajar la voz para eludir la eventual grabación en stand-by, recurso frecuentemente utilizado por los inofensivos anti-sistema que la puesta en servicio del secreto repetidor de audio incluido en los smartchip había desactivado. Los chips, por su estratégica ubicación en la nuca, captaban a la perfección cualquier conversación susurrada y la servían convenientemente ecualizada a la terminal de MindBook más próxima. Que funcionaban perfectamente lo evidenciaba la extraordinaria fidelidad con que se escuchaban las frases susurradas al oído por el padre del sujeto. Con todo, hasta aquí, la conversación no parecía justificar el paso a nivel 7. Siguió prestando atención a la conversación, que continuaba con un diálogo en el que el sujeto defendía el sistema  –o, por lo menos, lo aceptaba de buen grado– y su padre, cada vez más irritado, olvidándose del susurro, empezaba a elevar la voz.

–Tal como vaticinó el abuelo, esto es una especie de «tribu universal» donde estamos permanentemente vigilados, y ahora, incluso llevamos un implante subcutáneo como los animales de compañía –Control empezaba a comprender la importancia del incidente.

El sujeto intentaba calmar a su padre con argumentos tales como éste:

–Recuerda que hace tiempo que la situación mundial es una balsa de aceite, que el paro está en un nivel residual, que con mi sueldo y tu pensión podemos subsistir con dignidad, y que en la vida nada es gratis. Todo tiene un precio y el de esta seguridad inédita en casi medio siglo se llama MindBook. Y que dure –este muchacho le empezaba a resultar simpático, pensó Control.

Nada parecía calmar al padre, que continuó lamentándose a gritos de la situación en la que se encontraban, calificándose a sí mismo y a su hijo de esclavos, cobayas, mascotas, asnos, acémilas, borregos y toda una cohorte de animales y epítetos a cual más denigrante para la condición humana. Resultaba evidente que no esperaba que la pantalla en stand-by les estuviera grabando. Y entonces llegó la traca final:

Me voy a dedicar con todas mis energías a desenmascarar esta farsa y te tendré al corriente –espetó el padre del sujeto.

La cosa estaba clara. Incluso un nivel 7 le parecía poco. Pero, según seguía el informe, el padre –en especial– y el sujeto tuvieron mucha suerte. Actuaron de cobayas del entonces nuevo sistema de borrado de recuerdos verbales que había propiciado la implantación de los smartchips. De hecho, todavía hoy, era el único sistema homologado de intervención indirecta en el estado neuronal de un sujeto. A partir del conocimiento de la localización del área donde se almacenaba el recuerdo de las frases pronunciadas –el sincronismo perfecto entre ambas grabaciones y la fase del audio era fundamental–, se podía «eliminar» el recuerdo de cualquier conversación. El sistema era ingenioso y sencillo. Mandando el correspondiente tren de pulsos al smartchip, se ponía en modo de «escucha» el área cerebral donde se había almacenado la frase a eliminar y, acto seguido, se reproducía la grabación en contrafase como mensaje subliminal entre frames. El cerebro, inconscientemente, la integraba y la almacenaba en la misma ubicación, con lo que se cancelaba el recuerdo textual. Con este sistema, aplicado al sujeto y a su padre, se borraron totalmente en ambos los recuerdos de pronunciación y escucha de las frases subversivas, lo que llevó al padre a olvidar, incluso, el compromiso tomado con su hijo, hasta el punto que el seguimiento de control mantenido durante cinco años no detectó incidencia digna de mención –o se había mantenido transparente al sistema–, con lo que el nivel de control de padre e hijo se mantuvo en un discreto nivel 3, caracterizado por un muestreo intensivo en stand-by y alarmas de umbral en las constantes vitales.    

El historial no reflejaba mayor interés hasta ayer sábado, en que se detectó una alteración de las constantes vitales que disparó la alarma del controlador, el cual, tras activar la cámara responsable, descubrió al sujeto depositando material prohibido sobre la cama –Control visualizó la grabación, incluido el taimado intento del sujeto de interponerse en el campo visual, indicativo claro de intencionalidad y sentimiento de culpa–. Inmediatamente, se declaró el nivel 5, nivel con el que había empezado la jornada dominical. El historial reflejaba que, comunicada la incidencia al supervisor, la decisión fue esperar a mañana –por hoy–, día en el que constaba una cita sentimental importante, y extremar la atención. Por lo demás, la noche del sujeto fue tranquila.

Así finalizaba el historial. Y lo que Control recordó a continuación fueron las incidencias acaecidas desde su incorporación a primera hora de la mañana. El historial de hoy se seguía grabando y, desde luego, no era nada aburrido.

Continuará...

martes, 16 de abril de 2013

MindBook - 24: Control

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El tipo estudiaba divertido el rostro del sujeto que le miraba fijamente desde el único monitor activado de los seis que conformaban su puesto de control. Accionó el zoom digital aún a costa de perder resolución. Deseaba captar en toda su intensidad la expresión de su rostro y relacionarla con sus constantes vitales, un tanto alteradas. Incluso estaba activada la casilla <sudoración> –estos smartchips son una maravilla tecnológica, pensó–. La jornada de guardia, normalmente aburrida, estaba resultando bastante entretenida. Su mindyname era Control24762 y hoy, domingo, era el inspector asignado a la cuadrícula a la que pertenecía Inquieto. Pertenecía al primer nivel del personal administrativo de MindBook, seleccionado de entre los miembros de la tribu a partir de complejos y sofisticados algoritmos que garantizaban el nivel de amoralidad suficiente para no sentir remordimientos de ningún tipo en llevar una doble vida y controlar a sus semejantes. En particular, el primer filtro se basaba en el protocolizado cumplimiento de una determinada combinación de sus constantes vitales –pulsaciones, presión sanguínea y temperatura– durante el visionado de noticias catastróficas, películas morbosas o programas basura que exacerbasen los instintos básicos. Adicionalmente a la licencia para invadir impunemente la intimidad del prójimo, sus incentivos se complementaban con una escala salarial dos niveles superior a la que le correspondería en el convenio colectivo universal y con la disposición «sólo para sus ojos» de canales adicionales de contenido acorde con los gustos particulares y la moralidad del personaje. Como contrapartida, los inspectores se comprometían por contrato a soportar el nivel de control –nivel 5– asignado a Inquieto al empezar su jornada –desde hacía unos treinta minutos, su monitor mostraba un amenazante número 10 en rojo intermitente–. A partir de este colectivo básico de funcionarios se extraían de forma piramidal el resto de niveles, lo que aseguraba, por destilación continuada, la progresiva afirmación de los valores esenciales de la clase dirigente, hasta conformar una organización universal cuya cúspide, estructura y funcionamiento estaba vedada al conocimiento del conjunto de los administrados.

El nivel de control era la expresión del interés que despertaba el sujeto en el sistema y se movía en una escala de uno a diez, donde uno era el nivel predeterminado –entry level, el de nacimiento, digamos– y diez el máximo –critical level, nivel, obviamente, nada recomendable–. Los niveles de control se asignaban automáticamente, basándose en el permanente análisis del aluvión de datos disponibles, tanto históricos como en tiempo real. El nivel uno era el que formalmente conocía el pueblo: a) grabación de todas las sesiones, b) muestreo de bajo impacto y grabación discrecional sin sesión –stand-by– y c) identificación presencial unívoca y ficha médica por smartchip, nivel que, ingenuamente, suponía único y vigente durante toda su vida. A partir de aquí, los niveles incrementaban paulatinamente su poder bidireccional invasivo, activo y pasivo, hasta llegar al tope de escala. Particularmente, el nivel cinco, el que Inquieto había tenido asignado hasta hacía un ratito, representaba, en adición al nivel básico, la monitorización y grabación permanente de la cámara en stand-by y la grabación de las constantes vitales.

La clave del sistema se encontraba en el smartchip, dotado –como bien había sospechado el padre de Inquieto– de importantes funciones bidireccionales secretas. Sus funciones de salida –outputs– eran: a) baliza electrónica de identificación unívoca con un alcance aproximado de quince metros –pública–; b) canal de audio de refuerzo del micro de pantalla, con el objeto de contrarrestar el recurso al susurro –secreta–; c) lectura bajo demanda y transmisión de las coordenadas cerebrales del área activada –en coordenadas del mapa del proyecto Brain de 2013; secreta– y d) transmisión continua de las constantes vitales –cardiograma, presión sanguínea, temperatura, sudoración; secreta–. Las funciones de entrada –inputs– eran: a) activación del modo atención/escucha en un área cerebral determinada –secreta–; b) generación de efectos físico-mentales directos –en la actualidad, por limitaciones tecnológicas y de seguridad, sólo on-off de dolor de cabeza; secreta– y c) mantenimiento de la ficha médica –pública–. La sofisticada y adecuadamente planificada combinación de estímulos sensoriales de audio y video en forma de programación de canales de noticias y de entretenimiento emitidos por las pantallas –las super-evolucionadas smartTV clásicas–, del análisis de grabaciones –o monitorización en tiempo real– de las sesiones o chats de los usuarios y de las potentes funciones de input-output de los smartchips conformaban un hiper-eficiente sistema de control personalizado universal, un flexible y polifacético arsenal de armas neuronales que reducían las periclitadas «armas de destrucción masiva» al nivel de inofensivos juguetes infantiles.

Gracias a este ingenioso sistema se podía sacar partido al incipiente estado de la neurociencia, el cual todavía no permitía la estimulación neuronal directa. Conocido el mapa cerebral, el prosaico método de prueba y error combinado con la lectura de la actividad nerviosa, proporcionó información precisa de los trenes de pulsos eléctricos que identificaban las áreas activadas en cada momento. Una vez conseguido esto, resultaba un juego de niños conocer los sentimientos que despertaba en cualquier sujeto –placer, excitación, solidaridad, etc.– un asesinato o, en el otro extremo del espectro sentimental, la comisión de acciones caritativas. Esta importante información, en forma de coordenadas del mapa cerebral, la proporcionaba el smartchip, gracias a su contacto físico con las terminaciones nerviosas de la epidermis. Como consecuencia de estas investigaciones, no se tardó en advertir que la estimulación nerviosa con los trenes de pulsos mapeados ponía las neuronas de la zona correspondiente en estado de «espera», lo que las hacía, durante un cierto tiempo, «estar atentas» a los estímulos sensoriales del sujeto. Esto cerraba el ciclo de control. Pero todavía faltaba la guinda. Dado que resultaba –todavía– imposible la activación neuronal directa, la entrada de información debía realizarse a través de la vista y el oído del sujeto, y además de forma que le debía pasar inadvertida. El problema quedó resuelto con la inclusión de información subliminal entre frames de video, técnica utilizada desde tiempo inmemorial en publicidad y adoctrinamiento político, en una aplicación tecnológica de la frase atribuida a Goebbels, ministro de propaganda nazi: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Esta técnica, utilizada esporádicamente por MindBook para propósitos generales, se mostró muy eficaz para la transmisión de mensajes selectivos a un individuo específico dirigiéndolos a su sesión particular, tras haber puesto «en escucha» el área deseada.

Toda esta parafernalia técnica era la que se encontraba a disposición de Control24762 para tener a Inquieto40320 bajo atención especial. Y a fe que la utilizaba con suma competencia. Aprovechó la momentánea tranquilidad que le permitía la pasividad de su objetivo –el cual seguía mirando hipnóticamente a la pantalla con una profundidad que le resultaba ligeramente incómoda–, para repasar los interesantes acontecimientos de la jornada. Mientras, siguiendo el protocolo especificado para un critical level, seguía a la espera de las instrucciones de su supervisor, decisión que ya se estaba retrasando mucho.

Continuará...

lunes, 15 de abril de 2013

MindBook - 23: Face to Face

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Tras refrescarse un poco la cara, abandonó el cuarto de baño y depositó su fatigado cerebro y envoltorio en el sofá del salón. Eran casi las ocho de la tarde. Su mirada recorrió distraída la pantalla, la cual se activó inopinadamente. Sin duda, había dirigido la vista involuntariamente al cursor. La aparición imprevista del menú le llevó a la memoria su jueguecito matutino de caza, hacía menos de doce horas. Qué diferencia. Ahora, el cursor le había cazado a él. En sólo media jornada, la situación había dado un vuelco. Los acontecimientos del día le habían llevado a cambiar sus ingenuas incomodidades y reservas por el peor de los miedos, el miedo a lo desconocido. Esperaba resolver incógnitas y se encontraba con nuevas incertidumbres de mucho mayor calado. Su padre había cogido el testigo del abuelo y se había entregado a la tarea de conocer la verdad. Con poco éxito, pero lo había intentado. Se preguntaba si, en su estado actual, sería capaz de seguir como si tal cosa. Miró a la pantalla, a su aparentemente inofensivo menú, y lo dudó. Nada podría ser igual. Debía despejar dudas, pues de otro modo, si su padre estaba en lo cierto, le resultaría imposible relacionarse con el sistema sin despertar sospechas. Por otra parte, su padre podía estar equivocado y todo el problema quedaría reducido a una paranoia obsesiva. El hecho de haber fallecido de muerte natural abonaba la última tesis. Repasó lo que tenía: epidemia de cuentas canceladas, dudas sobre la función del smartchip –se acarició levemente la nuca–, incertidumbre sobre la significación de su mindyname y por último, la desaparición de los Rolling Stones de la oferta musical de MindBook. No estaba seguro de si era poco o demasiado. Decidió hacer algo. Pensó en la forma de meter lo que tenía en una coctelera y volcar el resultado en el sistema, a ver qué pasaba. Tras pensar un poco, descartó el smartchip –no sabía cómo meterlo en la fórmula–, y planeó dos pruebas fáciles. Pero antes, debía consumir su cuota de tarde con el sistema.

Destacaban en la pantalla los mensajes pendientes, que ya ascendían a 825 –por la mañana, tenía 793–. Se le hizo una montaña, a pesar de que, contando con más de 12.000 amigos, se trataba de una cantidad ridícula, consecuencia indudable de su mindycarácter reservado. Habitualmente, una vez excluidos los favoritos, empleaba la opción de respuesta automática, especie de bingo aceptado con alegría por «la tribu» por su carácter imprevisible. Este absurdo paripé que, normalmente, le parecía divertido, en este momento le resultaba patético. Pasó de favoritos y fijó su mirada en la opción <auto>. En poco menos de un segundo, el contador de pendientes se puso a cero.

Dedicó su atención a la sección <Últimas noticias>, refrito infame e interminable de las publicaciones de sus «amigos» y de sus numerosas suscripciones, absolutamente intratable sin hacer uso de los potentes filtros de MindBook, capaces de diferenciar por temas, importancia e, incluso, por su estado de ánimo –esta última opción, nunca le había extrañado, pero hoy, ahora, le pareció muy, pero que muy, sospechosa–. Activó la opción, y el resultado fue de lo más previsible: el sistema debía haber detectado su estado de excitación extrema, pues la selección sólo incluía publicaciones inocuas y enlaces a temas relajantes, en especial videos y música chill out, que, por cierto, odiaba –esto es lo que más le animó; que MindBook no era infalible–.

No le pareció oportuno continuar sin darle un vistazo a la actualidad. Dirigió su pupila a la opción <Está pasando...> y esta vez no pasó de los titulares. Como de costumbre, la «tribu universal» se encontraba en estado catatónico. Pero el hecho diferencial estaba en que, habitualmente, se entretenía con la digestión de la recurrente cadena de sucesos dignos de alabo que se prodigaban por los cuatro confines del planeta: manifestaciones de solidaridad con el sistema, resultados de las encuestas de opinión, reducción del paro, aumento de la productividad, reducción de las diferencias salariales, nuevos programas de entretenimiento global, normalización de la oferta cultural, reducción del impacto ambiental, famoseo, etc., etc. Ninguna referencia a disturbios, protestas, redadas, detenciones ni nada que alterase la saludable convivencia que se disfrutaba. En el lado negativo, se informaba de los accidentes y catástrofes naturales y de los no-naturales debidos al factor humano, con el loable propósito de exhortar a la comunidad a la mejora –curiosamente, pensó ahora, no recordaba ningún accidente atribuido a la tecnología en sí–. Pero hoy no estaba para gaitas. Era el momento de poner en práctica su plan y ver si se aclaraba su confuso panorama mental.      

Seleccionó <MindyPedia> y dirigió inmediatamente la vista al cuadro de búsqueda, ahorrándose el hint que sabía se mostraba al mantener la mirada unos segundos sobre la opción de entrada, el cual rezaba pomposamente: «La fuente universal del conocimiento». Agarró su tableta y escribió «Rolling Stones». La respuesta fue inmediata y le dejó con la boca abierta y el ceño fruncido:
 «En inglés, Canto rodado. Fragmento de roca suelto, susceptible de ser transportado por medios naturales, como las corrientes de agua, los corrimientos de tierra, etc. Aunque no se hace distinción de forma, en general, adquiere una morfología más o menos redondeada, subredondeada u oblonga, sin aristas y con la superficie lisa, debido al desgaste sufrido por los procesos erosivos durante el transporte, generalmente causados por la corrosión o las corrientes de agua (erosión hídrica)».
Tras reponerse de tamaña demostración de erudición, un escalofrío le recorrió la espalda. Si una mente calenturienta –supuestamente enemiga de los Rolling– había sido capaz de sustraer al conocimiento colectivo la existencia del grupo pop más longevo de la historia clásica... ¿qué otras barbaridades, y en nombre de qué inconfesables intereses, se podrían haber cometido con la historia? Inquieto empezaba a dar crédito a las paranoias de su padre. Dudó en dar el siguiente paso, pero se lo debía a su memoria. Se armó de valor y seleccionó la opción <Búsqueda de amistades>. La pantalla se llenó de campos de filtro.

El algoritmo de filtro y búsqueda era potentísimo. A pesar de ello, utilizó únicamente dos de los campos. Recordaba varios de los mindynames de los desafortunados amigos de su padre a los que se les había «cancelado» la cuenta. Ahora se trataba de despejar las dudas sobre el suyo propio. En el campo <Hijo de...> escribió los cuatro que recordaba, separados por comas, y en el campo <mindyname...>  tecleó <Inquieto*>, utilizando el asterisco, comodín universal desde tiempos inmemoriales. La inmediata respuesta le heló la sangre: cuatro. Cuatro inquietos hijos de sus cuatro padres como él lo era del suyo. La daba vueltas la cabeza. Descartó la casualidad –a su edad, ya no creía en el azar–, le entró pánico y abandonó la pantalla de búsqueda sin confirmar las solicitudes de amistad. ¿Eran un ejército potencial de más de 40.000 efectivos o un enorme rebaño de borregos?

Pensó en enviar un mensaje a Alma, pero no sabría ni qué decir. Pensó en chatear con alguna de sus amistades de confianza. Pensó en lanzar la tableta contra la pantalla. Pensó en arrancarse el smartchip. Pero lo que hizo fue cerrar la sesión y entonces, en silencio, sumido mental y físicamente en la creciente penumbra crepuscular, sabiéndose observado por el esquivo, omnipresente y titilante cursor, intentando taladrar con la mirada el oscuro y amenazante centro de la pantalla, se preguntó... ¿qué o quién habrá al otro lado?

Continuará...

domingo, 14 de abril de 2013

MindBook - 22: La Caja de Pandora (4)

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Inquieto observó que, hasta el año 2050, el goteo de cuentas «canceladas» era constante, con un máximo (200) en 2045 y cantidades decrecientes hasta el último año en el que, entre un número inusualmente bajo de entradas intrascendentes, sólo aparecían dos. En la última, fechada en Julio, su padre había añadido el teatral y desestabilizante comentario: «Ya solo quedo yo». Fin de fichero.

Hasta Inquieto, en su santa inopia, conocía el significado de una cancelación de cuenta. MindBook era un sistema de afiliación obligatoria, por lo que, en su ámbito, «cancelación de cuenta» era sinónimo de «abandono del mundo de los vivos». Y también, a pesar de sus limitados conocimientos estadísticos, podía suponer que todo esto olía francamente mal. La edad y cantidad de los «cancelados» era incompatible con la esperanza de vida de la época. Dedujo que a su padre no le había alcanzado la «epidemia» por su pasividad en el foro de Internet, lo que le habría impedido ser reclutado por la «resistencia», y por su actitud permanente cauta y respetuosa con el sistema. Sencillamente, ni para «ellos» –que, sin duda, habían sido descubiertos– ni para MindBook, despertaba interés alguno. Consecuentemente, el hecho de que su padre hubiera finalizado sus días de muerte natural, parecía indicar que podía considerarse a salvo. Tras estas revelaciones, Inquieto empezó a considerar a MindBook como un sistema que, en determinadas circunstancias, podía resultar altamente tóxico. De repente, le asaltó la idea de que llevaba más de media hora en el cuarto de baño, circunstancia que, hasta hoy, nunca le había preocupado –Inquieto, optimista infatigable, pensó que su molesto estreñimiento crónico podría llegar a convertirse en una gran ayuda–. Por si acaso, decidió darse prisa.

El archivo correspondiente a 2051 presentaba una estructura completamente distinta. Ya no había cuentas que controlar y el interés de su padre se había centrado en el smartchip que les habían implantado el año anterior –Inquieto recordó el viaje al recuerdo de la mañana, el de la conversación «borrada»–. Al parecer, su padre estaba convencido de que los chips tenían «gato encerrado». El archivo estaba plagado de datos técnicos, imposibles de interpretar para él, relacionados con la red wi-fi domiciliaria que establecía la conexión entre las pantallas y el resto de terminales de MindBook, incluido el propio chip. Las notas de su padre dejaban muy claro que no pretendía hackear la red, lo que revelaría inmediatamente el intento, sino decodificar las señales de ida y vuelta que, en modo recepción, captaba el laptop, lo que era indetectable –Inquieto recordó que su padre se había dedicado a la informática antes de su obligado cambio de oficio a vendedor de smartKitchen`s–.  El archivo estaba repleto de conclusiones explícitas relativas al resultado de los experimentos que efectuaba su padre utilizando el software de e-business combinado con el receptor del laptop. Y los resultados de sus intentos no eran nada técnicos. Eran claros y diáfanos hasta para un lego como él: Error, Joder, No confirmado, Error, Mierda, ..., y así, todo el archivo. Evidentemente, 2051 no fue un  buen año.

Abrió uno a uno todos los archivos restantes y comprobó rápidamente que su padre no había tenido éxito. Cada año, el número de experimentos –de hecho, modificaciones del software– disminuía, como si a su padre se le estuviese agotando la inspiración o la paciencia –sin duda, pensó, la edad también contaba–. Pero lo que parecía evidente era que la actividad bidireccional existía –su padre registraba los tiempos de transmisión– y que era mucho más frecuente y continuada de lo que se podía esperar de las simples y esporádicas funciones que les habían explicado en el momento del implante. Lo que no consiguió fue decodificar la información. Otra preocupante incógnita –se lamentó Inquieto–.

Decidió dejar la consulta del blog del abuelo para más tarde. El tiempo corría. Cogió el mp3, conectó el cable de alimentación al usb del laptop y consultó la lista de canciones. Lo primero que le llamó la atención fue el nombre Rolling Stones. No eran santos de su devoción, pero los recordaba como el grupo competencia de los Beatles, famoso por su «show de las sillas de ruedas», que se mantuvo activo prácticamente hasta la muerte del abuelo en 2025. Recordó también que su música no estaba en MindBook, circunstancia que, en su momento, no le importó demasiado, pero que ahora empezaba a cobrar importancia. Miró el reloj. Mejor dejarlo y abandonar el reducto. Desconectó el laptop y el mp3 e introdujo todo el material en el armario del baño. Continuaría antes de dormir, lo que no despertaría sospechas. Ahora, se las quería ver con MindBook.

Continuará...

MindBook - 21: La Caja de Pandora (3)

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Inquieto abrió el primer archivo, titulado 2025-2035 –muerte del abuelo, nacimiento de MindBook, pensó–, y empezó a leer. Enseguida se le advirtió de que, por lo menos este archivo, de «diario» no tenía nada. Era un resumen escrito a posteriori, en 2040, fecha de finalización del período de transición al nuevo sistema. En él, su padre explicaba que, tras la muerte del abuelo, había efectuado una copia de seguridad de su blog y la había guardado en la carpeta del escritorio. También había descubierto que el abuelo pertenecía a un foro de Internet en el que se registró, sin desvelar su condición de hijo, para fisgonear su actividad y cual no fue su sorpresa al descubrir que el tema preponderante era la famosa teoría de la «tribu universal» y que su abuelo era una especie de sumo sacerdote. Se llamaban a sí mismos «los inquietos» –obviamente, al leer esto, Inquieto se inquietó notablemente–. Tras un período de escepticismo, su padre, viendo una razonable correlación entre el devenir de los hechos y las «señales» del abuelo, empezó a dar crédito a la teoría. En cualquier caso, en este archivo, su padre declaraba haberse mantenido como espectador pasivo del foro, limitándose a formar opinión. Descubrió también que muchos de los miembros del foro eran amigos de su abuelo en Facebook, aunque en esta red clásica no mostraban ninguna actividad resistente. En los últimos años de este período –escribía su padre–, las señales eran tan evidentes y la ebullición del foro era tan violenta que la implantación de MindBook en 2035 no le pilló por sorpresa –Inquieto se consideró un panoli; empezaba a pensar que el alejamiento de la realidad, voluntario o provocado, de la juventud de la época les convirtió en unos autistas políticos–. Finalizaba este archivo con la declaración explícita de mantener a su hijo al margen de todo, aunque no la justificaba.

Abrió el segundo archivo, etiquetado 2035-2040 –período de transición al nuevo orden– y continuó leyendo. En este período, su padre resume de forma supersintética la esencia de la situación: coexiste la paulatina desaparición de Internet y con ella, del foro de «inquietos», con la renovación de todas las pantallas domiciliarias de MindBook –operación subvencionada, justificada por la mejoría de calidad y de compatibilidad con el sistema– y con la entrega de todo el equipo de la «lista negra», ampliamente difundida y conocida por Inquieto a pesar de su desapego político. Su padre decide devolver todos sus equipos y material ya que, por más modernos, sospecha que deben estar de alguna forma controlados. En cambio, decide mantener el laptop del abuelo, cuyo riesgo de ser detectado considera prácticamente cero –lo que resultó acertado, piensa Inquieto–. En este período, declara, su posición ya era totalmente refractaria al sistema, desconfiando especialmente de las nuevas pantallas –a pesar de poderlas elegir entre un amplio catálogo, fueron las primeras impuestas, situación que, recordó Inquieto, se había repetido otra vez–, pero el instinto de supervivencia le aconsejaba ser discreto y prudente. Durante la transición a MindBook, caído Internet público y, con él, el foro, su padre, con objeto de mantener contacto, empieza a pedir amistad a los hijos de los amigos del abuelo, ya que, durante este período, el sistema mantenía la trazabilidad de los nuevos mindynames con los antiguos perfiles de Facebook, incluyendo las cuentas de todos los familiares. Su padre explica en el texto que mantiene con ellos una relación formal y un tanto distante, no detectando en su actividad ni una sombra de incomodidad con el sistema. Por supuesto, él tampoco la manifiesta.
Inquieto, decepcionado, llega al final del archivo, fechado también en 2040, sin encontrar referencia alguna al origen de su mindyname. La única conclusión válida a que puede llegar es que, en esta época –fin de la transición, con MindBook ya consolidado–, los puentes de su padre con la hipotética –por no verificada–, «resistencia» se habían roto.

En la carpeta sigue ahora una lista de archivos –en concreto, 25– cuyo nombre se corresponde con los años 2041 a 2065. Evidentemente –piensa–, esto se empieza a parecer ya a un diario. Inquieto abre el primero de ellos, correspondiente a 2041, y advierte que no es tal. Podría definirse como un registro fechado de acontecimientos relevantes. Advierte un estilo muy concreto, sin adornos conceptuales ni juicios de valor. Exposición pura y dura de hechos y escuetos comentarios aclaratorios. La mayoría de entradas –todas fechadas– no empleaba más de una línea. No cabía ninguna duda de que el autor era su padre. Hace un repaso rápido de las entradas y advierte que se limitan específicamente a registrar la actividad en MindBook de los «amigos» hijos de miembros del foro del abuelo –no le resulta difícil de deducir, porque su padre acompañaba siempre el mindyname de otro nombre entre paréntesis, que asume establece su relación filial con el miembro del foro–. La mayoría de las entradas registraban actividades intrascendentes (frases célebres, enlaces a noticias o música, etc.). Le llaman la atención dos líneas en rojo donde se puede leer: «Cuenta cancelada». Abre el siguiente –2042– y las líneas en rojo son diez. La última incluye el lacónico comentario «Preocupante». Inquieto, además de preocuparse, se sigue inquietando. Avanzando en el tiempo, sigue abriendo archivos.

Continuará...

MindBook - 20: La Caja de Pandora (2)

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La desaparición de Alma de la escena del delito provocó la inmediata subida de la caja misteriosa al primer nivel de la pila de sus pensamientos. Indudablemente, su presencia había extendido por la casa un cierto efecto anestésico que se estaba disipando con rapidez. No le importó. Al contrario, sin apartar el tema de su cabeza, recogió la mesa con rapidez, depositó los residuos y las botellas vacías en el smartWasteSorter e introdujo la mantelería, vajilla, cristalería y cubertería en las correspondientes smartMachines. Esperó unos segundos y le complació comprobar que la bendita smartKitchen había iniciado automáticamente todos los procesos. Entonces, abandonó rápidamente la cocina en dirección a su dormitorio con objeto de refrescarse un poco, ponerse ropa cómoda y entregarse a la tarea que ocupaba ahora el nivel de prioridad uno: la Caja de Pandora.

Convenientemente mentalizado –con la ducha y el cambio de ropa, el recuerdo de Alma se había esfumado– se dirigió a la habitación de su padre, abrió la puerta y, parado bajo el dintel, estudió detenidamente la situación. A menos que no conociera para nada a su padre –esta era una de las incógnitas que pretendía desvelar–, la ocultación de la caja a su propio hijo no podía significar nada bueno. En cualquier caso, la propia tenencia era, en sí misma, un delito, el cual, consecuentemente, era malo por naturaleza. Conocía los objetos –algunos de los cuales, ayer, le parecieron inofensivos «souvenirs»– pero no su contenido, en especial el del laptop y la libreta. Todo eso sin considerar el hecho de que la batería cargada era un claro indicador de actividad reciente de lo más intrigante. Volviendo a la realidad, desterró toda especulación hasta tenerlos entre sus manos en lugar seguro y se concentró en la estrategia más segura para hacerlo. Cada cosa a su tiempo.

Observó que, afortunadamente, el armario se encontraba fuera del ángulo de visión de la pantalla –armario y pantalla compartían la misma pared, frente a la cama–, lo que facilitaba enormemente la operación de recogida. Decidió ocultar los objetos entre sus ropas –vestía un holgado chandal– y trasladarlos a su propio cuarto de baño, con objeto de no despertar sospechas por la repentina y continuada utilización del baño de su difunto padre. Debería tener cuidado al franquear de nuevo la puerta, la cual podía estar cubierta por la cámara, aunque por su tamaño, no tendría dificultad en que los objetos quedaran ocultos a la vista. Y si no podía hacerlo en un viaje, emplearía dos. Se puso manos a la obra y trasladó en un solo viaje todo el contenido, excepto el paquete de hojas en blanco, del que se llevó sólo un par de ellas –por su rareza, despertaron en él una atracción irresistible–, y los periódicos, que dejó en la caja para una segunda fase. Cómodamente instalado en la intimidad de su cuarto de baño, a salvo de pantallas y cursores, suspiró profundamente y se puso manos a la obra. Conectó el cargador al laptop y a la red –afortunadamente, no habían cambiado los estándares; dos pinchos y dos agujeros no daban para mucha creatividad y el nuevo paradigma no avalaba precisamente los cambios inútiles–, accionó el interruptor y esperó con impaciencia. Le sorprendió que el acceso no estuviese protegido por contraseña. Probablemente, su padre confiaba totalmente en la seguridad de sí mismo y de su dormitorio. Tras hacerse de esperar lo suyo –qué tiempos aquellos–, apareció la entrañable pantalla de Windows que le devolvió inmediatamente a su juventud en casa del abuelo –en su casa, antes de la prohibición, tenían Mac; su padre era forofo de Apple–. Estudió atentamente los iconos. Hoy, Apple y Microsoft eran historia. Habían transcurrido muchos años.

El escritorio estaba bastante despejado. Papelera, Mis documentos, Internet Explorer –se preguntó su utilidad, pues hacía más de treinta años que la red de redes había dejado de ser operativa–, Windows Media Player, Explorador, Word, Excel, Access –versiones equivalentes, estaban disponibles en MindBook–, un icono que no identificó cuya etiqueta rezaba «e-business development system» –se abstuvo de ir más allá, pues la ignorancia no era buena consejera–, y tres carpetas con los nombres «Blog», «Foro» y «Diario». Eso era todo. Le llamó la atención el «Diario», lo abrió y entonces fue cuando se destapó realmente la caja y su celosamente cuidado contenido empezó a esparcerse y a cubrirlo todo. Inquieto recordó alarmado la definición de MindyPedia: la caja contenía «todos los males del mundo» y al abrirla se creaba un mal que «no podía ser desecho». Tocó madera.          

Continuará...

sábado, 13 de abril de 2013

MindBook - 19: Cama para dos

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Ambos compartían un carácter extremadamente práctico y racionalista, que quedó evidenciado por la ausencia de prolegómenos y el paso directo a la relativa intimidad del dormitorio. Aunque, en esta ocasión, a la querencia real de inmediatez provocada por el tiempo de carencia, se venía a sumar la desagradable sensación de exhibicionismo que le agobiaba al intimar con su pareja en el sofá frente a la pantalla mural de Mindbook, aún en reposo –de hecho, el cursor nunca descansaba–. Inquieto nunca se había podido sustraer a esta incomodidad, habiéndola siempre evitado, pero a Alma, esta sensación de «apremio» no pareció importarle demasiado, pues se dejó conducir obedientemente.

Inquieto –dado que no hay más «inquietos» a la vista, continuamos con la abreviatura del mindyname utilizada habitualmente en la conversación face-to-face– se enfrentaba a un problema. Extraer de su pensamiento el recuerdo de la Caja de Pandora y conseguir concentrarse en la deseada y gratificante tarea que se avecinaba. Ambos se lo merecían, pero, en esta ocasión, los preparativos que había ritualizado tantas veces, no sólo no ayudaron sino que exacerbaron el problema. Era de dominio público que la probabilidad de ser observado o grabado sin sesión activa era ínfima y que, en cualquier caso, la cámara no disponía de visión nocturna, por lo que las condiciones de máxima intimidad quedaban razonablemente garantizadas en ausencia de luz y de sesión activa –por descontado, había a quienes no les importaba y grababan bajo los focos sus jueguecitos para posterior disfrute, pero éste no había sido nunca el caso de Inquieto–. Por lo tanto, el ritual era, en horario diurno, correr las opacas cortinas –su opacidad era condición necesaria, dadas las circunstancias– y sumirse en la oscuridad más absoluta, lo que a Alma no le disgustaba –alguna de sus anteriores parejas había mostrado su disconformidad–, como bien había quedado patente en sus contactos anteriores en habitaciones de hotel.

En cambio, esta vez, el ritual se le atragantó. Estando como estaba, desde ayer sábado, transgrediendo una ley fundamental –la tenencia y ocultación de equipo y material de creación y soporte de información autónomo–, le pareció ridículo no disfrutar plenamente de la relación prescindiendo del sentido de la vista, frente al único riesgo –pensaba– de alimentar el morbo de algún inspector, riesgo que le pareció perfectamente asumible, si a Alma no le parecía mal. Por lo tanto, estando ambos bañados por la agradable luz de la tarde, suavemente tamizada por las delgadas cortinas traslúcidas, se sentaron en la cama y se fundieron en un abrazo nada fraternal, sin hacerse evidente por parte de su pareja el menor signo de prevención o resistencia. Inmediatamente, como si hubiese ingerido el bálsamo de Fierabrás, se olvidó de la Caja de Pandora, de MindBook, de la pantalla, del cursor y de la madre que lo parió.

Lo menos que se puede decir de lo que siguió es que fue indescriptible, por lo tanto, faltan las palabras. Más allá del detalle pormenorizado de los acontecimientos propiamente dichos, el cual no aportaría grandes novedades, conviene destacar el torrente de reflexiones que, como consecuencia de los mismos, se desencadenaron en su mente a medida que su cuerpo se serenaba y se producía el lento regreso a la realidad. Alma le gustaba. Esto no representaba, en sí mismo, ningún descubrimiento. Pero ahora, tumbado junto a ella sin más recato, sin importarle lo más mínimo el sistema, sentía que algo había cambiado. Sentía la necesidad de profundizar en la relación, de avanzar hacia una eventual formalización. Su única duda era si se trataba de algo circunstancial, causado por el efecto sinérgico derivado de la coincidencia en el tiempo de la muerte de su padre, la soledad del último mes, el descubrimiento de su caja secreta, su cumpleaños, el reencuentro, la acción combinada de los exóticos vinos y la indescriptible experiencia sexual que todavía le mantenía acelerado el pulso. Debería sondear si el sentimiento era mutuo. La voz de Alma le sacó de su ensimismamiento:

–Esto hay que repetirlo. No ha sido igual que las otras veces. Ha sido mejor. Y no sólo en el aspecto meramente físico –le susurró, apretándose contra él.
–Estaba pensando lo mismo –contestó él con sinceridad.

Resultaba obvio que se había abierto una nueva vía de relación sentimental, la cual, al igual que las incógnitas que le esperaban en el armario de la habitación contigua, venía, por excepcional, a interferir de forma abrupta en su monótona existencia. Y así como la primera le parecía positiva, mantenía todas las reservas sobre la segunda. Poco a poco, su estado físico volvió a la normalidad y, con ello, se vio como lo vería un hipotético inspector: se vio allí, iluminado por un romántico halo de luz matizada, en la cama, desnudo y abrazado junto a Alma, en una actitud más propia de adolescentes que de personas maduras hechas y derechas –ahora, más bien, tumbadas–, lo que le llevó a recuperar su habitual pudor y formalidad. Con la delicadeza y atención que la situación –y su pareja– merecía, se desligó del abrazo, se levantó y comenzó a vestirse, en una señal indudable de que la función estaba tocando a su fin. Alma, todavía desnuda, le observaba plácidamente desde la cama.

La abreviada velada finalizó con total normalidad bien pasadas las seis de la tarde. Ambos refrendaron el deseo de perseverar en el intento, lo cual quedó perfectamente demostrado con la invitación de Alma a cenar mañana en su casa –otra excepción a añadir al excepcional fin de semana–. Tras ver rechazada amablemente su propuesta de ayuda para recoger la mesa y arreglar la cocina, Alma le deseó terminar felizmente el trabajo y, con un beso, sonriendo con complicidad, se despidió hasta mañana. Inquieto quedó de nuevo solo. Miró hacia el comedor. A por la mesa –pensó.

Continuará...

viernes, 12 de abril de 2013

MindBook - 18: Mesa para dos

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El pequeño recibidor daba paso inmediatamente al salón comedor, donde resplandecía impoluta y expectante una mesa vestida con las mejores galas. Algodón, cerámica, cristal y metal armónicamente distribuidos en una configuración perfectamente especular, la cual delataba claramente que se trataba de una mesa para dos preparada para una ocasión muy especial. Al fondo, el espacio dedicado a descanso y entretenimiento en configuración eminentemente clásica –sofá, dos sillones, mesita baja y estantería–, donde destacaba la pantalla mural de Mindbook que presidía la estancia desde la pared del fondo.

–Caramba, ¡qué espectáculo! –exclamó Alma, con la mirada puesta en la mesa.
–Pues estás viendo sólo el continente. Espera a ver el contenido –Inquieto gustaba de emplear expresiones pretendidamente ingeniosas o cultas.
–Parece claro que va a contener algo más que pastillas –bromeó su invitada.
–No estés tan segura hasta verificar el resultado del experimento. Estás ante un diletante culinario –replicó con expresión compungida.

Finalizado el escarceo dialéctico, Inquieto le previno de que se tendría que ganar el derecho de degustación trabajando un poco. Faltaba montar el producto procesado en los platos. Alma se mostró muy interesada y le precedió, entrando ambos en la cocina, donde la smartKitchen estaba en modo camuflaje, es decir, en reposo y mostrando una limpieza absoluta. Viéndola así, nadie sospecharía de su responsabilidad en la generación del exquisito aroma que flotaba en la estancia, cuyo misterioso origen permanecía hurtado a la vista –con excepción de la encimera de trabajo y la pantalla de MindBook, el resto de la cocina aparecía como una sucesión continua de paneles lisos–. Inquieto no hizo nada para revertir esta percepción, que no parecía preocupar en absoluto a su invitada, la cual, buscando a derecha e izquierda, declaró su apetito y su deseo de ponerse inmediatamente manos a la obra.

Resolvió el enigma sacando del horno los bols del puré de lombarda, las verduras hervidas y las berenjenas salteadas. Recuperó del smartFreezer los dos sobres de salmón ahumado y la vinagreta y puso dos platos limpios sobre la encimera. Recordaba perfectamente la disposición propuesta y situándose frente a uno de los platos, solicitó a Alma que hiciera lo propio con el otro. Sobre un fondo de puré, depositó las verduras hervidas y salteadas y, por último, el salmón ahumado. Finalmente, salseó copiosamente con la vinagreta de limón y tomate. Su invitada le emuló con precisión. Observaron con satisfacción el resultado y se miraron complacidos. Tras limpiarse las manos, armados con su plato recién montado, se dirigieron al comedor, donde empezó a sonar automáticamente la Primavera de Vivaldi.

–No me lo puedo creer. Es una de las composiciones que más me gusta –exclamó sonriente Alma, depositando su plato en la mesa.

Inquieto no se extrañó, aunque no pudo reprimir una cierta sensación de incomodidad. Sin duda, MindBook, conocedor de la identidad de su invitada, había tenido en consideración sus preferencias musicales. Con teatralidad aceptada de buen grado, retiró la silla de Alma y asistió con galante solicitud la elemental operación de sentarse a la mesa. A continuación hizo lo propio y observó a su invitada. A pesar de la evidente afinidad que habían experimentado desde que se conocieron, su posición frente al sistema era toda una incógnita, lo cual era lógico pues no habían tratado nunca el tema, situación, por otra parte, típica en las relaciones sociales de la época. El sistema establecía que toda comunicación inter-personal emotiva debía realizarse en el ámbito privado y resultaría de lo más idiota dedicarse a airear críticas y dudas en el entorno de MindBook, omnipresente, de forma activa o pasiva, en estos ámbitos. Esto hacía que las relaciones extra-sistema se limitaran a la fría relación laboral-profesional y que cualquier vulneración de estas normas provocase una sensación de culpabilidad que, incrementada por la incertidumbre sobre el alcance real del sistema, determinaba un alto nivel de autocontrol o autocensura. A pesar de ello, su impresión sobre Alma era que se trataba de una persona realmente integrada que no sentía incomodidad alguna –lo que, por otra parte, cualquiera podría pensar de él mismo–. Y además, en este momento, su mirada revelaba con rotundidad que estaba disfrutando sinceramente de su compañía y de la velada que presumía les esperaba. No tenía sentido involucrarla en las importantes tareas pendientes que se había fijado para más pronto que tarde: escudriñar la Caja de Pandora de su padre. Alejó estos pensamientos y decidió dedicar a Alma la máxima atención y buscar durante la comida la forma políticamente correcta de acortar la velada sin herir sus sentimientos. Regresó a la realidad y a la ensalada de verduras templadas. Sirvió vino.

–Te veo muy pensativo –oyó a Alma pronunciar estas palabras mientras sentía el suave roce de su mano.
–Pensaba en ti y en el último mes. Y en mi padre –no mintió en ello.
–Será un tópico, pero la vida sigue. Vivamos el presente –con estas palabras, Alma reafirmó su perfil de persona práctica y realista.
–Tienes razón. Brindemos por el reencuentro –alzó la copa con una sonrisa.

Dieron buena cuenta del primer plato –por cierto, exquisito en su simplicidad– en compañía de Vivaldi y de una relajada conversación durante la cual no encontró oportunidad para limitar la duración de una velada que, a medida que progresaba, se prometía más y más agradable. Finalizada la ensalada, Inquieto le pidió esperar en la mesa, ya que el segundo no precisaba mayor preparación que servirlo. Tras rechazar su protesta, retiró los platos y entró en la cocina. En no menos de treinta segundos apareció de nuevo con una bandeja y una salsera, depositando ambas en el centro de la mesa. El aroma era toda una promesa. Le sirvió un lomo de merluza y la invitó a regarlo con el aceite de tomillo. A continuación, hizo lo propio. Empezaba la segunda parte. Tenía que romper el encanto. Y le preocupaba. Se consoló pensando que no existía ningún impedimento para repetir la velada tantas veces como quisieran. Pero hoy era hoy. Y se lo soltó de sopetón.

–No sé como justificarlo sin parecer descortés, pero deberíamos terminar la velada sobre las seis –espetó nada más sentarse.
–Debo reconocer que es la manera más original con la que me han invitado a pasar la noche –replicó con coquetería, para horror y desesperación de Inquieto.
Alma, me refiero a las seis de la tarde. No te puedes imaginar el trabajo que tengo que terminar antes de mañana –tuvo toda la impresión de que sonaba fatal y que la casa se le derrumbaba encima. Pero no fue así. Ella le seguía mirando con expresión tranquila.
–Se me complicó el trabajo el viernes y se me hizo muy cuesta arriba anular la cita. La verdad es que tenía muchas ganas de verte –prosiguió, dudando de la credibilidad que despertaba, a pesar de la veracidad de la última afirmación.
–No hace falta que te justifiques más. Quizá sea mejor dosificar la reanudación de nuestras relaciones, no sea que nos vayamos a empachar –su voz sonaba alegre y sincera.
–Desde luego, esta chica es una joya –pensó Inquieto y, acto seguido, cogió su mano e intentó cerrar el tema con éxito:
Alma, desde que has llegado no me he podido quitar de la cabeza como suavizar esta descortesía, pero tienes el don de la simplificación y de hacerme sentir bien. Te lo agradezco –concluyó el parlamento con una amplia sonrisa.

Alma se levantó, rodeó la mesa, le dio un beso cariñoso y, con expresión de complicidad, pronunció las palabras que, sin dejar margen a la duda, zanjaban la cuestión:

–Venga, que se está enfriando la merluza. Y el tiempo corre –sonrió, al tiempo que se apuntaba insistentemente al reloj.

El resto de la comida transcurrió por derroteros de paz y tranquilidad. Sin más referencia al recorte de la velada, hablaron de sus respectivos trabajos –Inquieto recargó un poco la mano en el viernes–, del tiempo y de un nuevo mindyconcurso muy popular y entretenido. Una vez consumidas las dos botellas de vino, los lomos de merluza, el helado de postre, el café y las cuatro estaciones de Vivaldi, no había ninguna duda de que los dos estaban pensando en lo mismo: habiendo satisfecho –y bien satisfecho– el instinto primario de supervivencia, había llegado el momento de satisfacer otros instintos no menos trascendentes. Se miraron largamente a los ojos y todo quedó dicho. Se levantaron al unísono, se cogieron de la mano y contoneándose ante la silenciosa pantalla, abandonaron el salón. El cursor se quedó solo. Bueno, con la mesa por recoger. Eran las cuatro de la tarde.

Continuará...