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domingo, 23 de septiembre de 2012

Miopía y Cataratas

Recientemente, he sido protagonista de una experiencia extraordinaria que, a pesar de afectar exclusivamente a los aspectos físicos de mi persona, han causado mella en el compañero inmaterial que nunca nos abandona, como quiera que se le llame (conciencia, intelecto, espíritu, etc.). Por cierto, no deja de ser curioso que después de tantos años juntos, no nos pongamos de acuerdo ni su nombre ni en sus características. Pero esta es otra cuestión, vayamos al asunto.

Dado que no todo el mundo está aquejado de la disfuncionalidad física objeto de este artículo, dedicaré un poco de espacio a presentar el tema, desde el punto de vista (en principio, poca; ahora, bastante) del sujeto, por lo que pido comprensión a oculistas y optometristas.

Miopía es una afección bastante común que, en mayor o menor grado, provoca el desenfoque de objetos lejanos. Esto significa, lisa y llanamente, que de lejos, lo ves todo borroso. Curiosamente, quizá por una extraña ley de compensación de la madre naturaleza, un miope puede enfocar muy bien de cerca, lo que facilita extaodinariamente la visión próxima en personas de edad avanzada, sufridores naturales de la llamada "vista cansada".
Y además cataratas. Ufff. Pero es físico y resoluble.

Cataratas es la metafórica forma de llamar a una opacidad del cristalino que consigue que lo veas todo como a través de una cortina de agua o de una niebla más o menos espesa. Todo, tanto lo que está cerca como lo que está lejos.

Pues bien, comprenderemos que quien esté afectado por ambos problemas no lo tiene nada claro (en el sentido literal, no metafórico). Afortunadamente, la miopía tiene arreglo fácil. Ponerte gafas (en mi caso, desde los diez años). Otro método externo, las lentillas, a pesar de ser mínimamente invasivo, a mí nunca me han gustado. Y el tercer método, la cirugía, más o menos invasiva, mucho menos. Pero la catarata es un enemigo paciente y cauteloso. Empieza de forma inadvertida y su avance es implacable. Hasta que el extremo de ser invalidante. Y entonces (incluso antes), hay que tomar una decisión: extirparla. Y esto, señores, si que es invasivo. Te extraen una parte de tí (bueno, de tu ojo: el cristalino) y te ponen una lente (una microgafa) con filtro de ultravioletas y todo. Y la maravilla es que esta lente ¡¡corrige la miopía!!

Por lo tanto, en el plano físico, tras 57 años llevando gafas y casi 10 con una turbiedad progresiva en uno de mis ojos, me han reparado. Veo perfectamente claro, veo de lejos como una ave rapaz y necesito como cualquier viejecito una gafas para lectura (al dejar de ser miope, me he vuelto "normal").

Y me diréis ¿a qué viene todo este rollo? Pues a que este proceso me ha hecho reflexionar sobre el paralelismo entre la miopía y la catarata física y la mental.

Ya es un tópico que la realidad la crea el observador, siendo por lo tanto subjetiva. "Tú ves lo que ves, no lo que es". Esta frase propia resume el concepto. Evidentemente, un miope sin correción, con su percepción agravada por una catarata, tiene una visión parcial, borrosa e incompleta de la realidad que está al alcance de sus semejantes "normales". A pesar de que es una realidad ficticia. Pero igual de ficticia para la mayoría. Aunque, como hemos dicho, esto, afortunadamente, tiene arreglo.

Lo que no tiene fácil arreglo es la miopía mental. Esto significa que, a pesar de que tu percepción física funciona correctamente, el proceso que consiste en llevar las señales eléctricas desde el ojo al cerebro, grabarlas en las neuronas, procesarlas y pasarle la información a este compañero inmaterial del que hablábamos al principio, falla en algún punto. Desenfoca. Percibes una realidad sesgada. La causas pueden ser varias: prejuicios, egoísmo, equidistancia práctica, relativismo moral, etc. Pero, a fin de cuentas, eres un miope mental. El futuro (como no lo ves claro) no te importa. Eres un cortoplazista. No ves más allá de tus propias narices. Sólo te importa el hoy. Que triste.

En cuanto a la catarata, la cosa es todavía peor. Todo está borroso. Incluso lo más cercano, el hoy. Esto te lleva a imaginar una realidad ficticia. La frase ahora sería: "Tú ves lo que quieres ver". El cerebro y tu compañero inmaterial son muy eficientes. Pueden crear otras realidades. Y esto también es muy triste. La primera consecuencia es el aislamiento, el vivir en una burbuja. A pesar de que habíamos establecido que la realidad es subjetiva, personal e intransferible, tu realidad ficticia se ha alejado de la media, de la "normalidad", tanto en sentido literal como estadístico. Te has convertido en un bicho raro. En un perro verde. En un cisne negro.

¿Tiene arreglo? No tengo ni idea. Incluso ignoro si estoy afectado. Pero intuyo que, en mayor o menor grado, sí. Todos lo estamos. Y como siempre, la clave está en la identificación del problema. En el reconocimiento de su existencia. En la comparación de nuestro comportamiento con el de los demás. Pero, una vez detectado, no hay cirujano que valga. Es trabajo de nuestro compañero inmaterial. Suerte.

Por lo tanto, la calidad y la excelencia de nuestra ética personal, es fuertemente dependiente de nuestra miopía y de nuestras cataratas mentales. Si no las podemos erradicar totalmente (en el plano físico, que es lo fácil, han cifrado mi visión en el 90 %), hagamos el esfuerzo de minimizarlas.

"La realidad es simplemente una ilusión, aunque una muy persistente." (Albert Einstein)

Y yo añado: Sólo falta que esta ilusión, además esté borrosa.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Entendimiento y Comprensión

Tras el obligado paréntesis motivado por mi incapacidad temporal de relacionarme con el teclado y la pantalla, retomamos la publicación con un tema recurrente en mi imaginario, catalizado por unos hechos recientes que no describiré y que, podríamos decir, han representado la gota que colma el vaso.

A los efectos de asentar conceptos generales, empezaremos con una obviedad: en una publicación anterior planteo que no somos nada (no existimos) si no nos relacionamos con nuestro entorno. Es más, acuño una variante del clásico de Descartes que proclama: "Actúo, luego existo". A partir de este supuesto, resulta evidente que el pre-requisito indispensable para que nuestra relación con el entorno sea adecuada consiste en una comunicación fiable y de calidad. Esto, por descontado, es una condición necesaria, aunque no suficiente. Pero si no establecemos comunicación, no nos relacionamos. Y, por si fuera poco, dado que la comunicación debe ser bidireccional, su inadecuación puede devolvernos información del entorno absolutamente sesgada y, en el peor de los casos, errónea.

Entender y comprender no siempre es fácil.
Y aquí aparece el título. Entendimiento y Comprensión son dos conceptos estrechamente ligados a la comunicación. Para conseguir una adecuada comunicación, es absolutamente necesario entender y comprender al interlocutor (una adecuada entrada de información, no controlada por nosotros) y esforzarte en hacer entender y comprender tus planteamientos (una adecuada salida de información, sobre la que tenemos todo el control).

Empecemos, como siempre, dejando claro el significado, en mi humilde opinión, de ambos términos. Mal iría desarrollar todo un artículo dedicado al entendimiento y la comprensión sin saber de qué puñetas estamos hablando (1).

Deberíamos tener bastante claro que no es lo mismo "entender" que "comprender". Porque, supongo que entiendes lo que escribo, pero... ¿lo comprendes?

"Entender" es percibir el significado de algo, aunque no se comprenda, mientras que "Comprender" es hacer propio lo que se entiende y asumirlo, lo que te permite actuar de forma coherente y congruente con ello. La diferencia entre "entender" y "comprender" se puede apreciar en los siguientes ejemplos:
  1. Se puede "entender" un idioma y "no entender" otro. Además, una frase en el primer idioma (el que se entiende) se puede o no "comprender". En cambio, una frase en el segundo idioma (el que no se entiende) resultará siempre imposible de "comprender".
  2. Por lo tanto, es posible "entender" una frase pero no "comprender" lo que significa. Por ejemplo: “lo obvio es invisible” (esto es incomprensible, aunque muy bien podría formar parte del paródico artículo de Alan Sokal "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica").
  3. Es distinto "entender" que fumar perjudica la salud de uno mismo y de quienes nos rodean, que "comprenderlo", pues éste es el primer paso para dejar de fumar.
  4. En una conversación, no es lo mismo que te respondan “te entiendo, pero…” (no te comprendo) que “te comprendo” (si "se comprende" no hay “pero” alguno detrás).
  5. Entendemos que en el mundo miles de personas mueren diariamente debido a malnutrición o víctimas de guerras, ¿pero lo comprendemos?
Pues bien, aclarado el significado, volvemos a reiterar la necesidad de que nos entiendan y comprendan (aunque no estén de acuerdo con nuestros planteamientos) y que entendamos y comprendamos los planteamientos de nuestro interlocutor (aunque no estemos de acuerdo con ellos). Esto podrá parecer reiterativo, pero, por su extrema importancia, creemos que es absolutamente recomendable incorporar esta preocupación, en forma de compromiso, a nuestra ética personal.

Por lo tanto, en primer lugar, entendimiento. Si nuestro interlocutor no está a nuestra altura cultural o intelectual, intentemos nivelarnos. Si su nivel es más bajo, nos debería resultar fácil (viene al pelo la frase de Aristóteles: "las enseñanzas orales deben acomodarse a los hábitos de los oyentes"). Si su nivel es más alto, no nos duelan prendas de manifestar nuestra incapacidad para entenderle y solicitar un léxico menos formal o "erudito". Y si no conseguimos establecer en la comunicación un nivel aceptable de entendimiento, no vale la pena seguir.

En segundo lugar, una vez entendido el mensaje, pasamos a la comprensión. En este caso, debe quedar claro que, en este artículo, estamos hablando de comunicación, no de proselitismo ni de adoctrinamiento, conceptos que, no necesariamente precisan comprensión. Puede ser suficiente con un adecuado "lavado de cerebro".

Por lo tanto, debemos intentar (esforzarnos en) comprender y que nos comprendan, con total independencia de compartir o no los planteamientos mutuos. Sin comprensión, tampoco hay comunicación. Y si, tras repetidos esfuerzos, la comprensión no es posible, será porque el mensaje (en uno, otro o ambos sentidos), mal que nos pese, es incomprensible. Entonces, mejor dejarlo ("De lo que no se puede hablar, mejor callarse", Wittgenstein).

Por último, resumiremos los principales enemigos de la comunicación y, consecuentemente, de nuestra relación con el entorno:
  1. Falta de entendimiento por errores gramaticales o de sintaxis o por la utilización de terminología no explicada o demasiado erudita,
  2. Falta de entendimiento por ausencia de esfuerzo de nivelar las partes,
  3. Falta de comprensión por la utilización de conceptos inusuales o novedosos en extremo a los que, por definición, no tiene acceso la otra parte,
  4. Falta de comprensión por ausencia de esfuerzo en explicar lo inexplicable o incomprensible para la otra parte.
A estos cuatro habría que sumar la dificultad inherente (y omnipresente) de exponer nuestros pensamientos mediante el lenguaje oral o escrito (en este caso, menor, por cuanto nos permite la reflexión y la corrección del texto) el cual, a fin de cuentas, no es más que una convención simbólica. Aunque, a pesar de su capital importancia, este tema, objeto de gran atención filosófica, queda fuera del alcance de este artículo.

Por lo tanto, si deseamos una relación adecuada, enriquecedora y mutuamente beneficiosa con nuestro entorno, desterremos de nuestra conducta los cuatro enemigos anteriores e incorporemos a nuestra ética personal las buenas prácticas de una comunicación bidireccional oral o escrita de calidad y excelencia.

"Ayúdame a comprender lo que os digo y os lo explicaré mejor" (Antonio Machado)

"Los hombres son siempre más propensos a creer lo que no entienden, y las cosas oscuras y misteriosas tienen más atractivo a sus ojos que las claras y fáciles de comprender" (Cayo Cornelio Tácito)

"Nada comprende el que una parte no comprende" (Séneca)

1 - La falta de preocupación por clarificar el significado de la terminología o de los conceptos objeto de diálogo o debate (incluso de publicación) es, a mi modo de ver, una de las mayores lacras del discurso filosófico y la causa principal de la deficiente comunicación en cualquier disciplina.